Alejo Carbonell

Un anillo de saturno entrerriano*

Regando la calle

la patria es un polvo
apático y ligero
que flota en el aire

tras el paso de los colectivos
iguala a la estanciera
con el escort azul y el galgo
afgano
que espera
rasgando el tapizado
del asiento trasero

los colores de la manguera
viven
en las gotas que la salpican
hasta que la tierra
las mimetice

usa musculosas sin corpiño
la mujer del programador porteño
y es amable
cuando saluda a la chilena
esposa del chileno que vende
hornos chilenos
y se chupa y es un león golpeando
el hule floreado de la mesa
bajo el foco de sesenta

deja las herramientas
en la caja del rastrojero
y la mujer las baja de noche
para que no se las roben

“no sé si meterme, eduardo”
“ellos son así, no digas nada”

pero el polvo viene
de más lejos
el viento es un puntero convencido
y lo trae
liviano y temeroso
como ganado bobo

ella dice “que tal”
mueve la cabeza en diagonal
las tetas y el mentón adelante
“que tal, como te vá”
“buenos días” dice la chilena
conoce de memoria las baldosas
que separan las dos puertas

la presión de agua es la misma

las mangueras son iguales:
la camiseta de central
en la década del ochenta

salen a la tarde
los carteles del frente
nombran los trabajos de sus hombres

el del chileno, además
indica lugar de nacimiento

pasa una camioneta de la petrolera
las mujeres bajan sus mangueras
como bandera de largada
pero ya sólo quedan
dos huellas de tierra seca
y cardos
(estelas del desierto)
que ruedan
en la misma dirección.

 

Rocamora

cuando hela sobre barro, llueve
Vaca Bevacqua

El cementerio es la tranquera
y ahora que lo dejamos atrás
vemos como se despereza
lo que queda dentro de la comarca

–la ventanilla empapada
la cortina bordó
como nosotros
más oscura por dentro–

la calle ancha anaranjada
por el sol tocando la fronda todavía.

En la terminal no hay remises
y lo sabía antes
de abandonar el estribo
ahora que vivo en una ciudad
que la lluvia no cubre completamente
puedo jactarme
de conocer estas verdades inservibles

rocamora
una palabra compuesta
que a mitad de recorrido se hace peatonal

derecho nomás
hasta ver el puerto
en un rato abren los negocios.

Una mujer sacude palmeras
y recoge el yatay que se desprende
tiene una pollera larga de jean
y ojos europeos
que escrutan con vergüenza
los perros marrones que la acompañan
y un hijo
probarán de ese dulce

a la derecha el banco:
no parece
pero siempre estuvo ahí.

Los ochenta transcurrieron en tres bares
lo morend y lo filipini
sobre rocamora
y el bandera verde
que no necesitaba dirección

en este boliche se comía de parado
al lado de la parrilla
el camboyano recibió una mano
que le llenó de lechuga la oreja
y se suspendió la pelea
el bocha le sacaba las tiras verdes con un trapo:
“perdoná loco, tenía tanto hambre que no solté el sánguche”

al lado está el pelotero
pero antes en ese terreno
había canchas de paddle
y antes
vivió lópez jordán.

En urquiza y rocamora

–veníamos por rocamora, pero
se nombra primero a urquiza
no por chauvinismo, sino por elegancia–

de impecable blanco frigorífico
ríos lee el diario
con sus gruesos lentes
y sus gruesos bigotes
a mitad de cuadra
pintaron un mural
con la cara del chilo zaragoza
y es justo exigirles
que a partir de ahora
esta historia fragmentada
que baja una línea
cada cuatro o cinco palabras
sea leída
con ese fondo de pantalla
pudiendo omitir
si lo desean
el nombre del diario
que está hojeando nuestro héroe.

Cruza una señora
aferrada a un paquete
a los siete años estuvo toda una tarde
subida a un árbol del chaco
con un jabalí paciente debajo
nerviosa a los nueve
en la estación de trenes de santa fe
esperaba a su tía con un tapado rosa
para que la reconociera
a los diez se subía a un banquito
en la heladería
para llegar hasta los tachos
y lavarlos
a los veinticinco con un palo
enfrentó a los tacuara
en la calle y golpeó a un hombre
el hombre era su padre.
Ella es mi madre.

Mi madre es un libro
mi padre es un libro
juntos son un almuerzo
o las vacaciones en tanti.

Pasa una bicicleta
rumbo a los barrios del balneario
la cámara seguirá su recorrido
primero con un plano de las ojotas celestes

–muy pocos logran
un movimiento circular
perfecto al pedalear
sin producir un accidente, leve,
cuando el tobillo
arriba
se esfuerza–

y el dobladillo del jogging
el ruido no viene de la cadena
sino de una tira de plástico
que toca los rayos:
un cencerro de mi ju
acompañando al baqueano.

Luego, en una toma en movimiento hacia atrás
los cabellos teñidos
la bolsa de los mandados
con la cuchara nueva
para que el albañil de la casa
termine la pieza
donde irá el piano
hace cien años que la familia canta
antes
frotando la mugre contra las piedras del río
ahora el albañil canta y canta
la peluquera
y la casa se modifica
todos los días.

En la esquina de la plaza
hay un pingüino despintado de lata
invitando a tomar helados
y sólo la sorpresa
lo hace atractivo.

Otra vez
urquiza y rocamora
ríos ya se fue al mercado
queda la serpiente roja
alcanzada a medias por el sol

–paraavalanchas guardaganado–

sin bicicletas todavía.

No voy rápido:
las cuadras tienen setenta metros.

El umbandismo es barrial
y gusta del agua
por eso
en donde estaban los cines
hay salones
pero no iglesias.

Empiezo ahora
porque falta poco
Los panaderos anarquistas
se reunían en el despertar obrero:
hubo huesos dentro de ese horno.

También hubo biblioteca
villafañe donó libros
que calveyra leyó
con la luz de la mañana.

El obrero no despertó.

Los libros fueron donados
a una escuela
y quemados en los noventa
porque ocupaban lugar.

Acá
acá estaba el despertar obrero
en el horno encontraron huesos humanos
pero las cenizas de los libros
estaban en la normal.

Vamos hacia el este
aún queda una pequeña loma para ver el río
un horizonte al alcance de la mano

en este salón el vino
se tomaba
con una soda de burbujas gruesas
los viejos del asilo cagaban alegremente
al gurí del kiosco con el vuelto
y una vez le hicieron comer el papel
con la quiniela clandestina
al grito de policía.

Ni bar ni viejos
ni bochas
ni asilo ni quiniela
apenas el empleado del kiosco
los domingos da vueltas a la plaza
el asiento de atrás lleno de hijos
su mujer era preciosa
digo era
todavía vive.

En los porros adolescentes
creíamos ver un anillo de saturno entrerriano:
el horizonte cerca
y un poco más arriba
una manga de metal gris
por donde el granero
despachaba al mundo
pero eran noches
en que caminábamos sobre el vapor del frío
discutiendo ideas
“un hombre es una idea”
decía huguito
y el camboyano como una sentencia
completaba
“y también una bala”.

 

Cada persona un poeta, ok, pero cada verso una maravilla

Robado a Elena Anníbali

El momento del amanecer que se confunde
con el atardecer dura segundos y frustra
por eso buscamos colores
que mitiguen la ilusión
del hombre a tono con su tiempo.
Con las cabezas imantadas al fulgor de la tevé
una pareja come medialunas sin cruzar una.
En la vidriera vaporosa del bar se refleja
el color de la pileta olímpica de la transmisión
y se superpone con el horizonte
la cámara está en el fondo del agua
las figuras de las nadadoras avanzan sobre la luz
a la misma velocidad
que los camiones medianos que recortan el campo
pero con otra música.

En quince entro
me esperan un uniforme y una caja registradora
necesito cada cosa en su lugar
nada de piernas flotando sobre el campo
¿qué pasa con la estela sin espuma
reminiscencia de lo que fuimos?
¿Cómo hice para encontrar belleza
en esa competencia de atletas nórdicas,
para que mi café con tostadas
esté más cerca de las nadadoras
–muñecas de trapo hacia el futuro–
que de las lonas inflamadas de los camiones
en las antípodas de los colores?

 

La segunda persona

En un solo asado de cuatro horas
dijimos

que los desiertos del hemisferio sur
están recostados sobre el mismo meridiano
y en la costa oeste de cada continente

que pocas poblaciones son antípodas en el mundo
pero que nogoyá, en entre ríos
está justo del otro lado
de una ciudad de japón

que cuando de noche
la ruta va al lado de las vías
lo que parecen charcos tenues
son el reflejo de la luna en los rieles

que el colectivo pasa por cuatro iglesias
y cuatro veces el pasaje se persigna
en la coreografía más antigua del país

que en el norte uruguayo
hay buen torrontés porque si seguís
la línea trazada por los viñedos
llegás hasta cafayate.

¿Se encontraron en un set de pasolini
wilcock y prodan?
¿Estuvo bob dylan de incógnito
en un asado familiar en basavilbaso?

Tantos alambres invisibles sosteniendo el mundo
y acá nomás sobre una
persiana azul que se balancea con el viento
está la cabeza de dinosaurio más grande
en sesenta cuadras a la redonda.

Un tiranosaurus rex
pintado con aerosol blanco
epicentro, centinela
mirando hacia la izquierda.

Está pintado en los puentes, los baldíos,
lo vi en una estación de servicio y también
en un segundo piso
a veces es un solo trazo eficaz
con un punto como ojo
a veces aparecen pestañas, un lunar
detalles del momento.
Un dinosaurio
multiplicado
en córdoba, a veintidós días
del mes de noviembre
de 2015.

 

Nota.
* «Regando la calle» pertenece a Pescados (2006); «Rocamora», a Rocamora (2008), «Cada persona un poeta…», a Sendero luminoso (2012); «La segunda persona», a A los techos (inédito).


Alejo Carbonell (Concepción del Uruguay, 1972)

Poeta, narrador, editor y gestor cultural, radicado en Córdoba. Fue parte de la editorial La Creciente y actualmente dirige Caballo Negro Editora. Además, se desempeña como editor en Eduvim y en Lago Editora. Integró la organización del Festival Internacional de Literatura de Córdoba (FILIC) en sus primeros años, y del Festival Internacional de Poesía de Córdoba en sus cinco ediciones. También coordina clínicas y talleres literarios.

Poesía
Sendero luminoso, Córdoba, Recovecos, 2012
Rocamora, Córdoba, Recovecos, 2008
Pescados (Premio Luis de Tejeda), Córdoba, Editorial Municipal de Córdoba, 2006
No nada nunca (en coautoría con Hugo Luna), Entre Ríos, edición de autor, 1995

Narrativa
Hache o cruz, Córdoba, La Creciente, 2005

Links
Poemas. En Alpialdelapalabra / Los Niños de Japón
Entrevista. «Caballo Negro: El oficio del editor», por Gabriela Carrión, en Bitácora de Vuelo / «Alejo Carbonell y Dolores Etchecopar», en Red Federal