Fumo
(Relato, secuencia inicial)
Son las ocho. Abro los ojos y escucho el sonido ambiente durante unos minutos. Dudo, no sé si me quiero levantar. Mejor dicho: sé que no me quiero levantar. En el cuarto entra la luz de la mañana. Trato de recordar cómo terminé el día de ayer y no puedo. Agarro el paquete de cigarrillos y prendo un pucho. Me mareo, expulso el humo hacia arriba mientras cierro los ojos y tiemblo por un instante. Se me pone la piel de gallina. Miro el techo enmohecido y me pregunto cuándo llegará el momento en que la humedad degenere en agua y empiece a haber goteras. Busco con la vista el cenicero y lo descubro sobre el escritorio. Tiro las cenizas al piso. Con una ojota las desparramo, se vuelven polvo y ya no parece sucio. Apago la colilla en un vaso con coca y la tiro haciendo puntería por la ventana, a la vereda. Intento incorporarme y no puedo. Lo hago de vuelta, me cuesta, pero llego a sentarme al borde de la cama. Estoy mareado, me late la cabeza y tengo la garganta seca. Sin embargo, a pesar de los síntomas, anoche no tomé alcohol ni comí pesado, apenas unas porciones de pizza con gaseosa. Me acaricio las cicatrices. Me pregunto por qué me habré despertado, para qué, y me duermo.
Son las once. Abro los ojos y miro un rato el techo. Prendo un pucho. Trato de incorporarme en la cama y lo logro luego de dos intentos. Miro el suelo y veo luces que bailan. Me incorporo y camino dos pasos hasta el escritorio, donde está la agenda, que reviso: no tengo nada, nadie espera algo de mí, puedo hacer lo que quiera. Voy a paso lento hasta el baño, me miro en el espejo. Agarro el cepillo de dientes y me cepillo muelas y dientes. Vuelvo del baño para elegir la ropa que me voy a poner. Prendo un pucho. Saco la goma eva de abajo de la cama pero no hago abdominales, me da fiaca. Me tiro en la cama, me huelo las axilas y huelen un poco, pero no tanto. Pongo a Charlie Parker. Subo el volumen. Me preparo para salir. Saco el CD, apago la PC y me tiro en la cama. Prendo un pucho. Me levanto y voy en medias hasta la cocina. Prendo la tele. No me gusta. La apago. Vuelvo al cuarto. Miro la agenda: nada… pienso en una gran oportunidad, un Subaru. Prendo un pucho. Me tiro en la cama y me froto las medias contra las sábanas, para limpiarles las migas. Imagino que me encuentro en un taxi un paquete con 50.000 dólares. Me compro un Gol y me voy a pensar qué hacer con el resto de la plata a una linda hostería de Traslasierra. O directamente me quedo ahí, crío llamas y siembro papas. Pienso que me puedo aburrir.
Son las dos. Prendo un pucho. Me levanto y voy al baño. Vuelvo al cuarto pero me detengo en la mesa del living, donde reviso cuentas que ya pagué. Me sacudo las patas con las manos, me calzo; junto la agenda, un cuaderno, la guía, me pongo el reloj, celular, listo. Prendo la PC, mientras se abre windows fumo, me extravío, pienso que en lugar del Gol una Hilux. Abro unos archivos y los leo en voz alta. Apago la PC. Guardo las cosas en el bolso y bajo las escaleras. Salía sin llave, debo volver arriba…, listo. Salgo. Prendo un pucho. Camino rápido, como me enseñó Ronnie. Entro al bar. El café con leche me está cayendo mal. Un té y dos medialunas de grasa. La bombacha de la moza es rosa. La miro y se da cuenta, pero no hace nada, no dice nada. Apago el pucho. Mojo las medialunas en el té para ablandarlas. Termino de comerlas y prendo un pucho. Miro por la ventana, hacia afuera, o miro adentro, a los clientes. Veo qué hay en la tele: ahora no hay nada, está apagada. Saco la agenda y reveo lo que tenía pautado para la semana. Guardo la agenda, llamo a Romina, la moza, pido la cuenta; todos los días me parece caro. Igual le dejo propina.
Son las tres y media. Salgo del bar, prendo un pucho. Vuelvo. Entro a casa, me saco las zapatillas y me tiro en la cama. Dejo que el tiempo pase. Dejo que el tiempo pase.
Son las cinco. Prendo un pucho. Pongo música: otra vez Charlie Parker, es lo único que tolero. Se acaba, pruebo con Raly Barrionuevo pero salta; lo saco, apago la compu. Viviré un rato sin escuchar música, mucha gente lo hace. Prendo otra vez la PC y abro el principio de una novela que había empezado a escribir unos años atrás, Monte. Me rehago. Prendo un pucho.