Fernanda Laguna – Cecilia Palmeiro. Mareadas en la marea

Mareadas en la marea
Fernanda Laguna – Cecilia Palmeiro
Buenos Aires, Siglo XXI, 2023

Nota y selección: Gustavo Toba

Fernanda Laguna y Cecilia Palmeiro escriben un diario retrospectivo sobre la lucha por las reivindicaciones feministas nucleadas a través del movimiento Ni Una Menos a partir de 2015. Un diario emparentado con la bitácora (anotaciones del rumbo y las maniobras de navegación dentro de la marea) en el que las autoras trazan una cronología de esta experiencia considerada especialmente en su fuerza colectiva. Es un libro lleno de energía en el que la escritura aparece en múltiples registros.

La ficción literaria, la consigna, la humorada, el poema, el manifiesto, el vocabulario académico, el chisme, las pintadas callejeras conviven a lo largo de las páginas como acciones hermanadas por un territorio en común y una nueva forma de militancia. Son, antes que nada, el efecto de intervenciones cuyo objetivo es revolucionar a la manera feminista, una práctica compuesta de saberes múltiples, linajes diversos y vindicaciones sobre las que Mareadas en la marea puede leerse a su vez como una forma de cartografía.

Fragmento de Mareadas en la marea

La noche del 7 de marzo de 2015 estábamos en la previa de un cumpleaños, con miles de amigues en nuestra casa, un ambiente diminuto, apiñades. Cada invitade traía bebidas y aditivos y eso nos llevó a que en pocos minutos estuviésemos absolutamente borrachas, charlando sobre temas random: Vicky con su nuevo novio, Mariano con su viaje a Grecia, chisme va chisme viene la lengua de las locas coparon la parada. El calor de la conversación subía y los cuerpos se agitaban en la abundancia desbordada (todavía teníamos plata para los excesos). Con las pocas herramientas intelectuales que nos quedaban, nos pusimos a hablar sobre todo el trabajo invisible que hacíamos. Dijimos: laburamos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, todos los días de la semana. Hacemos todo por todes, describir todas las tareas que enumeramos nos llevaría un libro entero. Al final de una larguísima y penosa lista, llegó la epifanía. Sentadas en el sillón, cara a cara, nos miramos a los ojos y nos dijimos: hay que hacer una huelga de mujeres. ¿Quién les daría la teta a los bebés? ¿Cómo producirían las fábricas sin nosotras? De a poco la risa se fue disipando, pero a través de la mirada firme nos dijimos: qué idea genial. Nadie sabía que la primera huelga de mujeres se había hecho en los años setenta en Islandia por la igualdad salarial, cosa que lograron. Tampoco se sabía que en Polonia y en Corea del Sur ya se corría la bola, y un año y medio después, en octubre de 2016, pararían justo antes que nosotras. El colectivo Ni Una Menos todavía no existía, y no sabíamos que estábamos yendo al cumple de una amiga que sería una futura compañera en el proyecto que nos cambiaría la vida a todas. Como todos nuestros planes, este nació como un chiste. El resto de la reunión no se percató de nuestra epifanía creativa. Pero para nosotras, antes de salir, la noche ya estaba hecha. ¿Qué más podíamos pedir que un plan tan espectacular? El germen de la marea empezaba a agitar los inconscientes y a despertar el deseo de cambiarlo todo.

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El final de 2015 nos encontró más unidas que nunca en la nueva configuración del grupo. La primera marcha había sido convocada por un grupo de periodistas y tuiteras famosas, que se cortaron del colectivo el mismo día de la marcha (parece que ni siquiera festejaron juntas en el after). Las que se fueron y ya no activaron se autodenominaban Línea Fundadora. Las que quedábamos y nos sumamos luego de ese primer quiebre nos llamamos, con justicia poética, Línea Fumadora, rompiendo de esa manera con el mito fundacional y sus jerarquías. Queríamos un grupo verdaderamente horizontal, sin personalismos. Fundir el yo en el nosotras fue un proceso de amistad política que se consolidó en los primeros meses de 2016. 

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En un momento se acercaron unas compañeras y nos avisaron que había un conflicto abajo, en la cabina del camión (el escenario era el tráiler), y que necesitaban personal de seguridad (nosotras) para resolverlo. Nos agarró pánico pero fuimos con las dos mariposas a encarar lo que fuera. Llegamos y había un montón de chicas gritándole al camionero y trasheándole los vidrios con rouge, y entonces el chabón quería irse y llevarse el escenario. La cabina tenía un sticker que decía: “Acá suben 100% putas”, lo cual era intolerable para una protesta feminista. Hubo que mediar entre el camionero y las pibas y se resolvió el problema arrancando el sticker. ¡Después de eso nos sentimos re poderosas! Volvimos al escenario y el micrófono estaba vacío. Miles de mujeres gritaban desde la plaza bajo la lluvia torrencial que no paraba (ellas tampoco). En un momento vimos una mano que nos decía: ¡Vengan, vengan al micrófono! Nunca habíamos vivido algo igual, nos pusimos a arengar como locas, llenas de emoción, con lágrimas en los ojos y la voz cascada. Cantar y luchar junto con 200 000 personas era como lo que seguramente sienten Madonna o Britney, pero mucho mejor. La energía de la marea circulaba por nuestros cuerpos como oleadas que nos dejaban la piel de gallina. Improvisando discursos acuñamos una frase épica por lo hiperbólico y profético: ¡hoy acá somos millones de compañeras! ¡Digo miles! Y ahí, para zafar y encender más la chispa, hicimos el grito de guerra feminista tapándonos intermitentemente la boca tipo malón: auh-auh-auh, y la plaza entera trinó y la tierra tembló.    

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Elaboramos así una ética feminista de la vida, ya que incluso marchando por las que ya no están, la colectivización del duelo transforma la energía de luto en lucha y en encuentro vital. Sentir que una no está sola ya levanta el ánimo. Esta ética de la vida está ligada al deseo no como falta sino como potencia, y al placer como derecho y horizonte, como pilares históricos de la lucha feminista, a diferencia de la ética del sacrificio que proponía la lucha armada (en Río de Janeiro existe un grupo que se llama Vem pra Luta Amada). La preparación de la fiesta feminista tiene que ver más con el ritual energético y transformador (el aquelarre) que con el mero desgaste de la fiesta comercial. (…) El capitalismo se fortalece y domina en la infelicidad de la posesión privada mientras que la fiesta feminista revaloriza la felicidad del compartir en un acuerpamiento de seres deseantes. Allí, los duelos y los problemas se colectivizan y se vuelven lucha a través de la fiesta colectiva. Se vuelven un ritual multitudinario que nace para recordar, presentificar, actualizar y crear una nueva forma de poder, un contrapoder feminista. El deseo colectivo volcado en la asamblea tira para arriba en la lucha feminista y siempre logramos hacer lo que nos proponemos. Además de producir el cese de actividades en cada territorio, de la asamblea salen la organización de un acto, una marcha, un documento. Para ello, nos dividimos en comisiones de logística, escenario, comunicación y autocuidado. Pero lo más interesante de la asamblea es el saldo organizativo: las redes y amistades políticas que fuimos tejiendo para garantizar el paro y la inteligencia colectiva resultante de pensar, debatir, activar y escribir juntas. Todos los mecanismos del poder existen dentro de la asamblea; desde una perspectiva micropolítica, el mayor conflicto es el combate entre el Yo de la subjetividad colonial-capitalista-patriarcal y un Nosotras en construcción y con rumbo desconocido. Hay algo del miedo del Yo (y su necesidad permanente de reconocimiento) a entregarse a ese Nosotras inmenso, diverso y no siempre amigable. A pesar de esto, y contra todo pronóstico, se impone la fuerza de lo colectivo como deseo vital de transformación y de integración y de cobijo: se arma el nosotras/nosotres a pesar del yo. Eso es lo que llamamos acuerpamiento.      

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Muchas compañeras narraron abusos de familiares, exparejas, jefe. Por primera vez nos atrevíamos a hacer público lo que solo nos contábamos entre amigas. Pero lo más importante era construir un relato, no necesariamente en el sentido del escrache de revelar la identidad de los machirulos, que en muchos casos ni se conocía. El fin no era acusatorio, sino narrativo. Esa acción tenía mucho que ver con el germen de Ni Una Menos en relación con la escritura y con el establecimiento de nuevas narrativas sobre la violencia. Empezábamos a ejercitar la escritura colectiva, que sería uno de los sellos del grupo. La primera marcha Ni Una Menos en 2016 (la de 2015 había sido una concentración) fue un éxito. Luego de esas multitudinarias asambleas, se duplicó la cantidad de gente en todo el país. Esta vez las convocantes no fueron solo las integrantes del colectivo Ni Una menos, sino cientos de agrupaciones nucleadas en la Asamblea Ni Una Menos. Desde ese momento, la asamblea fue nuestra forma de organizar todas las acciones.

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Las pequeñas y medianas editoriales incitan a una escritura que no pretende volverse canon y destronar a “los grandes escritores y escritoras”, o lo que más venden, porque no hay lugar ni tiempo para hacerlo, ya que su literatura es una herramienta del presente, de la vida. No hay un plan para el futuro; el único plan es el disfrute del presente. No se disputa la pertenencia y la inclusión en un canon, sino que se trata de crear escenas y circuitos propios (por ejemplo, el movimiento de poetes villeres). El paradigma es el de la multiplicidad: los mil circuitos, las mil escenas.

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La posibilidad de organizar una muestra en una sala disponible de la galería Nora Fisch nos llevó a querer mostrar todo lo que sucedía en las calles en los últimos dos años desde la primera manifestación Ni Una Menos. Para bajar a tierra el proyecto tuvimos que comenzar a curar nuestro propio archivo de materiales encontrados en nuestros teléfonos, nuestras computadoras y nuestras casas, y de cosas que fuimos cartoneando por las veredas y las redes. No es un archivo histórico de la totalidad de un proceso revolucionario sino un diario íntimo colectivizado de esa experiencia desde la perspectiva de nuestra amistad, una indagación del valor histórico de lo íntimo para una epistemología feminista de lo personal como político. Esta idea de nuestro archivo viene de la herencia del under artístico más radical (desde el Parakultural, pasando por el Rojas, hasta Belleza y Felicidad) y de la tradición literaria de las voces feminizadas (en particular las lenguas de las locas) a quienes solo se nos permitía escribir o pintar “sobre nosotras”, sobre lo subjetivo y lo íntimo, mientras los hombres podían representar lo público, lo universal, lo histórico. Una división sexual jerarquizada del trabajo intelectual hacedora del mundo.

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El tiempo del ocio es el tiempo más precioso de todos porque nos permite reapropiarnos de nuestro deseo y de nuestra energía, en vez de vivir agobiadas respondiendo con una raqueta de tenis a cada pelotazo. En este tiempo de ocio casi sagrado pudimos desplegar nuevas ideas en relación con el paro: ¿qué hacer con nuestro tiempo una vez que nos sustraemos al trabajo? Solo en esta dimensión de la experiencia del tiempo (el ocio) podemos imaginar una reapropiación deseante del tiempo del paro. ¿Qué es lo que realmente deseamos hacer con el tiempo ganado al trabajo? Para conocer ese deseo, era necesario experimentar la potencia del ocio sin culpa. Porque parte importante del inconsciente colonial capitalista tiene que ver con la expectativa de productividad permanente y la culpabilización del tiempo improductivo.

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#NosMueveElDeseo es otra de nuestras ashtags-arengas habituales. Es una idea fuerza que nació en el proceso de escritura colectiva del documento La Internacional Feminista, con el que en 2016 empezábamos el proceso de internacionalización desde el sur y desde abajo. La consigna, vuelta un clásico del movimiento, funciona a varios niveles. Reivindica la noción de deseo que había sido degradada o banalizada (frente a la urgencia del hambre, por ejemplo) y asociada a la fantasía como pura especulación feminizada al estilo del relato romántico (frente al dato duro de la realidad como territorio masculino). Sin embargo, la fantasía no es lo opuesto a la realidad, sino lo que la realidad deja afuera de su recorte de lo posible y lo verosímil. Para nosotras, desde las lenguas de las locas, la fantasía tiene un potencial creativo enorme, no como evasión de la realidad sino como productora de lo que todavía no existe. (Esto también lo afanamos de Butler pasado por otros libros nuestros). El deseo es el combustible de toda acción y transformación, la materia prima de la vida desde una ética feminista que politiza el deseo, el cuerpo y sus placeres, y que erotiza la política. La consigna también pone énfasis en el movimiento y en lo colectivo del deseo como fuerza impulsora de la marea (un colectivo deseante).