Planetaria
Carolina Massola
Buenos Aires
Modesto Rimba
2017
Por Claudia Masin
El año en que se edita Planetaria, de Carolina Massola, será recordado como el año en que se descubrió un nuevo sistema planetario a 40 años luz de la Tierra. Es decir, como el año en que –nuevamente- la arrogancia, el egocentrismo y la pretensión humana de exclusividad han recibido un golpe rotundo, quizás tan tajante en sus consecuencias como la afirmación de Galileo de que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés. Sabemos que los gestos de ruptura y de desobediencia generan –en el mejor de los casos– burla y desprecio, y en el peor le cuestan la vida a quien los ejecuta. La poesía tiene en común con la astronomía, según creo, que ambas nos dan la verdadera dimensión de lo humano, que ambas ponen en perspectiva nuestras vidas. Y puestas en perspectiva, nuestras vidas son irremediablemente pequeñas. ¿Es eso una desgracia, es algo de lo que debemos huir a toda costa para preservar nuestra tranquilidad mental, para salvarnos de quedar a la intemperie, privados de la certeza de ser –cada uno de nosotros- el eje del propio universo que es, además, el único que existe? Pienso que es más bien una gracia, un regalo. Leer un poema, escribir un poema, detenerse a mirar las estrellas, tienen un denominador común: nos liberan de la pesada, insoportable a veces, carga del Yo. Nos permiten –aunque sea por un brevísimo momento- fusionarnos con los otros, con lo otro, con la inmensidad y la incertidumbre de la que tantas veces olvidamos que formamos parte. Ese es nuestro hogar: esa intemperie. La poesía no deja de recordárnoslo. Este libro, particularmente, trae al centro de la escena una y otra vez una hermosa e inquietante idea : somos parte de algo que nos excede. Escribe Massola: «Tal vez/ veamos caer desde lo alto/ una constelación de estrellas/ y con ella/ todo el Universo que concebimos/ se hunda por fin en la tempestad de la vida/ colisione/se haga añicos/ humo polvo/ y nosotros con él». Un plural que nos incluye a todos dentro de algo mucho más grande que cada uno de nosotros, que la suma de las partes, un plural que viene a decir que nada puede existir separado, solo, aislado de todo lo demás. Que lo que nos toca el cuerpo, aún cuando esté a miles de años luz o a millones, como ciertas estrellas, nos constituye. La luz que creemos recibir, que creemos remota no está afuera ni lejos. Si el Universo que concebimos, escribe la poeta, se hunde, colisiona, se hace añicos, humo, polvo, nosotros caeremos derrotados con él.
Esa idea de fusión hace que el Yo que recorre los poemas de este libro sea un yo difuminado, diluido, cuyos contornos se desdibujan cada vez, una primera persona que se funde con frecuencia en un Nosotros: un Nosotros que incluye a todos los fenómenos de la tierra y del cielo, que no excluye nada de su órbita, que se ve afectado por cada movimiento de lo que lo rodea, aunque por momentos parezca ocupar un lugar de mera observación. Escribe la poeta: «Me disperso/ busco expandirme/ en el Universo». Y es esa una suerte de arte poética que en la autora no se limita a este libro: se trata de un modo de concebir la escritura para el cual no es el Yo el planeta privilegiado a cuyo alrededor todo lo demás se funde a negro. La poesía sería más bien, para Massola, el lugar donde aquello que nunca estuvo en verdad separado se revela reunido, muestra su verdadera naturaleza: la indisoluble fusión, el encuentro. Dice Octavio Paz: «Frente al mar o ante una montaña, perdidos entre los árboles de un bosque o a la entrada de un valle que se tiende a nuestros pies, nuestra primera sensación es la de extrañeza o separación. Nos sentimos distintos. El mundo natural se presenta como algo ajeno, dueño de una existencia propia. Este alejamiento se transforma pronto en hostilidad. Cada rama del árbol habla un lenguaje que no entendemos; en cada espesura nos espía un par de ojos; criaturas desconocidas nos amenazan o se burlan de nosotros. También puede ocurrir lo contrario: la naturaleza se repliega sobre sí misma y el mar se enrolla y se desenrolla frente a nosotros, indiferente; las rocas se vuelven aún más compactas e impenetrables; el desierto más vacío e insondable. No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma. Y de este sentirnos nada pasamos, si la contemplación se prolonga y el pánico no nos embarga, al estado opuesto: el ritmo del mar se acompasa al de nuestra sangre; el silencio de las piedras es nuestro propio silencio; andar entre las arenas es caminar por la extensión de nuestra conciencia, ilimitada como ellas; los ruidos del bosque nos aluden. Todos formamos parte de todo. El ser emerge de la nada. Un mismo ritmo nos mueve, un mismo silencio nos rodea. Los objetos mismos se animan». Planetaria no solo es un libro que habla acerca de esa materia elusiva y prescindente que es la naturaleza. Además, busca asir –a través del lenguaje- fenómenos y materias cuya lejanía e inmensidad causan, inevitablemente, una clara sensación de ajenidad, de separación. Y sin embargo, los poemas de Massola establecen esa intimidad de la que habla Paz, de cercanía y fusión con la materia de la que hablan. Logran que el espacio ilimitado, inmenso, se funda con la propia, fugaz existencia, y que de allí emerja una belleza inesperada, sorprendente. En un poema del libro leemos: «la luz se me discierne esbelta/ es a su mirada de roble/ el pasaje que nos une/ multiplicándosenos todo/ en mareas estrellas/ viene cada partícula a nosotros/ para arrullarnos la boca/ como se nos conmueven/ hasta los temblores/ y el universo nos mira/ en nuestro girar de cuerpos celestes/ nos envuelven espirales/ nos acunan todas las madres/ ya florecemos entusiasmados/ aquí y allá donde no hay sitios/ más que resplandores».
Aquí no hay ya separación, no hay un Yo que observe, el Yo se convierte en esos cuerpos celestes acunados, envueltos, floreciendo. Ese es el gran logro de este libro: trabajar no solo con el lenguaje sino con la propia subjetividad para que lo indecible y lo inasible de una experiencia cobre cuerpo, y lograr a su vez que ese cuerpo se adelgace, se vuelva etéreo, se funda con aquello que mira, con aquello que admira, para no opacarlo jamás. Que la poesía sea como ese sol cuya tarea no es deslumbrar sino alumbrar cada cosa del mundo. Como dice Carolina Massola en un texto que podría resumir el carácter de su propia poesía, bella, delicada, intensa pero alejada del énfasis y de las imposturas: «Ningún sol/ tiene la soberbia de brillar».
Más datos de la autora y textos de Planetaria, se pueden consultar en op.cit., aquí