Elizabeth Bishop. Gregorio Valdés 1879-1939

Gregorio Valdés 1879-1939, Elizabeth Bishop, Fadel&Fadel, 2017. Trad.: Victoria Cóccaro

[Fragmento inicial]

La primera pintura que vi de Gregorio Valdés fue en la ventana de una peluquería en Duval, la calle principal de Key West. En esa cuadra también hay billares, bares de mala muerte y locales de lustra botas bajo un toldo de madera que da sombra a la vereda. El cuadro estaba apoyado sobre un cartel de whisky Eagle, junto a otras cosas que decoraban la vidriera, rosas rojas y verdes de papel crepe, guirnaldas que habían quedado de la última navidad y el aviso de una opereta en una escuela cubana… todo ello estaba cubierto de una lámina de polvo, pedacitos de moscas y alas de termitas.
Era una vista, una gran vista, de un camino recto que decrecía en perspectiva hacia un punto por el campo verde, a cada lado se alineaba una fila de palmeras, pintadas con tanta precisión que uno podía contar siete árboles en cada fila. En el medio del camino había una figurita de un hombre sobre un burro y a la derecha, mucho más lejos, una manchita blanca era una cabaña cubana que parecía tener el mismo juego de perspectivas que el perrito de La Carriole du père Junier de Rousseau.
Desde arriba el cielo era primero azul, después blanco, después un resplandor rosado del rosa de una calurosa tarde tropical repleta de mosquitos.
Cuando volví del restaurant y me paré delante de la peluquería, este cuadro me hechizó, al final entré y lo compré por tres dólares.
A la dueña de casa donde vivía le habían enseñado a pintar óleos en el Convento (…la casa estaba llena de copias de The Roman Girl at the Well, Horses in a Thunderstorm, et.), ella estaba muy indignada con la situación y decía que podía pintarme el mismo cuadro por «quince centavos».
El peluquero me dijo que podía ver más pinturas de Valdés en la vidriera de una fábrica de cigarrillos sobre la calle Duval, una de las últimas que quedaban en Key West. Había seis o siete: un cuadro horrendo de «La última cena» en azul y amarillo, otro en el que un Angel Guardián velaba por dos nenes en el borde de un precipicio, un estudio de flores… todas copias, y también copias de postales locales. Me gustó mucho un cuadro de una finca en Cuba en aquellos campos verdes, con dos de las palmeras predilectas y un árbol de bananas, una silla en la entrada, una mujer, un burro, una flor blanca muy grande y un avión de Pan American en el cielo azul. Un amigo se lo compró y ahí fue que decidí ir a conocer a Gregorio.
Vivía en Duval al 1221, tal como figuraba en todas sus pinturas, pero tenía un «taller» a la vuelta en una casita derruida e inhabitable. Una paleta clavada en una de las columnas de la galería decía G. Valdés, se pintan carteles. Adentro, en las tres habitaciones había agujeros en el piso, crecían plantitas por cada agujero. Gregorio había cubierto dos partes de las paredes con postales y fotos de diarios. Una parte era de animales: animales bebé en zoológicos y animales salvajes en Africa. La otra parte eran sobre todo reproducciones de vírgenes y otros motivos religiosos impresos en rotograbado. En una de las habitaciones había una virgencita de yeso y en frente un pocillo con velas amarillas con forma de rosas, a medio derretir. También tenía un catre viejo y una hilera de latas con plantas adentro. Una de ellas era de albahaca dulce, la cual era invitada a oler cada vez que lo visitaba.

 


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