Destacado narrador, con un ojo siempre puesto en la poesía, Luciano Lamberti (San Francisco, Córdoba, 1978) nos habla en esta entrevista de sus lecturas iniciáticas, el proceso creativo y de algunos sus libros. Lamberti es Licenciado en Letras, docente y crítico literario. Entre otras obras publicó San Francisco (poesía, 2014), el volumen de relatos La casa de los eucaliptus (2017) y las novelas Los abetos (2020) y La masacre de Kruguer (2019).
Por Nicolás Guglielmetti
¿A qué edad notaste que empezabas a conectar con la literatura y a través de qué autores?
Lo primero que leí, todavía de chico, era una biblia ilustrada en tres tomos. Leía después lo que tenía a mano, desde las revistas Selecciones hasta las versiones abreviadas de Billiken, pasando por Quiroga, Bradbury, King. Me hacía de libros, por más que en casa no hubiera demasiados. Leí de bibliotecas, alquilé libros en una librería de San Francisco, robé, pedí prestado, etc. Siempre supe que iba a ser escritor, y escribí desde muy chico.
En su momento dijiste que la poesía es el estado más depurado del lenguaje. Desarrollame la idea en relación a La creciente y el movimiento que generó alrededor de un grupo de escritores de Córdoba que luego comenzaron a circular a nivel nacional… Tengo entendido que en ese momento adoptaron el modelo de editoriales como Del Diego por citar alguna…
Como tantos escritores de prosa, yo empecé escribiendo poesía y creo que la poesía es fundamental en cualquier texto de prosa, es la música del lenguaje sin la cual el texto pierde densidad y movimiento. Con La creciente, en algún momento del año 2002, tratamos de paliar las dificultades editoriales del momento, o de nosotros como autores, para publicar. Sacamos libros de autores inéditos que un poco armábamos a partir de una parva de papeles, lo cual estaba buenísimo. Publicamos más de treinta libros.
Gran parte de los narradores que vienen de la poesía van hacía un híbrido donde sus narrativas están cargadas de imágenes o apuestan al exotismo del paisaje y una narrativa donde la cadencia y el ritmo están por sobre la trama. Vos tomaste un camino diametralmente opuesto.
Amo la poesía y trato de que esté en lo que escribo, siempre. Me interesa también que el lector pueda ver lo que sucede en la historia, no escribir un texto opaco que se quede en la superficie, porque es un embole para mí y para él. Creo que hay un límite donde se pueden hacer ambas cosas, una no quita a la otra. El mismo Bradbury es un poeta de la ciencia ficción. O el Mccarthy de La carretera.
¿Cuál de todos los libros que publicaste sentís que es el que más representa tu manera de ver la literatura y con qué libros de tu biblioteca creés que dialoga?
El que más me gusta es San Francisco, el libro de poemas. Son varios libritos agrupados en un librito, y cada librito corresponde con distintas lecturas que fui teniendo, desde la llamada Poesía de los Noventa hasta Viel Témperley, sobre quien hice mi tesis de licenciatura.
¿Qué papel cumple el paisaje en el entramado de tus climas y cuánto influyó en tu proceso creativo el pasaje de Córdoba a Buenos Aires?
Soy un escritor visual. Me gusta decir a través de imágenes. Y en ese sentido el paisaje es muy importante, porque además me gusta filmar mi propia película cuando escribo. No tengo idea de cómo influyó el pasaje de una ciudad a otra.
Cuando entrevisté a Godoy me dijo que la escuela cordobesa se caracterizaba por el sacrificio más que por una condición estética… ¿Vos qué lectura hacés de ese grupo y el espacio que ocupan en el campo cultural? Tengo entendido que en su época se leían con Godoy y Falco y hacían una suerte de taller literario cuando los talleres literarios se pensaban con una dinámica diferente a lo que se piensan hoy
Nos leíamos mutuamente. Con Falco todavía lo hacemos. Aunque a esta altura ya no hay mucho que discutir. La camarilla literaria es más vieja que la humanidad, incluso.
En El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro hay como una voluntad de apropiarse de recursos más típicos de las series de la edad de oro de la tele y viejas revistas pulp. Como una intención de tomar tradiciones populares ajenas a la tradición literaria argentina. ¿Esa fue una decisión, o de tanto estar contaminado por estos consumos culturales eso se filtró en tu escritura?
Yo vengo de Letras, y escribía en Córdoba, por lo tanto escribir no solo con la influencia de la literatura sino también de la tele era una gran liberación. Puig habilitó el trabajo con esos materiales bajos. De todas formas estoy formado por eso, y también por libros y por muchas cosas más. Para mí no hay diferencia entre la alta y la baja cultura. Solo hay cosas que me gustan.
En La maestra rural, Angélica Golik es una poeta anclada en un pueblo perdido en el interior de Córdoba; escribe una poesía en trance, como si fuera la biblia de un mundo que está por llegar. ¿Cómo los compusiste?
Ah, no me acuerdo ya. Todo empezó con el video de una mujer colombiana que estaba en Youtube, que decía haber sido embarazada por extraterrestes, y todo el movimiento de los Ancient Aliens que sostienen que somos la cruza entre los primates y los extraterrestes.
En el 2020 publicaste en Chile Grandes éxitos. Una antología de 14 relatos de género fantástico. Hablame de esa experiencia y ya que escribiste novelas y cuentos, cómo operan en tu cabeza esas diferencias y en qué formato te sentis más cómodo…. y ayúdame a pensar esto también en relación a tu rol de tallerista. ¿Qué te aporta esa labor a la hora de pensar tus propios textos?
Mi rol de tallerista me aporta exigencia. La misma que le pido a mis alumnos. No apurarse en publicar, disfrutar de la corrección y la reescritura, que son la verdadera tarea de un escritor.
En 2016 publicaste Plan para una invasión zombi, un libro que reúne reseñas y las entrevistas que realizaste para diferentes medios. ¿Creés, como te mencioné arriba, que tu labor como tallerista o de freelancer te aportan perspectivas diferentes a la hora de sentarte a escribir? ¿Cuál de todas las entrevistas de ese libro es la que más disfrutaste?
Gracias a entrevistar pude conocer gente como Juan Forn o Abelardo Castillo. La pasé muy bien haciéndolo, tratando de encontrar la forma de “entrarle” a cada uno de esos personajes. Con Castillo me dio la impresión de estar contemplando un modelo de escritor que ya no existe, el viejo escritor intelectual, comprometido. A todos ellos iba a preguntarles desde la genuina curiosidad.
Sos un escritor que comenzó en Córdoba y logró trascender al plano nacional. Luego vino el pasaje de las editoriales independientes a una editorial como Random… ¿Qué cosas rescatás y que cosas no te gustan o no son lo que parecen…?
Hay cierto espíritu en las editoriales más chicas que es irreemplazable. Además, el hecho de publicar pocos libros implica que les dan mucha manija y los cuidan especialmente. El problema es la distribución, que en las editoriales más chicas es siempre complicada (lo que paradójicamente le da valor a los libros difíciles de conseguir).
En La masacre de Krugger trabajás con la idea freudiana de los siniestro: el verdadero miedo no viene de los monstruos sino de algo familiar que nos revela un costado desconocido…
Me interesaba ver qué pasaba si a una microsociedad como la de Kruguer se le caían las barreras sociales, de comportamiento. Me divertía introducir una gota creciente de caos en medio de esa sociedad perfecta, inmaculada. La conexión con Freud la hizo alguien en alguna entrevista y entonces me lo robé y lo empecé a usar. Pero en general trato de no pensar en términos teóricos lo que hago, sino en términos físicos, de experiencia sensorial.
En Los abetos hay una intención de captar la subjetividad de Beckett y su entorno. que también nos ayuda a repensarnos como lectores. ¿Importa lo que Lamberti inventó? ¿las vidas tienen arcos dramáticos o ese clímax es el oficio que aporta el que escribe?
El libro de Beckett es una comedia negra. Una respuesta a lo que yo mismo sentía a los 20 al leerlo, esa devoción ciega. Un Beckett inútil durante gran parte de su vida, que a partir de cierto hecho se encierra a escribir una gran obra, ayudado por una mujer militante y un poco simplona.
Siguiendo con Los abetos, contame cómo diste con “la puñalada”, suponiendo que esto fue el hecho que te llevó a escribirla.
Todo partió de haber leído sobre esa puñalada. Después me puse a investigar, gané una beca del Fondo para escribir el libro, y fue liberador en el sentido de que tenía la historia escrita, solo había que ordenarla.