Ramitas, poesía reunida (1992-2018)
Carlos Battilana
Buenos Aires-San Justo
Caleta Olivia
2018
Por Celeste Diéguez
Hace años vengo siguiendo con atención el trabajo de Carlos Battilana, pero esta poesía reunida nos permite rastrear en el flujo de continuidades y rupturas cómo ciertas constantes se han ido convirtiendo en los rasgos de madurez de un estilo particular y reconocible. El hecho de leer todos sus libros juntos me sirvió para armar una especie de coreografía, en la que se puede identificar un elemento y seguirlo para verlo desplegar su particularidad, cómo reaparece con información nueva, cómo adquiere densidad, cómo interactúa con otros elementos; el autor va dejando pistas de lectura, piedritas depositadas a lo largo del camino para poder regresar o para que alguien las encuentre. Así veremos elementos que se reiteran y nos vienen a decir distintas cosas: la figura del Adelantado, la bondad, las voces de los ancestros, la quietud, el motivo de la piedra, del bloque, de la debilidad; muchas líneas de lectura igual de tentadoras; pero un mapa no es el territorio y mi ingreso a este conjunto de títulos será solo una de las posibles entradas al universo Battilana.
Siempre me interesó leer la poesía de Carlos como una puesta en escena del comercio desigual entre las cosas del mundo y la palabra; un intercambio o pasaje mediado por el cuerpo entre materias distintas que se comunican y se afectan. Como si uno de los objetivos de esta poética fuera echar luz al proceso en el que la experiencia paga el peaje de ingreso a lo lingüístico; Battilana desarrolla un sistema para aislar y depurar su objeto. Si la vida sucede afuera; en la respiración, en el movimiento: ¿Cómo ingresa lo real en el poema? ¿Qué es lo que persiste al cruzar la línea? , “La llama viva de la vida ¿dónde está?”.
A veces el paisaje propuesto por Battilana es escueto pero reconocible: un jardín, el interior de una casa, pero mayormente estamos inmersos en una pura abstracción de elementos sueltos sobre un blanco; el autor define un perímetro y despliega allí su escena: recorta, deshace y dispone los elementos elegidos luego inyecta sentido y tensiona. Es decir, la escena es animada de manera artificial, en la acepción más sofisticada de artificio, aquella en que cada detalle está calculado en el efecto del conjunto.
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Sin embargo/ sólo comprendo lo que miro: /un muro raído, el recorte/ de algo oscuro y profundo
Ya desde los primeros libros se observa como la voz poética elabora una geometría propia. Como si loteara o cortara porciones de realidad, el poeta traza líneas, planos, conjuntos, centros y periferias, inscribe ecuaciones y formulas sobre las superficies de las cosas, replica la tersura del aire allí donde la necesita, limpia el terreno, condensa y distribuye intensidades.
Como si los términos fueran vaciados para actualizarse en su funcionamiento; tanto en la disposición de versos y estrofas, como en el hipercodificado territorio sintáctico que despliega, no importa lo que precede o sucede. Todo debe sostenerse por sí mismo, apoyarse en la inmanencia de un sentido recién inaugurado. La escritura de Carlos genera así una materialidad distante que pone orden sobre la multiplicidad desbordante del afuera. Para realizar esto, se vale de ciertos dispositivos.
Un elemento clave serán los verbos elegidos; mayormente verbos organizadores que funcionan como guías y nos hablan de cierta esperanza o confianza en las formas en que el lenguaje trabaja sobre el mundo: “agrupar, comerciar, distribuir, administrar”; postulan una posibilidad de negociación entre las cosas y la lengua. Una economía del sonido y del silencio. Hay una voluntad regulatoria, que intenta establecer algún orden o al menos una transacción.
Otro elemento importante para lograr este efecto es el círculo. El mundo se mueve mediante circuitos invisibles que el poeta identifica y subraya constantemente. Circular funciona también en esta poética como una manera de hacer foco, de ajustar la mirada: “Trazar con mis manos /este círculo/ no es un vínculo/más bien/ se trata/ de una sensación/ de pertenencia.” Extraer información de lo observable, priorizando una opción por sobre otras, es parte de relacionarse con el entorno de una manera fáctica, afectar lo real es a su vez dejarse afectar por ello. Toda materia del mundo es transformada en otra cosa por la acción del cuerpo y viceversa. Este proceso es el tiempo, es lo que llamamos vida. Los signos que codifican la manera en que procesamos la información, a su vez conforman la percepción que tenemos del mundo. En el laboratorio de Battilana, el material recolectado es sometido a la acción de distintas fuerzas: se lo filtra, se lo limpia, se lo pone en movimiento o ralentiza, se lo congela o disuelve a voluntad.
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extraer objetos, materias, / ciertos fragmentos /que no completan /el cuadro, padecer un raro sentimiento /de poder /y debilidad /siempre juntos /en eso consiste /su extrañeza.
Agrupar, condensar los grumos y desechos de la experiencia, como un conjunto de ramas y hojas amontonadas por el viento; paisajes que el poeta articula armando con ellos una secuencia de realidad prismática. La lógica de la poética de Carlos no es externa, no responde a las reglas del mundo o de la razón, debe buscarse al interior del cuerpo del texto, casi al nivel de la frase, y pocas veces resulta transparente, evidente o esperable; como si de una concatenación de oscuridades, de cegueras sucesivas, de tanteos se pudiera obtener algún tipo de iluminación. Donde reina el hábito, la repetición, la costumbre es posible instaurar algún orden que escape al azar: “En la repetición sucede algo”, nos dice.
La torsión a la que el lenguaje somete a las cosas es la que genera estas geografías particulares, caprichosas y áridas: “Rara aritmética del clima /menos espumoso más / abundante/ el curso del lecho/ ha fijado / otra vez sentido”. Así en muchos poemas se introduce y pone a funcionar un motivo en esos escenarios desolados como en un experimento, a ver qué pasa; instalaciones de pocos elementos: línea del horizonte, tierra, agua, ramas, aire y sus mutaciones, hojas, nieve, hielo, viento. El viento, por ejemplo, es un factor clave presente en casi todos los libros, el mismo elemento que nos mantiene vivos, que transporta las ondas sonoras de nuestra voz “aire en el aire”, aliento que a veces debe contenerse junto con las emociones, concentra en el viento toda la fuerza de lo invisible: “Sospecha que del viento proviene el discurso”. Ese aire, cuando se suelta, arrasa, erosiona, limpia, viene para llevarse lo que sobra, dejando lo justo. Battilana desarrolla una poética de la reducción, de la austeridad. El viento es la expresión del movimiento del aire, no se ve más que por sus efectos.
Otro factor climático constante es el frío y sus consecuencias: el hielo, la nieve, lo boreal, lo polar: “Si pudiera aplastaría con hielo todos los días. Los quemaría”. El frío aparece tematizado afuera y adentro del cuerpo, el paisaje externo refleja una interioridad que también está fragmentada: “Hay un bosque helado/ dentro de mi pecho:/ se trata/ de una tierra/ en círculo/ que contiene/ pequeños abrojos/ algas/ alguna cosa que parece/ tremenda”. Así como el hielo es agua que adopta momentáneamente la rigidez de la piedra, así como el movimiento se vuelve sólido si se lo enfría con constancia, lo que fluye puede capturarse en una imagen; “un poco de agua en el agua”, la vida se puede congelar en el molde del signo. ¿Qué es la escritura sino tratar de congelar el instante para retener algo de su integridad vital aunque en ese proceso mute en otra cosa? El hielo, que puede quemar y aplastar, a la vez conserva esa “intemperie del instante”, presente pleno de la escritura, el único tiempo posible para una poética que sólo interactúa con el pasado para tomar lo que necesita: “la memoria que sólo recorta/ el significado / de unas pocas escenas.”, y donde el futuro aparece como algo temido: “apenas un designio fatal, del que nada quiere saber” o idealizado con suave ironía como en “el dulce porvenir”.
Entre el cuerpo y las cosas; el contacto que se privilegia en la poética de Battilana es el roce, mezcla de caricia y verificación, el tacto suave del movimiento que pasa sin detenerse, sin voluntad de poseer. Un contacto furtivo tal vez, pero gentil, casi involuntario y no del todo directo. Transversal, el roce es el contacto de alguien que elige no dejar marca. A veces en los poemas hay manos, y en muchas ocasiones la posibilidad de asir, de tocar aparece vedada. Pero en la poética de Carlos las cosas del mundo también nos tocan y nos devuelven el roce de la mirada.
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Si las palabras / derivan de las cosas, / si las letras / –como signos helados– / provienen de una plena / sustancia / ¿qué será ese mínimo indicio/ de los objetos, de las formas, / de esa materia/ que se resiste?
Desde el primero hasta el último de estos nueve libros, Battilana indaga sobre esta resistencia del mundo frente a la escritura; se pregunta si es posible comunicar el daño o el amor mediante la palabra poética o sopesa incluso los distintos grados de realidad que cada una de estas instancias convoca: “descuido lo real / y me hago un sitio / para mí. Para las Letras. (…) lo más real de mí”. Sin estridencias, en ese estilo minucioso al que nos tiene acostumbrados; mediante el ejercicio de una imprevisibilidad creciente Battilana va modelando un particular efecto: exhibir la insalvable incongruencia entre lo real y lo escrito, entre el lado de las cosas cargadas de vida que respiran y ese otro lado, abiótico donde las palabras, la sintaxis y sus procedimientos dan comienzo a una forma de vida nueva, de naturaleza diversa.
“En ese afán de que las cosas se acomoden a su percepción, se halla insensato a los signos del mundo”. Ahí donde el escritor no es insensible a las impresiones que el mundo le genera, sino insensato; porque aunque lo sabe inútil, continuará escribiéndolo y es precisamente en esa derrota asumida de antemano, en “ese inútil desencanto” donde se encuentra la posibilidad de hallar en el ejercicio de los signos algún sentido.
“Con las letras de las palabras, ordena el mundo. Pero el mundo está hecho de materias, de desvíos, de bloques irrespirables”. Y es justo ahí en ese orden alterno de las palabras, en la elección formal de una serie o de un ritmo que nunca deja de ser un artificio, donde lo real desborda cualquier escritura, donde Battilana nos recuerda que no puede haber traducción posible, pero en ese desacuerdo se apoya la potencia de la literatura: la chispa que surge cuando lo real cruza esa línea y se ilumina.
“¿A dónde va eso / que la materia desea? / ¿Dónde permanece?”. Creo que la obra reunida de Carlos Battilana ofrece respuestas muy interesantes para estas preguntas.
Links
- Reseñas. En Otra Parte, por L. Llul / «Una fiesta breve…», por F. Herrero / «Mirar con precisión», por G. Yuste / «Con el oxígeno que queda», por P. Potenza
- Poemas. En Malón Malón
- Textos del autor en op.cit. «La posteridad pequeña», entrevista y poemas / Artículos firmados por el autor: «Baldomero Fernández Moreno…» / «Jorge Léonidas Escudero…»