Los seres que sostienen todo un mundo/ Seres pequeños, de Valeria Cervero

t_seresp_v_cerveroSeres pequeños
Valeria Cervero
Bahía Blanca
Hemisferio Derecho
2018

 

 

 

Por Fabián O. Iriarte

“De qué manera nombrar la fragilidad/ de los estados, los cuerpos,/ los roces”: desde el principio de este libro se enuncia –como pregunta sin signos de interrogación, en voz baja y de manera sucinta— el arte poética que sustenta los poemas. La poeta está segura del tópico que quiere explorar: la fragilidad (restringida a la que afecta los tres elementos mencionados: estados, cuerpos y roces), pero se pregunta por la manera en que deba, o pueda, nombrarla. “Las imágenes vienen a decir lo que nunca”, reza otro verso; como el verbo queda en suspenso, nos quedamos con la duda: ¿lo que nunca sucedió, lo que nunca sucede, lo que nunca sucederá? Se trata de una poética que desea sugerir, no indicar explícitamente.
Se parte del tamaño (físico, pero sobre todo emocional) de los seres que habitamos el mundo: ¿enormes, grandes, medianos, pequeños, diminutos? Así, la razón del amor es la conciencia del lugar que ocupamos; y es inversamente proporcional al espacio ocupado: “amamos porque somos pequeños”. Como el mundo se oscurece, tanto literal como metafóricamente, tenemos la esperanza (si no la certeza) de que “alguien puede / en lo oscuro / nombrar / para dejarnos ver”.
Parte del aprendizaje de los seres pequeños es aceptar el peso que tiene en el destino tanto lo planeado como lo imprevisto. Viajando en colectivo, la hablante lírica lee en la calle un cartel publicitario que “promete soluciones para la vida” y se pregunta si hay alguna receta para la felicidad, como las hay para hornear una torta, plegar el papel en el origami, o quitar las manchas de la ropa. La respuesta obvia (creo yo) es que no hay receta para la felicidad, pero se advierte: “habría que pensar que no siempre prevemos / que lo que se nos desliza de múltiples maneras también / se nos brinda tanto como sus tontos simulacros”.
Es como si hubiera que aprender a leer los signos que se nos aparecen en todas partes, sin creer que unos son más relevantes que otros y, sobre todo, sin creer que nos darán una señal clara, carente de ambigüedad: “el cuerpo de la rama en el viento// extraño/ niega y afirma/ la precariedad del mundo”. Leer los signos es, pues, el aprendizaje de la paradoja: la negación que es también afirmación. O la repetición que es novedad, como se dice en otro poema:

La vida a veces resulta monótona
y las palabras se repiten como los recuerdos.
Pero también precisamos ciertas reiteraciones,
como si en ellas estuviera
lo que realmente nos sostiene.
Como si guardaran algo nuevo y luminoso
cada vez.

La conciencia de nuestra pequeñez quizás sea el resultado de una experiencia que pone todo en su lugar: la muerte. Aquí encontramos otra forma del tópico de la fragilidad y, a la vez, el segundo objetivo del arte poética antes mencionada. ¿O se trata del mismo objetivo, enunciado de forma diferente?:

Encontrar una marca
que permita decir la ausencia,
la voz, el cuerpo, el abrazo que ya
no son. Como si todo
un mundo no se cerrase
sin cada gesto.
Como si la muerte alguna vez nos cobijara.

Observemos (no es casualidad) el uso del giro “como si” en varios poemas de este libro. (No puedo dejar de pensar en la Philosophie des Als Ob (1911), de Hans Vaihinger, que proponía que todo conocimiento humano, toda explicación en los campos de la ciencia, la filosofía, la ley, la religión, etc., son otras tantas ficciones). Nunca hay seguridad absoluta; aunque se pueda hallar esa “marca” buscada con tanto ahínco, sólo se puede conjeturar, suponer, proceder por analogías y comparaciones.
Naturalmente, no podríamos vivir recordando la muerte de manera constante. Allí radica su fuerza: en sus destellos, cuando se nos aparece como recuerdo: “Tantas cosas que se escapan de mi atención”, medita la hablante, y a continuación enumera algunas de esas cosas: las marcas de auto, el celular, las encuestas, la ropa de su jefa, el arroz en el fuego. Y al final: “La muerte de mi madre, a veces”. Entre los meses de noviembre de 2015 y abril de 2016, los fallecimientos de tres seres queridos afectaron a la poeta, y constituyen el origen de algunos de los poemas del libro.
La experiencia de la muerte equivale a una experiencia del mundo en la que todo lo conocido se torna, de repente, extraño. Por ejemplo, al volver a la casa familiar: “Entrar es entrar a un nuevo lugar”. Se vacila entre una y otra explicación: “La casa respira de otra manera, dicen./ O es nuestro aire el que circula distinto”. Entonces, se acude a la habitual fuente del saber, para notar su falta: “¿Cuál es la casa, entonces?/ Mamá tampoco está para contarme”. La madre no está, pero a la vez está presente: en los sueños, por ejemplo. Incluso en los sueños que reviven no sólo los momentos felices, sino también los episodios de enojo, “esos segundos feroces/ en que volví a ser su hija”. Sea una “suma de recuerdos” o sea “la irrupción en [la] memoria/ de ciertos momentos puntuales/ que surgen sin avisar”, la madre permanece, “como pequeñas piedritas/ que sostienen todo un mundo”: la gran paradoja del ser pequeño pero esencial, irremplazable.
El poema in memoriam Inés Manzano, una querida poeta cuya presencia solía convocar a gran número de amigas y amigos, trata de evocar las tertulias en casa de Graciela Perosio, la reunión “en el decir” y el transporte “por sus palabras”. En el caso de la “muerte elegida” (mi eufemismo para el suicidio) de Marina Treus, amiga de la poeta, se explora la antigua prohibición cristiana: “Dicen que dios no va a recibirte,/ que no hay perdón/ para quienes se suicidan”, para refutarla, si no con la argumentación filosófica, por lo menos con la fuerza inequívoca de la emoción: “No hay perdón para ellos, entonces,/ los que levantan las palabras para herir,/ ni olvido para nosotros, que tampoco/ pudimos cobijarte”.
La muerte es omnipresente, pero a veces debe (es necesario como condición para vivir) pasar a segundo plano: “Aún nos falta/ la novedad de hacer cada día/ por cada racimo una luz.” En dos poemas, hacia el final de la colección, esa luz se encuentra en momentos íntimos con las personas queridas: conversando (real o imaginariamente) con el hijo, compartiendo una siesta con el hombre que ama.
Es cierto, abundan las preguntas nacidas del desencanto: “¿Dónde está la belleza en estos días de miedo?/ ¿Dónde queda el lado claro de la vida?”, pero hay una respuesta (qué importa si es provisoria): “Aun así trazamos una línea sobre el papel/ para no resignarnos a la pobreza/ de sobrevivir sin darnos cuenta”. A pesar del “hueco interior” reconocido, de la “grieta en la pared”, que “trae su luz y su sombra imposibles”, hay maneras de suturar las heridas: el ejercicio de la memoria es una de ellas; el ejercicio de la poesía, otra.
Así concluye este libro: con la búsqueda de una palabra “en la orilla del mundo”, “para decir lo imposible”, “para escribir lo que nunca/ decimos en voz alta”, una palabra “para acercarse a la verdad”, una palabra “como forma del amor”. Cuando le pedí a Valeria Cervero que me firmara un ejemplar de su libro, ella se refirió a sus poemas, en la dedicatoria, como “estos versos de pequeñeces e infinitudes”:

El peso imperceptible de una hoja
sobre la rama más firme,
sostenes y presencias que perduran
hasta cuando el tiempo puede dar.

Precisamente, esta es la paradoja que encarnan los poemas breves de este libro; son breves en extensión, pero abarcan los temas más grandes: el amor, la muerte, la humanidad de la palabra, los alcances de la felicidad.

 

Poemas de Seres pequeños

De qué manera nombrar la fragilidad
de los estados, los cuerpos,
los roces.
Un simulacro de duración nos atrapa
como la cabina de un ascensor,
aunque nunca llega a volverse casa.
Las imágenes vienen a decir lo que nunca
e insisten
en que no hay ayer
que se deslice
tan fácilmente de nuestro sitio.

*

esperar el día en que los nombres
sean un pasado también
y sólo perdure
La que dice

*

Encontrar una marca
que permita decir la ausencia,
la voz, el cuerpo, el abrazo que ya
no son. Como si todo
un mundo no se cerrase
sin cada gesto.
Como si la muerte alguna vez nos cobijara.

*

Tantas imágenes para decir que no estás
por mañanas o tardes; como si pudiera
poner distancia en la distancia,
ocultar el relumbre
fuera de toda razón, aceptar
lo imposible en lo posible,
la palabra en el plano que ya no sé.

*

sin cruzada posible me adelanto
porque a veces no hay tronco que salve
solo esa ramita que acompaña
cuando el agua arrastra

*

Pudimos hablar de miles de cosas hoy.
La nueva serie o el último libro,
la poca temperatura del mate, la hilera
de hojas sobre la mesa.
Pero preferí mirarte
como quien sabe esperar lo que guarda el silencio.

 


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