Una mujer sola frente al mar es más majestuosa que él
Daniela Pasik responde a las preguntas de Marcelo D. Díaz sobre su ensayo biobibliográfico dedicado a Irene Gruss, El corazón del asunto (Buenos Aires, Gog y Magog, 2024) .
Por Marcelo D. Díaz
a. La obra de Irene tiene momentos que dialogan con su experiencia y el modo de reflexionar sobre la poesía. ¿Qué poemas Daniela considerarías que habría que recuperar y por qué?
Es cierto que la obra de Irene tiene muchos momentos que dialogan con sus experiencias, pero también eso es sólo un disparador, una excusa genial para entrar al poema. O sea: lo interesante que hace —y que creo es una de sus marcas de estilo— es usar a su favor lo que sea —entre una situación puntual o un procedimiento— para hacer su indagación. Algo muy lindo de Gruss con respecto a eso es que hasta lo dice, literalmente, en un poema muy genial —y también generoso si se lo toma como «taller»— que se llama “Torcés la anécdota”, que está en Entre la pena y la nada, editado por Del Dock en 2015. Hay que leerlo todo, pero en este fragmento se puede ver clara la idea a la que me intento referir. Dice así:
Ese árbol, allá, un lado de tu cabeza te pide
hacé un objeto estético,
decís después, más tarde, cuando la bruma pase
como la de la mañana temprano;
O cuando te vas y tus hijos preguntan, preocupados, ¿hablaste con alguien?; les mentís amablemente,
torcés la anécdota.
Leés a una chica moderna, escribe con violencia, como si la molieran
a palos o tuviera un dolor de encías insoportable. ¿Para qué esto?
Incluso, es precioso que el poema hasta tiene incorporada esa pregunta tan Gruss, la que hacía desde el Taller de Lellis, y nos hizo a sus alumnas y alumnos, a cualquier interlocutor, a ella misma, que era «¿Y esto a mí qué me importa?». Bueno, justamente, eso apunta a ir al hueso de las cosas, a salirse de lo anecdótico.
Y volviendo a tu pregunta puntual, no podría decir qué poemas hay que recuperar, porque me parece que es importante tener presente su obra, que incluye mayormente poesía, pero también tiene narrativa. Y no creo que haga falta recuperarla, porque está presente.
En ese todo hay algo precioso, preciado, que es fácil de leer en el buen sentido: facilita acercarse a la poesía, dialoga en muchos niveles a cualquier tipo de persona que lea, o quiera leer.
b. Hay toda una constelación de nombres alrededor de Irene Gruss, podríamos agregar a Alejandro Schmidt y Patricio Torne, junto a las personas que la acompañaron en sus talleres. ¿La voz de Gruss hizo circular muchas otras voces? ¿Cuáles te resuenan ahora y qué tienen de singular?
Salvo a Aulicino, que fue su amigo, colega poético, compañero del taller de lellis, vecino, secuaz, yo no señalaría dos —o x— nombres puntuales para hablar de quién o quiénes rodearon a Irene. Alrededor de Irene —como con cualquier persona— fue habiendo personas, amigos, pares, influencias, influenciadas/os, etcétera, y algunos se mantuvieron, otros dejaron de suceder.
Sí, lo que tenía Irene, es que era muy generosa en la circulación, no sólo de voces nuevas, sino también de editoriales. En su blog ponía poetas que no estaban necesariamente en el centro de alguna escena o «bando», o buscaba editoriales en provincias de la Argentina, en un ir en contra positivo de eso de que todo pase por capital. Discutía mucho en redes, antes en blogs, un poco esas cosas, de mirar más allá del ombligo. Y creo que eso es un gesto muy Gruss, en los espacios que proponía, y también en su indagación de obra.
c. La risa de Irene era contagiosa, era un requisito de hecho para asistir a sus talleres tener sentido del humor. ¿Qué habría de fondo en la risa y la sonrisa de Irene? Hasta el tema y la materia del poema encontraba su correlato en el humor.
El humor y la inteligencia están muy relacionados. Irene era inteligentísima y también muy graciosa. Valoraba eso en la gente, además. Su risa, generarle una carcajada, era como pasar de pantalla a algo más. El requisito de tener sentido del humor para asistir a sus talleres, que ponía tan en broma como en serio, en su blog, básicamente tiene que ver con un filtro. Para que no haya formalidad desmedida y/o susceptibilidad en cualquiera de sus formas. Ese requisito de taller, si lo entendías desde el inicio, ya era estar en el taller, en un punto. Es una advertencia, que ya tiene su tono, que invita a desfachatarse un poco, estar permeable a torcer cualquier anécdota, y a tomarse todo con intesidad e interés, pero sin lloriquear y eso trasciende sus talleres. Nada de lo que pedía o proponía en ese espacio era algo que no hiciera consigo misma y con su obra. Hay muchos poemas de Irene que tienen ese ojo filoso, un humor Gruss, que por generación le suelen decir «ironía», pero que creo que era mucho más que eso. Era como dice también en el poema “Torcés la anécdota”: «Se trata de aliviar el lado sufriente de las cosas«.
d. ¿Alguna vez hablaremos de que su obra era una obra periférica dentro del canon? Coincido, cómo sería estar en la periferia del centro.
No concuerdo mucho con ese postulado de que su obra sea «periférica», dicho así. Irene fue —y es— una de las voces más interesantes, peculiares e importantes de su generación. Ganó premios, publicó con editoriales de toda índole. Su Obra poética reunida 1982/2007, La mitad de la verdad, que editó Bajo la luna en 2008, fue un gran éxito, en su nicho. Irene tenía alumnos, discípulos, mini fans. A su pesar, o aunque su gesto siempre fue bajarse del mármol, el de Irene fue y es un nombre instalado en el ambiente de la poesía.
Entre otros ejemplos, caprichosos como cualquier ejemplo, es uno de los primeros nombres que señala Alicia Genovese en sus ensayos al hablar de la generación del 80. Tal vez por ese gesto suyo, contrera y a la vez constitutivo, de sacudirse todo engolamiento, o formalidad, no creérsela, se la podría leer como alguien en la periferia, o la orilla de los grupos.
Eso también es muy característico de su generación, ese despegarse de tendencias y grupos, la independencia. Una tirantez de la que Irene no era inocente: lo veía claramente. Era su elección posicionarse así, en su obra y en sus actitudes. Ella lo hizo de un modo muy genuino y peculiar.
e. ¿No se habrá hablado poco de la narrativa o del ensayo de Gruss?
No sé si la valoración «se habla mucho» o «se habla poco» cabe para una obra contundente como la de Irene. Sí, podría decirse que no se habla tanto de la narrativa de Gruss, y sería cierto, porque mayormente ella fue poeta. De todos modos, Una letra familiar, su nouvelle que salió por Bajo la Luna en 2007, que es precisa y preciosa, y es lo primero que publicó en prosa (jaja, perdón la rima), la trabajó un montón, con Hebe Uhart, por ejemplo, y estudió a Natalia Ginzburg, y arma algo fenomenal, un yo lírico, en prosa, con ADN de poesía. Y al libro lo presentó Sylvia Iparraguirre. Después, con una década en medio, en 2017 publicó los cuentos de Piezas mínimas, por la editorial Buena Vista. Ella les decía «prositas». Ahí hizo auditorías con Liliana Heker. Ensayos no publicó formalmente, pero hay muchos textos críticos y también perfiles en uno de sus blogs, además la web, en otros blogs, en foros, luego en Facebook, está repleta de sus análisis, interpretaciones y pareceres sobre temas como la poesía y su circulación, entre otros. Ojalá alguien se ponga a reunirlos y los edite. Sería hermoso.
f. Y para seguir: ¿Podríamos hablar de una relación entre la poesía, la música y la narrativa? ¿Y cómo lo podríamos leer?
La música es importantísima en la vida de Irene, ella fue coreuta en su infancia y adolescencia. Está presente en su obra, además, no solo en títulos de blogs, libros y poemas (Casta Diva, Solo de contralto, por decir dos evidentes), también en sus cortes de versos, en su ritmo y métrica, además del bonus que era oírla leer en voz alta.
g. ¿Cómo eran los talleres literarios de Gruss?
Hermosos, intensos, divertidos, estimulantes, un desafío en el mejor de los sentidos, constante. Irene era una maestra, y como tal, elevaba varas y levantaba la apuesta. Era una experiencia hasta física. Es tan extenso lo que se podría decir que es casi un capítulo completo de la biografía y me quedé corta. Podría ser un libro entero sobre la experiencia de taller Gruss. Es más: ojalá también alguien haga ese libro.
h. ¿Cómo llegaste a conocer a Irene?
Como lectora, primero, en mi juventud. Yo fui una mini fan. Después, personalmente, cuando trabajamos juntas en el diario Perfil, en 2006. Ella era correctora, yo periodista. Fumábamos juntas en la escalera. Nos divertíamos y charlábamos un montón. Ella no tenía edad, o mejor dicho: no se posicionaba por arriba, siempre te iba de igual a igual. Y yo, que era una pendeja, bueno, fue un lujo. Luego, más cercanamente, cuando me aceptó hacer taller y dijo que sería individual. También hay mucho sobre eso en el libro. Lo resumo así por ahora.
I. En un momento del libro hablás con ella, como si estuviera viva, aquí, ahora. Intuyo el porqué pero ¿qué te gustaría seguir conversando con ella? ¿Algo que no quedó en sus lecturas? ¿Algo pendiente?
Con Irene yo charlo en mi mente cada vez que escribo, cualquier cosa que escriba. Un poema, un artículo periodístico, cuentos, estas respuestas, un mail. Tengo su voz (la literal y la simbólica) muy presente y eso se lo voy a agradecer para siempre. Y claro que me gustaría seguir charlando con ella más allá de ese juego, en lo tangible, más aún que leyéndola. Extraño un montón reírme de pavadas con ella, más que nada. Y sobre todo eso de pasar después a algo profundo, para volver a lo aparentemente superficial. La dinámica en general, saber que está ahí, que de la nada me recomiende un libro, una película, contarle algo que descubrí. Mil cosas se podrían seguir charlando con Irene.
e. ¿Por qué el título de una intensidad que enceguece?
Ay, no entiendo la pregunta, jaja. ¿El título en los poemas de Irene? ¿El título de esta biografía? En cualquiera de los casos, igual, la respuesta es parecida. Irene buscaba mucho los títulos, tenían que apuntar, me decía en situación de taller, al corazón del asunto.
Links
Sobre Irene Gruss en op.cit. «Los días de Irene», dossier