La materia que escucha*
Inéditos
Poetas grabados entonces dicen**
para María Inés Aldaburu, anfitriona
Lee Thomas y esas palabras golpean cinceladas en el gaélico, parece su piedra hecha de oes y aes a punto de chocar en la roca, y se detienen, y viene el gris opacado, el resplandor triunfante pero hincado en la angustia –una senda que no está en ninguna colina sino que va hacia el mar, y su color es como el granito tallado –el espacio, el bloque y otra vez el espacio.
Y lee Joyce como saltando en las frases encabalgadas, frases que respiran en la corriente incomprensible, esta noche coincidencia de accidentes –lo que dice es algo natural, no es el habla sino el canto mesurado y sereno.
Y lee Sitwell en esta noche, imaginada enjoyada, esfinge, elevado el cuello distante como si etéreo se pudiera erguir pero parece plateado, de acero. Sus frases llegan en un teatro acordado –todo lo que se puede oír y de todos modos huye a la noche.
Y el círculo, nuestra ronda, escucha lo que podría haber sido diagrama descubierto, escucha lo que otro escribió, lo que otro dijo, y eso va tirando el hilo, la cuerda de floja pasa a tensa y llega el último punto para arrastrar suposición y duda –se olvidan las preguntas, las frases grabadas se acercan, el placer y el desarreglo que era esperanza de armar con variantes el rompecabezas –no una respuesta sino cadencia con la que otro contuvo en el momento el presente sin transcurrir.
Y siguen los poetas en nuestra forma de la mente lanzando esa voz que atravesó la muerte, en esta noche de calor espeso de enero, cuando nunca sería tarde decir diferencias y qué es un sonido y qué una palabra, en parte eludir emoción, abandonarla, para saber de otra manera la manera del cielo.
** Sobre una grabación donde D. Thomas, J. Joyce y E. Sitwell leen poemas de su autoría.
La máquina ameba
En forma ameba
la máquina se prende.
De la mano al ojo pasa la imagen
–ahora sabe morir, sabe matar.
Ah señoras, señores, niños:
sobre las aguas sin fondo,
la pantalla en pedacitos,
mueve color, sonido,
viene el mensaje.
La desliza otra vez
de la mano al ojo
–pareció secreto.
Dice verdad
pero la palabra contamina, corrige.
Pasa la mano en la pantalla
como manteca, como grasa.
El mensaje que aparece
y sólo está en el vacío,
es virus en cuerpo desangrado.
¿Qué creés? ¿qué pensás?
–Una rueda inmóvil de tu lado.
Sócrates y su cicuta forzaban la ley,
nosotros hace mucho olvidamos la lengua
–la palabra permuta,
herida, sin cuidado,
los rayos la atraviesan.
Deslizás la mano en la leche,
el cristal en litio.
Y así me llevás a un lugar
que no conozco,
me llevás arrastrando un cuerpo
que no es mío.
Tengo miedo
–nunca podré saber quién mira.
Música
Iba en el taxi que el conductor
hacía avanzar lentamente
–el tránsito nos arrastraba y nos detenía.
En el taxi sonaba Mozart.
Extraño que sea esta música –pensé–,
que estos sonidos vayan impregnando el aire
dentro de los vidrios,
rara belleza en días de furia
y desconcierto y palabras de ira.
Iba en el taxi construyendo una idea de recuerdo
y poco a poco recortaba melodías
y voces de un pasado lejano
–niñez como espera de lo que vendrá,
mientras jugaba en el cuarto
y la música seguía y cambiaba
y volvía desde un piano mediado
por cajas con parlantes.
El joven conductor del taxi avanzaba
y vi su tatuaje en el brazo derecho,
su cabello recogido en un rodete de moda.
Conducía sereno, seguro,
como si la música lo transportara,
su atención siempre en foco.
¿Estudiás música? –le pregunté.
–Es mi deuda– me contestó.
Y siguió con paciencia y control
la línea del carril central en la calle atiborrada.
Iba en el taxi
y dejaba que las notas de la música conformaran
la determinación de la mañana,
la avidez por detener extrañeza y goce
–contraste alterado por mi urgencia.
Varèse inspiró a Zappa –había leído el día anterior–,
y yo iba construyendo una idea de recuerdo
de lejanas noches húmedas y frías,
cuando a la hora del lobo,
por la radio conocía a Cage y oía a Schönberg.
Y tan distinto como surtidor que salpicara el aire,
a nuestro lado, una camioneta con las ventanillas levantadas
imponía la potencia de cierta melodía caribeña
–espacios colmados y la imprudencia y el egoísmo
en la médula del tronco urbano.
¿Qué música será la que modela,
la que construye células
de esta desesperanzada inquietud?
Me acordé que anoche,
en la pantalla de la televisión,
Oliver Sacks explicaba
los efectos de la música en el cerebro.
Pero también en las plantas y los animales,
la música traslada el efecto a lo pequeño,
recorre la materia que escucha
después que oye:
la oscuridad del secreto
o la luz de la comprensión
–cambios, giros,
en la fuerza del pulso invisible.
La red de la mente y los hechos
se expande día tras día,
como telaraña envuelve las palabras,
los propósitos adormecidos,
absorbe el flujo de una corriente dulce o ácida
recorre una piel
que no sabemos si está sobre la carne.
El azar tiene sus reglas
–el cosmos las ordena en origen y fin
a la manera de tejido de ramas,
y adentro y en los bordes,
yo quería ir, dejarme ir en su golfo celeste,
porque la recurrencia era ahora relación sin soberanía,
casi sueño para sanación del ruido.
Iba en el taxi y el joven conductor
era el guía inusitado del lugar de mi mente,
que se convertía en túnel hacia un pasado
cuando el sonido era materia real
y entraba en el cuerpo,
podía arrancar la indiferencia
y reemplazarla por vacío y suspensión del tiempo.
Al final del viaje, la luz del mediodía
ya hería fachadas y vidrieras.
Entonces, el joven conductor se dio vuelta
y mirándome, me preguntó:
–¿Vas a almorzar?
Y, amable, agregó:
–Aquí podés bajar
y comprar una manzana.
* Nota del Editor. Los textos publicados son inéditos. El primero tiene fecha de enero de 2009, los dos restantes son de 2018.
Liliana Ponce (Buenos Aires, 1950)
Poeta, traductora del japonés e investigadora académica. Colaboró como investigadora adscripta en la Sección de Estudios Interdisciplinarios de Asia y África (UBA, 1993-1997). Trama continua, recibió el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, 1976. Tradujo a Mishima, a Kawabata y poesía clásica japonesa. En revistas literarias y de arte, ha publicado artículos sobre teatro y literatura de Japón; y dictado conferencias y seminarios, ente ellos: “Introducción a la poesía clásica de Japón” (Fundación Nancy Bacelo, Montevideo, Uruguay, 2012) y “Japón: escritura, poesía y poética” (Centro Cultural Enjambre, Buenos Aires, 2013). Integra la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África y es miembro adherente de la Fundación Instituto de Estudios Budistas.
Poesía
Paseante y Huésped, La Plata, Club Hem, 2016
Fudekara, Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2008
Teoría de la voz y el sueño, Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2001
Composición, Buenos Aires, Último Reino, 1984
Trama continua, Buenos Aires, Corregidor, 1976
Antologías
7 poetas + 1. (I), Montevideo, 2015
200 años de poesía argentina, Buenos Aires, Alfaguara, 2010
Poesía manuscrita (proyecto digital que puede consultarse aquí), Buenos Aires, 2009
Antología de poetas argentinas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2006
Mandorla 8. New writing from the Americas, Illinois State University, 2005
Antología de la poesía argentina, Cuba, Casa de las Américas, 1999.
Links
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