La otra naturaleza/ Frontera, de Diego Brando

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Diego Brando
Córdoba
Vilnius
2016

 

 

Por Diego L. García

Frontera de Diego Brando propone un sujeto testigo de sí mismo, que decodifica sus sentidos en contraste con la lluvia, la luz de los artefactos eléctricos, el ladrido de los perros. “En mi refugio” dice al comenzar el cuarto poema; refugio de quien da nombre a lo que acontece alrededor. Una mirada de frontera entre sueño y vigilia, algo proustiana, donde el mundo trama sus engaños: “Fuera ya de mi campo visual/ vuelvo a pensar en mí”.
El río desborda y el sujeto reflexiona sobre la poesía: “justo cuando pensaba/ que con la poesía/ había que volver/ a la naturaleza”. Resulta inquietante este texto. El desborde pareciera no ser la naturaleza deseada, entonces ¿cuál sería? Es decir, ¿qué naturaleza se pretende para el acto de escribir: acaso una representación paisajística? ¿El sujeto querría “captar” un instante de ese tópico llamado la naturaleza? ¿La poesía debe ser una cámara fotográfica de un discurso cautivo? (como fotografiar animales en el zoo). [“discurso cautivo”: escenografías poéticas heredadas, desplegables para la ejecución del mismo viejo poema nuevo]. Pero acá el desborde pone esto en cuestión, y Brando no escribe ese poema. De algún modo, es salvado por esa otra naturaleza dis-tópica. Su naturaleza.
El ambiente de pueblo resulta hermoso para quienes padecemos el peso asfáltico de la ciudad: “Sentado en la vieja reposera de mi abuelo,/ siento el calor y el humo de los espirales/ que se filtra por las ventanas./ (…) Mi madre cambia las velas,/ sintoniza frecuencias en la radio/ que hablan de la tormenta, del viento desatado./ (…) la paz es un lugar en medio de un patio”. La tormenta lo encadena todo, a lo largo del libro, la furia del clima propicia que se vuelen los lugares comunes: “Cuando cae granizo/ corro hacia lo salvable”, no se construye desde tierra arrasada sino considerando eso que bellamente se nombra como “lo salvable”.
En la escritura (no en su estampa libresca) de un poema narrativo-descriptivo, que utiliza la sintaxis y la gramática prescripta, poder encontrar “lo salvable” es cruzar la línea hacia un decir que valga la pena transitar. Diego Brando lo logra: no por la proyección filosófica de sus planteos (que es muy buena) sino por un sutil agrupamiento de imágenes delicadas, con el ritmo preciso (me recuerda a los mejores poemas de James Wright), que guardan un golpe sorpresivo en el momento justo.
La sección “Campo” inicia con un epígrafe de Thoreau sobre la frontera y habla de  “incursiones fugaces”. Buen término para trasladar a lo que hace Brando con la poesía: ingresa unos pocos segundos y sale con un recorte. Incursiona en “la naturaleza”, en la idea de naturaleza, en su verdad de naturaleza, y extrae con buena mano lo necesario (¿lo salvable?). Una incursión al país de lo fugaz. Nada de lo cristalizado en los libros de botánica ni en los documentales de Nat Geo. Extrae algo que sucede, algo fuera del ojo educado en la obviedad.
La cámara toma actos secuencialmente. La escritura se vuelve instrumento de esa exploración (no hay resistencia), pero afortunadamente no es todo lo que encontramos en la obra terminada: lo eglógico tiene la fuerza (¿destructiva?) del siglo XXI, el contraste (que desde Horacio ya existía) con el mundo ruin de lo urbano resulta un aporte valioso a la poesía argentina contemporánea: no estoy diciendo que lo interesante de esta poética sea plantear la antítesis campo-ciudad, sino que una visión desde ese campo (desde una idea de “campo”, la de Brando) permite a) diferenciarse de la masa de poetas urbanos, b) poner en cuestión los referentes de una lengua dominada por la cultura urbana, c) acceder a un coloquialismo de frontera (que no es tampoco Jorge L. Escudero), d) replantear cuánto cemento inútil se nos está pegando en las palabras.
Hacia el final del libro leemos: “Somos jóvenes del interior,/ vivimos entre la pereza y la insolación”. La reflexión alcanza al tiempo, la reconstrucción y las heridas de la humedad. De alguna manera, también a la tradición. ¿Qué hacer con las influencias, las lecturas? ¿Trasladar procedimientos, miradas, o trabajar con lo proveniente de otras zonas (no literarias)? Hay en estos poemas una voz medida, serena, que no por ello deja de proponer interrogantes. Me pregunto, lleno de confianza, cómo desarrollará estas líneas la futura poesía de Diego Brando y a qué parajes inesperados nos conducirá.

Poemas de Frontera

1

El aromo deja
una hoja más
en la oscuridad
de la mañana.
¿Puede discernir
quien contempla
entre el cielo
y el suelo
correctamente?
Mis ojos recorren
la posible línea
de separación,
tratan de percibirla
y de trazarla.
La madrugada
puede ser eso:
una hoja que cae,
alguien
que intenta comprenderla.

 

2

Arrodillado
en el patio trasero
remuevo la tierra
con mis dos manos.
El sauce me llueve
sobre la cabeza,
me bendice
en la mañana.
¿Pretendo buscar
bajo la superficie
lo que sobre ella
no encuentro?
Me miro
una de las palmas
y temo. Quizá
no consiga más
que aquello,
un árbol que da sombra,
pequeños terrones de barro
debajo de las uñas.

 

3

Un vaso de vino tinto
en medio de la noche
y la tormenta allá afuera
me traen cierta calma,
un hormigueo eléctrico
que corre por mi piel.
Me acuerdo del árbol
que corté aquella tarde
en el patio de mi casa,
de la resina fresca
en mis manos
cuando lo acomodaba
y del movimiento brusco
de mi cuerpo
al golpearlo con un hacha.
Se estará mojando ahora,
y quizá la tierra
lo esté envolviendo
con frescura.
Pienso y concluyo:
soy ese árbol cortado
y mutilado que recibe el embate
de los vientos y la lluvia,
con placer.

 

6

Durante el día, el cielo
cambió de colores.
Parado en medio del patio,
observé cómo el celeste
se convirtió en negro
y de qué manera los truenos
y los relámpagos
amenazaron la tarde.
Soy un centinela que vela
por su tierra y por sus plantas.
Cuando cae granizo
corro hacia lo salvable,
las plantas en macetas.
Cuando la furia pasa
presto atención a la estrelicia
y al aromo, los sobrevivientes.
Entro y salgo de casa, nunca descanso.
Aunque debo reconocer que a veces
me imagino flameando al cielo
un banderín blanco.


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