Una cruzada lírica
Laura Crespi
Buenos Aires, Bajo la Luna, 2022
Llámalo como quieras
Por José Villa
Una cruzada lírica implica en cierta manera la acción a secas, es decir, quizás lo más específico que podemos encontrarle a la lírica, pero también, ¿por qué no?, una confirmación o una fe; la de alguien que decide pararse de un modo audaz, e incluso temerario. Esto es, en desventaja. La cuestión muestra una cara defensiva; recuperemos nuestra razón de ser, podría decir, si pensamos que la palabra lírica se encuentra devaluada, secuestrada, invadida, cuestionada, en el mejor de los casos, asediada; lo que además significa, en gran parte, que permanece intacta en el campo de batalla, suponiendo que estamos en el medio de una necesaria confusión y querella contemporánea. En este sentido, Una cruzada lírica lleva su estandarte, el de producir un lenguaje cíclico, con una sostenida levedad, contemplativo, queriendo pronunciar sus propios límites. Una especie de agonía por los sonidos. ¿En eso va su desarrollo? La lectura del I Ching, introducida en la trama de los poemas (“Era un campo de niebla pelado por el hielo / donde el aire pudo caminar al fin su transparencia // donde abrí el libro al azar y la madera respiró / y sobre el humo volando desde el pocillo de café // me llega Hsü, La Espera. Arriba K’han, Lo Abismal, el agua. Abajo Ch’ien. Lo Creativo, el cielo”), traza un encuadre y un punto de apoyo para que los motivos sean visibles; es el método, que hace que la escritura acumule y a la vez vacíe las palabras que le dieron existencia. Imágenes y palabras, palabras e imágenes, se debaten trasvasándose hechas lenguaje y poema. Por lo demás, hay una destreza compositiva en haber explorado las resonancias poéticas de los signos del I Ching sin que significara agregar un relieve intrascendente, distorsivo, o no funcional. Por el contrario, las palabras nucleares del libro de las mutaciones irradian en el poema su peso imaginario y conceptual, al modo de una música que acompaña desde el exterior las imágenes de una película y a la vez suena en la relación interna como si alguien, por ejemplo, estuviera escuchando una canción en la radio o silbándola mientras camina.
Esta disposición no es menor, porque opera, para expresarlo en el idioma, o, dicho en otro plano, en la poética del libro, en acciones distintas y paralelas: concentración y seguimiento de un conocimiento, que huye, en insistentes términos (“distanciamiento”, “lejanía”, “horizonte”) y que graba una naturaleza y una paisajística (“siguiendo las paralelas que las vías / calcaron en una extraña síntesis / que nunca se resuelve, / acaso nunca / llegan a ligarse / y el enlace / sea justo una distancia / y su tensión”). A esa distancia concurren, se proyectan, líneas, destellos, colores, espacios concretos y mentales; casi que se podría suprimir una gran cantidad de relacionantes, artículos y enganches gramaticales, y el poema conservaría su sentido volviéndose de otro modo real, según cierta equidistancia y superposición. Pero la idea de una tensión simultánea y confluente se atrae con una mínima base narrativa: “Fuimos al encuentro de ese mar / el río que se abría más allá, / en un fluido que habilitara ese beso y no / esa intemperie que más tarde / nos dejara sucios, / agotados / al costado de una ruta / por la que desde el asfalto / se elevaba la canícula / con una nube de mosquitos / negra, enmarañada, / incrustando sobre cuatro pantorrillas / aguijones donde brotaron las hinchazones / primero naranjas, después ocres, / mientras nos movíamos / alrededor del automóvil / buscando la tapa de agua”. Como en pocos poemas del libro está expuesto el revés de la historia; el desengaño termina por descomponer la ficción: haber llegado tuvo su precio. En otros poemas también se filtra esta apreciación, el momento en que la proyección visual y sonora se rompe, tal vez, como fin de la cruzada, sin que el ritmo deje de contenerse por una red de brillos fundidos. El libro es un trip, con su tiempo leído, progresivo. Brota melancólico, un yo despersonalizado que sostiene una mirada que quiere pulverizar las cosas. En la lengua inmanejable del poema se imprime una interrogación casi apagada; un estar que se sobrepasa, que sale, si se quiere, de sí mismo. [También] Podés llamarlo deseo, necesidad, amor, redención, justicia, pasión, como quieras.
Textos de Una cruzada lírica
III
1
Tan dulce el calor
así cruzando por el lago ahora
ígnea piel mía y azul y verde el bosque
reflejándose en un círculo
de soledad.
2
Solo del elan del aire seco
surge un movimiento prolongado y cae
dispersándose desde los árboles, las ramas
que declinan en la orilla su vertiente,
apoyando sus hojas ovadas
y arrastrando en láminas de agua
lágrimas de un lago hondo,
debajo del bloque que desplaza
este cristal azul de transparencia.
3
Oro, lirio y colibrí en ebullición
perpleja longitud posándose en el ojo
con su flamante velocidad en voces
aceleraciones
y uno que otro
aleteo momentáneo
que rodea mis oídos
piernas
plantas
labios
y párpados a la vez.
4
Largas horas
un calor intenso
pero más leve desde el follaje
traído del bosque azul y verde
donde se erigen los pinos y los álamos
las araucarias altas que se doblan
y combándose hacia un mismo lado
parecen superponerse en círculos
en espirales lentos y ovalados
que hacen deslizar este vacío
dentro de uno aún mayor.
Links
Más poemas de la autora en op.cit. «El poeta laureado»
Reseña. «Una cruzada lírica», por Leandro Llull, en Otra Parte