Rafael Espinosa

Constitución*

 

I

Siempre vocalicé mal mi nombre.
Siempre el sol produjo palabras.
¿Tienen nombres pronunciables?
Una sílaba común arde en el suelo

y ocurren cosas. Basta con ser un día
tan dulce como cualquiera, en que caían
todos los récords, y poseer el recuerdo
de una trenza. Sentí de repente rebaños
tenderse en mis ojos, mientras la luminosidad
abandonaba la ternura. Saber que el amor había
sido contenido y que la contención era yo, esas cosas.
Sin atinar a nada, encontré un sitio
entre las piedras y rogué aceptar ser otro objeto
que los proyectores transforman en emociones de una generación.

Regreso de espiar los descampados
y rezarle a la arena. Es innegable que el azar favorece
las malas elecciones pero
advertí que nada proviene de errores de cálculo.
Puedes sumarte a la destrucción.
Puedes hacer esculturas con restos de demoliciones.
Puedes creer que todo se conecta con todo
y sentirte la tendencia de un perro. Todo
caerá siguiendo las crecidas de diciembre
incluso si consiguieras ladrar
y la calma pasará por misericordia.
Yo también estudié la tabla de mareas.

Nunca conocemos las olas
como únicamente sondeamos la soledad:
un estado de euforia matinal
hasta que después es tarde para avenirnos.
Yo me creía de hecho su neurótico más querido.
Y las olas de súbito se inhibieron.
Sentí que no me contaban entre los pájaros.

Me pasó ayer, cuando pastaban en mi mente
amigos amados, ingresados pronto
a la literatura fantástica. Y experimenté desprecio
hacia la muerte por ser tan pequeña,
tan simétrica con nuestras cláusulas.
A quién no le gustaría ver su rostro desvanecerse
siquiera en el lapso que suena una canción popular.
Tener esa frescura que nadie
podría hacer suya
más que como desafío.
Y tienes todo el horizonte para probarlo
y poco tiempo para ser lamido por un buey.

Espacio.
Tiempo.
Fulgores y oportunidad.
Y no puedo aceptar que la mejor definición de hombre
sea la de un desierto al que se le regalan las piernas.

 

IV

No se debe tomarme en cuenta.
Hablo como un iluminado por razón de la falta de sexo.
Hablo para gastar la salivación.
A qué vida inteligente le importaría la verdad.
No será a un espíritu salvaje
reducido a la coherencia
por ser gentil con las cosas buenas.
Ahí dije una verdad.
No es tiempo de mentiras. Es
tiempo de adherir en un diario
la imaginación y la memoria
y marcar sus páginas con una flor.
Hay apuro, sus nombres científicos ya parten.

¿Estoy articulando una elegía
cuando lo mío es el insulto?
Jajá, cansado proxeneta de la primavera.
Para resolverlo me basta rememorar
para volver a destruir,
pero destruir a su turno como
una manera de despertar. ¿A quién? ¿A todos?
¿A la realidad a fin de que converja con una condición explosiva?
Destruir por honor, sin aceptar compromisos
con el paso leve de las percepciones, de donde ya te retiraste.

Como en todo final, existen
ahí tres llamadas, tres libretas y tres mujeres
dispuestas a resucitar cada cien años
para también herir.
Con qué talento hormonal lo logran.
El deseo y la furia se hacen entonces inextinguibles. Soporta
ahora el zumbido que producen las grúas en la noche.
No irás a cobijarte en la paja retórica de un granero.
Y la tristeza será irremediable,
todavía más consistente que tu autoenamoramiento.
En adelante habrás de prohibirte bahías.
Timbrarán el teléfono voces abstractas.
Envidiarás a los árboles porque mudan.
Querrás drogarte,
querrás drogar al mundo, que está en orden
y buscarás el amor en imágenes.
No me explayaré más.
Es mi dignidad.
En la calle se escuchan mayores desgracias.

Debo hacer limpieza
sin aspirar a pulcritud.
Uno ha sido herido.
El resentimiento me sirve para perfeccionar el decoro.
Desear bien a los rostros de los homo sapiens.
He ahí un trabajo. Yo lo denomino uno de los encantos
de desaparecer
nada más que por contradecir.

 

VIII

¿Es tu primera vez en la vida?
Vas a sorprenderte. El ducto de aire
que escondemos. La laringe que atraviesa
todas las ciudades y todas las llanuras. Exhalas
y colocas un pescador en la torrentera.
Vuelves a hacerlo y tus tejidos alcanzan la delicadeza
de un juramento en privado. Estás
intercomunicado, el asombro es cambiante
y las mentes que lees son resbaladizas.
Así es y sigue sampleando. Todo tiene
que ver con caridad y asimismo lamento
que conduce a la claridad. Así se cuida
un seto y una salpicadura de agua
deja una cicatriz en el rostro. Mira
lo que con un poco de temple, y pasión
por las inmersiones, brinda
una mesa en soledad.
¿Es tu primera muerte?

Oe, ¿me hice un taumaturgo por mucha
sertralina? En nombre de qué encuentros
forestales me expreso de este modo. El mercado
de las nubes es terminante. Una vez
trepé a un parapente y el instructor
no dejó de decirme que sus maniobras
seguían las rutas señaladas por los gallinazos.
Fue hermoso oírlo, imaginar a los buitres
como adolescentes impulsados
por la fe en las vías de patinaje. Enseguida
fui a recoger el USB con la filmación del vuelo
y me contestaron que no estaba incluido
en el boleto. Incluido, excluido, obstruido, impedido:
con esos participios sobra para dar cuenta
de una experiencia del mundo
en la que se suceden los barrancos solo
para ser negados como un arquetipo subtropical.
Y uno puede irse, hacer sus días.
Está demás decirlo, si lo estamos haciendo
en la bodega, mientras vemos la luz
tratar las facciones como despojos.

No estoy incluido. ¿En una palabra
yo, que fui el rock star del tacto,
debo conformarme con eventos de atmósfera,
investigar con alegría la inmanencia
como gente que le basta soñar con estalactitas?

Parece que sí y forma una canción:
Serás un vidente y tu visión el fracaso.
La vida es un ejercicio de adivinación.
La verdad está perdida entre las rimas
y el individuo caído en sus ojeras.
Adiós.

 

De “Comentarios”

El cuerpo necesita del mar.
El mar no requiere tanto del cuerpo.
Ya lo recorren otros centinelas
que igualmente habrán de morir.
Le escuché decir a un tablista
abandonado por la juventud y una esposa:
“A las olas, esos insumos azules, les debo
estar vivo y una cicatriz de por vida”.
A veces transporta mucha basura.
Es cuando el dolor asimismo es aventura.

 

* Anticipo de Constitución, de Rafael Espinosa, que en poco tiempo la editorial Caleta Olivia publicará en Buenos Aires.

 


 

Rafael Espinosa (Lima, Perú, 1962) publicó Reclamo a la poesía (1996), Geometría (1998), Pica-pica (2001), Anticiclón del Pacífico Sur (2007),  Aves de la ciudad y alrededores (2008), Amados transformadores de corriente (2010), Los hombres rana (2012), Hoyo 13: Novela barrial (2013), El portapliegos (2016) y El vaquero sin agua en la cantimplora (2017).