Cecilia Moscovich. Desmontar una casa

Desmontar una casa
Cecilia Moscovich
Rosario, Neutrinos, 2021


Las islas

Las islas son un secreto bien escondido
Sólo puedes verlas en movimiento
imposible saber de ellas todo de antemano
las vas descubriendo palmo a palmo
abriendo una por una
sus capas de verde cebolla
tropical.

Nada las insinúa
desde la llanura
que las antecede
(ausencia total de paisaje
donde todo tiene que imaginarse).

Sin ambargo allí están
río adentro, al acecho
creciendo y transformándose
cuando no las vemos.

La mejor forma de descubrirlas
es embarcado en una nave lenta
al ras del agua, sin hacer ruido
observando cómo la verde cebolla
se va abriendo
en túneles, pasadizos
laberintos acuáticos y vegetales.

La mejor forma de abandonarlas
es cuando la tarde cae y se ilumina.
Allí es cuando las islas se despiertan
llenas de ruido y perfume
que es el mismo momento
en que el mundo se parece a nosotros
porque como nosotros tiene
un corazón frágil y antiguo.


María Selva

Acá antes pasaba el tren.
A los costados de la vía ahora
brotan jardincitos
que extienden los límites de las casas
sobre terreno ferroviario.
Amo esos lugares
donde se vuelve difusa
la frontera entre lo íntimo
y lo que puede ser mirado.
Como en patios con tapiales transparentes
aparecen mesas
bancos de piedra o madera
asadores
canteros
macetas improvisadas.
Da ternura la infinidad de recipientes
en los que la gente cría sus plantas:
malvones en latas de aceite y pintura
helechos en viejas cubiertas de auto
suculentas en botellas pet partidas
azucenas en tambores de lavarropas
alegrías del hogar en carcazas de baterías de plástico.
Los perros salen a ladrarnos
al Beto y a mí
a medida que pasamos.
Es domingo así que los jardincitos
que habitualmente veo vacíos,
hoy tienen dueños.
Dos señoras que estiran un mantel de hule
sobre un tablón con caballetes
una chica que cuelga la ropa
un señor que corta el pasto.
Veo al chico del delivery de la rotisería
hoy no va apurado
va con un nene
y en vez de la habitual caja de pizza
de cartón grisáceo
lleva
balanceándose en su mano
una caja de pesca
amarilla y anaranjada.


Perro viejo

El perro viejo tiene 12 años
y a esta altura me ha acompañado
por un tercio de mi vida.
Hace un tiempo ya
que el hocico empezó a blanqueársele
y cuando caminamos juntos
por la costanera
arrastra las patas haciendo sonar las uñas
contra el pavimento.
Hace ruidos cuando duerme
y yo me pregunto
si los sueños de los perros
están hechos
como los nuestros
también de recuerdos.
Me siento al lado suyo
y creo escuchar
el eco de otros tiempos
me imagino que por su cabeza
ahora está pasando
la sombra de mi papá
las hojas del naranjo
el ruido del 14 por Riobamba.



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