Presentamos algunos poemas de Canto de viuda (Buenos Aires, Llantén, 2025), el último libro de Tom Maver. Incluimos además información bibliográfica y un texto del autor sobre su proceso de escritura.
Del lamento al canto / Por Tom Maver
¿Quién habla en los poemas de Canto de viuda? Alguien dividida que deja de reconocer su vida, la que tenía y la que de pronto tiene, a partir de la pérdida de un amor. En la cama, en su cuarto, como en un cine, ve pasar la vida que tuvo, la cotidianeidad que no existe más. Habla la que se busca, la que perdió la brújula y tiene, sin embargo, un terreno nuevo y grande para explorar, cuando pueda salir de su habitación. Habla alguien que siente que las contradicciones son las que le van a permitir avanzar. También habla la que se mira, la que pone un estetoscopio en sus emociones a ver qué le indican. El camino de este libro va del lamento al canto, del encierro a la salida de su protagonista del clóset de la culpa y la tristeza para habitar las contradicciones alegres de la sexualidad. Soy más o menos consciente de que lo escribí con la idea de que terminara bien. ¿Por qué? ¿Para quién: las viudas que conocí, el niño viudo que soy (como dijo Osvaldo Bossi en la presentación)? Quién sabe. Qué importa.
Canto de viuda, Tom Maver
La gran habitación
Esa
no soy yo.
No puedo ser esa
que duerme en el piso
junto a una cama matrimonial
perfectamente hecha.
La casa no es la casa donde estoy,
las cortinas bajas y el aire viciado no son,
no pueden ser donde yo, donde él y yo
y mis manos ahora que no pueden
y mis ojos, menos que menos.
Soy la que sufre.
No puedo ser la que sufre.
Y en el medio
una voz
que fue mía
y habla sola
en la gran habitación
donde lo amé.
Perdido, no
Está en el grano de pimienta
que cae en mi única comida del día.
En el aro de mi oreja que se acostumbra a no oírlo.
En el ojo del canario que me mira y deja de cantar.
Está en el cielo. Es una estrella
que, como no sé de constelaciones,
no puedo encontrar.
Está en la tierra. Voy con flores por la ciudad
para repartir entre las viudas
que salen por primera vez de sus cuartos
y dicen: “Está en mí, lo siento en mí”.
Mis nuevos matrimonios
La cama y yo,
los dolores de cabeza y yo,
los pañuelos, la tele y yo.
Nadie desayuna, nadie levanta las persianas.
El polvo se acumula en rincones que nadie barre.
Hay alguien en mi casa disfrazada de mí
que no responde mensajes de amigas
y se cubre con las sábanas.
Ahí pienso en él.
Me desnudo.
Me toco los pezones, nada.
Me acaricio las nalgas, nada.
Tocan a la puerta. Me quedo quieta.
Ni viva ni muerta.
Viuda.
La última pasión
Cuando me atraganto de dolor
cierro los ojos,
elijo un momento feliz
y voy hacia él.
No hago otra cosa,
despejo mis tareas
y saco fuerzas,
todas las que puedo,
de un momento lejano
en Río de Janeiro, por ejemplo.
Cuando abro los ojos
me doy cuenta
de que si voy hasta el final
de lo que siento,
él está en cada momento de felicidad.
Cuarenta años de eso,
¿qué más puedo pedir?
Y sin embargo, exijo
más instantes, más momentos:
yo no había terminado de amarlo.
Exijo que el duelo no sea
la última pasión de mi vida.
Salir del laberinto
Anoche escribí cuatro poemas
desde las cinco y media
hasta las siete de la mañana.
Después me hice un té
y me quedé despierta
y ojerosa
pero con la sensación
de que me habían regalado
un día de vida.
Me levanté y salí.
El sol era una madre
que enloquecía y curaba.
El sueño de las viudas produce protestas
Sueño con una mujer
que por sus gestos parece enojada.
Corta el tráfico y baja de los autos y colectivos
a otras viudas, las convoca a la marcha
donde se reclama para que el tiempo vuelva atrás,
los maridos resuciten,
ellas son viudas que siguen amando a sus hombres
y exigen un ministerio de viudas
que les devuelva su derecho a cocinarles,
plancharles la ropa,
criarles los hijos.
Pero se arma otra formación que no quiere eso,
les resulta ofensivo, conservador,
en cambio quieren el olvido, pasar de página,
autonomía económica, pensiones,
aprender rápido a cocinar para una,
libertad para mudarse y dormir solas
y hacer de la amistad un nuevo amor.
Las dos facciones no llegan a ningún acuerdo
pero caminan juntas en dirección al Congreso.
Una mujer grita por el megáfono
hacia una multitud de viudas de todas las edades:
“¡Nosotras oímos con otros oídos
las burdas promesas del tiempo!
¡Queremos todo por escrito!”.
Hay una pancarta inmensa
que empieza en un bando y termina en el otro.
Dice:
LA NOSTALGIA ES UN MERCADO
A veces casi
Creo poder
decirlo
de algún modo
no siempre
con palabras
sino con lo que viene después
del cansancio
de intentarlo
con dulzura
pero los dolores
de cabeza
se quedan
dos o tres días
a vivir conmigo
se independizan
y me dan ideas locas
se la agarran conmigo
no entienden cómo
no fui capaz
de nombrar
el milagro
en su momento
cuando ocurría
poner en palabras
la felicidad aquella
y no alguna tarde cualquiera
del futuro
en la que creo saber
exactamente
cómo cambió
mi vida
sentada en un café
y tomo el cuaderno
y escribo
esperando
que no
duela.
Una metáfora
Éramos dos peces que se persiguen
en una pecera de agua cálida.
Ojos alertas. La colita moviéndose.
Cuando lo atrapaba, le mordía el hombro.
Él se giraba para abrazar la almohada.
Estiraba las piernas y yo lo envolvía.
Nos dormíamos. En algún momento,
él cruzaba la cama, acalorado,
yo tenía frío, así que nadaba
hasta la otra punta del agua oscura,
apoyaba la cabeza en su espalda
como contra una catarata de olor.
Cuando volvía a despertar
él me tenía abrazada,
las sábanas en el suelo,
su cabeza entre mis piernas
y la tibieza del mundo
volcándose en mí.
Ahora de noche duermo mal
y cuando despierto,
me acurruco en un rincón
y no salgo de ahí hasta la mañana.
Me compré dos colchas más.
No alcanza.
Un solo pez no sabe qué hacer
con tanta agua.
Enredada
La primera vez que volví a estar con un hombre
tuve las cosas bajo control
hasta que se sacó la remera.
El cuarto, el aire acondicionado
no estaban listos.
Él siguió sacándose la ropa
y se hizo un silencio.
Creí que era yo.
El barrio entero quedó a oscuras,
los postes de luz titilaron,
su pecho iba apareciendo.
Me tiré al piso, asustada por los temblores.
Me arrastré para juntar mis cosas
pero en la oscuridad me besó el cuello
y me desvistió y fui suya
y creo que lloré y le dije:
“Seguí, seguí”.
En algún momento
me hice una bolita
y él se durmió junto a mí,
enredado en mi pelo.
Poemas de la memoria y de la anticipación
Poemas de la memoria
o poemas de la anticipación:
¿cuáles prefiero?
Ahora sí, recuerdos, vengan,
estoy escribiendo en mi cuarto.
Cuando salieron las primeras luces
desperté, giré en la cama
y me encontré con un hombre
años más joven.
Poemas de la memoria:
guarden esta dulzura.
Poemas de la anticipación, díganme,
¿lo voy a ver mañana?
Tom Maver (Buenos Aires, 1985)
Es poeta, traductor y editor. Dirige junto a Natalia Litvinova la editorial Llantén.
Poesía
Canto de viuda (Buenos Aires, Llantén, 2025)
Sara Luna (Ganador del Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes), Buenos Aires, Llantén 2019; España, El sastre de Apollinaire; Brasil, Editorial Moinhos
Marea Solar (Córdoba, Alción, 2016; Buenos Aires, Alto Pogo, 2018)
Nocturno de Aña Cuá (Buenos Aires, Llantén, 2018)
Yo, la incesante nieve (Buenos Aires, Huesos de jibia, 2009)
Traducciones
Hongos nupciales, de Westonia Murray, Buenos Aires, Llantén, 2020
Algunos pájaros nunca cantan, de Zakaria Mohammed, Buenos Aires, Llantén, 2020
Qué son las islas, de Hilda Doolittle, Buenos Aires, Llantén, 2018
Biografía en los saquitos de té, de Westonia Murray, Buenos Aires, Llantén, 2017
Rosa, de Li-Young Lee, Buenos Aires, Barba de abejas, 2015