Ebook: Wilcock. Compilación de poemas italianos / Versiones de Jorge Aulicino


Libro digital de descarga libre que reúne poemas que Juan Rodolfo Wilcock escribió originalmente en italiano, y que todavía no se han publicado en su totalidad en español.

Wilcock. Compilación de poemas italianos
Juan Rodolfo Wilcock
Traducción y notas: Jorge Aulicino
Buenos Aires, Ediciones op.cit., 2024
Ed. bilingüe
[Descarga libre]
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El cambio de país y de ambiente cultural —su radicación definitiva en Italia a finales de los años cincuenta— significó para Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 1919 – Lubriano, 1978) la voluntad de un cambio de lengua y en gran parte de un cambio de estilo. Al chasis romántico original del período argentino, de aire pasional-juvenil y composición despojada, musical, referenciada en la naturaleza, el amor y la mitología literaria más bien habitual, le sobrepuso en el momento italiano la ironía y una invectiva que se volcó contra el entorno contemporáneo, lo que implicó en algún caso el detalle barroquista, si se me permite el término. Así resultaron dos Wilcock, uno, si se quiere, en el fondo del otro, que reaparecen alternadamente. La sensación es que, cualquiera sea el recurso, siempre reacciona contra la misma irrealidad o engaño de la cultura, por una ajenidad. De modo que, autoimpuesto y puesto al margen de la literatura argentina, Wilcock viene reingresando desde hace unas décadas a través de diversas traducciones de su obra narrativa y fracciones de su poesía. A principios de los años ochenta Wilcock era un nombre conocido principalmente por su antigua relación con Sur, pero poca obra de su período italiano se encontraba en circulación en Buenos Aires. Recuerdo un temprano taller literario al que asistí, coordinado por Luis Chitarroni: llegó con el libro El caos (publicado en Italia en 1962 y en Argentina en 1974) y leímos un cuento. Esa fue mi entrada personal hasta alcanzar los textos poéticos argentinos (los principales reeditados en los años noventa). Chitarroni tuvo que contar quién era Wilcock y construirlo de algún modo ante los muy jóvenes lectores de entonces. Creo que de algún modo esa construcción o reconstrucción continúa y posiblemente siga por mucho tiempo o por siempre, si es que habremos de suponer cierta inspiración cíclica o de fatal eternidad del autor. Presentamos, el texto introductorio de Jorge Aulicino y un adelanto de los poemas que se encuentran en el ebook, además de una bibliografía mínima y enlaces.
JV



Juan Rodolfo Wilcock. Un paisaje magro y arrogante

Por Jorge Aulicino

Al final Juan Rodolfo Wilcock miraba las cosas con unos binoculares invertidos. Una suave distorsión hecha con increíble realismo. Wilcock era un argentino que escribía en italiano, no me cabe duda. Si su elección por el italiano había sido porque es “el idioma más cercano al latín”, y si la poesía había nacido, para él, antes que la épica, en las tablillas sumerias con listas de ovejas y mercancías —ver en YouTube la entrevista que en 1973 le hizo Gastone Favero para la RAI—, todo eso no era sino un modo de señalar a qué distancia había que colocar la lente para escribir —como decía Joaquín Giannuzzi— «lo que ves».

Nacido en Buenos Aires en 1919, hijo del inglés Charles Wilcock y de la argentina Aida Romegialli, de ascendencia ítalo-suiza, vivió intensamente el período llamado “neorromántico” de la poesía argentina, aunque puso en sus poemas la impronta de claridad que tendría luego su poesía, y, no pocas veces, la ironía, una mirada olímpica y el escepticismo.

Dirigió la revista literaria Verde Memoria entre 1942 y 1944, esto es entre sus 23 y sus 25 años. Se graduó en Ingeniería y trabajó en los ferrocarriles en la reconstrucción de la Línea Transandina y el tendido del tramo San Rafael-Malargüe.

Desde 1945 a 1953 publicó los libros de poesía Ensayos de poesía lírica, Persecución de las musas menores, Paseo sentimental, Los hermosos días y Sexto. Vivió unos años en Londres y Roma, ciudades en las que trabajó como traductor, crítico literario y profesor de literatura. En 1958 se instaló definitivamente en Roma, y allí empezó otra historia, no solo para su poesía sino para la vida secreta de la poesía argentina. Es que tres años después publica, en italiano, Lugares comunes.

El viraje fue tan pronunciado como el cambio de idioma: tres golpes más y su obra poética estaría hecha. Esos golpes al principio poco notables en Italia y casi totalmente ignorados en la Argentina, fueron Los tres estados, La palabra muerte e Italienisches Liederbuch. Dejó al morir en 1978, a los 59 años, un grupo de poemas que en 1980 le editorial Adelphi agregó a su obra poética bajo el título simple y lógico de Poemas inéditos. Esa edición de Adelphi a dos años de la muerte de Wilcock fue posible quizá por la red de amistad que el hosco ítalo-argentino había tejido en Roma, y que incluía a la intolerante Elsa Morante, a Pier Paolo Pasolini y a Roberto Calasso, editor de Adelphi. El libro se cerraba con los poemas de su etapa neorromántica que él mismo tradujo al italiano.

Wilcock publicó más prosa que poesía y tuvo con ella mejor suerte que con la poesía en la Argentina, donde se conocieron La sinagoga de los iconoclastas, El libro de los monstruos, El caos, El estereoscopio de los solitarios.

En la Argentina había dejado su amistad con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Bioy lo tuvo presente en sus diarios, cuyos fragmentos referidos a Wilcock se conocen ahora. Pero no parece que la visión de Bioy haya trascendido aquella del “Shelley argentino”, soberbio y retraído a la vez, que le inspiró el personaje de “El perjurio de la nieve”. Lo vio en Italia, en sus ruinosas moradas urbana y rural, siempre igual, aunque italianizado. Sin embargo, ya no era ni sombra del Shelley de Constitución, y era más bien la encarnación viva y sarcástica, dolorosa y en ruinas, de la cultura europea. Hay una elaborada metáfora altamente significativa en el retrato literario que hizo de él Roberto Calasso: “… su italiano [su literatura] es como una isla tropical, llena de vegetación antigua y espesa, atrapada en la corriente de un río contaminado por residuos industriales, que discurre por un paisaje magro y arrogante”. Calasso usa también algunas palabras que desde hace un tiempo circulan casi como etiquetas de la obra de Wilcock: “la ironía que se escondía detrás de cada sílaba, la intolerancia hacia cualquier tipo de ‘frases circunstanciales’ del espíritu”.

Pero dijimos que la poesía de Wilcock significó —y no estuvo sola en eso— un nuevo camino. Aunque no lo supiéramos hasta los 90, lo veníamos recorriendo: en los primeros años de esa década, traduje varios poemas italianos de Wilcock para el Diario de Poesía. Lo hice con las fotocopias de la edición de sus Poesie, que publicó Adelphi. Esas fotocopias venían de las manos de Joaquín Giannuzzi, otro excéntrico, en el sentido literal de la palabra, que rondó al grupo de Sur, sin el éxito que al menos al principio tuvo Wilcock. De modo que allí se encontraban dos ramas de aquella otra poesía, paralela al “coloquialismo”, de fines de los 50 y de comienzos de la década de los 60. Esta poesía escrita por un aristócrata fracasado tenía un sabor propio: paradojalmente era el de una fantasía distante.

Es decir que aquel camino se iniciaba en distintos puntos, y el de Wilcock es el del lenguaje sobrio y no por eso menos plegado sobre la crisis existencial y social en un mundo —en su caso el romano y el de la campiña— que por igual mostraban los símbolos del deterioro físico y la vacuidad verbal. Surtidores de nafta junto a obeliscos y Dioscuros.



Textos de Wilcock. Compilación de poemas italianos

De Luoghi comuni [Lugares comunes], 1961

Lugares comunes

3.

Tal vez el alma es divina, pero no es indispensable,
como el cuerpo, en el que mora y que es su ocasión.
Desde la primera infancia ese cuerpo es la prisión
del alma que fermenta como una masa maleable,
para finalmente endurecerse en las formas más raras,
desde pájaro melodioso hasta las peores iguanas;
pero siempre incomodísima pues no logra escapar
de un cuerpo inadecuado y siempre menos fuerte,
que provoca desórdenes difíciles de curar,
las complicadas neurosis que aceleran la muerte.

6.

A pesar de los triunfos de las ciencias aplicadas
el mejor instrumento para ver el universo
sigue siendo la lámpara penetrante del verso,
la música, la voz de gargantas privilegiadas,
o en una penumbra con velas de tarde en tarde
el púlpito cosmatesco de diorita incrustada;
cualquier luz que nos muestre una idea que arde,
antorchas muy sencillas o espléndidos candelabros,
monasterios carpáticos en bosques centenarios,
o runas en Islandia de los príncipes bruscos,
falos de ámbar en forestas, sarcófagos etruscos.
A la luz de esas lámparas se mueve el hombre más seguro,
ve los atardeceres, ve las orillas del mar,
y pronuncia palabras cuyos sentidos oscuros
finalmente se le comienzan a revelar.

7.

Para el hombre llegado a cierta edad,
el uso de esas luces deviene necesidad.
De jóvenes, nadie nos preparaba para esto,
que, además, no fue predicho por ninguna teoría:
ni un desfile triunfal, ni un banquete modesto,
sino más bien un funeral de cuarta categoría,
con un telón de fondo pintado por diletantes,
entre los fieles tremolantes.
Por tanto, debemos buscar escenografía mejor.
y en la oscuridad del caos quedar iluminados
por el anillo de bronce con su perfil de señor,
o la tumba con escenas de picnic o de amor,
o el auriga con caballos de mar azotados,
entre ancianos que tocan la flauta nostálgicamente;
cualquier cosa alejada de la luz de la mente
del tiempo giratorio, del espacio fluyente.


De I tre stati [Los tres estados], 1963

III

4.

La sabiduría no es un don de los años
sino una cualidad aristotélica
que se tiene o no se tiene desde el nacimiento,
un equilibrio entre lo factible y lo imposible,
un conocimiento previo al conocimiento.
No llueve del cielo, con nosotros florece;
no es indiferencia sino retenida pasión,
gozosa y melancólica aceptación
del humano efímero capricho.

Pocas cosas sabe el sabio, pero las recuerda:
que el hombre está al servicio de la mujer,
y ésta, al servicio de la maternidad,
y los unos y las otras mueren, perpetuados.
Además, existe la palabra
con la que los objetos devienen nominados
y los conceptos creados,
eso que nos hace distintos de las bestias,
un poco, no demasiado.

Pero no es ésta la sabiduría a salvar
si cada hombre en sí mismo la puede encontrar.

5.

El amor que hace dulce a quien áspero era
no se concede a los gregarios.
El amor que ordena las distintas percepciones
no resiste las músicas vulgares.
El amor que hace azules el aire y el agua
no puede todo transustanciar.
El amor que da sentido al mundo externo
ama el silencio, la soledad, el mar.

Tú, huso de fuego interno,
casta rosa radioactiva,
que lo transitorio en eterno
muda en la llama viva,
efluvio de la materia
por tu espíritu restaurada,
y de nuestra miseria
singular belleza abstracta,
tú, ascua de hielo, emane
tu inmortalidad
sólo a quien tiene puras las manos
de la común pusilanimidad.


De La parola morte [La palabra muerte], 1968

16.

Tiene un altar sarcófago, ataúd de lujo
o caja simple provista por la Comuna
hoyo en la tierra en casos extremos
o panza de animales para estilitas,
ahogados, alpinistas, domadores.
Es la más bella diosa, tal vez, de las palabras.
Por ella toda la vida trabajamos,
para alcanzarla en lo alto si es posible
y derramar los tesoros acumulados
no sobre el altar, sino dentro, nosotros incluidos.

Cada uno le ofrece un distinto inventario,
quien un acueducto, quien un tapiz persa,
quien una vida ejemplar de portero
que cada mañana ha limpiado las escaleras,
quien el descubrimiento de una supernova,
quien una cadena de hurtos con escalamiento,
quien un genocidio, quien la virginidad,
quien siete mil paragolpes cromados,
quien un sabio sobre la fuente Aretusa,
quien cuatro transatlánticos, quien una visión,
no sobre su altar, sino dentro, cuerpo incluido.

23.

“Piensa, hombre civil, que eres el último
hombre que queda sobre la tierra y piensa:
todos los diamantes se han vuelto piedras,
eres el rey de América y de Rusia,
con las esterlinas te puedes limpiar el culo,
¿pero por quién deberías ahora limpiártelo?
¿por un escrúpulo hacia los gusanos?
Y como el falo busca la vulva ausente,
tu lengua va en busca de una oreja,
te pones la máscara de oro de Agamenón
y te miras al espejo, pero no te habla,
buscas la Esfinge, pero no te interroga,
lees los diarios viejos para reencontrar
la voz inmunda de la raza desaparecida,
avara, hipócrita, asesina y ladrona,
pero que al menos te hablaba, no como ahora,
te mentía, te odiaba, te escarnecía,
pero te hablaba, y a veces, te escuchaba,
extrañas al juez, al esbirro, al verdugo,
que te reflejaban con la máscara,
pero aquellos labios de oro te hablaban,
no como las riquezas de la tierra
que sin las palabras son polvo,
cenizas, andrajos, piedras, papel y metales.
Puedes hacer lo que quieras, quien está solo está muerto”.

Pero aquel hombre civil que era el último
hombre que quedaba sobre la tierra se puso
sobre la cara la máscara de Agamenón
y se tumbó en el sepulcro en Micenas
esperando que Alguien lo viese.

28.

Los ojos nublados, los miembros contraídos,
entras en el seno de la enfermedad,
en el fluido amniótico de la no voluntad,
te corre la sangre verde del dolor,
pero mientras puedes hablar, no puedes nacer.

Vuelves a la oscuridad de la no espera,
dependes solamente de la luna,
devienes solitario y sin nombre,
eres casi restituido a la materia,
pero mientras hay palabra no hay vida.

Ciego, no oyes los rumores amortiguados,
eres una masa de sufrimiento desnudo,
un latido te envuelve sin tiempo
entre cortinas negras como para un parto,
pero mientras puedes pensar, no puedes nacer.


De Italienisches Liederbuch, 1974

6. Cuando tú, mi poesía, lees poesía

Cuando tú, mi poesía, lees poesía,
se oscurece el cielo de una verde luz,
la gente escapa de la orilla del mar
por una impresión remota de tormenta
o de litigio entre los elementos;
enarbolan llamas los cables del tranvía
y un gran silencio baja sobre la ciudad:
es la poesía que se contempla a sí misma.
Lees palabras de un tiempo desaparecido,
de un presente que se desmorona sin pausa
velozmente en el informe pasado,
de un rey y coronas, jardines y guerras,
tú, que eres la corona de todo imperio
y el jardín del mundo conocido
y la guerra de sentidos de la naturaleza,
lees “¿quién creerá en mis versos en el porvenir
si digo ahora todo tu valor?”,
y sucede en ese momento que esos versos,
como una flecha arrojada hacia los siglos,
alcanzan a quien un día los inspiró.
Y entonces, lo oscuro verde se hace total,
la gente se guarece, agobiada,
y en un silencio como de terremoto,
se alza la luna sobre los Castillos Romanos
y lentamente gira todo hacia el azul,
mientras tú, mi poesía, lees poesía.

25. ¿Qué calma es ésta sobre Monte Cavallo?

¿Qué calma es ésta sobre Monte Cavallo?
Te imaginé en aquel palacio,
con un hermoso jardín detrás sobre el Traforo
y delante dos jóvenes con caballos
junto a una copa de granito gris:
abajo está Roma, hundida en el petróleo.
Y ya te veo salir entre los guardias,
tiránica chica sonriente,
y cerrar la puerta del Quirinal
distraídamente, como tantas otras puertas
que habrás cerrado y abierto en tu vida.
¿Y se habrá visto caminar mejor,
portar un paquete de libros con más gracia
y hacer con la sola presencia
real una mansión que nunca lo fue?
¡Romanos, ya van para treinta siglos
en que adornan y rompen esta ciudad
con obeliscos y Dioscuros y emperadores
y presidentes y surtidores de nafta,
y todavía les queda la capacidad
de golpear con semejante maravilla!


De Poesie inedite [Poemas inéditos]

Dos

Conmigo mi mundo desaparecerá: la red
que me tejí como una araña
que está quieta en un rincón de la tela
y a veces come y a veces la remienda
pero su tela está siempre más desgarrada
y la araña no tiene ganas de zurcirla.
Proseguirán, en tanto, los otros mundos,
cada uno con su insecto en el medio vigilante,
tramas lúcidas o bien madejas grises,
esferitas como jaulas delicadas
que no se dan descanso, y en el medio la araña,
hasta que desaparece y nadie lo nota.
Pero tú, ya que quisiste hacer también tuyo
este mundo que fue quizá el más bello,
erizado de alfileres de oro y fibras finas,
abrázate a mí, envuélvete en la misma
red compleja que no se repite,
hilo a hilo poséela y sujétala,
como lo hice hasta ahora estando solo.

Despertar

¡Y sí, podemos asombrarnos de estar todavía vivos!
Cada mañana el sueño, que nos había sumergido,
como un lago disecado se retira
y todavía húmedos nos abandona en las riberas,
frente al bosque o fábrica o luna park
o cementerio de una nueva jornada.

A Livio

Gaeta en la noche parece una constelación,
una nave de luces con la proa sobre el mar negro
y sobre el mástil un faro que pulsa. Es allá
donde hemos estado, en esa nave inmóvil en lo oscuro.

Duerme en tu ataúd, como Donne

Duerme en tu ataúd, como Donne,
conversa con tus gusanos, como Webster,
vaga mudo por el jardín, como la Trappa,
canta en el manicomio Su questa pira,*
lame el alucinógeno sobre el Azúcar,
es inútil, estás muerto, redobla el tambor.

Arráncate los ojos y enciérrate entre los Libros,
perfora con el láser la Luna rígida,
ciérrale el paso al Tiempo con dinero,
sé inteligente como una Pirámide,
resplandece como una llama de Alighieri,
es inútil, estás muerto, llora la plañidera.

Tritura a tu Señora en el picacarne,
quema a tus hijos en una chimenea Gótica,
envenena una escuela de Telegrafistas,
vuela por el aire a Venecia con trinitrotolueno,
haz que se disuelvan los casquetes Árticos,
es inútil, estás muerto, redobla el tambor.

* Probable alusión al aria Di quella pira, l’orrendo fuoco, Giuseppe Verdi, Il trovatore, acto III.

Al servicio del público

Cuando era telefonista llevaba los aparatos
en estuches de cuero colgados del cuello
y me mandaban a centrales lejanas
a probar la resistencia de las líneas
por las cuales hablaban personas ocupadas
en ganar dinero por teléfono
que yo interrumpía sin miramientos
por el bien de ellos y por el de la línea.

En Velelletri

Fui hasta la parada del ómnibus,
me senté sobre la parecita del puente:
mi sombra era la sombra de un joven,
pero también yo soy la sombra de un joven.

A quien de este oído no escucha

Tu casa está sola,
sucia y blanca en el sol,
y yo que me pregunto:
uno que te sigue
en busca de lujuria,
como yo, ¿es un deficiente
o quizá un verdadero sabio?

Tratándose de mí,
la sabiduría está excluida,
pero tú me gustas tanto
que a veces enmudezco
sólo porque he entrevisto
entre las viñas sarnosas
el camión de tu padre.

Aprovechemos que hay una fuente

Aprovechemos que hay una fuente,
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro
con pocas estrellas porque es una noche oscura
y los árboles se sacuden en el viento,
piensa que hacen eso toda la noche,
sería extraño que tú estuvieras aquí
para escuchar el rumor de una fuente
en la oscuridad majestuosa de la montaña,
ni en sueños vendrías aquí arriba,
si no hubiese espantado un halcón
pensaría que ni siquiera yo estoy aquí,
no obstante, no obstante, aun si no estás,
y ni siquiera yo sé si estoy,
por cierto querría que estuviésemos aquí
y que tu mundo se uniese al mío
por el único punto en que se tocan,
aprovechando que hay una fuente
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro.



Publicaciones de poesía

Wilcock. Compilación de poemas italianos, Buenos Aires, Ediciones op.cit., 2024, versiones de Jorge Aulicino / libro digital de descarga libre [aquí]
Los tres estados, Buenos Aires, Cuadernos de Traducción, 2022, versión de Guillermo Piro
La palabra muerte, Madrid – Buenos Aires, Huesos de Jibia, 2022, versión de Guillermo Piro
Italienisches Liederbuch / 34 poemas de amor, Madrid – Buenos Aires, Huesos de Jibia, versión de Guillermo Piro
Poesie, Adelphi, 1980
Poemas, Venezuela, Fundarte, 1980
Italienisches liederbuch, Rizzoli, 1974
Poesie, Einaudi, 1968
Sexto, Emecé, 1953
Los hermosos días, Emecé, 1946
Paseo sentimental, Sudamericana, 1946
Persecución de las musas menores, ed. del autor, 1945
Ensayos de poesía lírica, ed. del autor, 1945
Libro de poemas y canciones, Sudamericana, 1940

Links

Página italiana dedicada al autor. Wilcock
Video. Un’ora con Rodolfo Wilcock, Rai, 1973 [única entrevista filmada]
Poemas. En Vomité un Conejito [primeras traducciones al español]
En op.cit. «Los tres estados», fragmento
Artículo de Wilcock. «Dante en el cero atómico», en Periódico e Poesía, traducido por Rosa de Viña
Semblanza de Wilcock. «Un retrato de Wilcock», por Elio Pecora, en Hablar de Poesía


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