Para escuchar la música del poema
Eugenia Straccali
Buenos Aires
Buenos Aires Poetry
2019
Por Carolina Massola
Texto basado en la presentación del libro, en noviembre de 2019
Para escuchar la música del poema se abre con la imagen de un ciervito casi flotando, como en una suerte de vuelo. Dos pájaros parecen mirarlo. Apenas iniciado el recorrido, la lectura, observamos la presencia de epígrafes que, en tanto voces, hablan desde el borde, desde una frontera del libro intervienen (idea que retomaré luego). Son varias las voces de estos epígrafes, varios los poetas que Straccali invita y que parecen abrirnos a los caminos.
En este sentido y ya que menciono los caminos, se vislumbra y se percibe una suerte de frondosidad que va tomando cuerpo, una atmósfera que se presiente como la que nos “rodea”, y remarco esta palabra, que nos rodea, repito, al ingresar a un bosque. Al ingresar a un bosque los caminos se presentan, se abren, se pierden nos recordaría Heidegger y nosotros podríamos perdernos también en ellos. Lo que voy a intentar es transmitir, compartir uno de los caminos de lectura que he tomado al ingresar a este bello y frondoso poemario.
Digo ingresar y es porque algunas palabras hacen pie en un campo semántico que podríamos pensar en torno al sema vinculado al “límite”. Desde el comienzo encontramos las palabras “camino”, “cesura”, “apertura”, “herida”, “fronteras” y también “el bosque”, porque el bosque es un lugar donde se entra, un lugar donde regresar dice la poeta en su dedicatoria. Pienso entonces: para entrar en un lugar se atraviesa un umbral, una línea. La frontera en la que estos epígrafes, que de manera tan delicada la poeta seleccionó, abren o cierran las puertas del poema. Funcionan como todo paratexto, hacen de umbrales.
Ya el primer poema nos plantea que hay un límite necesario para escuchar la música del poema: «Se precisa la lejanía / La interrupción del continuo humano«. Interrupción dice Straccali y acuden a mí estas palabras de René Char, que traduzco y traigo: “sólo podemos vivir en lo entreabierto” y pienso en la preposición “entre”, tan pensada por varios poetas franceses de la posguerra y pienso en esta otra frase de Deleuze, que en original dice “l’avenir est toujours entre ou parmi”. Que traduzco y traigo en original por estas dos preposiciones que no son exactamente iguales: “el porvenir está siempre entre o en medio de”. Straccali parece saber esto y de algún modo nos lo está mostrando. De esta pausa, de esta suspensión brotaría lo relacionado con el poema, la música del poema: «Ritmo de voces y pájaros«, dice la poeta; y luego: «Oda al ruiseñor / Siento en mi garganta«.
Llegan los pájaros, y los ruiseñores de Stracalli dialogan o mejor dicho, cantan, con los ruiseñores de los exquisitos poetas que Eugenia supo reunir en cada umbral: P. B. Shelley, Shakespeare, Solari, Keats, E.B. Browning, entre otros. Cantan, los pájaros cantan y de algún modo la música del poema nos lleva, nos empuja, nos balancea a su propio ritmo. La presencia de animales en este poemario me inclinó hacia la experiencia de lectura que estoy intentando compartir aquí, en este día en que este libro atraviesa también un umbral: su nacimiento.
Esta presencia de animales, como la de algunos animales fantásticos, orientó mi lectura hacia los Bestiarios medievales, algo a lo que se hace alusión en algún momento. En este caso los pájaros, las aves y todos sus elementos que habitan este poemario.
Aquí hago un paréntesis porque no quiero dejar de mencionar que la función principal de un Bestiario aéreo es la trascendencia. Según Elena Armijo Canto, en un artículo sobre el Bestiario medieval, el pájaro en tanto amigo del espacio, del viento y nativo en la dimensión del aire, simboliza la vastedad. Enseña la clave de la existencia, palabra que remarco porque se enlaza con el cierre de este texto. Por su naturaleza, su redondez y su perfección las aves pertenecen al espacio desprovisto de caminos. Se lo atraviesa sin dejar el menor rastro. Simbólicamente, en el espacio el pájaro se alimenta de aire, de la desnudez más absoluta y de luz. Me detengo en la presencia de los pájaros, claro. Porque el pájaro magnifica su simbolismo esencial, que es la libertad. A nivel simbólico entonces se trata del pasaje de lo terrenal a lo celestial.
En cuanto al ruiseñor y apoyándome siempre en esta conexión con los Bestiarios medievales, su canto bello y melodioso hace olvidar los peligros del día, ave relacionada con la música del amor en estrecha e íntima relación con la muerte. Cierro el paréntesis para entrar entonces en esta idea de ciclo que acaba de esbozarse y que encontramos en el poema dos, aquí algunos fragmentos:
Cornamenta dorada / ramas arbóreas
Renovación y crecimiento
(…)
Muerte y resurrección
Más adelante:
Luz y penumbra
intermitencia…
Por primera vez una primera persona se enuncia:
Soy la maga que se refleja en el vidrio
Y luego:
Me estoy yendo definitiva
Antes de la canción.
Hay un tiempo que se esboza aquí en el poema:
Una luna roja aparece en la arbolada
celebración de la música
canta un ruiseñor.
Estamos en la noche, hora en la que canta el ruiseñor. Y esta voz poética habla del poema, se nos habla del trabajo de la escritura en una suerte de meta-escritura y en este sentido nos interpela, lanza la pregunta como una daga: ¿cómo soportar lo fugaz? Pero los ruiseñores vuelven a cantar.
Hay una suerte de inventario de pájaros, un sendero en este bosque, en la noche del bosque, y en nuestro recorrido somos escoltados por el ruiseñor. Un ruiseñor que se desdobla. Se multiplica. De este modo son varios los ruiseñores que Straccali reúne, los trae y nos entrega su canto, esta música como una ofrenda.
En el poema «Desamor» una primera persona muy potente irrumpe: «Soy nómade / escribo sigilosa en mi guarida«. Nuevamente la operación de la escritura en el poema como también vuelve la idea del límite, la cesura, la interrupción que se insinuaba ya desde el comienzo. Poco a poco Eugenia despliega ante nosotros este camino sinuoso y callado rodeado de un bosque en el que es noche y los pájaros cantan, este sendero desde el que podríamos, tal vez, escuchar la música del poema. Para ello la poeta nos ofrece algunos signos, algunas advertencias, pistas a seguir como un rastro del que si no estamos atentos podría desaparecer: No olvidemos la pregunta ¿cómo soportar lo fugaz? Así nos lo advierte:
Silencio
Poema
Silencio
Hay un intervalo profanado
Allegro
Entre la maleza
Lejanamente
Se abre disonante una voz
¿es de una mujer?
Llora o canta… no sé.
Estos versos nos arrojan sin más a la incertidumbre, ¿de quién es la voz?, ¿de una mujer?, ¿llora o canta? La disyuntiva está instalada.
Y si antes mencioné al ruiseñor de los Bestiarios medievales, esta voz que no sabemos si es de mujer, si llora o canta me lleva todavía más lejos, hasta Las Metamorfosis de Ovidio. Allí, en el libro VI, Filomena, tras ser violada se transforma en ruiseñor. Según el poeta el ruiseñor sería la reencarnación del alma de Filomena, que metamorfoseada, se retiró a la sombra de los bosques, para cantar allí, durante las noches de verano, en las horas en que los recuerdos trágicos la asaltaban…
La pregunta persiste: ¿llora o canta? En el poema «Voz» se condensan ya desde el título todos los elementos que forman parte de la voz, del poema, una enumeración que va cobrando cuerpo, casi una catarata de todos los elementos que intervienen en la voz, como una orquesta en la que todos los instrumentos se presentan: Para escuchar la música del poema hay que alejarse aún más… (resuena).
Llegando hacia el final del libro Stracalli hace alusión al lenguaje de los pájaros. En el mundo antiguo también se habla del lenguaje de los pájaros. Según las tradiciones hebraicas los Libros sapienciales eran dictados al rey Salomón por las aves. En “Para escuchar la música del poema” la poeta nos dice: «Los pájaros cantan para desplegar su lenguaje invisible…»
Para escuchar la música del poema hay que estar en silencio, hay que abandonarse nos advierte también. Y mientras sucede el poema y la lectura, el poema habla del poema, apenas leemos que para escuchar la música del poema hay que estar en silencio, los pájaros cantan, despliegan sin más su lenguaje invisible, silencio, cesura, poema, soportar lo fugaz pero también asirnos de lo fugaz, avanzar en esta música sin rumbo, perdidos pero siguiendo el rastro, estamos y nos llevan sin advertirlo, donde, como dice Eugenia, nada se explica y todo sucede.
Allí, claro, estamos siempre en el poema. Mientras termino de escribir estas palabras, descubro esta frase de un poeta suizo —Philippe Jaccottet—, que se conecta con lo ya mencionado. Según él “Cantar es ser”.
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