La editorial Colectivo Semilla acaba de publicar Cruzar el desierto (Bahía Blanca, 2018), de Nicolás Guglielmetti. Compartimos un fragmento de este extenso poema junto a una nota de su autor sobre el camino de construcción del libro.*
Guglielmetti nació en 1981 en Bahía Blanca. Cursó estudios de letras en la Universidad Nacional del Sur y formó parte de Vox Ruta 33 y la Escuela Argentina de Producción Poética (EAPP), ambos programas destinados a la formación de escritores emergentes. En 2008 fundó el periódico Ático, del cual fue director hasta 2009. Ese mismo año inició la publicación Nexo Artes y Culturas, proyecto cultural bahiense que comanda hasta estos días y que oscila entre el papel, la web, el formato radio e incursiones audiovisuales.
En poesía publicó las plaquetas Cesar Palace (Bahía Blanca, Colectivo Semilla, 2009), Tres dedo (España, Niña Bonita, 2011), La adolescencia del bostezo (Chile, Letras de Cartón, 2012) y Bella Vista (Bahía Blanca, Vox, 2015).
Remeras que digan:
“Yo soy mi propio aparato”
Pensar que en donde ahora yace el monumento
a Bernardino Rivadavia allá por el 40’
ponían una fonola que pasaba música
para que la gente se disperse entre los pastos.
El colorado Martínez murió hace una década.
Se vino de Chile y disfrutó las oportunidades
que en la Argentina daba el general Perón.
Dedicó toda su vida a manejar cuadrillas de zanjeros.
Como herencia me dejó un tesoro de objetos que otras personas
por algún motivo querían ocultar.
No recuerdo cuál es la que se sienta en la falda
y cuál la que recibe la caricia procaz.
A veces lo mejor del arte de esta época
está en las redes sociales.
Alguien tira un poco de galletitas
cerca de las tanzas
para comprobar que hay vida y ver
borbollones
como cuando hay pique.
Esa ilusión es lo que los mantiene vivos.
Anoche nos emborrachamos con Ana.
Cuando desperté en la tele daban Terminator.
El futuro padre de John Connor se arrastraba
entre cadáveres de exterminadores.
Después se despierta y está junto a Sarah
en lo que aparentemente es un futuro mejor.
Para que el ruido del pez agonizante
no altere nuestra percepción de bienestar
meto los dedos en las agallas y giro el cuello.
“En la cabeza está concentrado el sabor de la vida”
me explican los peruanos.
Los que militan como los que están felices
no tienen tiempo para escribir. Sabelo.
Leo revistas en la tempestad.
A las 0:50 por la rotonda del Cholo:
mitad escarcha, mitad intuición.
Puse una etiqueta. Perdí.
Tipos que están comiendo
y ponen estoy comiendo.
Gente
que llama a Panorama
o vota a Gay.
Al lado de mi casa
estuvo comiendo Menem
cuando decir Menen
no estaba prohibido.
En una de sus dos o tres visitas
en que lo arrastraron a la ría local
a pescar tiburones.
No es boleto, lo juro.
Dicen que se sentó en el tablón
que arman todos los jueves
en el taller del Gallego
para comer asado y que los custodios
probaron antes su comida.
Esto podría ser el comienzo de una novela
si yo no fuera un tipo que asiste a un taller de poesía.
El lunes después de mañana
voy a confesar todo lo que pienso.
Acá uno antes cargaba a pala los barcos.
Río, acomodo un discurso rebotante
con mucha condescendencia mientras cierro una bolsa
con pescadilla de la cual voy a negar el origen.
Esto es como el amor.
* Nota del autor
Un largo poema que como una locomotora fuera de control viaja a estrellarse contra una utopía. ¿Acaso escribir poesía no es un poco eso? ¿En cada vagón dispuesto en la horizontalidad del paisaje uno puede encontrarse con fragmentos que pertenecen a diferentes niveles discursivos? ¿Qué se está tramando en esa operación de escritura? ¿La hay? ¿Qué une cada uno de los vagones? ¿Qué los resignifica y les da sentido?
Spots de políticos coucheados, habladurías de pibes tomando en una esquina, preguntas existenciales que uno le hace a un amor que ya murió, versos ajenos que merecerían un tatuaje y propios que nunca van a terminar de cerrar componen este cambalache ambulante que exige un lector participativo. Porque si hay algo de seguro en este texto es que requiere de un lector curioso que reponga y arme sistemas. Que lo complete porque, como en todo viaje y destino, va a depender con los ojos que se mire. Las preguntas que ese lector viajero le haga al paisaje y/o a la geografía del texto también… Las preguntas que ese texto desprende por el humo de la locomotora y se permite hacer… ¿Se puede escribir y dar cuenta de un proceso? ¿Es competente una poética que muestra las tuercas? ¿Es atinado mostrar los libros con los que dialoga un libro? ¿Acaso no habitamos un mundo de certezas fugaces donde no queda mucho espacio para los interrogantes?
¿En todo esto qué lugar ocupa un fragmento de la película Cincuenta sombras de Grey? ¿Qué están queriendo decir esas pescadillas que roncan y boquean en la arena junto a un balde? ¿Y una anécdota donde Carlos Menen en pleno mandato se sienta a comer en un taller mecánico? ¿Qué sensibilidad hurga entre las cenizas de un volcán que caen del cielo y lánguidas se desarman sobre la tumba de un genocida? ¿Qué pasa cuando un personaje como Alfio Basile habla de la ciudad? ¿Qué pasa cuando habla sobre un ovni que vio en su niñez y qué sucede si en esa misma esquina hoy yace un mural del Che Guevara? ¿Y qué sucede si el que escribe conoce a Basile por su abuelo o por azares de la vida? ¿Es la misma visión de los hechos la que se tiene de los medios que las que parten de las historias que no figuran en la historia oficial?
¿Qué lugar ocupa en la poesía tener conciencia de la ciudad que habitamos? ¿Cuantos bahienses son conscientes de que su ciudad fue fundada sobre el exterminio de los pueblos originarios? ¿Qué lecturas puede hacer sobre esa lectura una persona que no conoce Bahía Blanca?
En fin, el viaje sigue y podría seguir enumerando reflexiones y preguntas sobre el peronismo, la agenda de los medios , la fugacidad de las redes sociales, las traducciones e interpretaciones de la época y las cosas esenciales que parecían un chiste y se convirtieron en un monstruo que nos pisa la cabeza, pero para eso están ustedes. Para subirse y tratar de darle sentido a todo esto.
Links
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