Sobre Escombros, de Lucas Peralta
Texto que presenta a Escombros, libro del poeta Lucas Peralta, publicado por Barnacle en 2017. Se agregan poemas de la obra.*
“Polémico”, como suele decirse, parece repicar un duro cuestionamiento a la poesía que se está escribiendo en el par de versos con que termina el libro: “¿De qué se ríe mi generación? ¿De qué se acuerda? ¿A/ qué le está cantando?” Si anduvo por ahí la intención, como sospecho, también hay motivos para ver en esas preguntas un llamado a, sencillamente, preguntarse, indagar qué está hoy jugándose donde se supone que hay escritura poética, o cómo podría la poesía relacionarse con el enrevesado mundo en que transcurren nuestras vidas. Me da la impresión, en todo caso, de que, aunque funcionan como una suerte de conclusión o cierre, en lo que esas dos líneas resumen está el origen del libro, como si ahí palpitara impaciente la obsesión que al estallar abrió las compuertas para que la escritura de Lucas Peralta empezara a desplegarse como se desplegó, arrastrando a su paso todo lo que iba tocando, para hacer lo que ese impulso de escritura reclamaba: poner en marcha las palabras para pensar las palabras y lo que con las palabras queda puesto en juego. Y hacer con esa materia, las palabras, algo que merezca existir, como merece existir lo que responde a necesidades profundas y se mueve y palpita.
Como quien reconoce que trabaja con restos y con incompletudes imposibles de encajar pero rotundas en su materialidad, la palabra “escombros” viene bien para titular esta inquieta serie de poemas sobre la poesía, o sobre la escritura de poesía, o sobre el lenguaje: qué hacemos con esa materia indócil, que nos constituye pero que siempre se nos escapa (“El hambre no es/ simbolizable, el mundo tampoco. ¿Qué hacer?”, se dice en la tercera parte del poema 37 bis). Conformado como una serie de intentos más o menos fragmentarios de abordar una y otra vez el interrogante que le dio origen, el libro puede verse como un arte poética en estado de perpetua elaboración, o un tratado sobre la poesía o la escritura, siempre que a la palabra “tratado” se la entienda irónicamente: imaginemos un tratado que, en vez de “una exposición integral, objetiva y ordenada de conocimientos sobre una cuestión o tema” elige internarse en lo incierto que plantea la cuestión, vista más bien como un desafío o un territorio a explorar, donde avanzar a fuerza de interrogantes explícitos o tácitos, de contradicciones, de tanteos, de provocaciones, sometido todo al juego de fuerzas de una escritura poética: es solamente abandonándose al saber de la escritura que se descubre qué había que decir, a los ritmos que impone, a los hallazgos que surgen de las necesidades sonoras y de las asociaciones que el placer de la escritura convoca. Tal como la entiende Peralta, esa aventura de la escritura es, básica y radicalmente, una aventura política, porque se lleva a cabo contra el disciplinamiento de las significaciones, contra la imposibilidad de hacerse cargo del drama o la tragedia de las reales relaciones sociales que impone un lenguaje embalsamado, ese en el cual el “todos nos entendemos” es el placebo contra la herida de las desigualdades, el principal sostén del consenso por el cual la dominación se naturaliza.
“Escribir el poema con palabras como cuerpos”. La lucha para que se abra algo verdadero en la escritura y la que se enfrenta a la opresión social son análogas: ese, creo, es el núcleo de lo propuesto en Escombros, tanto que no sólo una lucha y otra se remiten a cada rato sino, muchas veces, son lo mismo. Qué responsabilidad le cabe a la palabra poética ante la urgencia del sufrimiento humano: vista la infinidad de tentativas que a lo largo de años y décadas respondieron a esa inquietud, y vistos todos los fracasos y las ingenuidades y hasta las estupideces o aberraciones que resultaron de esos intentos, parecería quedar sólo el gesto resignado con que muchos aceptaron que mejor es archivar la cuestión. Habría que empezar a preguntarse de nuevo todo, propone, en cambio, el libro de Lucas Peralta, porque hacerse cargo de la imposibilidad tampoco alcanza, y porque la necesidad de seguir intentando es, además de ineludible, un deber ético, aunque en los hechos no pase nada. Y acaso el propio intento de arrancar de nuevo sea un logro, al instalar al menos algo que no entra en el juego de la convivencia domesticada, un foco de inquietud incesante, algo que, al no poder resolverse, sigue insistiendo en su demanda de respuesta.
“Nuevamente la/ materia es fuente, lenguaje y horizonte que reclama./ No basta con aquello que las palabras significan, sino/ con lo que callan. La falta de forma busca su ser, su/ estrépito. La tarea delimita caminos que encierran/ este enjambre de la poesía y su imposibilidad”. No sabemos cómo es el mundo ni hacia dónde va, no estamos nada seguros de si realmente podemos decir algo del mundo –o de cualquier otra cosa–, pero tampoco podemos dejar de escuchar los llamados, silenciosos o estridentes, del mundo, ni sofocar demasiado la necesidad de encontrar palabras que respondan a esos llamados. No hay respuestas, sin embargo, en Escombros. Se dice, sí, que “no hay dinero que no esconda sudor humano”, o, a la manera de un descubrimiento, “Intemperie, o palabras como segundo término de un lenguaje incompleto”, pero esos hallazgos tienen más que ver con lo entrevisto que con lo conclusivo, antes que responder a algo dan algo a pensar. Nada que sirva para cosechar certezas o alguna seguridad, y menos aun consuelo o fórmulas de salvación, porque no son compatibles los consuelos, las fórmulas y las seguridades con una puesta en juego de la cuestión tan profunda como la que lleva a cabo Peralta, y por eso mismo irresoluble. Que algo se erija como imposible de responder puede ser una manera de que la necesidad de respuesta esté cada vez más viva.
Insistente, incisiva, la repetición de una palabra, “hambre”, parece funcionar como piedra de toque contra la que se prueban todas las especulaciones y las consideraciones, referencia y cable a tierra, o sacudón que despierta. Tan arraigada en la pedestre, revuelta y sufrida “vida real” como en algunas de las más elaboradas tradiciones de la poesía y del pensamiento teórico, la de este libro es una poesía a la vez violenta y refinada, comprometida hasta el hueso y a la vez reflexiva, incapaz de quedarse con un solo lado de las cosas y necesitada de darle vueltas a las cosas y volver a pensarlas. De ahí la insistencia, el obsesivo retornar una y otra vez a lo mismo, porque siempre queda algo que no fue dicho, otro ángulo desde donde entrarle. Inconformidad como principio básico, ante la evidencia de que eso que llamamos “realidad” es inaferrable, y también como poética, para impedir cualquier reducción de las significaciones y mantener abierta la extrañeza, ese “no saber” que está en el principio de cualquier búsqueda, antídoto contra la soberbia y la necedad, como para que la necesidad de revelación no se cierre nunca. Mejor, de hecho, que renuncie el lector que espere captar de una vez todo lo que pueden ofrecer estos textos, o en dos veces o diez, o que no acepte que hay cosas que se resisten a ser decodificadas (¿qué es “cúspide a tiento y tajo”? ¿y “labriego de objeto en plano”? ¿cómo entender “discursos a trocha emulada”?), porque lo que Peralta le propone es un trabajo, muy disfrutable, sin duda, pero no por eso menos arduo: “Dificultad. Conflicto. Esto es lo que suplementa todo hecho poético”, dice el poema 36. Es un disfrute de otro nivel, no el rápidamente soluble disfrute de la facilidad, el que ofrece esta poética, que es también una ética de la lectura.
Habría, entiendo, dos maneras de leer “Escombros”, que se complementan: una primera que se deje llevar por la energía de la corriente verbal, sus contrastes, sus diferencias de tensión, sus interrupciones, sin preocuparse mucho por entender, como quien escucha una música, y otra que se va deteniendo a considerar lo que encuentra, a desentrañar, hurgar en significaciones posibles, a conjeturar interpretaciones, poniendo en juego al máximo las capacidades de la inteligencia y la imaginación. Así como está administrada, sílaba por sílaba, verso por verso y palabra por palabra, la construcción del libro y de cada uno de los poemas, la primera lectura implica dejar que el sentido de lo que se dice transcurra por zonas más o menos subterráneas de la mente, vaya haciendo ahí su oscuro trabajo, a la manera de esa “comunicación inefable” de la que hablaba Lezama. La segunda, en cambio, poco menos que imposible sin la primera, requiere atención, paciencia y relectura, mucha relectura, y es en ese sentido inagotable: algo antes no visto aparecerá siempre en cada retorno a los poemas, en el plano de la comprensión pero también en el de las emociones, porque lo que está en juego son las razones de estar en el mundo.
Aunque va a sonar exagerado, no puedo no decirlo: más que un buen libro, Escombros es para mí un gran libro, uno de esos que sólo aparecen muy de cuando en cuando, potente y singularísimo. Lo que va a sonar aun más exagerado si se tiene en cuenta que es el primer libro de su autor, pero el hecho es que a esa sensación ya la tuve la primera vez que, hace seis o siete años, leí poemas de Peralta: “Idioma dentro del idioma, estado dentro del estado, cosmos dentro del cosmos, toda obra literaria se caracteriza por la coherencia de sus leyes internas», escribió Juan José Saer, y con eso fue, para decirlo de algún modo, con lo que me encontré, una de esas propuestas inconfundibles que abren, en el conjunto de los discursos, un espacio hasta entonces inexistente: nuevas posibilidades para el lenguaje, nuevos modos de leer. No sé cómo llegó Peralta a eso, sí que en su momento me llamó la atención, y que verlo ahora organizado en un libro como Escombros tiene para mí el valor de un acontecimiento.
42
Como raíces salvajes. Sin fruto,
sin semillas. Así
se pudren las palabras.
Y sólo un vago hedor o aliento
sobrevive. Así
perduran las palabras.
Como un salmo sin dios en el vacío.
Guillermo Boido
En el murmullo de las piedras habitan los muchos de muros y tiempo, la traducción de plurales y los caminos en instrumento.
Hagamos la representación del destino evidente y mínimo –como el carácter verbal dador de
campos de significado- en suposición de respiro, campo y muestra del lenguaje en proceso.
De toda página y agua en rostros, la forma de la palabra –en intemperie de caídas- arrastra
sombras en la inobservancia móvil del mosaico acre y corriente.
En este incalculable amasijo de términos macilentos y depuestos, se decomisa el habla infecunda y voraz, las infringidas y desharrapadas unidades léxicas, o los tropiezos incurables y semánticos.
Aquí, desde las orillas del lenguaje, las cicatrices se doblegan por los caminos de escombros
en perspectiva y altibajos; por componentes sintácticos que, en misión empecinada, desenvuelven contenidos utilizados en verificables procedimientos. Eso, solo contenidos.
Los niveles de poeticidad -o definición de lenguaje poético recíproco- rechazan mensaje y ciencia en cualquier manifestación metódica imprevista. Ciertos textos, a decir verdad, acercan su sitio en el discurso del recambio de esquemas.
Mimesis, o lugar poético hallable, en esta fricción de opciones teóricas y resabios semánticos buscadores de poesía. Cuando el lenguaje ejemplifique que nada sea cierto, la palabra arrancará mil hojas en blanco de pura imposibilidad, y licuará -en fronda- todo alfabeto de mensaje y comunicación virgen de propósitos inconciliables.
En resabio o grúa novicia de frases como posibilidad de lenguaje hurgan los salmos en el entreacto como noción impar a cualquier dependencia. Si el primer momento decodifica un mensaje, el segundo –disímil y en enojo- informa del silencio y manifiesta las traducciones y probabilidades de organización.
Volver, ahí, en medio del vórtice del diccionario barrizal terco. Sucedieron así palabras.
33
I
Ni siquiera quedará el encapotado lenocinio de bravura y brea frecuente. Las versiones de la soledad -y zanja- ladean por el indebido tumulto de voces no cerebrales de intuición e instinto que glosa este linaje más allá de ciertos poemas que crecen en el anverso, y que rajan la cara.
Por dónde empezar en estos días de resultado abolido.
Origen. Pacto forzoso atinado. ¿Habrá acaso que flaquear en la desrauda e insondable quietud de las primeras palabras?
Por favor, alguien que plasme estos derrames.
II
Escribir como con ruido. A gritos. A pedradas de fusta apariencia en el departir tácito del pregón en el cogote. Por lo oscuro, son voces las que ensayan al reparo de la sombra de las palabras y, al cobijo bebido del río, el atolondrado pedazo textual considerado.
¿Los dos versos de Comentario XVII? Sencillo el intervalo en medio de la turba. No obstante, el intervenir la limosna hará reponer la recaída, bailotear en óbice yunta, y, en posible yunta,
abrigar aquellos párpados que el baldío mujeril fechó.
III
¿La página sesenta y seis de Trilce? Sí, y toda la pobreza atardecida bajo vinos y versos interminables como alhaja digna plausible en los desatinados decesos de mesas y preguntas. Ánimo y lenguaje previo para regular el habla como instrumento y laburo comunicativo.
Encauzar y emitir con descaro la palabra desencajada en bloques léxicos y visión de totalidad. Así, como fragmentos aislados latentes, o esquemas e intuiciones agotadas rigen las bases que, a los ponchazos, comunican la densidad única e irrepetible de toda obra que sueña explotar por ahí.
IV
Métrica, estructura sonora, ritmo, imagen o propósitos desestimados de jerarquías en impío orden, coso este, o resabio guacho de escuelas.
En este incalculable amasijo de términos macilentos y depuestos, se decomisa el habla infecunda y voraz, las infringidas y desharrapadas unidades léxicas,
o los tropiezos incurables y semánticos.
¿Y todo esto? Ecos descocidos o roturas cargantes en árido papel frente a palabras ya ajadas por el color y el dolor de la grieta; solo un puñado de significados al ras que, en preces, se debaten el signo, los límites en acto y carga; vestigios que por falta de tiempo –aunque cautos- recapitulan toda esta sarta de palabras al pedo arrojadas como imagen; sobras, nómina precisa de sombras.
Nada más. Palabras, nada más, o sombra de palabras como faca y canto. O versos
raptados y emitidos como bastón siquiera.
V
Alboroto aprensivo y puntilloso en discurso repetido subyacente, mensaje y objeto que deriva y funda todo lenguaje aislado como resonancia poética y razón de ser en ambos planos de abolida petición. Los golpes reclaman imposibilidad, creación y comentarios de lo que casi logramos. Exégeta por los resquicios; las rendijas de una
voz que comienza.
O pedazos de pura prosa que basan el secreto áspero y descreído de la intemperie
en la sola explosión de un lenguaje ajado y harto ya de docilidades, obedientes al tanteo, embrolladas. Seres sin palabra, acá. Afuera se constituye la tentativa de secuencias que hombres deshablados tienen como opción.
VI
Desmembrados. En páramos sémicos se adquiere el relieve por la mitad del poema que chilla. Entonces escombros. Y el color de la intemperie y el hambre que ocluye la posibilidad de comunicar. Ir por los bordes, rescatar los pedazos en el equilibrio de
un corpus ya abatido. Solo humanos, insignificantes fragmentos de lo que nos queda.
Deshechos como sustancia sonora más allá de toda escucha posible en la recurrencia
de engendrar signos.
31
Sobre la piel urbana, los masticadores ardidos por el ansia, arrojan los pedazos.
Ni alusión a la imagen, ni similitud simbólica posible; el combate obstinado roe toda elocución literal y conspira en el empleo innato de causante en jerarquía.
Frente a trece veces de silencio, como acogotar y verse, el rumbo disonante se desmanda en erratas de sujeción.
No basta con lo que las palabras significan. Tajeada ya la guarida en seca voz, repitiendo las hojas ya caídas, el apacible y tenaz encuentro alumbra el descampado de los rezagados.
Mi silencio y todo lo que nos han quitado: la palabra del todo caída, asumir la desdicha enredada, intervenir la infamia en concreción, y ese murmullo como silencio sospechoso.
Habrá que compendiar todo inicio embarrado, reponer la obstinación del vertedero en pugna y guerrear con el trabajo a mano y con el nudo nítido y templado del tajo a cuestas.
Si algo todavía no tiene palabra, la imitación será motivo para erigir los sonidos de limites lastimeros y abruptos baldíos. Giba como manojo de textos; miseria. Traer al poema alegórico como agravio y hundirlo en la gamberrada.
39
Miríada de escombros, pedazos de tanta cosa que queda por ahí.
O solamente huellas, restos de momentos y lugares; datos empíricos.
Por recodos de compases, desparramar ausencias como semillas de toda soledad abatidas.
Inoíbles montañas de rezos se sumergen como embriones de piedra.
Presa de la intemperie la penumbra del lenguaje; restos, palabras sin significante.
O un rincón vacío que la lengua agrieta, o solamente un vacío lleno de rostros.
¿De qué se ríe mi generación? ¿De qué se acuerda? ¿A qué le está cantando?
* Lucas Peralta (Avellaneda, Pcia. de Buenos Aires, 1977)
Poesía
Escombros, Buenos Aires, Barnacle, 2017
Ensayo
-Reunión: Elementos y procedimientos en el momento de contar la realidad. En Escenario móvil. Cuestiones de representación, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, Buenos Aires, 2012
-«La patria y la escritura. El compromiso artístico y la militancia política. Literatura política y realidad argentina. El caso Viñas», en Imágenes, poéticas y voces en la literatura argentina: fundación e itinerarios. Del Centenario al -Bicentenario, Buenos Aires, Buenos Aires, CCC Ediciones y Fondo Nacional de las Artes, 2010
-Boedo. Orígenes de una literatura militante. Historia del primer movimiento cultural de la izquierda argentina, Buenos Aires, CCC Ediciones, 2007
-«Raúl González Tuñón: Otras imágenes del verso, Reflejo e invención», en colaboración con Leonardo Candiano, en Por Tuñón, Buenos Aires, CCC Ediciones, 2005
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Poesía. En De lo que No Aparece en las Encuestas/ Poetas Argentinos