El cóndor: el que limpia/ Cóndor, de María Casiraghi

Cóndor
María Casiraghi
Anisacate
Alción Editora
2018

Por Ana Arzoumanian

Devenir cóndor. Gilles Deleuze aclara que devenir no es imitar. Cuando Hitchcock hace el pájaro, no reproduce ningún grito de pájaro, produce una ola de vibraciones como una terrible amenaza que experimentamos en nosotros mismos. No se imita. Producirse cóndor a condición de que el cóndor mismo advenga a su vez sonido, color, vuelo, plan. No las cualidades del cóndor que son reminiscencias, recuerdos flotantes, gérmenes de fantasmas. Las plumas blancas, la cabeza roja carente de plumas no son signos coloreados sino el índice de su salto, de su devenir carroñero. Así la cualidad no funciona por sí misma sino que proporciona un componente de intensidad para transmutarse en otra cosa. De modo que el ave que se alimenta de restos, que busca en los despojos, se transforma también en un desecho, un desperdicio.

Creyendo que sólo por volar, las aves son felices porque la poeta sabe que el cóndor es ella en esa vocación de ir por los escombros. ¿Qué es un poeta sino ese ser que huele entre las sobras de la lengua alimentándose de sus ruinas? Manchas, borrones, tachaduras, preso entre las líneas; el poeta es el maestro de las demoliciones. “Eres (soy) es una repetición entre las repeticiones. Es eres soy: soy es eres: eres es soy.  Demoliciones: me tiendo sobre mis trituraciones, yo habito mis demoliciones”, escribe Octavio Paz en “El mono gramático”. El poeta no es el que nombra las cosas, sino el que disuelve sus nombres. Carroña.

Abrazar reflejos, hundirse en el aire. El cóndor sabe quién es, lo que posee / nosotros / todavía no. Aún. Un umbral. ¿Cómo sabrá el poeta qué cosa es la posesión si vive en un gastarse? ¿Cómo pasar del gasto a la posesión? El cóndor no se mira, dice María Casiraghi, por eso nunca duda. Y en el verso siguiente el poema se atreve a más, presenta su coraje: por eso nunca duda / cuando tiene que saltar. Devenir cóndor es saberse en la posesión del salto. No es Ulises atado a su mástil, su estrategia de salvación frente al canto; su decisión de regresar. Es el cóndor, es Butes; el saltador. Lo sabe Casiraghi, lo sabe Quignard. La perdición, ese deseo de arrojarse cumple en el libro el tiempo del “todavía no”. Volvamos a leer ese verso, la poeta no dice “el cóndor sabe quién es, lo que posee / nosotros / no”, escribe: todavía no. El libro es un verbo en presente continuo: está siendo escrito en el transcurso de ese todavía. Hasta precipitarse sobre el corazón.

Lo primero que se llevan / es el corazón. La poeta enhebra la memoria no sólo al corazón sino al hambre, a los restos. Devenir cóndor es olvidar y hacer olvidar. Y sin embargo, ¿habrá un plan?

Recordemos, recuerden; así resuena el imperativo de la memoria. El llamamiento de conservar, recuperar, difundir la memoria-lamento, la memoria-duelo. Pero el cóndor entiende que el lamento es estéril si no se transforma en acción, si no da lugar a un compromiso. Abrirse y saltar. Saltar gastando los nombres: eneenes que ofrendaban al cielo se transforman en Noche y Niebla, ese antecedente de la Alemania nazi en el vuelo del ave.

El cóndor es símbolo nacional en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú. Forma parte del escudo nacional de Colombia, además de ser ave insignia de la provincia de Mendoza, y de haberle sido otorgado allí mismo el título de monumento natural provincial; mientras que en Tierra del Fuego se lo considera patrimonio natural. De modo que es considerado patrimonio cultural y natural de Sudamérica. Los incas creían que el cóndor era inmortal. Gabriela Mistral en su famoso “menos cóndor más huemul” ponía en crítica la identificación del chileno con el cóndor andino para hablar, en su lugar, de un mamífero robusto de patas cortas que se alimenta de arbustos. De modo de dejar de lado la idea de dominio, de orgullo del fuerte y de pensar en el sensible, el vulnerable. Así concluye su texto diciendo: “los profesores de zoología enseñan al final de su clase, sobre el huemul: una especie desaparecida del ciervo”.

María Casiraghi, una conocedora de las leyendas latinoamericanas, re escribe el mito. Desdice el plan, la empresa de la muerte. Aunque su tarea es mucho más sutil: no desdice el plan, lo que en verdad hace es sacarle su nombre. Decíamos más arriba que el poeta no crea nombres sino que los disuelve. Casiraghi realiza una operación de restitución: le devuelve el cielo a los cóndores. Si la estrategia militar consistía en una amputación, la poeta coloca rocas perennes donde puedan anidar más allá de las tijeras. Alquimista, ella, hace arder cada palabra hasta que, en ebullición, se licúa, se disgrega, se aclara.

“Después de cada guerra, alguien tiene que limpiar”, escribe Wislawa Szymborska. ¿Pero quién lo haría? El que limpia, responde María, “cathartidae” según el término que designa a la familia de aves que incluye al cóndor, derivado de “kathartes”. El que limpia, el cóndor. Y quien limpia, cura. Y cura porque no teme los restos, su putrefacción. En este tiempo de contagios y de miedos, la poeta llama al cóndor porque entiende que el que lava un muerto / lo vacía del vacío / y nunca se contagia. Entonces, de algún modo, también le responde a Mistral: el cóndor no es la representación de la fuerza, esa virilidad; sino del cuidado maternal del fregado, ese rito de purificación del alma. Rito sin humos, una tinta en la madera, el papel. El cóndor mujer-madre limpia escribiendo, se llama: María.


Parte III

VI

Si lo miras bien
el cóndor también es subversivo
desobedece la ley de gravedad
invierte los estados del alma
y nunca desaparece.

Siempre está volviendo

sus alas traen espejos
del más allá.

No sabían
los verdugos
que el cóndor no tiene cuerpo
los siglos en el aire
lo han vuelto una visión,
un espectro.

(el que limpia puede curarte)

Por eso tanta saña y tanto miedo.

Los aparecidos
ya saben volar como los cóndores

el infinito
también tiene sus métodos.


Epílogo del cóndor

En los extremos de mi cuerpo
vive un instrumento que no tiene nombre
pareciera que es garra
cada dedo una nota
y una ira vieja en cada uña.

Si camino provoco melodías inútiles
teclas negras
son mis alas cuando abro los ojos y me lanzo al día
y en mi garganta
las teclas blancas
cantan a mi pesar
para todo el público.

Soy el silencio
soñando ser alguien en la música
una palabra dicha a tiempo
esa que salva a los humanos
justo antes de tirarse desde el puente.

El día es vasto
y muevo la cabeza
la giro, la revuelvo, y después la zambullo en la carroña.

En mi sombra también soy cóndor.

La oscuridad
si vuela
puede alumbrar el mundo.



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