Maurizio Medo: Las interferencias

medoA continuación presentamos una serie de textos escogidos por Maurizio Medo de su libro Las interferencias, que publicará próximamente en Buenos Aires la editorial Añosluz.

Maurizio Medo (Lima, 1965) es autor, entre otros libros de poesía, de Manicomio (1ª ed. Santiago de Chile, La calabaza del diablo, 2005; 2ª  ed. Lima, Zignos, 2007; 3ª ed. Monterrey, La regia cartonera, 2013; 4ª ed. Guadalajara, Mantis, 2013; 5ª ed. Madrid, Varasek, 2014) y Dime novel (1ª  ed. Ediciones Liliputienses, Arequipa, 2014; 2ª ed. Guadalajara, Luzzeta ediciones, 2015), y parte de su obra reunida fue publicada en Ediciones Liliputienses en el año 2015 con el título Cuando el destino dejó de ser víspera en el año 2014. Su obra poética ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, checo, croata, portugués e italiano, y aparece en antologías como Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (Galaxia Gutenberg, 2007). Es editor del proyecto editorial País imaginario y durante 10 años dirigió la web Transtierros. Actualmente se dedica exclusivamente a la docencia.

 

6.

Vivo en La Cantuta.
Mi casa está bien al fondo.

Es visible después de cruzar el parque,
adonde el número de flores responde
a los desórdenes del clima.

—Las flores —me digo— debieran reservarse
para el uso exclusivo de los horticultores
en vez de malversarse, o bien en el ornato
o como pausas, idóneas para el fomento
de la “poesía urbana” a través de la conciliación
de términos, opuestos entre sí, pero establecidos
de tal modo que la idea de vivir en La Cantuta
apenas sobrevive, aunque la casa ya se perdió
de buena parte de esta conversación.
Como del sentido real de lo que es: un problema
originado por el límite establecido desde
el concepto liberal de pertenencia.

La escritura no.

Fundamentalmente por la fuerza centrífuga
de, al menos, de la mitad de poemas escritos
cuyo propósito inicial fue “estar más cerca”
acorde con la didáctica planteada
en el Manual para dummies.

¿Podré aún cumplir con las tareas exigidas
por una composición poética después de
haber refutado el axioma
“la escritura es una pérdida”?

Jamás encontraremos algo sobre lo que
se versa, de versar, un verbo anacrónico
utilizado cientos de veces en dicho manual.

Hoy sostenemos un diálogo surgido de
la ausencia, que discurre en el presente
abismado en el infinitivo de la evocación,
la misma que me obliga a advertirles:
mejor no vengan a mi casa.
La Cantuta no es atractiva,
ni siquiera por su afinidad nominal con
la arcana flor: Jantu, Flor de inca.
Patujú, en Bolivia.
Era fúnebre.

Y por ende finita.

 

7.

La flor en sí es una experiencia diferente.

Simbólica, pero ante la que soy alérgico
y no por su naturaleza etérea.
Es por el polen.
En ella no caben metáforas.
El valor de lo real se pierde al forzar
la mímesis con ciertas correspondencias
cuyo sentido se pierde con el esfuerzo
realizado al escribir. Si empiezo a ensalzarlas
de seguro obtendría una presea en los certámenes
de poesía auspiciados por los Green Peace
en pro de la franquicia “primavera” en una de
las tantas contiendas en las cuales, previo al brindis,
se nos obliga al antidoping con el fin de evitar
lo tóxico sobre el ecosistema.
Debí de haber empezado el texto con una oscura
metábasis para sostener la frase “en La Cantuta”.
Un hecho en apariencia trivial, pero que no lo es.
Mi casa es como esa oscura metábasis.
—Alrededor hay robos —airó la vecina
después de completar los formularios exigidos
en el protocolo policial al momento de
consignar su indignación, lo que logró
que ésta desapareciera al contentarse
con el hecho de vivir
en La Cantuta.

 

14.

A Rafael Espinosa

La radio cantó la balada de una mujer
(tres veces muerta) hasta que secó
como uno de esos almiares dejados
atrás en la carretera Yo seguía en
el auto, resignado y, de pronto,
cruzó un gato. Era negro, ¿la cábula
pactada se cumple cuando no hay
movimiento y en los hospitales las
diferencias entre sábana y mortaja
redujeron por una huelga en la oficina
de Recursos y Mantenimiento?

El gato cruzó otra vez, sobre
todas las otras cosas.

La suerte es así.

Nunca está en frente.

Entonces la realidad hizo chasquear su tálero
y como solo puedo conocerla a través de mí
(por el retrovisor de algo tan condicional
como la vida) a medio camino de ningún sitio.

Me sentí un huésped. Por tanto pisar los pedales
el auto ya no responde. Se abandonó por entero
(como la vida) a ninguna esperanza de auxilio
hasta oír algo que los árboles
no pudieron contarme:

el gato estaba sobre el parabrisas, listo
para atentar contra mis pensamientos.
Tanto así que me atreví a vaticinar:
“los árboles hoy no me contarán nada”.
Les hace falta cierto nivel de oscuridad para
que su fotosíntesis incluya también
la producción de símbolos.

El gato es un signo.

No es como la araña, o la idea
de la araña, esa que existe
solo al desaparecer de la tela.

Es un signo, me dije, en medio de
la crisis de los signos. La soledad
ha sido ocupada por cierta manía
de la historia: perpetuarse
aun cuando nada acontezca.
Y como no es superficie… para dejar
un rastro debe cruzar las pampas
de ciertas frases hechas (y los ribazos
de esas mismas frases) sin palabras
definitivas, de un lugar a otro,
hasta desaparecer (como la araña).

No consigo descifrar qué callaron
los árboles en esos rojos de hibisco.

Esto no hará aparecer al Servicio de Grúa.
Ni conseguirá que el Hombre Manco aprenda
a preguntar qué flor expresa la fatalidad de
los días. Y como nadie le responderá azucena.
El oficio de florista existe solo en una canción
de una forma tan emotiva que consigue
conmover hasta los perros

 

19.

El panadero preguntó a mi mujer de dónde vine.

Cuando él llegó yo ya estaba aquí diciendo:

—No, este cielo no es azul, es metafísico.

Lo suficiente como para poder negarlo.

No por el color.

Por sus presagios.

Pero olvidemos el cielo por utópico.
También al mar, en su lugar, afuera de la urbanización

cunden miles de campos eriazos.

Resulta difícil aprender a mirarlo.

Al menos sin el lente de la pueril evocación, necesaria
para eludir la responsabilidad de convertirlo
en nuestro primer amor.

Escribo: el primer amor no se puede olvidar.

Va en presente.

De dádiva.

El mar será siempre ese mi primer amor.

Es bastardo.

 

45.

No pude conocer a Chantal Maillard.
María Ramos llegó cuando me fui
algo más lejos que los poemas
desaparecidos antes de perder
la dignidad en una trivia
improvisada con el propósito de ilustrar
los registros obrados en la nueva
poesía peruana que, en Andalucía,
provoca las mismas sospechas que
sentimos cuando el turco –alojado
en la habitación contigua– nos preguntó
si los incas comprendían el uso de ciertos
objetos aparecidos con el idioma español.
O cuando o el cordobés –quien nos invitó
a su casa– no pudo ocultar su nerviosismo
al creer que devoraríamos los cobayos
que adoptó, tal como hizo Madrid con
los caleños que encontramos en
la calle de La Ruda, perdidos como el
esplendor virreinal de Santafé.
—Sudacas decimos por aquí —me corrigió Paco
(al oír «caleños») y pensé en la reacción
originada al creer vasco al turco.
—Si se sabe algo del Perú —agregó luego—
es por el filme de Ridley Scott (adonde
nunca apareció), Google, Tripadvisor y
por algunas vaguedades mal editadas en
el especial que National Geographic
dedicó a la Argentina.
El Perú y yo nos parecemos.
Ninguno es real, como lo exige la adrenalina
de un concierto en vivo.  Si se le escucha
es a través del lipsync
de lo que cantó en el siglo XVI.
Ese jueves de enero.

56.

A Eduardo Espina

1. Una hoguera para las negras mareas de brea
con las que Deniz teje murmullos.

Primero en mixolidio, luego en dorio.

2. Otra para Zurita, cuyos glaciares deshielan, cauce abajo,
sobre el amor que lloramos sobre las flores,
allá en el añil del mundo.

3. Enciéndanla para Josef K, el judío, por no cargar a espaldas
las espaldas del poema y emboscarnos.

4. No olviden a Perlongher y su bizarro lenguaje. En extinción
como de armiño o nube. En rojo.
Ensangrentado.

Los del Cártel de Madrid sentenciaban espurios.
Debí bajar la voz el canto de las sílabas, el llanto de la materia.

España: mi lenguaje progresa sobre
el espíritu de la metáfora arrasada.

Suspendo en una línea el sumun del más dolcestillnuovo
modulado de acuerdo con la gracia ritual de
cierto autorretrato de Rembrandt. Pero borracho
como un astronauta en alguna escena bíblica
recreada en el barrio judío de Ámsterdam.

Quise decir: la versión dub de un aria de Bach.
Soy el perito de las palabras huérfanas.
Y el deshollinador de aquellas otras
que, heridas bajo un rial de piedras,
nos invitan a brillar, a pesar
de su luz negra.

Baila.

Mi patria es una lengua soñada en el asombro
y jamás entre rimas de estética octosílaba.

Apártalo España y mételes por el rijo los
zureos sublimes de fingida transparencia
con la ruta de los mapas para cruzar el océano
desnudos, pero con la ropa puesta.

Qué pronto en esos pechos fanega el ruido anciano
de una calavera que habla y habla.

(Me está hablando)

Y qué atrofiada su lígrima razón.

Debí bajar la voz y vestirme púdico con el eco del ruido.

Por un hueso, como las ratas de Hamelin, emergieron
desde el légamo nuevos cárteles.  Pude sentir, de pronto,
sobre mi faz su escupo monstruo.

De antropoide.

Codicioso por fundar nuevas Españas
a punta de garrote.

¿Secuestrarán a Raimondi los capos de Mazatlán y Sinaloa?

¿Condenarán a Herbert a hervir el agua del río
sin una lluvia dónde poder refugiarse?

–Bah son tan oscuros– gruñó la piara.

Y cuando ella me invitaba a contemplar frutos azules
y nubes bermellones (como a todo cuanto nunca
volveríamos a mirar), para entrar en la muerte
con asombro de ojos vivos
cayó sobre mi párpado un nuevo escupo
en color agre.

Asomé confuso:

Como hienas, unidos en una sola forma sobrehumana,
los manes del cártel, babeantes en círculos de gula,
lamían unas férulas de momia. Atentos, cual acólitos,
a su sermón de ultratumba.

Callé. De cobre.

En pasmo.

Los del cártel se repletaban la boca con vértebras occisas,
de luto ya perladas y como vacas.
Rumiantes, y en manada,
continuaron observándome,
lacayos de certidumbres pusilánimes.

—Dejémoslos —propuso el viento alrededor del laurel.

—¿Entonces —pregunté— podemos jugar con la poesía
hasta que el sheriff encuentre la nuez?

 


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