Mario Nosotti: Sombras bajo la lámpara de aceite

Sombras bajo la lámpara de aceite (Córdoba, Borde Perdido Editora, 2020) es la nueva compilación de artículos del poeta y periodista y crítico literario Mario Nosotti. Presentamos dos artículos del libro más una reseña crítica de Carlos Battilana.*


Dos artículos

Con la potencia y resonancia de las visiones

Sobre El monte nativo, de Roberto Echavarren, (Juana Ramírez, 2017)

 Hay un tipo de poesía –y cada una tiene su singularidad irreductible –que se lee como yendo en el carrito de una montaña rusa: varían las velocidades, las aceleraciones, y hay remansos seguidos de caídas que cortan el aliento. A su vez el discurso instala la conciencia de que aquello que ingresa a lo visible (“un arrebato de fosfenos”) es la punta del iceberg de lo que no percibimos, o apenas un efecto, como el vestido color trigo entrevisto tras el vano de la puerta es la costra de pan que cayó de la mesa durante el desayuno (estoy glosando imágenes del libro). El paseo (o parkour) por el Monte Nativo de Echavarren arranca en forma suave, sin ninguna estridencia, y de repente empieza a crecer. Es la naturaleza en su acción germinativa, monte –como advierte anKh-Ra-On en el posfacio– en el sentido de montaje cinematográfico y también el del montar ecuestre, que lo muestra al autor como diestro “jinete del empalme”.

Se trata de un poema largo, de versos más bien breves escandidos por una dicción límpida, geométrica, donde interior y exterior, territorio y anatomía se interpenetran, donde se ensayan teorías y donde muchas veces los conceptos no tienen más referente que su forma o calor, su potencia de escape. Las palabras entonces, avanzan con la musicalidad de las visiones, por los enhebramientos de un pespunte donde un pequeño agujero –como aquel tokonoma lezamiano abierto en la pared– es la puerta que permite el pasaje hacia otro andarivel dimensional, “Hice un túnel / entre las espinas de la cruz, / y entré a un claro / del monte nativo / llenos de cuises”.

Naturaleza y cuerpo se despliegan en su plenitud orgánica, o como exhumadas por la meticulosidad de naturalista. Todo es marca de una transfiguración sin comienzo ni fin, donde la lengua introduce “Una nota persistente / y todo lo demás / es la carpintería de los roles”. Esta “tipología dinámica” de lo que existe permite por ejemplo que de un bosque, o de un organismo encontrado en la playa, saltemos a un tranvía que corre por las calles de Lisboa, los faros de un Volkswagen, una fragata encallada en la arena.

Echavarren vuelve a poner en marcha su curiosidad barroca, menos abigarrada que en otros de sus libros de poesía anteriores, de modo que el contrapunto entre lo narrativo y el hallazgo lingüístico permite la alternancia entre sorpresa y calma. Pero hay que estar atento, hay que andar con sigilo para entrar a este monte: salir del hábito, la distracción, sólo así nos entrega sus detalles, sus ínfimos ruiditos que pronto se traducen en potencia magnética, campos de fuerza que son campos semánticos que dan cuenta de una escucha multidimensional, en donde las palabras dicen tanto por su especificidad como por su resonancia. Porque el monte nativo es la emoción creando la conciencia, el corazón que impulsa palabras que restauran un poder impersonal, expansivo, un tesoro que es dado resguardar.


La incómoda conciencia

Sobre Céline, de Philippe Sollers, (Paradiso Ediciones, 2012) Ensayo biográfico

Céline ha atravesado el siglo XX como un caso excepcional. Esa monstruosidad –denunciada, discutida y alardeada hasta el cansancio– se debe a tres razones básicas: su antisemitismo, su capacidad para poner el dedo en la llaga y, la más calculadamente borroneada de las tres, su estilo. Quizás va siendo hora de refundarlo –como dice Philipe Sollers– corriéndolo del estereotipo que produce el efecto contrario al que Céline buscaba: lo hace pesado, una especie de dinosaurio bravucón. Para desmentir esto tan sólo hace falta leerlo. Es esa pesadez la que Céline denuncia en sus contemporáneos –brutalidad, costumbre, cálculo– y sobre todo un hecho, que trabajan y viven en una lengua muerta, la lengua que él intentará revivir. Contrariamente a la ametralladora de palabras que muchos le adjudican, Céline aspira a una música precisa. Como nadie y antes que ninguno, comprende lo que está en juego, “el diablo se lanza sobre la música de los pueblos a los que quiere suprimir”. Esa será su lucha solitaria, la que pocos comprendan. Sollers advierte que bajo las acusaciones de racismo, bajo el continuo intento de acallarlo, lo que subyace es el desacomodo que produce el estilo Céline.

El francés emotivo

 Pero, ¿de qué se trata ese estilo? Es este el asunto al que Sollers vuelve una y otra vez. La música y la emoción, dice, son todo Céline: esa es su metafísica. Céline buscará devolver al lenguaje escrito la emoción del lenguaje oral, lo que llama “restitución emotiva interna del francés”. Reaccionando a los dichos de un profesor americano que lo tilda de insensible y nulo, le contesta, “todo mi trabajo consistió precisamente en hacer que la prosa francesa sea más sensible, tensa, voltairizada, fustigadora y malvada, inyectándole un lenguaje hablado, su ritmo, su especie de poesía y la ternura a pesar de todo, la restitución emotiva, ¡qué boludo!”.

Céline compara el proceso de dar a luz una obra con el desmalezamiento de un templo oculto en la espesura, limpiando palmo a palmo eso que él llama “la atmósfera”. Su divisa es un metro directo, todos a adentro, al fondo sin escalas. Y para eso hay que saber perfilar exactamente los rieles, un trabajo insalubre, de preso, capaz de volver loco a cualquiera. Y es que detrás de la aparente naturalidad, la sensación de urgencia del habla de Céline, Sollers descubre la obsesiva puesta a punto de una máquina de guerra. Sus diversos recursos (aceleramientos, saltos, freno, risa, los puntos suspensivos “que hacen que la página revolotee” etc) son los indicios donde la “magia” queda expuesta: “hacen falta mil precisiones –concluye Sollers– para contar lo inmediato”.

El aspecto de la ligereza, y otro muy poco frecuentado, la ternura escondida en Céline –cierta inocencia cruda, de niño en un gran campo de batalla– resaltan la otra cara que enfatiza lo complejo del caso. Nada más lejos de la pretendida visceralidad que ponderan sus admiradores. Como apunta el autor de este libro, “hacer pasar un murmullo en pendiente por un temblor de tierra”, ahí está la potencia de su prosa. Pero sobre todo, Céline es un escritor cómico, la risa es su mayor provocación; en medio del horror uno no puede parar de reírse. Sollers advierte que quién lo toma al pie de la letra, quién no sabe reírse no ha entendido nada.

El innombrable

La obra de Céline se yergue imprescindible a la hora de comprender el siglo XX, no sólo en su obsesión antisemita, sino por su extraordinaria radiografía de una Europa destruida por la guerra. Para Sollers es claro que Céline ha sido un chivo expiatorio. Fue y de algún modo sigue siendo la incómoda conciencia de algo horrible que pesa sobre Francia, aquel al que es preciso acallar, aislar como fenómeno. Tácito acuerdo de silencio para lavar las culpas de una sociedad en gran medida antisemita y colaboracionista. Secreto de familia que se esconde en la lengua, la misma que Céline transformará para poner evidencia lo que incuba la buena conciencia. Declarado desgracia nacional, “Céline se convirtió en el portavoz de una pasión histórica enorme, el antisemitismo, y lo hizo sin sustituciones”. De algún modo nosotros, bienpensantes, seguimos siendo sus contemporáneos.

Céline entre nosotros

El presente volumen –en impecable traducción de Hugo Savino– es una recopilación de ensayos y artículos que Sollers publicó en distintas épocas, y que van desplegando un Céline heterogéneo, donde puede seguirse tanto su transformación –el antes y el después que significó la publicación de los panfletos que harán del autor de Viaje al fin de la noche un caso irredimible–, como el derrotero de las lecturas y aproximaciones de Sollers a su autor más amado.

La relación explosiva con su editor Gastón Gallimard, la negación del Goncourt, su gusto por el ballet, sus novelas menos leídas y más altas, su temporada en el infierno en Dinamarca –que paradójicamente le salvó la vida– fragmentos de entrevistas y cartas –donde destacan las que le envía a su amante la pianista Luciente Delforge– son algunas de las perlas del libro.

Por diversas razones –salvo el Viaje….– no hay demasiados libros de Céline en Argentina. Su traducción siempre fue todo un desafío. Además de las españolas de Carlos Manzano y Carmen Kurtz – difíciles de digerir para el lector de estas pampas– son pocos los que se le animaron a Céline. Por citar dos ejemplos, Néstor Sanchez tradujo Muerte a crédito, y más recientemente Mariano Dupont hizo lo mismo con Conversaciones con el Profesor Y. Por eso todo nuevo acercamiento a la obra del doctor Destouches es para los lectores de nuestro país un golpe de aire fresco.


Sobre Sombras bajo la lámpara de aceite

* Una constelación de sentidos. Por Carlos Battilana

El epígrafe con el que comienza este libro de Mario Nosotti alude a un don: la constancia. Frente a la estampida vertiginosa de la inspiración, la cita de David Markson refiere el modo regular con el que Gustave Flaubert  ejercía su trabajo (“Durante la noche, la lámpara de Flaubert ardía con tanta regularidad en su estudio de Croisset, que los pilotos del Sena podían usarla como orientación”). El fragmento destaca el oficio artesanal de la escritura como un valor. Un ejercicio sostenido en el tiempo que, acaso, también supone el cansancio y el tedio. Markson no refiere una escritura basada en el embeleso de la inspiración sino en el rastreo pertinaz de una forma. Esta variante, en ocasiones, es rechazada por muchos poetas, proclives a entregarse al rapto del instante en el que la escritura abre su lugar. El poema sería más que un acto de constancia surgido de los avatares del ensayo y el error, un acto de descubrimiento. Tal vez ambos caminos son factibles en el origen y el ejercicio de la escritura literaria: inspiración y constancia.

¿Qué tarea supone la actividad de la crítica? ¿Qué tarea es la que emprende Mario Nosotti en Sombras bajo la lámpara de aceite? Una primera respuesta puede ser la actividad de la atención proyectada a una determinada sensibilidad inscripta en un texto. El caso de la crítica de poesía, aunque revele una afinidad estética o ideológica con el poema, no supone mímesis estilística ni lexical. Nada más desagradable ni inútil que la imitación de un estilo literario en el campo de la crítica. De manera sugestiva, los románticos alemanes, que fueron grandes teóricos -especialmente Friedrich Schlegel-, plantearon que la escritura crítica implica lo poético en tanto despliegue del germen crítico que todo poema contiene. Esta tradición teórica consideraba que la crítica tenía una dimensión creativa en virtud de su interacción con el texto artístico. A partir del contacto entre ambos lenguajes, postulaba a la crítica como un método de consumación estética. En algún sentido, el poema se terminaba de realizar en el discurso crítico. Sin establecer necesarios vínculos con este libro, muchas de las reseñas de Nosotti actualizan el texto leído como vibración emotiva y comprensiva pero nunca como prolongación de un estilo. La crítica también es un corte.

Distintos imaginarios y diferentes coordenadas cruzan estas páginas. Libros de poesía, de narrativa y de ensayos son objeto de las lecturas de Nosotti. Como decía Borges respecto de las bibliotecas, en este caso, el solo hecho de ordenar textos ya publicados en un volumen es un modo silencioso de ejercer el arte de la crítica. ¿Qué rasgo articula la mirada del autor? ¿Cuál es su rúbrica subterránea? El prólogo esboza una respuesta. Estos textos, en su mayoría destinados al ámbito periodístico y a revistas literarias, se dejan absorber por el impacto de la curiosidad. Esa impresión flamante no significa carencia reflexiva. ¿Qué se espera de una reseña o de un ensayo destinado a la prensa? Es un acto de lectura sometido a ciertos límites espaciales (los caracteres regulares de una reseña) y a cierta forma de la legibilidad más cercana a un auditorio relativamente masivo que a la jerga hermética de la cofradía. Esos rasgos no atenúan la atención al detalle. El entusiasmo o la decepción pueden ser las consecuencias de una lectura. La reseña evoca un encuentro inicial, que también puede verse como un acto iniciático en el sentido de que, en más de un caso, es el origen de una frecuentación futura con ese texto y con ese autor. Si acontece el entusiasmo, será una apertura perceptiva que invita a compartir colectivamente el fervor de un trance íntimo y crucial como es el de la lectura.

Mario Nosotti, sin estridencias, muestra su faz entusiasta. Pero no es de esos entusiasmos empalagosos, repletos de adjetivos que más que aclarar, nublan. Por el contrario, no abusa del elogio. La claridad de su prosa es la que nos permite comprender en términos argumentativos claves de lectura que lo llevaron a interesarse en algunas zonas del texto. La atención de lo nuevo, cierta contextualización que obra como un servicio al lector (indagación en entrevistas, prólogos, referencias sobre el libro), el amor por la experimentación y las vanguardias, pero también la curiosidad por la diversidad, pueden ser algunas de las características de la crítica ejercida por Nosotti. Sin pretender ningún abordaje totalizador, una de sus operaciones distintivas es la elección de una cita, que en ocasiones corona la reseña. La transcripción de un fragmento puede asociarse, en este caso, a la figura de la sinécdoque ya que condensa en su mínimo recorte la potencia de un texto.

Dar cuenta de un mapa de lecturas, emitir juicios de valor que resignifiquen algunas imágenes cristalizadas e indagar el revés de la trama con una breve acotación resultan ejercicios laboriosos, placenteros y discretos que, en el caso de Nosotti, son su modo de intervención. La confirmación de un tono.



Mario Nosotti (San Fernando, prov.  Buenos Aires, 1966)

Cursó estudios de Letras (UBA) y la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero. Entre 2004 y 2006 editó la plaquette Música Rara –poesía & aledaños-. Obtuvo la beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes en 2014. Están próximos a publicarse sus libros Dos poemas inconclusos (Caleta Olivia, poesía) y su ensayo La casa de los pájaros (Universidad Nacional del Litoral). Elaboró la cronología que integra la nueva edición de la Obra completa de Juan L. Ortiz (UNL / EDUNER). Coordina talleres de escritura y lleva adelante el blog Música Rara.

Poesía
La casa de la playa, La Plata, Club Hem, 2018
El proceso de fotografiar, Buenos Aires, Viajera Editorial, 2014
Parto mular, Buenos Aires, Último Reino, 1998

Artículos
Sombras bajo la lámpara de aceite, Córdoba, Borde Perdido Editora, 2020

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Reseña. «Para visitar el centro de la curiosidad», por G.A. Núñez