Nurit Kasztelan: Después

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Presentamos poemas del libro Después, publicado hace pocos meses por Caleta Olivia, con una nota sobre el volumen, por Mario Ortiz.*

Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982), publicó Movimientos incorpóreos (Buenos Aaires, Huesos de Jibia, 2007), Teoremas (Montevideo, La Propia Cartonera, 2010), Lógica de los accidentes (Bahía Blanca, Vox, 2013; Cáceres, Liliputienses, 2014, 2015) y O amor era um jogo instável (San Pablo, Nosotros, 2018). Formó parte de la antología de dramaturgia Perfecta Anarquía, compilada por Andrea Garrote (Jacotot, Bs. As., 2011). Coordinó el ciclo de lecturas La manzana en el Gusano y fue coeditora de la revista No-retornable. Codirige la editorial Excursiones y gestiona la librería atípica Mi Casa.

 

Cuál es mi pérdida

Una rama de mi familia está rota
como planta de olivo la sangre italiana coagula
en el desconocimiento, el verse poco.
La otra está oxidada
la envidia los brillos las telas el local
de mi abuelo en el once
fundido por mi abuela para casar
en buena forma a mis tías.
Comer lo que no se tiene.
Del otro lado guardar acumular mezquinar
incluso el cariño.
La dureza de una madre a medias
una familia a medias y yo
qué.

 

Una luz atravesando el espacio

Sin objeto, sin imagen y sin objetivo,
¿qué es lo que miras? Te miras a ti mismo
James Turrell

Entramos a ciegas, de la mano
una especie de fila india de desconocidos
a los que los une algo
que sobrepasa la curiosidad.
Nos cuentan que este lugar era antes un santuario
santuario, enfatizan, para que no corramos el riesgo
de confundirlo con un templo
como si hablásemos de peras y manzanas.
Nos obligan a permanecer en silencio,
a tantear la pared para que sea el tacto
el que guíe el camino, hasta que la curva
nos indique dónde sentarnos a esperar.
El arte de la paciencia:
algo más que iba a aprender en ese viaje.
Al lugar lo llaman “la parte de atrás de la luna”,
es la última de las siete casas
intervenidas por artistas, que visitamos.
En la oscuridad, recién a los cinco minutos de no ver
distinguimos distintos matices de negro.
Ahí es cuando nos paramos
y vemos aire pesado que se vuelve color blanco,
el efecto óptico se devela
pero sigo sin entender del todo
qué vimos al principio.
En ese estado de mareo que provoca
el cansancio el hambre un viaje
mis ojos saturados de estímulos
se llenan de blanco.

 

Días enteros en las ramas

Haber sabido que no había pájaros
que lo inhóspito estaba en las ramas
que nos íbamos a perder en ese bosque
que no era el infinito
sino el límite.
El uso de un condicional
para un presente
que se diluía.
Todo iba a venir, después.

 

Masticar algo duro para encontrar algo blando

Lo único que espero de diciembre
es que termine diciembre.
Lo que pase después
le pondrá perspectiva a lo que pasó.
A fin de año el colapso
es un estado natural, el orden
de las prioridades altera el deseo
¿o es al revés?
Como hasta reventar
y después me purgo unos días a ensalada.
Quisiera cocinar como una forma
de pensar con las manos
pero los platos se acumulan,
dejo la fuente en remojo y no se ablanda,
algo duro se le queda pegado
es la costra que se forma, rara.

 

Tiempo de poda

Intentás retener un gesto.
Lo vas a llamar el gesto de la despedida
pero después sabrás que no es así.
Ese fue solo el comienzo
de las idas y vueltas:
vos
y tu antiguo yo
retándose a duelo.

 

 

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Después, de Nurit Kasztelan, San Justo-Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018

* Por Mario Ortiz

La profunda unidad que vertebra los poemas que aparecen en Después traza un recorrido de sentido que casi me atrevería a calificar como argumental, como el de una voz que se monta sobre la escena del papel y que podría trasponerse a un decorado familiar pero extraño, que denota cercanía y ajenidad al mismo tiempo: “Hay una escenografía:/ pero no es real/ lo que escucho es una música/ pero me olvido de que la música, como todo, cambia”. Nurit Kasztelan realiza un trabajo admirable: el núcleo dramático se establece a partir de una voz despojada, por momentos íntima en su registro de lo cotidiano, que se pone en tensión por algo que siempre desborda o escapa al orden de lo comprensible. En un recorrido que comienza en la infancia, surge el recuerdo de lenguas familiares ya muertas, que de algún modo se prolongan hasta el presente enunciativo del yo: “Y lo que tengo para decir/ pareciera escribirse en un lenguaje en desuso”. El sujeto por momentos se desdobla y se habla a sí mismo en una segunda persona que marca una distancia objetivante: “Vos/ que querés entenderlo todo/ te fuiste al país donde no se entiende nada”. El propio cuerpo ingresa a una zona de desterritorialización que lo aproxima a ciertas formas de ser como las de ballenas o langostas. Las cosas deberían ofrecer un mensaje mudo que permita restablecer alguna previsibilidad, y por eso se esperan revelaciones del agua o de la borra de café. Pero si en un momento el yo se pregunta para qué sirve la experiencia en semejantes condiciones, en el último poema se condensa algo así como un recorrido que cierra con la voz de cierta sabiduría que entona un canto a lo mínimo, a las pequeñas certezas en medio del devenir de las cosas.

 


Links

Poemas de Después. En Otra Iglesia es Imposible / Espacio Murena