Tierra
Alicia Salinas
Buenos Aires
La Mariposa y la Iguana
Por Ana Lafferranderie
Texto leído en la presentación del libro
Tierra es un libro que itinera entre diversos espacios. A lo largo de sus tres partes nos lleva entre jardines vistos desde cierta distancia, después a campo abierto, más allá de lo urbano, y nos devuelve luego al ámbito familiar de la casa para, finalmente, conducirnos a transitar la ciudad, un territorio con su demarcación política, lugares donde la tierra comienza a ser la patria. Pero antes fue tierra en las macetas, espacio de semillas, pequeño territorio donde crece una flor. Y, también, la “tierrita” molesta, el resto que delata, la suciedad acumulada sobre la cual se promete algo mejor. Su significado se amplía y desplaza, se nos ofrece y escapa, como sucede con la buena poesía. Pero hay un hilo conductor que hace que cada parte de este libro, cada poema, vaya conformando un universo en el cual la tierra, en sus distintas formas y sentidos, nos conecta con la idea de posibilidad, nos señala un espacio donde asoma lo nuevo.
El libro comienza y es marzo, es el fin del verano. La poeta registra movimientos, presenta pequeñas escenas miradas desde cierta lejanía y a la vez en íntima conexión con lo que ve. Es un momento de transformación; estamos ante la inminencia de un cambio. Este primer poema nos da la clave de un libro signado por una mirada observadora, detenida, reflexiva que pone su foco en el devenir de pequeños sucesos vitales. Una mirada que reconoce, comprende, confía y a la vez es consciente de los límites de su lugar de enunciación. “Todo confunde a quien ausculta desde el balcón de marzo”, nos dice, recordando que siempre podemos confundirnos, que el contexto condiciona la mirada. Auscultar desde un balcón supone cierta contradicción o, mejor, una tensión. La poeta se aleja para acercarse, se ausenta para estar más presente.
Tierra es un libro tan vital como contemplativo, tan melancólico como optimista. El mundo que se mira está en movimiento; se observa lo que termina, lo que se pierde y abandona, y lo que allí, ahora mismo, vuelve a nacer. En esa idea de surgir y renacer hay una fe, una sutil confianza en el movimiento de la vida, en sus señales y testimonios. La tierra es la que permite esa confianza, cuando, como cuenta uno de los poemas, un vecino planta una semilla y regala un arbusto “para que una mujer sola tras un vidrio/ crea en la voluntad del color/ y de la vida”.
La tierra es vista, entonces, a través de sus frutos (flores, arbustos). Flores que dan vida a una paisaje de terrazas grises. Flores que crecen, dice la poeta, “en la sutura de los finales”, sobre las cicatrices. En el lugar donde fueron enterrados los perros. Cerca de las tulipas de la infancia. “La vida transcurre entre jardines”, nos dice un poema; ahí donde la tierra toma y devuelve, cumple sus ciclos, promete vida. Tierra que existe, además, junto a la luz. Esa luz que, según la poeta, es el futuro visto desde el pozo. Luz que se ansía y por fin llega. Lo luminoso aparece entonces como un hecho poético, como un valor en sí mismo. El lugar donde algo tranquiliza y anima.
Este libro nos habla de finales y comienzos. De lo que nace y de lo que cesa. De eso que, allí donde se esté, ahora mismo, termina. Nos habla de lo impermanente, del destino fugaz de todo lo que vive. Y señala con sutileza hechos que transforman y duelen. “¿Por qué le dicen penita si es tan grande/ este insecto?”, se pregunta la poeta. Y nos cuenta que a veces la sombra “se proyecta hasta cubrirlo todo”. “Más camino rumbo a ese punto, más la astilla se clava”, reconoce. Pero también nos dice que existe siempre la posibilidad de recomenzar, de “tallar nuevos peldaños”. En este universo y en palabras de la poeta “amar es renunciar” y es “volver a nacer”. Hay mundos que “deben ser dejados para empezar de nuevo”. Como señala el epígrafe de Onetti en uno de los poemas, es necesario dejar ir “esos amores que considerábamos tierra nuestra”, reconocer lo nuevo. Porque la tierra cambia y nosotros con ella.
Tierra nos pone ante distintos escenarios que producen contrastes, rupturas y una constante ampliación del sentido. Al comienzo de la segunda parte, un poema nos ubica en el campo, a cielo abierto. En “una noche de estrellas perfectas” en la cual se pierden las referencias. Tiempo y espacio parecen parte de una ensoñación. Podemos sentir ese aturdimiento, la ausencia de certezas. Algo que inquieta y a la vez libera. De allí, el libro nos lleva de regreso a la ciudad, a lo familiar, al interior de la casa. Al universo algo asfixiante de la vida endogámica. Estando allí, no olvidaremos el aprendizaje de aquel campo abierto, la posibilidad de desarticular una historia, de encontrarnos afuera, extrañados y nuevos.
En el espacio de la casa, la tierra pasa a ser “tierrita”, polvo, residuo. “De todo quedó el resto”, nos dice Alicia. Y de ese resto debemos hacernos cargo porque ese resto también es nuestra tierra. La voz poética anticipa que juntará “las partículas que pernoctan sin permiso” y promete “lo brillante sobre la ceniza”. La poesía se instala, entonces, también, sobre algo que molesta. Trabajar con ese material tiene sus costos. Tal como lo dice uno de los poemas: “Barrer no es tan simple como parece”. Se barre entre objetos con historia, entre los adornos de aquellas vacaciones y el plato que está siempre a punto de romperse, en riesgo, como nosotros. Barrer es seguir la huella de los bichos que crecen a puertas cerradas. “La escoba donde antes volé/ se fue deshilachando, mamá”, dice la voz poética.La escoba de la infancia, finalmente, no es tan mágica.
El mundo familiar es, entonces, menos fresco, menos individual y menos libre. Lleva consigo el pasado, el peso de los recuerdos. Adentro de la casa, la escena se hace más lúgubre. “No es inocente el lugar del plato en la alacena”, se enuncia en uno de los poemas. Nada parece inocente puertas adentro. Es necesario volver al jardín, recuperar la frescura y, como dice uno de los poemas: “contemplar la flor desprenderse del tallo, al menos un instante, y aprender del conjunto”. Es decir, mirar el momento de la maduración, que va de la mano con la libertad. El jardín se significa también como lugar de aprendizaje.
La tercera parte del libro tiene remisiones a la historia del país, a la tierra como nación y patria, sugerida antes en el poema “Exilio”. “Del llano”, es el nombre de esta parte que refiere, justamente, con mayor llaneza, de modo más directo, a acontecimientos concretos ante los cuales se toma posición. Es la materia de la vida urbana: el cemento, los edificios, el ruido. “Torres donde antes hubo jardines”. Y en esa perspectiva, con esa información, hay una valoración de elementos y sucesos minúsculos, puntuales, ante los cuales la poeta pone su mirada. Así, mira “el viento que se arremolina entre dos torres, en lo poco que queda de vereda ancha”, “las calesitas donde nadie saca la sortija”, los pequeños lugares de resistencia. Allí vive su poesía, en las zonas disminuidas, abandonadas, desatendidas. En esta sección la tierra es ligadura, pertenencia, identidad y es, en cierto modo, lo que retiene. Es el amor que “afinca y queda”, mientras se mira un barco irse o se atiende a los pájaros. El aire aparece como contracara de la tierra o su complemento, la parte que permite el vuelo, la huida o el juego, el ejercicio de libertad. Una libertad siempre amenazada y, a la vez, posible. Así es este libro, que posee múltiples capas de sentidos. Y así es su sustancia poética, hecha en base a imágenes superpuestas, desplazadas, de gran riqueza lírica, imágenes huidizas, sugerentes, que debemos develar.
Otros temas atraviesan transversalmente este libro, como sucede con la pregunta siempre vigente por el valor y el lugar de la palabra. El sentido de nombrar. «Para qué explicar/ el color de las luces/ si por fin relumbran», se pregunta la poeta. “Pasa algo sin existencia en el lenguaje”, reflexiona. A veces, es suficiente con estar, contemplar, ser parte, nos dice Alicia. Mirar un pájaro para ver todos los pájaros. O, en silencio, solo esperar a que termine la lluvia. Sin embargo, la palabra vuelve para nombrar ese silencio, esa contemplación, para dar un sentido trascendente a la experiencia.
Completamos el viaje y nos quedan las imágenes, como un regalo. La idea de nacer y renacer, como las flores que salen de su porción de tierra. Saber que “un jardín nunca es igual”, que “un árbol puede ser también la cancelación del vuelo”. Que lo que nos separa de otros es relativo, que la distancia solo tal vez aleja. Que los objetos tienen su carga subjetiva y que la magia que se perdió en la escoba se encuentra en la semilla. La poesía de Alicia Salinas nos habla de transformaciones, de la naturaleza cambiante de las cosas. Nos lleva a aceptar “eso que envuelve y sin embargo pasa”, a buscar flores amarillas justo donde algo termina, a reconocer los pequeños regalos de la tierra. Su tierra devuelve algo de todos, algo que nos alumbra y nos pertenece.
Entre jardines
“Estos amores, que considerábamos tierra nuestra”
Juan Carlos Onetti
Tras los helechos las historias del abuelo
le quitan las hojas amarillas
a la rosa china.
La azalea mejor a la sombra,
donde enterramos nuestros perros.
Los amigos se enredan
en las tulipas de la infancia.
Vinieron a una fiesta, ahora descansan
junto al cantero del que surge la retama.
Un jardín nunca es igual, tampoco
la distancia que quizás nos separa.
La vida transcurre entre jardines.
La gracia del aire
II
La visión de un pájaro,
sobre todo si tiene pechera amarilla,
es la visión de todos los pájaros.
Por eso se justifica abrir ventanas
en los muros o subir a una torre.
Acaso un vuelo imperceptible
redime las voces, anuncia un destino.
Estas cosas pasan en las mejores familias.
Siempre hay alguien atento a lo inútil,
igual fustigado que amado.
Si te digo que vueles es porque quiero
contemplar la gracia del aire en contacto
con un cuerpo, y si vuelo yo misma
es porque logré abrir el muro.
Hoy he visto todos los pájaros
y el pecho rezumaba y las voces callaron.
La vida vale.
Más poemas y referencias, en el siguiente enlace de op.cit.
Links
- Reseña. En La Capital / Clapps!
- Entrevista. En Eurasia Hoy