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Vayamos a conocer la nieve
Lucía De Leone
Buenos Aires, Caleta Olivia, 2024
Selección: Nicolás Guglielmetti
I.
En el sillón
cerca del siamés
su cuerpo anticipa
una forma del descanso.
Después vendrán las vías
a armar nidito
entre las drogas.
Se las pasan en casa esta vez
(decide el médico, su esposo)
y antes del cole la besamos
enchufada.
Pensé que había terminado
al volver a almorzar
los fideos que ella dice
cómo hacer.
Entonces me llevo el plato a su lado
y sentada en la alfombra le pido
que a mis 15 vayamos
a conocer la nieve.
No
Llego
A
Tus
15.
En el piso
el silencio se mezcla
con gotas de tuco
alguna pulga que salta
y mucho pero mucho cabello
todavía brillante.
Cada mañana
antes de llegar al colegio
el auto disminuía el paso
y a coro gritábamos
mis hermanos y yo
Milicos, hijos de puta.
En el momento exacto
en que mi padre
bajaba la ventanilla
y señalaba esa puerta.
Se olía la democracia
y todo se dividía en
radicales y peronistas.
De marcha en marcha
me llevaban
y yo solo quería
dibujarme las piernas
con la tinta pintacarteles.
Qué bronca me daba la señora
que hacía sin fuerza la V.
Tempranísimo
al lado de las camas
como un militar más
mi papá nos ordenaba en fila
y vuelta a gritar.
Una vez lo citaron
cuando mis compañeras
decían que yo inventaba
que el río del campo
de deportes
traía los cuerpos
que tiraban los aviones.
¿Qué hacíamos cargando
tanta tragedia nacional
si la tragedia familiar
se nos venía encima?
Acusada de cuentera,
yo, lora repetidora
que le creía a su padre.
Pero que en unos días nomás
veía desaparecer a su madre
en la otra forma.
Qué más le iba a importar.
Mediodía de domingo
en el living
improvisaron una mesa para
comer todos juntos las pastas.
Pusieron la tele.
Qué susto me daba
la música esa
que anunciaba
lo que decían
que pasaba en las islas.
En blanco y negro
fue que vimos la noticia
del hundimiento del Belgrano.
Mi mamá corrió el plato
y con su llanto
se desgarró la garganta.
Dejamos de comer todos juntos.
Faltaba poco para que a casa
llegara la televisión a color.
Fue el regalo de las primas
con plata porque
mi papá, el médico,
le había salvado la vida a una
o algo así.
Claro que entiendo que
mis padres se hayan puesto
a la defensiva cuando
les conté que dije en clase
que me bañaba
una vez por mes.
Sonaba lindo
(para completar la actividad)
una vez al mes.
Y bueno…
yo tenía que escucharlos
cantar
paredón paredón
a todos los milicos
(y sus hijos, agregaban ellos)
que vendieron la nación.
No me gustaba cuando
en el desayuno
mi mamá le revolvía
la leche caliente a mi hermano
con el meñique.
Estábamos en un hotel sindical
en algún invierno de los 80
de vacaciones en Córdoba.
A la noche había una banda
—el conjunto, le decían—
que tocaba mientras cenaban los huéspedes.
Mi mamá me dijo
“andá y pediles que toquen la marcha”.
Era más lindo hacer eso
a la noche
que ver el dedo en la taza
a la mañana.
El de la batería se rió con el otro
y empezaron.
Los muchachos….
Todos unidos….
(Me la sabía entera
si me la habían enseñado
cuando en el baño
tocó bautismo).
De golpe, cantaron:
Viene Alfonsín por la esquina.
El enojo fue conmigo
y la pose de nena ridícula
que tramita la vida de sus padres
en vez de hacer la suya.
Creo que me enteré del Mundial
el día que en el colegio supe
que Argentina le había ganado a Corea.
Había alegría en las calles
y la gente quería gritar.
Antes de México yo
ni idea.
Bueno,
era muy chica
y venía de enterrar a una madre.
Qué contenta estaba
esa tarde que mi amiga
la foca
(y “foca” yo para ella)
me dijo “venite a casa después del partido”.
Me llevó mi papá en medio del festejo
por la mano de Dios.
Pero la mano que más me hizo ilusión
fue la de mi papá
en forma de puño que sube
altísimo
celebrando lo que después
entendí mejor.