Lea Goldberg (Königsberg, actual Kaliningrado, exclave ruso, 1911 – Jerusalén, 1970) es una de las grandes escritoras israelíes, muy poco traducida al castellano. El poeta argentino David Wapner, radicado en Israel hace muchos años, realizó esta serie de traducciones del hebreo para la colección mo.na.da. Publicamos el prólogo a la edición en una versión extendida.
Ventana y espejo (antología)
Lea Goldberg
Buenos Aires, mo.na.da, 2020
Traducción del hebreo, pról. y notas:
David Wapner
“No soy una dama que escribe poesía: soy poeta. Mi poesía no es algo que pueda cambiarse por joyas. No es vanidad. Un poema es un poema (…) A esas damas que escriben poemas desde los quince años hasta el día de su casamiento hay que enseñarles a cocinar y sacarlas de paseo dos veces al día”.[1]
1
Lea Goldberg, poeta desde su infancia, única mujer en los círculos de la vanguardia modernista de Tel Aviv (el grupo literario “Yahadav”, al cual fue admitida en 1935, año de su llegada a Israel-Palestina, y en donde revistaban pesos pesados como Avraham Shlonsky, Natán Álterman, Alexander Pen, entre otros varones): no voy a escribir aquí su biografía, imposible de resumir, pero voy a tirar algunas puntas de las que ustedes podrán agarrarse y, de este modo, continuar adelante. Porque Lea (Königsberg, Imperio Alemán, 29-5-1911 / Jerusalén, 15-1-1970) ocupa un espacio en la poesía hebrea que, para aproximarnos a una equivalencia, en la Argentina asignaríamos a María Elena Walsh (por su presencia en el imaginario colectivo) pero que también compartirían Alfonsina Storni, Irene Gruss y/o Alejandra Pizarnik (por su presencia en el imaginario de les poetas). Y, aún así, no sería suficiente. Lea, que en 1933, se había doctorado en lenguas semíticas en la universidad de Bonn,[2] fue poeta, pero escribió todos los géneros (cuento, novela, teatro, guion de comics, periodismo), tradujo del italiano y el ruso, dirigió suplementos dedicados a la infancia en diarios israelíes, fue dibujante (ilustró muchos de sus libros clásicos para niñxs) fundó, y fue su titular hasta su muerte, la cátedra de Literatura Comparada de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Pero hay algo más. Cuando hablamos de poesía en castellano, pensamos en España y los países de América que fueron sus colonias (y también los Estados Unidos), pero la poesía hebrea nos remite a una única dirección: los hebreos e Israel. Un idioma que, desde la concepción eurocéntrica, forma parte de las lenguas clásicas, junto al latín, griego y sánscrito y que, al igual que la primera, en algún momento de la historia dejó de ser lengua hablada por el pueblo para reducirse al culto religioso y las elites cultas. Pero a diferencia del latín, que en los territorios que abarcó el Imperio Romano derivó en otras lenguas, no hubo un imperio hebreo sino su exacto opuesto: un exilio y dispersión, justamente, a causa de la caída de Israel a manos de Roma. En un período que se extiende por 1700 años, la lengua hebrea estará, de facto, muerta. Hasta que en Europa, a fines del siglo XVIII, e inspirado en la Revolución Francesa, el movimiento Haascalá (el Iluminismo judío) hace suyos los ideales de emancipación y su vehículo será el hebreo, que liberado de los canales religiosos, comienza a ser usado para una escritura laica que se expresará en poesía, novela, dramaturgia, original y traducida, en medios de prensa y revistas literarias. Pero el renacimiento definitivo será entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, en Europa y en Palestina-Israel (Imperio Otomano), con un poeta (Jaim Najman Biálik) y un lingüista (Eliezer Ben Yehudah) como figuras centrales. Y Lea Goldberg, será la gran poeta hebrea del siglo XX.
Sus primeros poemas de infancia los escribió en ruso, pero antes de cumplir los doce eligió el hebreo, “elegir tu lengua es un bautismo”, declaró décadas más tarde. En palabras de Guideón Ticotzky: «Para mí, ella es uno de nuestros últimos denominadores comunes como sociedad tribal. En la base de esto está la hebreidad. Aunque su carácter tiene algo de europeo y no de aquí, Goldberg es hebreidad. Ni israelismo, ni judaísmo, sino hebreidad«.[3] A diferencia de muchos de sus contemporáneos, no hizo militancia política con su literatura, concebía la cultura como una entidad amorfa que no se limita a un pueblo en particular sino que pertenece a la especie humana, es universal. Si bien en el centro de sus intereses estaba la cultura europea, también se interesó en la árabe, china, japonesa, india. Como periodista especializada en cultura, en muchas de sus reseñas criticó obras de teatro y literarias que subyugaban el arte a la propaganda sionista, el sentimentalismo barato y el sensacionalismo. Creía que el artista debía observar el mundo a través de una ventana y, desde allí, absorber su música.[4]
2
El sentimiento de pérdida es omnipresente en la poesía de Lea Goldberg. La encontramos en formatos diversos, en primera o tercera persona, proyectada en recuerdos, paisajes, amores, árboles, edificios, ciudades, luces. A veces hay dolor, nunca nostalgia. Imágenes poderosas son escritas con modestia, no hay sobreactuación, no hay necesidad de causar impresión. Las hojas, el río, la aldea, la soledad, lo que concluye o se va, y no tiene regreso. Uno de sus últimos poemas, publicado un año después de su muerte, dice:
Desde ahora, no habrá nadie que me espere allí
y si ya no hay mar, tampoco habrá barco.
El camino se acorta, el círculo se estrecha.
¿Y entonces?
¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año más?
3
Trabajé en la selección y traducción de estos dieciocho poemas entre los meses de abril y junio de 2020, recluido en mi casa por la pandemia, sin posibilidades de ir a la biblioteca de la ciudad, cerrada hasta el día en que escribo estas líneas. Un par de años antes, con una antología en mente, comencé a explorar el primer tomo de la edición en tres de Poesía completa (editorial Hotzaat Sifriat Hapoalím, 1973), que pedí prestado en la biblioteca de Arad. Cuando hace tres meses, por pedido de Roberta Iannamico, retomé el proyecto a escala más pequeña para esta edición, la peste estaba declarada, había devuelto el libro y lo único de Lea que había en mi biblioteca eran sus grandes libros para la infancia. ¿Qué hacer? La popularidad de Lea Goldberg en la calle hebrea se basa, en buena parte, en el hecho de que más de 400 de los 750 poemas que publicó en vida, más los 300 inéditos y publicados tras su muerte, fueron musicalizados: cantidad de esas canciones son clásicos de todos los días y edades. Busqué en la web y di con la página “Canciones escritas por Lea Goldberg”, del portal “Shironet”,[5] en donde se publican 222 entradas con poemas suyos, algunos repetidos. Con ellos me manejé y de esta suerte se gestó esta, aunque modesta, primera muestra de poemas de Lea Goldberg en castellano.[6]
No pocas dificultades encontré en mi traducción. Lea es una maestra en el manejo de los dobles, triples sentidos, ambigüedades, que generan las distintas capas de hebreo que ella maneja con maestría: desde las formas bíblicas a las populares, pasando por referencias a lenguas hermanas como el arameo. A veces tuve que tomar decisiones que, a costa de traicionar un poco el texto original, devolvían en parte el sentido de lo escrito. Más de una vez cambié una palabra de género, o elegí una posibilidad de lectura de entre tres simultáneas que un verso ofrecía, todas del mismo modo válidas. Por ejemplo, el poema “Jamsín”, termina con este verso:
מאה מיתות ולא קנאה אחת
(Meah mitot velo kin-a ajat)
Traduje:
Cien muertos y ni una pizca de celos
Pero también, por eufonía, suena así:
Cien camas y ningún piojo
Y también, más surrealista:
Cien muertos y ningún piojo
En el transcurso de mi trabajo, me fui dando cuenta de que muchas de las canciones con sus poemas tienen melodías logradas, pero no empatan con el contenido. No ayudaron. En cambio, la música interna, que es la que desechan los compositores, sí. En lo posible, adapté métrica y ritmo. Mis versiones no tienen rima, los originales sí.[7] Intuición, oído, azar, para aproximarme lo más que pude a Lea en su idioma original. En todo caso, di un primer paso para que nuestra lengua descubra a una de las grandes poetas del siglo pasado.
David Wapner, Arad, junio de 2020
[1] Fragmento de Diario de un viaje imaginario, la primera novela publicada por Lea Goldberg en 1937. Rut, alter ego de la poeta, relata en forma de epistolario un viaje por distintas ciudades de Europa, suerte de despedida de su continente y cultura, de la cual debe huir ante el ascenso del nazismo. Este, el único libro de Lea Goldberg traducido a nuestro idioma, fue publicado por la editorial española Pre-Textos en 2006.
[2] Muy poco antes de que esta posibilidad le fuera prohibida a los judíos en Alemania.
[3] En “La primera dama: ¿por qué, 50 años después de su muerte, Lea Goldberg está más vigente que nunca”, de Carmit Safir Weiz, 14-1-2020, diario Maariv (en hebreo). Guideón Tikotzky, conferencista de literatura en la Universidad Hebrea de Jerusalén, es editor principal en la ediorial Hakibutz Hameujad, en donde está publicada la totalidad de la obra de Lea Goldberg.
[4] La carrera periodística olvidada de Lea Goldberg, por Avner Shapira, en Haaretez, 12-4-17 (en hebreo).
[5] Shironet.
[6] Ver nota al pie 1.
[7] Importante recalcar que cuando transliteré una palabra en hebreo, lo hice según la fonética castellana, y no la inglesa, como se acostumbra. Esto no es un detalle menor, porque esta costumbre genera confusión en el neófito sobre cómo se pronuncian y suenan las palabras hebreas. Además, la definición del idioma oficial que se habla en Israel es “hebreo con pronunciación española”. (N. del T.)
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Hacia el sol
Y se va invitado por el sol
tras él se despliega el camino
bajo sus pies la tierra respira
punzante como aguijón de escorpión.
Los árboles apuñalan el cielo
los pastos ocultan sus lilas
y se quiere olvidar de su alma
tan pesada como el mundo.
Porque hay en las cimas una liviandad diferente
como si el amor se regocijase allí
y en ella es desgraciado y feliz
como un sol que se quema con luz de su corazón
Lluvia
En la ventana, escamas de lluvia,
golpeteo de rama mojada.
Los ganzos rezan en la plaza:
“¡todo está bien!”
Calles solitarias, pero de pronto
a lo largo del muro
pasa un rayo rojo
es un pañuelo
La niña canta al río
¿Hacia dónde se lleva mi carita la corriente?
¿Por qué me arranca los ojos?
Lejos mi casa en un bosque de pinos
triste el rumor de mis pinos
El río me sedujo con su canto alegre
cantó y me llamó por mi nombre
yo fui tras su voz
abandoné la casa de mi madre
Soy su pequeña, su única hija
y un río cruel frente a mí
¿Hacia dónde se lleva mi carita la corriente?
¿Por qué me arranca los ojos?
Número de muertos
Siete días esperé un sollozo
por el recuerdo de aquella que fui.
No me concediste esa última lágrima
por lo tanto no resucitaré.
Siete noches esperé a que soñaras un sueño
que devolviera mi imagen cansada.
No soñaste conmigo la séptima noche
por lo tanto no resucitaré.
Siete dias y siete noches
ni me nombraste desde que morí
¿Por qué resucitar?
¿Para quién?
Canción de cuna para un niño extranjero
Duerme, Ofer, duerme niñito
que todo en casa duerme
duermen tranquilas
las paredes blancas
y bajo la cortina
tu sueño sueña una ventana
arrobo, calma, calor
todo descansa hasta mañana
Afuera llueve
y pasan los días
y pasan los años
se vive y envejece
pero aquí estamos calentitos
mi sangre y tu sueño
tranquilos para siempre
La fe
Para aquellos que no creen
es difícil vivir este año
los campos piden bendición
el mar busca fe
y sin pedir nada.
Mi corazón duerme
y yo duermo
en silencio mi mal sueño
mientras se mueven en él
como si yo fuese una fortaleza
¿Cómo despierto de mi sueño?
¿Acaso no tengo fe?
Y sin pedir nada.