Mundo Vallejo: acto y palabra, poesía

Mundo Vallejo
Susana CellaLucas Peralta (comps.)
Artículos: Lucas Peralta, Susana Cella, Daniel Freidemberg, Esteban Da Ré, Joaquín Márquez, Gito Minore, Jorge Dubatti, Víctor Vich
Buenos Aires, Ediciones del CCC

Tal vez todos los días deberíamos homenajear a César Vallejo. Mucho más en estos tiempos en los que la expresión está tiranizada por los foros de la violencia y la coronación de la estupidez. El Centro Cultural de la Cooperación, aprovechando las celebraciones de Trilce, publicó un magnífico volumen dedicado a la obra poética, política, ensayística, dramatúrgica, narrativa y miscelánica del más grande. Una edición que cuenta además con una cronología. El libro cierra con una serie de textos escritos para la ocasión o incorporados a la edición, por escritores de Iberoamérica y España. A continuación, presentamos la intervención de Daniel Freidemberg, quien a partir de Poemas en prosa, Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, se enfoca en el perfil humanista, innovador, político y singular del poeta que cambió la manera de entender las lenguas americanas.


El bimano, el muy bruto, el muy filósofo

Por Daniel Freidemberg

Poemas en prosa

Poemas en prosa es el título del libro que, según su esposa Georgette, César Vallejo escribió entre 1923 (año de su llegada a París) y 1929.[1] Diecinueve textos en total, catorce de ellos en prosa y los demás en verso o combinando prosa y verso, entre ellos “Me estoy riendo”, un poema que, por su estilo, por su temática y por rasgos como la disposición espacial y el uso de números, parece extraído de Trilce. La impresión de funcionar como puente entre los años peruanos y la etapa a iniciarse en Europa es bastante evidente en el primer poema, “El buen sentido”,[2] ya desde el inicio: “Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande. / Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar” (109).[3] No es, aunque lo parece, la escena de la despedida, sino un juego de la imaginación, ya que María de los Santos Mendoza había fallecido en 1918: de lo que el poeta se despide, más bien, es del país natal y de los vínculos con el pasado, corporizados en la figura fantasmática de la madre, lo que da paso a una compleja disquisición en torno de la relación materno-filial: “¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo!”, “Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno” (110).

“Lomo de las sagradas escrituras” (123), el último poema, complementa o responde al primero, como si entre ambos enmarcaran el libro: “Hasta París ahora vengo a ser hijo”, “mi madre me oye en diámetro callándose en altura”. Pero, entre uno y otro, Vallejo se ha lanzado explícita y resueltamente a reflexionar. Presente en forma larvada en Los heraldos negros y Trilce, la cuestión existencial pasa a tener en Poemas en prosa un lugar protagónico: “Y tal la ley, la causa de la ley. Y tal también la vida”, se afirma en “Lánguidamente su licor” (111-112), que, a la manera de un potente flashback, recupera una escena de la infancia. La observación del entorno o los recuerdos del pasado funcionan como soporte para operaciones más complejas, siempre sorprendentes y reveladoras, en “Voy a hablar de la esperanza” (115-116), por ejemplo, o “No vive ya nadie…” (118), entre otros poemas. La vida, el estar viviendo, irrumpe como una sorpresa en “Hallazgo de la vida”, como contracara del dolor y de la muerte:

¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas […] Nunca, sino ahora avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: “Si la muerte hubiera sido otra…”. Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas de Sacre-Coeur […] ¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte (116-117).

“Las ventanas se han estremecido” se titula el poema en prosa que semeja una extensa crónica, rara avis en la producción poética de Vallejo, de la experiencia vivida durante su internación en un hospital, en 1925, tras una hemorragia que lo llevó al borde de la muerte: “Las ventanas se han estremecido, elaborando una metafísica del universo” (113), anuncia la primera oración. El juego de la imaginación y una desbordante vocación por analizar transmutan los hechos llevándolos a otro nivel, sin dejar de registrarlos morosamente (los vidrios que estallan sacudidos por una tormenta, un enfermo rodeado por su familia, enfermos que mueren, “el amor desdoblado del cirujano”, los análisis de orinas y excrementos, una mosca que vuela “sirviendo a la causa de la religión”) para terminar en una frase que es a la vez una declaración y un grito: “¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida!”. Repetida tres veces sin solución de continuidad la misma frase, su insistencia anuncia la importancia decisiva que el tema de la muerte, o de la presencia de la muerte en la vida, tendrá en Poemas humanos.

Aunque escrito en verso, “En el momento en que el tenista…” es un buen ejemplo de hasta qué punto una muy fuerte inclinación hacia un discurrir que roza el discurso filosófico ha cobrado relevancia en la poesía de Vallejo: “En el momento en que el tenista lanza magistralmente / su bala, le posee una inocencia totalmente animal; / en el momento / en que el filósofo sorprende una nueva verdad / es una bestia completa. / Anatole France afirmaba / que el sentimiento religioso / es la función de un órgano especial del cuerpo humano / hasta ahora ignorado y se podría / decir también, entonces / que, en el momento exacto en que un tal órgano / funciona plenamente, / tan puro de malicia está el creyente, / que se diría casi un vegetal. / ¡Oh alma! ¡Oh pensamiento! ¡Oh Marx! ¡Oh Feüerbach!” (122).[4]

Originalmente, según Georgette Philippart, el texto formaba parte de Contra el secreto profesional, con el título “De Feuerbach a Marx”.[5] La decisión de pasarlo con algunas modificaciones a Poemas en prosa sugiere que una misma inquietud básica alienta en gran medida ese “libro de pensamientos” (así lo calificó Vallejo) y el de poemas. La distinción genérica, por otra parte, es, en uno y otro, dudosa, incierta: siempre en busca de nuevas posibilidades expresivas, concluida ya la experiencia radical de Trilce, Vallejo explora otros rumbos, no como clausura de lo ya hecho sino a partir de esa conquista, en lo específicamente literario y en la otra búsqueda, de la que lo literario forma parte, existencial, ética, inevitablemente política y, según como se entienda el término, religiosa.

Poemas humanos

Evidencias de que la exploración de formas expresivas sigue adelante son los dos primeros de los 76 textos que componen Poemas humanos, “Altura y pelos” y “Yuntas” (127-128), pero además “Yuntas” puede verse como una suerte de anuncio de lo que el libro va a presentar: a partir de “Completamente. Además, ¡vida! / Completamente. Además, ¡muerte!”, siete parejas de octosílabos, todos iniciados por la fórmula “Completamente. Además”, tras la cual una constelación de sustantivos va esbozando en contrapunto un mundo (“vida”, “muerte”, “todo”, “nada”, “mundo”, “polvo”, “Dios”, “nadie”, “nunca”, “siempre”, “oro”, “humo”, “lágrimas”, “risas”), para terminar en un solo verso heptasílabo: “¡Completamente!”. Y el drama del existir humano, el gran interrogante que obsede a Vallejo en esos años, irrumpe potente y estremecedor en el tercer poema, “Un hombre está mirando a una mujer…”: “Pregúntome entonces, oprimiéndome / la enorme, blanca, acérrima costilla: / Y este hombre / ¿no tuvo a un niño por creciente padre? / ¿Y esta mujer, a un niño / por constructor de su evidente sexo? / […] Y exclamo entonces, sin cesar ni uno / de vivir, sin volver ni uno / a temblar en la justa que venero: / ¡Felicidad seguida / tardíamente del Padre, / del Hijo y de la Madre! / ¡Instante redondo, / familiar, que ya nadie siente ni ama! / ¡De qué deslumbramiento áfono, tinto, / se ejecuta el cantar de los cantares! / ¡De qué tronco, el florido carpintero! / ¡De qué perfecta axila, el frágil remo! / ¡De qué casco, ambos cascos delanteros!” (128-129).

Por redundante que resulte (¿no es, obviamente, “humano” cualquier poema, como cualquier otra producción cultural?), el título del libro tiene mucho que ver con el núcleo de inquietudes que lo atraviesa, a menudo explícitamente. Poemas humanos se denominó en 1939 la primera edición de toda la poesía póstuma de Vallejo, es decir, la posterior a Los heraldos negros y Trilce, en su mayor parte dispersa en hojas mecanografiadas,[6] y, aunque terminó impuesto por la costumbre, no fue Vallejo quien lo determinó ni quien organizó el libro, lo que no impide reconocer en él, a pesar de la diversidad de formas expresivas, su pertenencia a una etapa.[7] Ya no se trata, como en Trilce y la mayor parte de Los heraldos negros, de elaborar poéticamente las resonancias de una situación puntual vivida o recordada, sino de indagar obsesiva y apasionadamente en lo que Vallejo llama “la vida”: no la vida particular del poeta, aunque también forma parte de la realidad interrogada, sino la vida misma: “Es la vida no más, de bata y yugo / […] Es la vida no más; sólo la vida”[8] (141). O, más exactamente, la vida que le toca a todos y cada uno de los sujetos que padecen y gozan la condición de “lo humano”.[9]

No es que en Poemas humanos falten, sobre todo en la primera mitad, algún registro de ambientes parisinos (“Sombrero, abrigo, guantes”) o reminiscencias del Perú, no exento de una visión crítica (“Fue domingo en las claras orejas de mi burro”, “Telúrica y magnética”), que en “Gleba” y “Los mineros salieron de la mina” pone resueltamente el foco en la injusticia social, pero son pocos, prácticamente excepcionales, los poemas enfocados en cuestiones puntuales: hacer poesía pasa a ser, en Poemas humanos, poner en acto un pensar vivo, bullente, siempre irresoluble, en torno de la conciencia de estar existiendo, la odisea de vivir arrojados a una intemperie que excede cualquier comprensión, fuente de angustia y de revelaciones a la vez. “¿Es para eso que morimos tanto?”, se pregunta en “Sermón sobre la muerte” (148-149), así como, en “La punta del hombre…” atiende con temblorosa extrañeza a eso, precisamente, “La punta del hombre, / el ludibrio pequeño de encogerse / tras de fumar su universal ceniza; / punta al darse en secretos caracoles, / punta donde se agarra uno con guantes, / punta en lunes sujeto por seis frenos, / punta saliendo de escuchar a su alma…” (171-172). Si podría pensarse que en Trilce se trataba primordialmente de hacer estallar la inconmensurabilidad de la experiencia singular, lo que reclama ahora ser explorado es aquello que concierne a ese “hermano persuasible, camarada” (144) que es el animal humano, “el bimano, el muy bruto, el muy filósofo” (174).[10] Si Trilce extrema la tenaz persecución “a tientas” de una “expresión pura” en la que Vallejo funda su poética,[11] Poemas humanos no implica desandar lo avanzado sino un cambio en el foco de atención, con la consiguiente necesidad de hallar los instrumentos para llevarlo a cabo en los textos.

“Aunque Vallejo no ha ejercido la práctica de escribir muchos poemas al momento de publicar el artículo citado, sí sabe, como gran poeta, cómo es que debe ser la escritura de los nuevos”, afirma Ricardo Silva-Santisteban. Se refiere a “Contra el secreto profesional”, no el libro así titulado sino una muy citada crónica en la que el poeta, enfrentado al programatismo predominante en las vanguardias de esos años, propone “otra actitud”, que la búsqueda de “un timbre humano, un latido vital y sincero”.[12] Al referir esta muy citada frase, postula Silva-Santisteban, “señala las características de su nueva poética”, y a ese efecto “sabe asimilar sus nuevas experiencias vertidas en los Poemas en prosa”.[13]

La radicalidad de la búsqueda de otro lenguaje, efectivamente, se distiende. Notoriamente, hay más fluidez y soltura en el discurso, es mayor la presencia de formas de versificación tradicional, sobre todo el endecasílabo y el heptasílabo, se atenúan las dificultades para acceder al sentido, y un ejemplo extremo es el soneto “Piedra negra sobre una piedra blanca” (154),[14] sin duda el poema más conocido del libro y, junto con “Los heraldos negros”, uno de los dos más famosos de Vallejo. De ningún modo, sin embargo, desaparece el rechazo a cualquier naturalización de las relaciones con el lenguaje. Nunca hay nada previsible, no hay casi palabra o frase que no traiga una cuota de sorpresa. Los neologismos, las transformaciones morfológicas y las transgresiones a la norma gramatical abundan (“uñoso”, “póbridas”, “falanjas”, “tierro”, “luno”, “aflixión”, “corazónmente” “cuociente melancólico”), o construcciones tan inusitadas como “deglusión traslaticia bajo palio”, “zuela sonante en sueños”, “sus fragorosos cáusticos talones”, “su boldo ejecutante”. Fiel a las necesidades que le resultan perentorias en esta etapa, la apuesta al “timbre humano” y el “latido vital y sincero” implica para Vallejo encontrar los medios para ponerla en marcha sin por eso resignarse a la previsibilidad del “lenguaje útil”.[15] “Quiero escribir, pero me sale espuma”, anuncia el soneto “Intensidad y altura”, “quiero decir muchísimo y me atollo; / no hay cifra hablada que no sea suma, / no hay pirámide escrita, sin cogollo” (156-157).

Escribir es ahora dar cauce al intento de hallar los recursos que en cada caso requiere su “decir muchísimo”. Incluyendo en algún caso al soneto, pero sin de ningún modo limitarse a las formas tradicionales, Vallejo explora en las posibilidades sintácticas, léxicas y retóricas de la lengua y la tradición literaria para hacerlas producir más de lo que se espera de ellas, o algo distinto de lo que habitualmente se espera: “La paz, la avispa, el taco, las vertientes…” (174-175) no es más que una larga enumeración de palabras no articuladas en oraciones (“La paz, la avispa, el taco, las vertientes, / el muerto, los decilitros, el búho”) que el poema distribuye en cinco estrofas, la primera compuesta únicamente de sustantivos precedidos por un artículo (“El desconocimiento, la olla, el monaguillo, / las gotas, el olvido”), la segunda de adjetivos (“Dúctil, azafranado, externo, nítido, / portátil, viejo, trece, ensangrentado,/ fotografiadas, listas, tumefactas…), la tercera de verbos en gerundio (“Ardiendo, comparando,”, “golpeando, analizando, oyendo, estremeciéndose”), la cuarta de adverbios y pronombres adjetivos (“Después, éstos, aquí”, “siempre, aquello, mañana, cuánto, / cuánto!…”) y la quinta de adjetivos sustantivados (“Lo horrible, lo suntuario, lo lentísimo”, “lo acerbo, lo satánico, lo todo, lo profundo…”). “Dice todo sin decir nada, a través de frases que son la apoteosis, simplificación y sublimación de una letanía”, escribe Silva-Santisteban.[16] Sin argumento, sin una idea central visible, el poema funciona, al producir cúmulos de sensaciones, como una experiencia vital que a su vez trasluce una meditación tácita. Sostenido por una exquisita plasticidad en el montaje (“los párrocos, el ébano, el desaire”, “conexas, largas, encintadas, pérfidas”), un más allá de las palabras se desliza a través de la sucesión de los vocablos. Es por medio del tono y las connotaciones, y por los contrastes entre términos procedentes de campos semánticos muy diversos que Vallejo logra ese “decir sin decir”.

En pos de poner en juego al máximo, en lo sonoro y lo semántico, la potencia de las palabras, la mayoría de los poemas se conforman como oleadas y flujos de ideas a través de imágenes desatadas por lo que una inquietud o una intuición insistentes reclaman que sea puesto en escritura. El dilema de qué hacer con la propia vida y lo que en la propia vida hay de incomprensible e indomable, por ejemplo, la aspiración a ser feliz, lo inevitable de la muerte, la extrañeza en general ante el destino y todo lo que a los humanos les toca vivir, lo que hay de animal en lo humano, la pobreza y el hambre (incluso en un sentido literal), lo que hay de “otro” en lo que el sujeto cree que es. No es el despliegue de una idea el poema, sino la puesta en marcha incierta de un pensamiento, con sus idas y vueltas. Un pensamiento que en su despliegue se concibe como palabra y como acto, se cuestiona, se contradice, se va descubriendo a sí mismo en tanto develamiento de una subjetividad irresoluble (“padezco en chanclos / de la velocidad de andar a ciegas”) (174),[17] y del mundo de situaciones al que se ven enfrentadas tanto esa subjetividad como las de sus semejantes, de los que esa subjetividad se siente parte y representante, en tanto partícipe de la condición humana: “y entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida” (138).[18]

Siempre eso que se manifiesta lo hace como problema. Salvo cuando irrumpe una exclamación que, más que afirmar, suena como un golpe de emotividad (“Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!”, “¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos, / hay, hermanos, muchísimo que hacer”) (146),[19] no hay conclusiones, no hay “mensaje”, no hay un punto de llegada. Tanto en su concepción de la escritura como de su visión del mundo y de su actitud vital late en Vallejo una resistencia a todo tipo de determinismo o acostumbramiento, no solo en cuanto al sentido común, también en lo ideológico. Lo que no implica neutralidad ante el conflicto social y político: ya en “Primavera tuberosa” (129), cuarto poema del libro, Vallejo ha escrito “mi derecho soviético”, y poco más adelante, en “Salutación angélica”, el destinatario del saludo es evidente: “Más sólo tú demuestras, descendiendo / o subiendo del pecho, bolchevique, / tus trazos confundibles, / tu gesto marital, / tu cara de padre, / tus piernas de amado, / tu cutis por teléfono, / tu alma perpendicular / a la mía, / tus codos de justo / y un pasaporte en blanco en tu sonrisa” (132).

La toma de partido no anula la vocación crítica ni menos aún conlleva encuadrar la mirada, renunciar a percibir contradicciones, matices, desajustes. Las relaciones establecidas por cualquier consenso, la ilusión reconfortante y aplacadora, la explicación que cierra la búsqueda, son los horizontes a los que nunca deja de enfrentarse la pasión indagatoria de Vallejo, su irrenunciable respeto a la indecodificabilidad de la vida concreta. No necesariamente las cosas son lo que son y no hay cosa que no involucre su contrario (“dicha tan desgraciada de durar” (138), “nunca dar con el jamás de tánto siempre” (172), “y tú lo sabes a tal punto, / que lo ignoras” (185), “en riesgo, la gran paz de este peligro” (130), “y subo hasta mis pies desde una estrella” (144). Lo paradojal y la incongruencia quedan a la vista como componentes esenciales de la condición humana: “el hambre de razón que le enloquece” (144), “¿Qué me ha dado, que lloro de no poder llorar / y río de lo poco que he reído?” (165).

“Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo”, se anuncia en “Me viene, hay días, una gana ubérrima, política…” (147). En representación de sí mismo y de los humanos en general, quien habla en estos poemas asume como condiciones suyas no solo la capacidad de amar o sufrir o aspirar a algo mejor, sino también la maldad, la posibilidad de ser injusto: “el oro que robara yo a mis víctimas” (154). Nunca es “el hombre” genérico, abstracto, el de Poemas humanos, y mucho menos un ser idealizado. Es alguien que trabaja, que llora, que se peina, suda, mata, canta, almuerza, se abotona. Suele, incluso, sinecdóquicamente, no ser “hombre” la palabra que lo presenta sino “talón”, “talle”, “uña”, “pómulo”, “bronquios”, “tendones”. Enemigo de las generalidades, la preferencia por lo particular es en Vallejo bastante más que una estrategia retórica. Como posición ética y como disposición afectiva, la materia vulgar, lo humilde, lo precario, lo opaco, lo dejado de lado, lo obsesionan amorosamente, incluso y sobre todo en lo social: “la cólera del pobre / tiene un aceite contra dos vinagres. / […] / la cólera del pobre / tiene un acero contra dos puñales” (183).[20]

A la intensidad con que en Vallejo resuena la precariedad de lo pequeño, lo humilde y lo débil, y a su conciencia de la falta de respuestas con que los “hermanos hombres” enfrentan su destino, se vincula el modo insistente en que el sufrimiento humano, su presencia inexorable, impregna aquí la poesía de Vallejo. “Jamás, hombres humanos, / hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, / en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!”, advierte el estremecedor “Los nueve monstruos”, y sigue: “Jamás tanto cariño doloroso, / jamás tanta cerca arremetió lo lejos, / […] / Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, / el corazón, en su cajón, dolor, / la lagartija, en su cajón, dolor” (145). “Poeta del dolor humano”, se ha dicho más de una vez de Vallejo, sin embargo, la fórmula con que buena parte de la crítica suele etiquetarlo es equívoca por insuficiente. Una sensibilidad y un intelecto tan despiertos, tan refractarios a cualquier negación como los de Vallejo, no pueden obviar un componente de la existencia tan básico como el dolor,[21] pero no es como lamento o auntoconmiseración que aparece: es “el dolor de estar vivo” del poema de Rubén Darío, presentado como efecto y a la vez factor de vida: “Pues de resultas / del dolor, hay algunos / que nacen, otros crecen, otros mueren, / y otros que nacen y no mueren, otros / que sin haber nacido, mueren, y otros / que no nacen ni mueren (son los más)” (146). Más que “poeta del dolor”, Vallejo es aquí el poeta de la complejidad heteróclita e irresoluble de la vida, una vida espesa, impura, contradictoria, desconcertante, de la que el dolor forma parte, al igual que la muerte, otra referencia frecuente en Poemas humanos,[22] entreverados ambos a lo largo de los poemas con la ternura y la cólera ante la injusticia social, entre otros afectos, e inquietudes tales como la aspiración a ser feliz, lo que de animal hay en lo humano, lo que hay de “otro” en lo que el sujeto cree que es, el paso desarticulador del tiempo, los momentos de sosiego o armonía, la casi asombrada valoración de los objetos y las situaciones que sostienen la vida doméstica, la pobreza y el hambre (incluso en su sentido literal), el no saber qué hacer con la propia vida y con lo que en la propia vida hay de extraño e indomable.

La lucidez como premisa, la renuencia a cualquier negación. De eso se trata: asumir todo lo que la vida presenta –“Lo horrible, lo suntuario, lo lentísimo”– (175), como constatación o revelación y, sobre todo, como problema. Mantenerse despierto y disponible ante todo, lo bueno, lo malo y lo que tanto puede ser una cosa como la otra: “Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas / de memoria, gravísimo cetáceo; / oye a la túnica en que estás dormido, / oye a tu desnudez, dueña del sueño” (165). Nada es unívoco, nada es definitivo, nada se completa en la poesía de Vallejo, no solo porque así lo demanda la experiencia de una realidad vista sin subterfugios o concesiones sino, y especialmente, contra el estancamiento que produciría arribar a una resolución. Pero, si es cierto que en su discurso poético nada se resuelve, Vallejo tiene un modo de encontrar, en vez de una resolución, una respuesta: “y le doy un abrazo emocionado / ¡Qué más da! Emocionado… Emocionado” (150) concluye “Considerando en frío, imparcialmente…”, uno de los poemas donde más a fondo Vallejo entra a hurgar en el enigma de “el hombre”.

Si no hay casi afirmación que no pueda volverse en contra, si la sensibilidad hacia el dolor del prójimo lacera hasta niveles difíciles de cicatrizar y la lucidez extrema inhabilita la posibilidad de consuelo, queda un cristiano amor al prójimo, que en la visión de Vallejo converge con la vocación universalmente redentora de la utopía comunista: “¡Amado sea aquel que tiene chinches, / el que lleva zapato roto bajo la lluvia, / el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, / el que se coge un dedo en una puerta, / el que no tiene cumpleaños, / el que perdió su sombra en un incendio, / el animal, el que parece un loro, / el que parece un hombre, el pobre rico, / el puro miserable, el pobre pobre!” (179).[23] Ante el desvalimiento de los afectados por la injusticia social, ante la injusticia en general y el padecimiento y la inevitabilidad de la muerte, un gesto, un acto de voluntad: “hombrecillo, / hombrezuelo, / hombre con taco, quiéreme, acompáñame…” (156), pide en “De disturbio en disturbio…”, y, en “Palmas y guitarra”, “Ahora, / entre nosotros, trae / por la mano a tu dulce personaje / y cenemos juntos y pasemos un instante la vida / a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte” (163).

España, aparta de mí este cáliz

Dramático, apasionado, turbulento, “Himno a los voluntarios de la República” abre España, aparta de mí este cáliz, el último y el más homogéneo en cuanto al tema de los libros de César Vallejo, quince poemas centrados en la guerra civil española (había estallado en 1936, veintidós meses antes de la muerte del poeta), que bien pueden verse como quince momentos de un solo poema. Compuesto por 178 versos de diversas extensiones que van abriéndose paso insistentes, sonoros, es, a su modo, un himno, pero, a diferencia de lo que se espera de los himnos de combate, no hay idealización alguna ni afirmación optimista. Sí convicciones fuertes, sí voluntad y decisión, y un combativo estado de alerta que tampoco decaerá en los siguientes tramos del libro. “El Himno semeja una obertura del poemario entero, movilizando casi todos los temas que hallaremos en los poemas siguientes”, afirma Ricardo González Vigil.[24]

“Voluntario de España, miliciano / de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón, / cuando marcha a matar con su agonía / mundial, no sé verdaderamente / qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo, / lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo / a mi pecho que acabe, al que bien, que venga, / y quiero desgraciarme; / descúbrome la frente impersonal hasta tocar / el vaso de la sangre, me detengo, / detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto / con las que se honra el animal que me honra” (195). Ya en los primeros versos queda clara la posición desde la cual surgen el poema y el libro (“no sé verdaderamente / qué hacer, dónde ponerme”), el yo poético se repliega, se aminora ante el acto del miliciano, que marcha a morir y matar, y, como se verá en algunos de los siguientes poemas, efectivamente mata y muere. Tanto como en los libros anteriores, el discurso poético pone en marcha lo contradictorio y lo incierto, ahora en función de la urgencia ante el gran drama que lo interpela y lo compromete. Ya no se trata, como en Poemas humanos, de reflexionar poéticamente, sino de intervenir activamente en el conflicto con plena conciencia de las limitaciones. Lejos de cualquier voz de autoridad, Vallejo trabaja las resonancias emotivas que la guerra le desata como algo de lo real refractario a la palabra, que sin embargo insiste en hacerse oír.

La inquietud por la precariedad de la existencia humana en el mundo se sitúa ahora en un escenario puntual, reconocible, que pone a prueba con mayor nitidez y dramatismo aquello en torno de lo que Poemas humanos giraba. Es el humano en riesgo, la humanidad, ahora encarnada en el miliciano, el obrero, el campesino, la mujer, el anciano, el niño.[25] Lo humano es ahora lo popular, y, más específicamente, lo popular amenazado y alzado en defensa propia, porque es el destino entero de la humanidad lo que para Vallejo se juega en España. Una España que, por otra parte, encarna, en gran medida, la historia y la cultura, amenazadas también y también en guerra: Goya, Quevedo, Cervantes, Santa Teresa, Calderón. Como nunca antes, irrumpe gravitante una segunda persona colectiva y a la vez individualizada en los numerosos vocativos (obrero, proletario, liberador, redentor, hermano, niños) que ya asomaba, por ejemplo, en “Los nueve monstruos” y que ahora es, tanto como interpelada, convocada y homenajeada, en cuanto agente de salvación, principalísimo factor de esperanza y destinataria de una solidaridad universal que para el discurso de Vallejo es el otro frente de la guerra: hasta los mendigos, mendigando en París, en Roma, en Praga, luchan por España, “matando con tan solo ser mendigos” (204), dirá, más adelante, el cuarto poema del libro.

Lo más notable que ofrece el “Himno…”, respecto del resto de la poesía de Vallejo, es, probablemente, la fuerza con que emerge la aspiración utópica, no el vislumbre del mundo por el que se combate sino un ideal imposible que desde el horizonte vivifica la voluntad de luchar, menos como un objetivo que como una razón de origen: “¡Se amarán todos los hombres / y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes / y beberán en nombre / de vuestras gargantas infaustas!” (197). En evidente diálogo intertextual con el libro de Isaías[26] anuncia Vallejo “Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán! / ¡Verán, ya de regreso, los ciegos / y palpitando escucharán los sordos! / ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! / ¡Serán dados los besos que no pudisteis dar! / ¡Sólo la muerte morirá!” (197). Entendida la fe no como una certeza sino como una apuesta, la hiperbolización es el recurso para entonar un canto a la lucha, a la presencia operante de la redención en el acto de poner en juego la vida por una causa.

La concepción de la lucha como pasión redentora, capaz de vencer simbólicamente a la muerte, anima gran parte del libro. Sin el menor atisbo de negación de lo insoportable, sin que dejen de estar muy presentes en todo el libro, como realidades ineludibles, la muerte concreta y física y el dolor ante la muerte,[27] la idea de que el caído en combate sigue vivo aun después de muerto logra su mayor expresión en “Masa” y “Solía escribir con su dedo grande en el aire:…”, los dos poemas más conocidos de España, aparta de mí este cáliz. “Solía escribir con su dedo grande en el aire: / ‘¡Viban los compañeros! Pedro Rojas’” (202): el par de versos iniciales da paso, después de anunciar que “lo han matado”, a una presentación de Pedro Rojas, “de Miranda de Ebro, padre y hombre, / marido y hombre, ferroviario y hombre, / padre y más hombre”, demorándose con tácita ternura en los detalles de su vida, para concluir: “Pedro Rojas, así, después de muerto / se levantó, besó su catafalco ensangrentado, / lloró por España / y volvió a escribir con el dedo en el aire: / ‘¡Viban los compañeros! Pedro Rojas’. // Su cadáver estaba lleno de mundo” (203).

Son hombres y mujeres de carne y hueso, con un pasado y un oficio, con nombre propio, vínculos y deseos, los que combaten y demasiadas veces mueren –Ramón Collar, yuntero y soldado; Ernesto Zúñiga, jinete herido mortalmente en Bilbao–, porque ni la muerte ni la guerra son para Vallejo meros conceptos, sino realidades que la escritura poética da a vivir al lector, así como es dado a vivir sensorialmente el invierno en la batalla de Teruel en el poema con ese título: “¡Cae agua de revólveres lavados! / Precisamente, / es la gracia metálica del agua, / en la tarde nocturna en Aragón, / no obstante las construidas yerbas, / las legumbres ardientes, las plantas industriales” (209). “Masa”, en cambio, es uno de los pocos poemas que optan, sin mencionar lugares ni personajes identificables, por desplegar una suerte de tesis: muerto el combatiente, que puede ser cualquier combatiente, los ruegos y las plegarias para detener la muerte fracasan hasta que entran en escena “todos los hombres de la tierra”: “le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar…” (211).

La humanidad como un nuevo Cristo, el que resucitó a Lázaro, es parte de la serie de vínculos con el Nuevo Testamento con que está tramado, ya desde el título del último poema, que es también el del libro, España, aparta de mí este cáliz, que incluso adopta el formato del Padrenuestro en “Redoble fúnebre a los caídos en Durango”: “Padre polvo que subes de España, / Dios te salve, libere y corone, padre polvo que asciendes del alma” (211), ya antes presente en el primer poema: “¡Obrero, salvador, redentor nuestro, / perdónanos, hermano, nuestras deudas!” (197). No son pocas, a lo largo de la obra poética de Vallejo, las expresiones que traslucen una visión católica, y, tal como ahí aparecen, no solo no se contraponen con las tomas de posición acordes a su adhesión al marxismo, sino se integran, como formando parte de un mismo núcleo sentimental e ideológico. El debate acerca de si Vallejo es un creyente que en el comunismo encuentra una opción política o un marxista al que le resulta provechoso el patrimonio retórico cristiano es irrelevante ante la potencia poética que ese encuentro desata. Y de ningún modo impide que, materialista y dialéctico al fin, ya casi al concluir el libro el poema XIV alerte “¡Cuídate de la hoz sin el martillo, / cuídate del martillo sin la hoz!” (212), y, en los últimos dos versos, “¡Cuídate de la República! / ¡Cuídate del futuro!…” (213). Ni la pasión ni el compromiso ni la fe en una causa obturan la negativa a cualquier síntesis tranquilizadora, dice en el mismo poema: “¡Cuídate de la víctima a pesar suyo, / del verdugo a pesar suyo / y del indiferente a pesar suyo! / ¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo, / negárate tres veces, / y del que te negó, después, tres veces! / ¡Cuídate de las calaveras sin las tibias, / y de las tibias sin las calaveras! / ¡Cuídate de los nuevos poderosos! / ¡Cuídate del que come tus cadáveres, / del que devora muertos a tus vivos! / ¡Cuídate del leal ciento por ciento!”.

Poesía militante, poesía de combate, la del último libro de César Vallejo excede, sin dejar nunca de referirse a un concreto acontecimiento histórico, las circunstancias que le dieron origen. La articulación de un compromiso inequívoco con una concepción de la literatura y de la existencia empecinada en construir su propio rumbo, disconforme siempre con el repertorio de respuestas que se le presenta, libra a España, aparta de mí este cáliz de las limitaciones coyunturales que el paso de los años impuso a la vasta producción poética surgida, sobre todo en España y América Latina, en respuesta a la Guerra Civil. Como presuponiéndolo, y ya con la entrevisión de la derrota en el horizonte, el decimoquinto poema, el del final, se dirige a los niños del mundo como garantes de la continuidad de la lucha: “si cae España –digo, es un decir– / si cae / del cielo abajo su antebrazo que asen, / en cabestro, dos láminas terrestres; / niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! / ¡qué temprano en el sol lo que os decía! / ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano! / ¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno! / […] / si las férulas suenan, si es la noche, / si el cielo cabe en dos limbos terrestres, / si hay ruido en el sonido de las puertas, / si tardo, / si no veis a nadie, si os asustan / los lápices sin punta, si la madre / España cae –digo, es un decir–, / salid, niños, del mundo; id a buscarla!…” (214).


Notas
[1] Vallejo, Georgette de, 1983. “Apuntes biográficos”, en César Vallejo, Obras completas. Tomo III, Poemas en prosa, Contra el secreto profesional, Apuntes biográficos. Barcelona: Laia. Consigna Georgette que Vallejo, al transcurrir los años, cansado de no poder publicar, decide enviar Poemas en prosa más otros veinticinco o treinta poemas a una editorial española. El editor accede pero su respuesta no llega a Vallejo debido a que los dueños del edificio en el Boulevard Raspail donde vivían (para molestar a la inquilina que les subalquilaba) revolvieron y tiraron pertenencias que encontraron en ese departamento.
[2] “‘El buen sentido’ no es solamente uno de los primeros Poemas en prosa (es decir de 1923 o 24) sino que deja además sospechar fuertemente que Vallejo lo escribió en el mismo barco que lo llevaba de París a Europa”. Georgette Vallejo, 1983. “Apuntes biográficos”, op. cit., p. 162.
[3] Vallejo, César, 1985. Obra poética completa, edición, prólogo y cronología de Enrique Ballón Aguirre. Caracas: Biblioteca Ayacucho. Todas las referencias a número de página se hacen según esta edición. El trabajo de Ballón se basó en la Obra poética completa publicada por Francisco Moncloa Editor (Lima, 1968), preparada por Georgette de Vallejo, realizada bajo el cuidado de Abelardo Oquendo y con prólogo de Américo Ferrari, donde por primera vez se presenta a Poemas en prosa como un libro independiente, criterio que ha sido y sigue siendo muy discutido por no pocos estudiosos de la obra vallejiana. Ricardo González Vigil, por ejemplo, en su muy cuidadosa edición de Poemas completos (Ediciones COPÉ, Lima, 2005) subdivide Poemas humanos en cinco secciones: “Poemas publicados en revistas”, “Poemas en prosa y ámbito de Contra el secreto profesional”, “Poemas sin fecha mecanografiados en letra roja”, “Poemas sin fecha mecanografiados en letra negra” y “Poemas fechados”.
[4] Es el período en que Vallejo visita tres veces la Unión Soviética y se afilia al Partido Comunista español (1931), y también un período de intensas lecturas teóricas: Marx, Engels, Feuerbach, Spinoza, Hegel, Pascal, Heráclito.
[5] “De Fuerbach a Marx” es el cuarto fragmento de Contra el secreto profesional (Barcelona: Laia, 1983, p. 38), pero notoriamente diferente del poema. En nota al pie de Vallejo, este señala: “Pasado a verso”.
[6] Este conjunto fue publicado en París por Les Editions des Presses Modernes au Palais Royal, julio de 1939, bajo la supervisión de Georgette Vallejo y Raúl Porras Barrenechea, y con colofón de Luis Alberto Sánchez y Jean Cassou. Incluye todos los poemas escritos entre 1923 y 1937, entre ellos, y sin diferenciar, los que luego aparecerían como Poemas en prosa, además de España, aparta de mí este cáliz, que, aunque tuvo una publicación en Barcelona, en enero de 1939, la edición no alcanzó a distribuirse y fue destruida durante la guerra civil española.
[7] Según Georgette Vallejo, fueron escritos entre octubre de 1931, año del tercer viaje de Vallejo a Rusia, y el 21 de noviembre de 1937, pocos meses antes de su muerte.
[8] En “Dos niños anhelantes”.
[9] Georgette consigna que en una libreta de 1929 donde Vallejo apuntó una lista de proyectos a encarar, figura en la tercera línea “Libro de poemas humanos”, en bastardilla y sin mayúsculas, lo que permite pensar menos en el título de un libro que en sus propias concepciones respecto de lo humano en la poesía.
[10] En “Quisiera hoy ser feliz de buena gana…” y “Quiere y no quiere su color mi pecho…”, respectivamente.
[11] “La eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura”: esa es su mayor aspiración, declara Vallejo, el 27 de enero de 1931, entrevistado por César González-Ruano para Heraldo de Madrid. “Creo, honradamente”, había afirmado poco antes, “que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión”.
[12] Vallejo, César, 1927. “Contra el secreto profesional”, en Variedades, Nº 1001, Lima, 7 de mayo.
[13] En Vallejo, César 1987. Poesía completa. Edición, prólogo y notas de Ricardo Silva- Santisteban, Tomo III. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, p. 11.
“Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París –y no me corro– / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”.
[14] “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París –y no me corro– / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”.
[15] “Lenguaje útil: el lenguaje que acaba de servirme para expresar mi designio, mi deseo, mi mandato o mi opinión, ese lenguaje que ha cumplido su cometido, se desvanece apenas llega. Lo he emitido para que perezca, para que se transforme radicalmente en otra cosa en la mente de ustedes; y sabré que fui comprendido por el hecho sorprendente de que mi discurso ha dejado de existir […]. Por el contrario, el poema no muere por haber vivido: está hecho expresamente para renacer de sus cenizas y ser de nuevo indefinidamente lo que acaba de ser. La poesía se reconoce en esta propiedad de hacerse reproducir en su forma: nos excita a reconstituirla idénticamente”. Valéry, Paul, 1990. Teoría poética y estética. Madrid: Visor, p. 92.
[16] Ibid., p. 16.
[17] “Quiere y no quiere su color mi pecho…”.
[18] “Pero antes que se acabe…”.
[19] “Los nueve monstruos”.
[20] “La cólera que quiebra al hombre en niños”.
[21] “Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente”, había escrito Vallejo, ya en Poemas en prosa, “Voy a hablar de la esperanza”.
[22] “Para Vallejo, la muerte no representaba un momento determinado y limitado, cercano o lejano. Para Vallejo, la muerte es permanente. Permanente como la vida”. Vallejo, Georgette de, 1983. “Apuntes bibliográficos”…, op. cit., p. 206.
[23] “Traspié entre dos estrellas”.
[24] Ricardo González Vigil en su nota sobre “Himno a los voluntarios de la República”, en Vallejo, César, 2005. Poemas completos. Introducción, selección y notas RGV. Lima: Ediciones COPÉ.
[25] Un anticipo de este enfoque sería la figura del bolchevique en “Salutación angélica” de Poemas humanos.
[26] “Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. / Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. / La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. / Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora” (Isaías 11, 5-8).
[27] “¡Porque en España matan, otros matan / al niño, a su juguete que se pára, / a la madre Rosenda esplendorosa, / al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo / y al perro que dormía en la escalera”, en “Himno a los voluntarios de la República”.


Bibliografía
Higgins, James, 1967. “La posición religiosa de César Vallejo a través de su poesía”, en Cahiers du monde luso-brésilien, Nº 9. Toulouse: Université de Toulouse-Le Mirail.
Valéry, Paul, 1990. Teoría poética y estética. Madrid: Visor.
Vallejo, César, 1979. Obra poética completa. Edición de Enrique Ballón Aguirre. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
—————–, 1997. Poesía completa. Edición, cronología, prólogo y notas de Ricardo Silva-Santisteban. 4 Tomos. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.
—————–, 2005. Poemas completos. Introducción, selección y notas de González Vigil, Ricardo. Lima: Ediciones COPÉ.
Vallejo, Georgette de, 1983. “Apuntes biográficos” en César Vallejo, Obras completas. Tomo III, Poemas en prosa, Contra el secreto profesional, Apuntes biográficos. Barcelona: Laia
Yurkiévich, Saúl, 1984. Fundadores de la nueva poesía latinoamericana: Vallejo, Huidobro, Borges, Girondo, Neruda, Paz, Lezama Lima. Barcelona: Ariel.


Más textos de César Vallejo y sobre su obra poética,
en op.cit., Álbum de
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