Adelaida
Paulina Vinderman
Buenos Aires
Aguacero Ediciones
2020
2
Nunca estuve tan cerca de mí.
Percibo la espalda del amor
y el dibujo áspero de lo ilusorio.
Mi vida entera ahora es irreal, un sueño
de manos y oboes compartidos.
“No me quites la memoria, ángel oscuro”.
La claridad se fundió en mi taza y frabricó
una cabaña donde dormir.
No me quites mi luna, mi madre, mi farola,
las pequeñas rocas, el Mar de la Tranquilidad.
3
No sé cuándo regreso, no vuelvas
a preguntar.
Escribo, es decir, mis cicatrices escriben.
Y acá, hacia el cielo transparente
puedo cantar sin que se sepa.
4
Cantar la alegría de lo perdido es casi
un deber, el mandato de la niña que fui.
Adelaida parece ser el sitio de nacimiento del mar.
Las palmeras salpicadas de pasado
como si fuera brillantina.
¿La belleza de espinas me herirá hasta el poema?
El silencio tibio duele y está lleno de
promesas.
5
El amor ahora es sólo un dolor de ciénaga,
aroma de frutos que se pudren.
En el cielo color violeta olvido las mentiras,
la traición de la muerte, las cajas abarrotadas
de cartas y fotos sonrientes.
Mi cafetera perdió su brillo y mi taza se cuarteó
pero a imaginación, mi cabra adoptada
la bastan su maíz y mis palabras.
6
Después de la tormenta los árboles callaron
y el silencio se volvió amenaza en lugar
de poema.
La aldea entera está reparando los techos averiados.
Mi corazón (averiado)
Espera la canción de los árboles.
Dice mañana, dice cobijas, noche, mapas,
Dice estampillas antes de dormir.
7
Cumpleaños.
Pero la muerte no se asoma,
sospechosamente ni se acerca.
Es la vida la que espía por sobre
mi hombro.
¿Qué quiere pedirme?
¿De qué profundidad que no hayamos
tocado quiere hablar?
En las orillas del poema construí mi cabaña
y ahora el poema es el mar
y el agua es tiempo.
Todos los barcos, las piraguas, los naufragios,
están aquí, en el mosaico de creencias
que hayamos construido.
Me siento en la playa en la oscuridad.
La espuma de cada ola parece un adiós.
¿Porvenir? ¿Qué palabra es ésa?
Extraño el frío, pero quiero ser solidaria
con el tamarindo que adopté.
Ahora todo es lejos y la intemperie es mi nido.
El caracol en mi oreja es dulce canción
de estrellas extenuadas.
Mis manos escriben sin escribir.
Dios es tiempo.
8
No lo llames exilio, esto no es un exilio.
En el mundo de gaviotas, ellas me miran
como a un ave perdida más.
Sentada en la arena frente al día que agoniza
preparo una ceremonia del té.
El cielo es de durazno y un poco de metal.
Mi alfabeto se redujo y no quiero otra vida.
Es ésta mi otra vida.
Tiene color de medianoche y las vértebras
rotas.
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Sitio de la autora. Paulina Vinderman
Entrevista y poemas de Paulina Vinderman. En op.cit.: La epigrafista