Ellen Bass (New Jersey, 1947), radicada en Santa Cruz (California) publicó los libros de poesía Like a Beggar (2014), The Human Line (2007) y Mules of Love (2002), del que se extraen los poemas de la presente traducción). Todos los platos del menú (Buenos Aires, Gog y Magog, 2022) es el primer libro de Ellen Bass que se publica en castellano. Daniela Ema Aguinsky, que comparte la traducción con Valentino Cappelloni, habla del desarrollo de su trabajo y de la relación personal con la poeta gestada a partir del descubrimiento de su obra.
Entrevista y selección de poemas:
Gabriela Bejerman
Leer la poesía de Ellen Bass te hace llorar desde el pecho. ¡Esa verdad derramada! ¡Así que somos un mismo planeta, una misma especie, la de quienes “se aproximaron a las palabras en estupefacción”! Como bocas que descubren lo que es besar: así escribe Ellen Bass, la revelación directa de un chorro fresco en verano. Abro por primera vez este libro y no puedo creer la potencia de su poema inicial, que da título a la colección que acaba de publicar Gog y Magog. Los versos finales definen y dan la bienvenida: los poemas “son las puertas por las que entramos a nuestras vidas”. ¡Qué precisión para explicar lo que sabíamos, sabíamos! Ellen Bass nos templa hacia el templo en que la poesía revela la vida. Si leemos un poema, tendremos que detenernos antes de seguir. Respirar hondo, absorber la noción que se nos trasplanta a través de las palabras como si hubiéramos vivido algo de verdad. El rigor con que define y busca cada emoción, cada escena en que lo cotidiano se condensa y los vínculos se explicitan, su meticulosidad para recoger la vida y volcarla en algo que queda reverberando, hacen del lenguaje una cadena tirante, rotunda, y quedamos dentro del lazo, en el ascenso hondo del descubrimiento, de esa suerte de renacimiento que es atravesar la experiencia viva de un poema. Preguntémosle a Daniela Ema Aguinsky cómo fue el acto de varita power con que nos acerca a esta poeta gigante de un día para otro, para siempre.
G. Bejerman –¿Cómo descubrieron a Ellen Bass?
Daniela E. Aguinsky -¡Ellen salió de Twitter! Leímos un poema de ella que andaba girando por retweets y nos alucinó. Creo que se trataba de The Thing Is (La cosa es), pero ahora no lo recuerdo. Después la buscamos y encontramos más poemas en inglés, pero tampoco había demasiado, y en castellano nada. Nos pareció absolutamente genial y no podíamos creer que ella no fuera mega famosa y que su trabajo no existiera traducido en todos lados. Hubo algo de eso que impulsó la traducción, encontrar algo genial y querer compartirlo con el mundo. En ese momento estábamos enganchados con la poesía y nos mandábamos algún verso propio o ajeno por Whatsapp. Yo estaba de viaje en España, y quizás justamente por la distancia es que apareció la poesía de la mano de la traducción. El primer poema que tradujimos es uno llamado Marriage, que es de su último libro y por eso no está, y fue publicado como adelanto en la página de Poetry Foundation.
También fue como un juego, porque hasta ese momento la experiencia como traductores era casi nula. En ese entonces, Ellen tenía tres libros de poemas publicados (Mules of Love, Like a Beggar y The Human Line; ahora sacó Indigo). Después de buscar un rato dimos con una versión pirata de Mules of love que es el título original de Todos los platos del menú, y se publicó en 2002 cuando Ellen tenía 55 años. Por ahí anda circulando que este libro en castellano es una antología, pero no, es su primer libro íntegro, y fue el que conseguimos en ese momento, allá por el 2019.
-¿Qué nos pueden contar de la vida de Ellen? ¿Cuál es su lugar en la poesía norteamericana? ¿Quieren ubicarnos en un mapa? ¿Qué nos cuentan de su recorrido como poeta?
-Para intentar ubicar a Ellen en un mapa, más allá de su biografía de contratapa, podría agregar que es una poeta muy querida en los Estados Unidos por lectores y colegas. Es lo que podríamos llamar “a poets poet”, una poeta de poetas, es decir que es reconocida y estimada por sus pares, y yo creo que amada por varios lectores (en redes siempre aparece algún poema suyo dando vueltas). No tiene un perfil alto, y pasa muchas veces por debajo del radar. De hecho, hace unas semanas tuve la sorpresa de conocer a la nueva Poeta Laureada de Estados Unidos, Ada Limón, que vino unos días a Buenos Aires, y se puso muy contenta al saber que Ellen estaba traducida al castellano; las dos son extremadamente cálidas. Por su lado, Ellen escribía poesía de joven y hasta publicó un par de libros de los que no hay rastro (y ella prefiere que sea de esta manera, no los juzga muy buenos). Siempre fue muy lectora; retomó la escritura de poemas a los cincuenta y no paró, hace ya veinticinco años. Su obra está compuesta de cuatro libros maravillosos que tienen un trabajo y una potencia alucinantes. Es una poeta muy cuidadosa con sus textos: trata de escribir todos los días en su oficina y labura los poemas minuciosamente, algunos durante años, hasta que está conforme con una buena cantidad de ellos y decide juntarlos en un libro. Los deja descansar, los revisa, los vuelve a frizar y así hasta que los siente listos. A diferencia de otros autores, Ellen no piensa un concepto para cada libro, no tiene una búsqueda formal específica, me refiero a que no busca innovar, sino hacer buenos poemas. Cada libro es una continuación de su obra, todos son parte de un gran cuerpo, cuando están listos salen a la cancha. “Estoy agradecida de cada poema que elige pasar a través de mí”, suele decir. Además, da clases en una universidad de su ciudad, charlas, lecturas; escribe un newsletter con sus novedades, y también se dedica a ser abuela, cosa que la hace muy feliz. Tiene la agenda completa y es muy organizada. No le gustan los reportajes ni salir demasiado de su casa, menos después de la pandemia. Tiene varias amigas, algunas son sus vecinas. Sé que ganó varios premios y tuvo algún cargo directivo pero no hablamos de eso.
Lo curioso es que allá Ellen se hizo conocida no por la poesía, sino por un libro de autoayuda titulado The Courage to Heal: A Guide for Women Survivors of Child Sexual Abuse, que escribió en 1988 junto a Laura Davis, y es un best seller en Estados Unidos y Europa. Es un libro fuerte, que aboga por ayudar a mujeres que sufrieron de abuso sexual en la infancia. Aunque Ellen no es psicóloga, me comentó que durante varios años coordinó grupos de mujeres que habían atravesado situaciones de abuso. Formó estos grupos mientras estaba casada con su ex marido, que era psicoanalista. Después de un tiempo dejó de hacerlo, ya que era un trabajo muy fuerte. Lo que quedó fue el libro, gracias al cual Ellen se hizo conocida como autora, y ya luego viró a la poesía y se abocó por completo a ella.
-¿Cómo fue que decidieron traducirla? ¿Cuáles fueron las grandes decisiones que fueron tomando durante la tarea? ¿Consultaron a algún referente local de traducción de poesía, o qué les ayudó en este embarque?
-En cuanto a la traducción, algunos poemas se tradujeron a cuatro manos, otros los traducía uno y el otro corregía y viceversa, por momentos en persona y por otros en forma virtual, en los huequitos que iban apareciendo entre los estudios, vidas y trabajos. Se armaron varias discusiones en torno a tal o cual palabra, y creo que eso es bueno para los textos, en tanto las miradas se apoyan para construir. Uno argumentaba por qué era mejor un término que otro, corríamos a los diccionarios, a los ejemplos, y al final había consenso o alguien cedía. Lo que sí teníamos definido es que queríamos que fuese una traducción rioplatense. Que hablara lo más parecido a nosotros sin dejar de ser Ellen. En algún momento cuando ya teníamos varios en castellano que nos gustaban, empezamos a pensar en editarlos, inspirados en los libros bilingües que se consiguen acá de Sharon Olds. Ambas poetas nos parecen buenísimas, viven en la Costa Oeste, están vivas y tienen varios libros publicados, aunque también son distintas y particulares (Sharon viene de algo más puritano, Ellen es una poeta judía). Por ese lado arrancó la búsqueda editorial. El trabajo duró dos años y se pulió bastante. Pusieron su magia Vanina Colagiovanni, editora de Gog & Magog -que fue generosa, entusiasta y receptiva con nosotros y los textos- y Florencia Fragasso, que hizo una lectura más final, y la contratapa; y cuyos comentarios y observaciones le terminaron de sacar brillo a los poemas en lengua española.
-¿Cómo fue conocerla personalmente? ¡Sabemos que conviviste en su propia casa!
-Unas semanas antes de imprimir, tuve el privilegio de conocer personalmente a Ellen y a Janet, su esposa, ambas son muy amorosas y geniales. Pude ver con ellas los poemas traducidos; fue divertido porque aunque Ellen no sabe nada de español, le hice muchas preguntas, que terminaron por generar cambios en la traducción. Las menciono a las dos porque las charlas sobre los poemas se daban mucho en la sobremesa, al final del día, y todos los presentes participaban en la búsqueda de la palabra justa y su sinónimo en inglés, cuando les planteaba un término en español del que no estaba segura. Viajar y conocerla fue el broche de oro. Para contextualizar, hasta ese momento solamente conocíamos a Ellen por sus textos y algunos mails, y el libro estaba prácticamente cerrado.
Ocurrió que yo venía de atravesar un duelo, sumado esto a la pandemia, cuando me surgió la posibilidad de un viaje a los Estados Unidos. Entonces me animé a escribirle, preguntándole si podía ir a visitarla. Era la oportunidad. Me contestó que sí, que podía hospedarme en el que era el cuarto de su hija mayor, que ahora vive en Canadá. Al mes, estaba allá, recién vacunada, y me quedé una semana con ella y Janet. La pasamos tremendo. Santa Cruz es como el Mar del Plata de California, allí viven en una casita de una sola planta muy cerca del mar. Ellen tiene una oficina que da al jardín, en donde plantan todo tipo de verduras según la estación, lechuga, zanahoria, tomate, papa… Al fondo hay cuatro gallinas de diferentes orígenes que ponen huevos todos los días (y que tienen nombres increíbles como el de su suegra Dotty). Janet es una entomóloga jubilada que se ocupa mucho de la huerta y de arreglar las cosas de la casa, tiene un taller y anda siempre con alguna herramienta en el bolsillo, y también es la que cocina. Ellen es más de su escritorio, escribe y trabaja de poeta, va con el auto a la tintorería, y lava los platos, cosa que me identifica. Tiene varios rituales, pero no voy a revelar intimidades. Lo que sí puedo decir es que durante mi estadía me subí a los árboles para bajar duraznos y ciruelas, comí arándanos directo de los arbustos, me di maña para tratar con las gallinas y hasta aprendí a cocinar y a dormir a su nieta bebé. Sentía que estaba en Rehab.
Mientras la traducíamos, yo escribía mis primeros poemas y me enamoré de ella y su escritura, que se volvió un faro. Le dediqué el último poema de mi primer libro, y eso ella todavía no lo sabe porque no se lo mandé traducido al inglés. Durante mi visita escribí mucho también, y me pasé al inglés para poder compartir más con ella, que tuvo la amabilidad de leerlos. Al final de la estadía me regaló un cuaderno artesanal bien grande con una notita que decía “Fill this with poems”, y hace unas semanas lo terminé de llenar.
En ese sentido fue loco estar con ellas en esa casa, porque de pronto empezaba a reconocer elementos de los poemas, el jardín, el baño, algún vecino, sus amigas, A Ben (el sobrino que pegó el sticker en el techo en el poema Todos los platos del menú, y que ahora tiene cuarenta) y hasta conocí a su hijo Max y a su nieta June, con quien pasamos varias tardes jugando y cocinando. Estar ahí me hizo entrar en la poética de Ellen más profundamente, ver su poesía en todos los rincones de la casa, en sus afectos y sus cosas.
Ella fue muy generosa con su mundo y creo que eso ya se nota en su poesía, esa calidez que tiene, y también un enorme sentido del humor. Fue una convivencia que nos unió de una manera muy especial, y me emociona mucho contarlo. Siendo de lugares tan distintos y con edades también distintas, resultó que teníamos raíces comunes y pasiones similares.
De verdad me siento muy afortunada. Ahora que pasó un año de esa visita, nos mandamos mails todos los meses y nos contamos nuestras cosas. Ellen está feliz con el libro, es la primera vez que la publican en otro idioma. Me pone muy contenta toda la recepción que está teniendo el libro porque en vida y obra, Ellen es maravillosa.
Todos los platos del menú
En un poema no importa
si la casa está sucia. El polvo
avanzando sobre las fotos como un amor
sofocante. La arena volcada de la zapatilla de un chico,
los granos facetados que se diseminan
por la alfombra esmeralda
como las estrellas y los planetas de un pequeño
sistema solar. El Monopoly
apretado contra Dostoyevsky.
Un sticker brillante que dice “the ceiling”,
etiquetando el techo
que quedó de un verano en el que un sobrino
estudió inglés.
El moho en el pan de la heladera
es tan interesante como el liquen en un roble
sus cabellos minúsculos como la pelusa
en la cabeza de un bebé, sus azules
delicados y sus verdes primaverales,
su plétora de esporas,
continentes repletos de criaturas
deslumbrando nuestras palmas.
En un poema, la vida y la muerte son iguales.
Aceptamos a una niña, aplastada
como piedritas debajo de una rueda.
Y a su abuelo frente a la tumba abierta
estrujando su remerita azul contra la cara.
Le damos la bienvenida al bebé nacido al alba,
la madre desnuda, en cuclillas,
pujando frente al ventanal
justo cuando ruge el camión de basura
y los hombres bajan de un salto, vaciando ruidosamente
los tachos metálicos dentro de sus fauces.
En un poema, no nos importa si te contrataron
o te despidieron, si perdiste o encontraste el amor,
si seguís tomando o dejaste.
No tenés que ejercitarte
o perdonar. Estamos hambrientos.
Vamos a pedir todos los platos del menú.
En los poemas la alegría y el dolor son amigos.
Se acuestan juntos, se
manosean, los dedos
hinchados dentro de las bocas,
los pezones irritados prendidos fuego, sus sexos
encastrados perfectamente como el día y la noche.
Se arquean sobre nosotros, relucen y corcovean,
son las puertas por donde entramos a nuestras vidas.
Poema a mi sexo a los cincuenta y uno
Cuando me ducho
y después, mientras me seco
con la toalla de algodón
me encanta cómo se siente
mi vulva, los labios exteriores, gruesos,
y los de adentro, impecables,
que encajan perfectamente
como dos manos que rezan. Me gusta
sentir la hendidura resbaladiza
y la hinchazón leve que empieza
con este manoseo casual.
Tan ansiosa, dispuesta como un cachorrito.
De joven nunca
me hubiera imaginado esto
al mirar a mujeres como yo,
mi cintura gruesa como un budín,
mi culo que una vez voló alto
como un barrilete, ahora cuelga como
un sweater olvidado bajo la lluvia,
la piel cayendo, no solo la papada
o los banderines que flamean
bajo los brazos, sino por todos lados,
despegándose de los huesos como
pollo hervido. Y solamente
va a empeorar. Pero esa ciruela
carnosa está siempre animada. Y nueva.
Un globo tirante que brilla
en un viejo árbol de frutas.
La felicidad después del dolor
Ningún día era bueno, pero algunos eran peores.
Llegué hasta mi puerta —pedí ayuda,
te dicen siempre— y entonces tuve que hacer pis.
Dos pasos hacia el baño. Pero,
¿qué importaba hacer pis? Me deslicé hasta el suelo
como un abrigo que cae. Y desplomada ahí,
en el borde de la alfombra deshilachada,
catalogué lo peor
que podría pasarle a una madre. Esto
—mi hija vaciando el botiquín, dibujando el borde
del lavamanos con cilindros de plástico, su vida
suspendida en ámbar transparente—
era la tercera cosa.
Y entonces los años pasan. Y estás haciendo albóndigas.
Justo como le gustan a tu familia.
Un poco de pan rallado. Un poco de harina de matzá.
Sin huevo. Un chorrito de jerez.
Las estás dorando en una sartén. Diana Krall cantando
“Peel Me a Grape”. Y estás feliz.
Te vuelve loca el presente
cada momento redondo y separado
como una gota de lluvia
reflejando el mundo en su piel curva.
Sucede. Nuestros problemas, familiares
como la pintura descascarada en el pasillo
de atrás, la mancha en el sillón
donde vomitó el gato.
Vivimos con todo este conocimiento inaguantable,
el agujero en la capa de ozono, la bomba atómica,
y ahora mismo hay padres corriendo
con niños en brazos a través de fronteras
cubiertas de alambres de púa.
Después de llorar, doblamos el diario
y llevamos a nuestros hijos a la escuela.
¿Cómo somos capaces? ¿De dónde sacamos
las ganas de preparar otra vez la cena? Apretando
la mezcla fría a través de mis dedos, moldeándola
para hacer las tartas. ¿Cómo hace el amor para seguir
hinchándose en las cavidades de nuestros cuerpos frágiles,
cómo hacen estas cáscaras para sostener tanto placer
carcomido en su piel reseca y partida?
Inclino la olla, el agua con aceite cae de golpe
y el vapor sube. Todo lo que perdí
se arremolina a mi alrededor.
Con mis palmas junto la bruma.
Insomnio
Alrededor del mundo, la gente no puede dormir.
En diferentes husos horarios, están acostados y despiertos,
los cuerpos quietos, las mentes marchando en fila
como trabajadores infantiles.
Se preocupan por las cuentas. Se preocupan
por si las zapatillas que se acaban de comprar
son demasiado chicas. El esposo de una murió,
su hijo se fue a la universidad, y ella no sabe
cómo programar la videocasetera.
Otra fue golpeada por su marido.
Uno está planeando una fuga.
Una guarda bienes robados.
Uno está en el sillón escocés de la terapia intensiva. Resulta
que su hija
efectivamente tiene un tumor cerebral
aunque el doctor dijo que iban a hacerle una resonancia
solamente para descartarlo. La mujer en el otro sillón
está roncando —lo que es extrañamente relajante—,
evidencia de que la gente sí duerme.
Algunos están acostados sobre sábanas Charisma.
Algunos en hamacas. Algunos en la cárcel. Algunos
debajo de los puentes. Una está en el Polo Norte
estudiando el impacto de la polución.
Un hombre en Massachusetts piensa en una amante
que una vez tuvo en Dar es-Salam y los capullos
de jazmín que ella ató una noche en la hebilla
de plata, sujetada a su pelo.
Casualmente la amante, ahora en Roma,
recuerda la vez que lo miró por la ventana
de arriba de la bacha
mientras lavaba los platos. Él estaba leyendo
en una silla de jardín y ella pensó que,
quizás por primera vez, no estaba sola.
Algunos tienen demasiado frío. Algunos
demasiado calor. Algunos hambre. Algunos dolor.
Algunos están en hoteles escuchando a otros teniendo sexo
en el cuarto de al lado. Algunos están llorando.
A una se le despertó el gato
y ahora está preocupada por el sarpullido
que descubrió a la tarde y se pregunta
si debería empujar a su hija,
a quien le da miedo nadar.
Algunos se levantan. Otros se quedan en la cama.
Comen Oreos o toman vino, o las dos.
Muchos leen. Unos pocos hacen disfraces
de Halloween intrincados: un pavo real
con seis plumas auténticas en la cola.
Algunos chequean sus mails. Prueban
cassettes para dormir, hipnosis, drogas.
Y escuchan sus relojes haciendo tic tac, precisos
como mujeres en tacos altos.
Los que pueden, se pegan a sus parejas,
una oreja presionada contra aquellos
pulmones vecinos como un estetoscopio,
esperando agarrar viaje
en la respiración estable y dormida del otro,
ser llevados
como una semilla en el cuerpo del que es capaz.
Justo ahora, en Japón, el amanecer está llegando
y los que estuvieron despiertos toda la noche
se alivian. Pueden dejar de intentar.
En Guatemala, sin embargo, los insomnes están recién
empezando y tienen toda
la noche por delante. Es como una ola
en un estadio de béisbol, manos
alrededor del mundo.
Así que acá va una plegaria
para los insomnes, las almas que no pueden descansar:
mientras estás acostado con los ojos
abiertos o cerrados, ojalá que algo pueda
reconfortarte, un ruiseñor, una brisa, el aroma
de la menta machacada, los Nocturnos de Chopin,
el nacimiento de tu hijo, un beso,
o incluso yo, en mi cocina helada
con el abrigo sobre el camisón, pensando en vos.
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