Robin Myers: Poemas y lecturas

Una selección de textos y reseña escrita por Marcelo D. Díaz del libro Lo demás, y otra de Eloísa Oliva de Tener, de la poeta Robin Myers (Nueva York, 1987) constituyen esta presentación de una de las más interesantes apariciones en el campo argentino de la traducción. Versiones de Ezequiel Zaidenwerg.

Lo demás, de Robin Myers, Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 162 Páginas. Traducción: Ezequiel Zaidenwerg

La declinación de la luz

Por Marcelo D. Díaz

¿Qué es lo que queda de la intensidad de la experiencia en un poema? Por defecto puede que el oficio del poeta implique reconstruir un momento mediante la lengua no sin esfuerzo, porque entre el lenguaje y los acontecimientos hay una sombra de extrañeza de sentidos que no siempre encuentran una voz para decir aquello que queremos enunciar. A la experiencia poética le siguen los vocablos de la pérdida, en otros términos, cómo hacer para narrarnos desde un lugar transitorio, puestos de fronteras, autopistas, habitaciones de provincia, estaciones de subte. Los versos de Robin Myers encuentran un correlato en el movimiento, el traslado de un espacio circunstancial a otro, como si la escritura no fuese otra cosa más que migración.
Se habita una geografía del mismo modo en que se habita un idioma, un postulado recurrente, y quién dice que la escritura no implique un recorrido parecido al de una diáspora. Pienso en el poema «Otro intento por decir algo más sobre Jerusalén» en el que se experimenta a fondo la dificultad del lenguaje poético para significar ya que la dimensión de las vivencias condensadas de manera epigramática desbordan los límites propios de la lengua: «Los vecinos lo enterraron de noche./ Los soldados miraban/ desde la calle ahí abajo./ Los soldados sostenían las linternas./ Era hijo suyo./ Vos y yo, que nunca los tuvimos,/ atravesamos los haces de luz/ camino a casa». Aquí la comunicación efectiva es reemplazada por un gesto que se funde en el silencio cuando se quiere enunciar el cruce de una frontera física, mental y afectiva. ¿Qué es lo que se deja atrás cuando cruzamos un límite? ¿Y qué es lo que leemos en la bóveda celeste mientras las luces urbanas acompañan nuestro viaje? Un poema que no agota sus posibilidades en el presente de la enunciación, publicado hace pocos varios años, activa lecturas que se actualizan una y otra vez con otra pregunta en consonancia acerca de qué es lo que regresa al momento de atravesar los haces de luz.
En Myers la escritura es parte de una identidad que sigue un trayecto aleatorio moviéndose en el tiempo y el espacio. La poesía es pura materia, experiencia, y denota una sensibilidad que recubre de cierto magnetismo al lector porque más allá del terreno de las formas está el infinito campo sentimental con el que los diferentes ritmos y tiempos de la experiencia dialogan. ¿Importa llegar al otro lado de los puestos de frontera? ¿O importa sólo el viaje que hacemos? Quién dice que en ese movimiento sin darnos cuenta, como en perspectiva, vamos dibujando un círculo concéntrico entre las cosas que perdemos y las cosas que encontramos.
Quizá haya que leer a contraluz: Yo creo que al final es todo luz, pero no porque cambie lo que toca. Es decir: hay un resplandor en el que, sin ninguna epifanía, se advierte un orden casi natural de los mecanismos del mundo donde hoy habitamos estas coordenadas y mañana quién sabe, los restos de lo vivido se van encadenando como astillas emocionales en la memoria de cierta lírica personal hacia un destino visual, por eso no importa que el comportamiento de las cosas al contacto con la luz no se modifique. Es el paisaje interior el que completa la diáspora, no siempre de forma fructífera, puede ocurrir que la subjetividad en su esplendor demande ser considerada en sus fragmentos, o fracturada, porque la palabra vive en la espera y la ensancha. La voz de Robin Myer vibra al pasar por estados de afectos altos y bajos, luces y sombras, encuentros y ausencias; y en algunos momentos nos encandila como si saliera de sí para alumbrar la tonalidad de otra voz que no sabíamos que llevábamos con nosotros.

Poemas de Lo demás

Union Square Station

Después de tanto ardor– tanto tratar
de encontrar las palabras y de tocar la carne,
la tibieza de ambas, o tan sólo
una manera de lidiar con sus efectos–,
después de tanto espacio que nos queda
cuando lo buscamos, sin importar si lo encontramos
o no, pienso, parada en la estación desierta
de subte, mientras un chelista solitario
munido de su arco hace que los armónicos
graves retumben por la cueva,
que debe ser deseo esto también:
dirigirse no al músico
(y sin nada de fuego), sino al tren: Sé, lento,
sé lejano. Dejame que me quede
este zumbido visceral
en los pulmones. Obligame a esperar.
No vengas nunca.

La ex novia de mi novio me corta el pelo en Belén

Hace mucho, él la amó
y por un largo tiempo.
Toma un mechón de pelo mío en un puño.
Arriba, el cielorraso se arquea
como las costillas de una ballena destripada.
Me siento en una silla en el rellano.
Me dice: “No te va a doler ni un poco.”
Cuando me muevo, una mano entonada por el alcohol
me corrige, sosteniéndome la sien.
Está oscuro. Él espera adentro,
como si siguiese el ejemplo
de la luz. No puedo parar de acordarme
de dónde estoy. Al final de la calle
está la panadería que abre de noche, el negocio de la esquina
con sus estantes llenos de Raid y huevos,
la cueva donde Jesús se atragantó
con sus primeras bocanadas de aire mohoso.
La tijera me tira del pelo
y me lo corta apenas
debajo de los hombros. Shhh, tranquila,
dice ella. Está rapada
al ras. Todavía no sé
contar en su idioma.
Después voy a aprender y a olvidarme de nuevo.
Listo, anuncia con
una brusquedad que es casi ternura.
Mucho mejor. El camión que reparte
las garrafas de gas canta su triste canción.
Empieza a llover. Ella enciende
otro cigarrillo. Adentro,
él me toca la frente,
sonriendo, y parece sorprendido,
el espejo de su cara oculta
si estoy cambiada o estoy
exactamente igual. ~

Otro intento por decir algo más sobre Jerusalén

Los vecinos lo enterraron de noche.
Los soldados miraban
desde la calle ahí abajo.
Los soldados sostenían las linternas.
Era hijo suyo.
Vos y yo, que nunca los tuvimos,
atravesamos los haces de luz
camino a casa.

Puesto de control en Belén

Yo no soy como vos: para una voz
yo sólo tengo un cuerpo
Louise Glück

Ese soldado se hace el muerto. Miles
de hombres se apiñan en los molinetes.
¿Quién se piensa que es?
¿Morirse ahí, en su puesto,
en hora pico,
a la vista de todos?
Él cree que está muerto.
Los hombres, indignados,
se aferran as las barras
esperando su turno.
El soldado murió
con brazos extendidos
a lo largo de la mesa,
un gesto repentino congelado
en la testarudez
del rigor mortis.
Los hombres se apoderan de su lengua
y gritan
y lo insultan en la de ellos.
Él carece de lengua,
no tiene ojos.
Tiene una calavera que se pudre
adentro de su gorra.
Los hombres despotrican e intentan persuadir
y se cansan y escupen y patean los barrotes
como costillas.
La fila se despliega hasta adentrarse
en las entrañas de la tierra.
El sol se eleva.
Más encumbrado, hasta en la muerte,
que el propio sol, sabe el soldado
que la muerte no alcanza,
que también va a pasar,
que exige un tipo de consentimiento
más absoluto
de lo que su rango
podría pretender.
Y sin embargo, mientras está aquí
se siente bendecido,
no sirve para nada,
no es hombre ni palabra,
un fantasma y un huérfano,
irresponsable,
despojado;
si no absuelto,
al menos eximido.
Hasta que:

¡Hijo de puta!

De repente, un milagro.
Una infracción,
una respiración,
entendimiento:
el soldado oye,
el soldado se mueve,
el soldado levanta la cabeza.
Y levanta la mano.
Y una vez más
junta los cinco dedos
de una forma
que sus huesos recuerdan, apretados
según las órdenes reflejas
de su hogar terrenal,
un gesto que, de todos modos,
articula la jerga
preciosa de su paraíso.

¡Esperen!

Y se muere otra vez.

La metafísica de Pedro el heladero

Según lo veo yo, el cielo es otro mundo, nada más,
y yo no soy de ahí.
Vi un programa en la tele acerca de los peces de las profundidades,
que viven tan profundo que casi no son peces, sino apenas
pinchos y lamparitas que relumbran en un lugar extraño.
Nosotros no podemos bajar tanto, excepto en una máquina.
De intentar respirar, nos ahogaría el agua,
y nos aplastaría la oscuridad. Mientras que aquellos peces
se la pasan nadando por ahí, con sus luces intermitentes y sus dientecitos,
comiendo lo que sea que ellos comen,
todas nuestras palabras y los planes que hacemos no nos sirven de nada;
y todas esas sombras y las cosas que brillan,
junto con la comida invisible de los peces,
tienen bastante más sentido que nosotros.
¿Por qué sería diferente el cielo?
Otro país por el que para entrar tenemos que morir,
y donde ya no importan la tierra ni la sangre ni los huesos,
y hay que aprender a parecerse al aire
después de caminar por tantos años.
Cuando a la noche prendo una vela al costado de mi cama,
eso es lo más que llego a parecerme
a los peces de las profundidades.
Se me voló el sombrero un día de viento;
quizá eso se parezca un poquito a volar
o a tener un espíritu o a ser uno. Jamás volví a encontrarlo.
Quizá llegue a algún lado antes que yo,
quizá me quede donde estoy sin él.

Luz

Yo creo que al final es todo luz; creo que es aire
Larry Levis

Yo creo que al final es todo luz. Pero no, finalmente,
porque sea algo hermoso o temporario, ni siquiera solemne. Una vez,
con un hombre del que estaba enamorada, fuimos al bosque a caminar y de repente se largó a llover.
No estaba en nuestros planes. Pero igual le encantó; él era de Wyoming,
y estaba acostumbrado a amar aquellas cosas que el mundo decidía que podía manejar sin previo aviso.
Sacudía los árboles la lluvia. Convertía el sendero en un riachuelo, levantaba la tierra,
y a mí me parecía que jamás volvería a estar seca. Pero cuando llegamos hasta un risco
y miramos abajo, en dirección al valle, vimos que el sol se abría paso a través de las nubes
que antes lo ocultaban: súbitamente, la tormenta era una tormenta de luz.
Se tiñó todo el valle de un naranja profundo, los árboles brillaban doblemente:
antes por el otoño, ahora por el sol. El hombre
contemplaba, asombrado, el barro reluciente ante nosotros.
Yo creo que al final es todo luz, pero no porque cambie lo que toca.
Yo creo que él creía que estar ahí
nos convertía a ambos en parte del paisaje –y me tocó la cara,
donde tenía lluvia todavía, y quizá algo de luz-; y también me parece que creía
que de algún modo éramos responsables, en el sentido, al menos, de que siempre
lo somos de las cosas que decidimos ver. Yo creo que al final es todo luz,
no, sin embargo, porque nos bendiga o nos borre: sentí, al bajar
por la ladera, una especie de incómoda ternura por el cuerpo
que tenía a mi lado, este hombre cuya mano había tocado mi piel,
como si de verdad todo esto se tratara de su mano y mi piel; cuyo amor por el mundo
siempre será más fuerte cada vez que pose la mirada sobre él y mire cómo el sol
resalta todo aquello que él sabe verdadero. Pasamos por al lado de un arroyo
salpicado por esquirlas de luz, como si fueran peces.
Vimos la luz filtrarse por el aire. Y así vimos el aire. Yo pienso que al final es todo luz, pero tan sólo]
porque no guarda relación alguna con nosotros, no nos puede ayudar,
tan sólo iluminarnos, de la misma manera en que ilumina una fila de árboles,
una ruta desierta, sábanas arrugadas al amanecer tras la partida del amante.
Pienso que todo es luz, porque nos encendemos y después nos apagamos,
luego nos encendemos otra vez, le demos importancia
o no a ese hecho. Porque no. No podemos.

***

Tener, de Robin Myers, Buenos Aires, Audisea. Traducción: Ezequiel Zaidenwerg

Selección de Tener*

No me acuerdo de cómo fue nacer.

Pero me acuerdo de otras cosas.

Primero, atravesar el mar
y después, el desierto,
una hamaca en la noche,
un termómetro de vidrio,
una nevada absurda,
una chica,

y la cara de mamá,
abierta como el agua
al abrocharme el mameluco
todos los días de mi vida,

en el sentido en que la infancia
es una vida.

I don’t remember anything about being born.

But I remember other things.

The early oceans crossed,
the ensuing desert,
a swing in the dark
a glass thermometer
one impossible snow,
a girl,

and my mother’s face,
open as water
as she fastened the buckles of my overalls
everyday of my life,

in the way that childhood
is a life.

*

¿Cómo voy a saber
qué voz
era la mía?

How will I know
which voice
was mine?

*

Abrí la puerta una vez;
ahora quiero abrirla todo
el tiempo sin parar.

Una mujer en un museo
extiende las dos manos
para poder tocar una escultura:
una cara de piedra
sale a la superficie
de agua de piedra y la separa,
los ojos todavía
cerrados, pero confiadamente despiertos

El guardia del museo les llama la atención:
Señora, no se toca
y ella le dice,
Yo soy ciega,
toco.

Me acuerdo de una mujer
que tenía las manos más calientes
que el resto del cuerpo,
como si la sangre
le brotara de otro lado.

¿Cómo tocar sin desconsuelo?

Como una puerta
que se abre.

I opened the door once:
I want to open it over
and over and over again

A woman in a museum
reaches out with both hands
to touch a sculpture–
a stoneface
rising to the surface of stone
water, parting it,
stone eyes still
closed, but trustingly awake.

The museum guard calls out
Can´t touch ma’am
and she answers
I’m blind,
I touch.

There was someone once;
I remember her hands being
warmer than the rest of her,
as if the blood
sprang from somewhere else.

How to touch without desolation?

Like a door,
opening.

*

El mundo del comercio
está repleto de promesas tiernas.

Voy a la ferretería.
El letrero en el frente proclama:

Si no lo tenemos,
lo encontramos.

The commercial world
is full of tender promises.

I take a trip to the hardware store.
The sign up front  proclaims

If we don’t have it,
we’ll find it.

*

Cuando se hace de noche,
tiro al patio pedazos
de carne cruda que pasó
su fecha límite de venta
para los gatos
y las comadrejas
que me conocen.

Se turnan
para comer. Los gatos
siempre van primero,
ojos de comadreja
brillan en los arbustos.

¿Quién podría decir
si lo que tienen
es una tregua renovada
una y otra vez,
una cadena de mando
establecida,
si es opresión,
o aquello que llamamos
paz,

estos animales que tienen hambre
y no hablan nunca?

At dusk,
I fling cuts
of raw meat just
past its sell-by
date into the yard
for the cats
and the weasels
who know me.

They take turns
eating. Always
the cats first,
weasel eyes
glittering in the bushes.

Who can say
if what they have together
is a truce renewed
each time,
an established chain
of command,
an oppression,
or what we call
peace,

these animals who hunger
and never speak?

*

Las imágenes
ya circulan por ahí,
listas para sacudirnos
en simultáneo, colisiones
en trabajo de parto:

Las babushkas de Chernóbil,
su negativa a vivir en ninguna
otra parte; su salo y su aguardiente casero;
la cosecha de frutillas en Gaza;
los ciclos vitales de diecisiete años
de las cigarras, el submarino que no vuelve
y que se va, como se dice,
de “patrulla eterna”.

Me entreno para recibirlas.
¿Y después?

El dibujo, dice un artista
que conozco, que sólo hace dibujos,
es una forma
de no estar preparado.

The images
are already out there,
ready to jolt us
simultaneous, collisions
in labor:

The babushkas of Chernobyl
refusing to leave anywhere
else; their salo and moonshine;
the strawberry harvests of Gaza;
the life cycles of seventeen-year
cicadas; the submarine lost
on what is called
eternal patrol.

I train myself
to receive them.
And then?

The drawing, says an artist
I know, who makes only drawings,
is a way
to be not prepared.

* Nota. Por Eloísa Oliva
“La poesía de Robin Myers enseña a pensar”, pensé un día en el colectivo, y aprendí. Como un dibujo lento, eficaz, Robin (que quiere decir ruiseñor) desgrana gesto, idea; cambia de escala como lo más natural del mundo. El pasto, las manos de una ciega una promesa también una guerra; el poder, las imágenes; todo, todo eso, tiene lugar en el poema. Para la política del futuro, una amiga dice que en los gabinetes de gobierno debería haber ministerio de dibujo, porque es una práctica de naturaleza austera y anticapitalista. Le sumaría también el ministerio de poesía, para volver a enlazar pensamiento, lenguaje y realidad.


Links