Mariana Skiadaressis

La felicidad es un lugar común

(Buenos Aires, Entropía, 2018)

Capítulo 6 (fragmento)*

Selección: Nicolás Guglielmetti

Durante dos semanas, Kaminsky no vuelve a atender el teléfono ni a responder los mails. Decido aparecer por su casa un día por la tarde, cuando supongo que está trabajando. Toco el timbre y espero. Un auto rojo se estaciona a unos metros. Baja una mujer delgada, pelo largo y oscuro y anteojos de sol. Abre la puerta trasera y escucho un berrido de niño que proviene del interior. La veo maniobrar como para sacar al bebé. Miro la hora en mi reloj y decido tocar por segunda vez el timbre. Justo antes de apoyar el dedo en el botón, veo asomar al escritor detrás de la puerta cancel. Me hace una seña de que espere y se mete adentro. No pone mala cara, quizás se alegra de que haya venido.

Sigo observando a la madre que hace malabares con un bolso, su cartera, unas bolsas de supermercado y el niño que parece un astronauta de traje azul. No sé cómo hace pero logra cerrar el auto y conducir a su hijo que camina tambaleante hasta la puerta de una casa. Saca las llaves de la cartera y abre con la mano en la que carga las bolsas de súper. El niño atraviesa el umbral con paso inseguro y detrás ingresa su madre, que cierra la puerta con un pie.

Kaminsky me abre.

–Qué sorpresa. No te esperaba –me invita a pasar

–No sabía nada de vos y me preocupé –se dirige hacia el interior de la casa y lo sigo.

–Estuve de viaje con mi padre unos días, volví hoy –cruzamos el hall de piso en damero y llegamos a la cocina.

–Ah, no sabía que no estabas, pensé que te había pasado algo.

–Mi padre acaba de enviudar y le propuse una escapada para que se despejara porque está muy triste. Tiene ochenta y cuatro años –pone agua en la pava.

–¿Se murió tu mamá? –me siento en una de las sillas que rodean la mesa trampa que abierta es enorme.

–No, era la última mujer de papá. De mi mamá se divorció hace más de treinta años.

–¿Y a vos no te gustaría llegar a viejo con una mujer que te quiera?

–No estoy hecho para estar en pareja. Como dicen mis amigos, estoy casado con la literatura.

–La literatura no te va a cambiar los pañales cuando estés postrado.

–Cuando llegue esa etapa prefiero estar muerto.

–¿No te pondrías de novio conmigo?

–Ni loco. Enseguida te aburrirías y me dejaría por uno más joven, algún escritorcito que se pueda echar más de un polvo por noche.

–Excusas tuyas. No sabés cómo sería yo en pareja con vos –digo en tono de protesta.

–Sé que sos joven y yo cada vez voy a ser más viejo.

Kaminsky apaga el fuego de la pava. Me agarra del brazo y me lleva hasta su cuarto como si yo fuera una nena caprichosa. La cama está toda revuelta. Me tira contra el colchón y me ordena que me saque la ropa. Me toma de las caderas y me pone en cuatro. Él se desabrocha el pantalón y me penetra brevemente, la saca y me acaba en la espalda. Nos acostamos uno junto al otro. Me pide que me haga una paja. Me toco mientras me mira, arqueo la espalda y acabo con un gemido profundo. Me relajo.

–No ves, sos una perrita caliente.

–Y vos sos un viejo amargado –apoyo mi cabeza en su pecho y me rodea con el brazo.

Luego de un suspiro dice:

–¿Te gusta Puig?

–Me encanta. Amo su sensibilidad femenina.

–Sensibilidad de viejo puto, querrás decir.

–Bueno, no hay tanta diferencia, sólo que la de viejo puto es más refinada.

–En eso tenés razón. ¿Y cuál es tu Puig preferido?

Cae la noche tropical –digo.

–El mío también, junto con El beso de la mujer araña –carraspea y me saca de arriba de su pecho.

–No ves que sos un tierno y te hacés el duro.

Kaminsky agarra un libro que tiene tirado al costado de su cama, me lo entrega abierto en el inicio de un capítulo y se queda dormido. El texto es una suerte de ensayo maleducado acerca de las miserias y mentiras que mantienen viva la literatura argentina. Leo: “¿Podemos imaginarnos a un gran escritor de la literatura universal, un Tolstoi, un Balzac, un Mallarmé, un Dickens poniendo la vista un segundo sobre las páginas de la mejor literatura argentina sin apartar la cara de inmediato abofeteado por un intenso olor excrementicio?”. Me río sola en el aire frío del cuarto mientras mi escritor ronca.

Enrollada en una sábana cual estatua griega, camino por la casa ajena. Abro la heladera para ver de qué se alimentan los genios. Varios cartones de leche, doce huevos, cuatro botellas de agua mineral grandes, mucho fiambre, varios kilos de zapallitos, kétchup, mostaza y mayonesa en paquete familiar, gaseosas pomelo, dos frascos grandes de pepinos en vinagre. El tipo acopia comida como si hubiera venido de la guerra. Sigo la recorrida. Entro en una habitación, prendo la luz. Cuento diez pares de zapatillas iguales a las que usa el dueño de casa, ordenadas en filita contra la pared. Me acerco al ropero antiguo con espejo que hay en el fondo cuando por el reflejo, veo a Kaminsky desnudo caminando hacia mí. Me abraza cariñoso por detrás y su imagen desdoblada me dice:

–¿Qué hacés, chica?

–Quiero descubrir el secreto del genio.

–Es hora de que te vayas. Te pido un taxi.

–Todavía no –le digo–, concedeme diez minutos más de gloria.

–Bueno, en diez minutos te pido un taxi.

–¿Te puedo hacer una pregunta pelotuda? –le digo.

–Adelante.

–¿De verdad no querés ser mi novio?

Kaminsky ríe sarcásticamente. No contesta y se sienta frente a su computadora, que está en un rincón del hall de entrada. Junto mi ropa que quedó alrededor de la cama y me visto. Estoy angustiada.

Una vez en casa me doy una ducha. Me recuesto en la blancura de la bañadera y dejo que el agua corra sobre mi cuerpo. Intento meditar. Me cuesta mucho concentrarme. Logro visualizar la silueta de Kaminsky desnudo sobre un plano negro. Su cuerpo pálido brilla con el reflejo de una luz blanca cenital y se separa nítidamente del fondo. La silueta da algunos pasos hacia adelante en diagonal y deja una estela con la forma del cuerpo, generando un dibujo tipo fractal que repite un mismo diseño. Luego se coloca en el centro de la imagen y comienza a girar sobre su eje con los brazos extendidos y se produce un efecto que multiplica las extremidades en su recorrido circular, como la imagen de un dios hindú. Kaminsky se agacha y las figuras, como sombras en movimiento, imitan el recorrido del original y coinciden todas en el cuerpo del que se desprendieron.

Salgo de la ducha, me pongo el pijama y me acuesto. Tomo uno de los libros con los que estoy trabajando para la monografía, leo una frase subrayada: “La mujer es una máquina averiada que se enamora mecánicamente y por repetición”. Quizás cada pareja que tuve surgió de manera averiada y por eso los fracasos, pero sé que si él me diera una oportunidad, todo sería diferente.

A la mañana googleo “Marcelo Kaminsky”. Aparecen cerca de 91,500 resultados en 0,47 segundos. Navego su página. Miro una entrevista linkeada al sitio, Kaminsky estaba más joven y menos cínico. Gesticula con las manos y sonríe. No se ve quién lo entrevista, pero por su actitud risueña seguro es una mujer.

Le escribo un mail para decirle que la pasé muy bien con él ayer. No obtengo una respuesta inmediata como me hubiera gustado, así que me pongo a trabajar un poco en la monografía. En el chat aparece Lulo, un amigo que estudió publicidad con Olga y conmigo. Le hablo para ver si nos vemos uno de estos días y me cuenta que se va a Ushuaia, a la casa de Olga. Me dan unas ganas terribles de irme con ellos, me vendría bien un poco de montaña.

Me hago la boluda y lo llamo a Olga por teléfono para ver si me invita.

–Me contó Lulo que se van a Ushuaia juntos, qué bueno, che.

–¿Y vos no te querés venir también, guacha?

–Claro, me encantaría, ¿pensaste que te llamaba desinteresadamente? –largo una risita malvada–. Voy a ver si engancho el mismo vuelo que Lulo. En un ratito te aviso.

Lulo me indica el vuelo en el que tiene asiento, llamo a la aerolínea y hay lugar, así que saco el pasaje con la tarjeta. Una vez finalizada la transacción me llegan los tickets al mail.

Pienso en el silencio particular que se produce cuando cae una nevada intensa, es distinto al silencio dentro de una casa o al de la noche en la ciudad. Es la sensación de quietud más profunda que viví alguna vez. Un año antes de separarme de mi ex marido hice un viaje a Bariloche sola y me la pasé caminando en los bosques con la nieve hasta la rodilla. Oír el crujido de mis pasos que se hundían en la blancura durante una semana me permitió reflexionar y me dio la templanza necesaria para soportar el matrimonio algún tiempo más. Un viaje al sur en este momento me va a servir para sacarme de la cabeza la idea de ser la novia de Kaminsky. Pensar en eso todo el día me hace sentir mal.

 

* Nota de la autora.
Esta novela se me apareció un día en la cabeza, casi entera. Antes había hecho talleres de narrativa y poesía  pero nunca había pensado que me podía dedicar más y mejor a la literatura, es decir, a producirla (estudié Letras y desde niña soy una lectora voraz). No fue fácil alcanzar la forma final, primero porque nunca había escrito una novela y segundo porque en el medio me divorcié, me mudé, tuve un hijo y otras cosas que llevan años acomodar. Tuve gran ayuda de amigos escritores con la estructura y las correcciones y para terminarla el aliento de mi pareja actual. Así de cortita como es, casi una nouvelle, ¡me llevó cuatro años! Gracias a que los editores de Entropía confiaron en mí, La felicidad es un lugar común pudo ver la luz. Y acá estoy, escribiendo una segunda novela, con la vida más ordenada y segura de que quiero seguir produciendo. Aunque escribir sea tortuoso y prácticamente gratis (trabajo de otra cosa, obvio), el resultado es muy gratificante.

 


Mariana Skiadaressis (Buenos Aires, 1978)

Es Profesora en Letras por la UBA con orientación en Teoría Literaria. Como escritora publicó cuentos en antologías de narrativa breve. La felicidad es un lugar común es su primera novela.