Florencia Walfisch: Reunida materia

La editorial La Gran Nilson publica Reunida materia (Buenos Aires, 2019, de Florencia Walfisch. Presentamos datos de la autora, textos del libro y un texto que presenta el libro, escrito por Edudardo Mileo.*

Florencia Walfisch es escritora y artista visual. Realiza muestras individuales en el país y el exterior. Participa en exposiciones colectivas, salones, lecturas, antologías, proyectos interdisciplinarios. Textos nacidos del diálogo con artistas visuales fueron publicados en la revista Dulce X Negra (2009/2015) y en numerosos catálogos y textos de sala. Su obra textil recibió en el Salón Nacional de Artes Visuales Mención (2007) y segundo premio (2011). Publicó Sopa de ajo y mezcal obtuvo (Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, 2004) y Reunida materia (primera versión de 2007), Mención del jurado en el VI Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín (2007). Coordinó, junto a Ana Lafferranderie, el Ciclo de Lecturas de Poesía en la librería Fedro.  

Textos de Reunida materia

mordisco en la arena o pie de peñasco: entonces hablé de volverme montaña.

materia de mí traía otra clase de cosas:  todo tipo de fauna del mar y pequeños retazos de otras zoologías, dije caracoles y peces hasta estallarlos; dejarlos sin conjuro, peces que nacen nuevos y caracoles que no terminan: quizás siempre sea así, tal vez el velo de mi memoria caiga y ellos cambien la piel y se alimenten.

si existiera la forma de recortar alguna cosa, yo diría especie de animal cargado: una serpiente emplumada o un dragón.

sí, claro que estaba ahí, y tuve miedo por tanto fuego y tanta agua

*

no animar otra cosa, paso la mano por las flores.  seda del polen, granito por granito, en la yema hundo el volcán que puedo ser y la aventura del yo, es mañana de verano y hay sólo un aire lento y tibio; el tiempo suspendido en los dedos abiertos a lo suave.  cuando sea la tarde lloverá y cuando llegue la noche pondré los ojos

a la intemperie

*

sabíamos que el jardín no era bosque, ni selva, pero aun así armábamos nuestra geografía. el pino azul era el tesoro del reino y la morera, la guarida ideal para sitiar la intemperie.  sospechábamos cierto equilibro secreto en el ruido que hacían las nueces al tocar el suelo: el nogal llenaba la ventana  y  día y noche se lo escuchaba descargar sus frutos

cáscara verde que se lastimaba dejaba ver la dudosa calidad de toda protección

*

ponía los pies en la orilla, juntaba un puñado de arena y lo soltaba: la mica caía lenta, una lluvia de escamas, después me sumergía  y , con los ojos abiertos, buscaba las huellas plateadas que el sol prendía en el fondo, parecían  esquirlas de un alarido seco, un grito robado a la montaña

astillas de una luz que atravesaban mi cuerpo hasta incrustarse

*

abrir padre hasta desaforarlo, correrlo de todo centro para continuar, ninguna mezquindad: amor entero pero disección necesaria.

es que si acaso todo núcleo lo contiene y orbita, un átomo

 protón y electrón

se vive en lo permeable, distancia perenne para un extremo sublime aunque intocable, no hay volumen para eso.  uno nunca sabe dónde va, seguramente el viento entrega su semilla como quien esconde pero sabe y una gota tras otra se desliza, desfila, despliega su ruta, suelta sus copas una lluvia que parece un lago, agua donde verse

abrir padre hasta desaforarlo

*

no hay ilusiones para desconsolarse así

ahora abrigo a un padre, mi padre, frágil,  perdido,
vuelvo a su muerte, lo siento en mi regazo
lágrimas y lágrimas me trajeron sus partes

las junto con caricias
hasta darme otras manos


El dolor de ser los otros

Texto leído por Eduardo Mileo en la presentación del libro

La poesía, como materia, cumple su condición de arcilla. Sustancia maleable que se expresa en el tiempo porque es espacio. En constante contracción y expansión, la poesía es un ritmo respiratorio, un pulmón de lenguaje. Como toda sustancia, es esclava de su trama, teje sus propios límites.

¿Qué nos separa de nuestra sustancia? ¿Qué nos desgarra, nos divide, condiciona el tiempo de nuestro espacio? Vivimos entre otros: somos sustancia maleable en el tejido social. Choques, desvíos, uniones, fintas varias, entraman un camino. Y el camino nos moldea. Somos una forma que se va formando a medida que andamos.

Uno nunca sabe lo que da. Pero lo que uno da es tomado y transforma. Transforma el paisaje donde vivimos porque transforma a las personas con quienes vivimos. Y nos transforma a nosotros. Recibimos también lo que damos, sin saber a ciencia cierta qué es. Esa extrañeza también nos define. Sumerge el ser en un agua común. Nos propone una respuesta: un fuego iniciático que dialoga con el agua. Estamos hechos de contrarios. Estamos hechos de los otros.

Florencia Walfisch traza en Reunida materia un camino: la unidad de los contrarios se le impone como antídoto frente al dolor. La pérdida opera como adquisición.  Es de silencio el lazo que la une al sonido. Una forma de habitar el vacío.

¿Cómo se completa la falta? ¿Qué materia reunir del desconcierto, si la vida es una operación alquímica de la que falta la receta? Se nada en la inmensidad con una nave frágil y sin bitácora. Creímos, en la infancia, tener un timonel: nos dieron una ruta, un destino. Pero la vida no está en los mapas, y las brújulas ya no señalan el norte.

“Tuve miedo por tanto fuego y tanta agua”, dice Walfisch. Y en esa indecisión expresa una temida elección: consumirse o ahogarse. Y recuerda cómo el río se le volvía paraíso en el sueño, que completaba el paisaje de este modo: “la sierra entrañable, cúmulo auspicioso por donde pasar. más tarde cerrada, su lecho puesto en luto”. El sueño se establece como mito de origen: una infancia soñada que más tarde se despierta en una realidad dolorosa: la muerte, que exige verla de frente.  

 Reescribiendo al Pavese de “vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, el poema dice: “cuando llegue la noche pondré los ojos”. La poesía se revela alimentada de su oscuridad, pero la poesía es, en todo caso, un agujero negro inverso: de ella se extraen todas las imágenes. Imágenes que, de todos modos, no nos protegen: “la dudosa calidad de toda protección”, dice Walfisch, y propone un refugio: “construir el artificio donde poner a salvo la niñez”. El paraíso soñado deviene paraíso escrito: sólo en la poesía la infancia está a salvo. Porque la poesía la vuelve consciente: “geografía de lo que quise mirar, paisaje de lo que pude ver / cuando soñé y cuando supe”, dice el poema. Lo soñado, como la infancia, se desvanece en el aire real. No siempre se ve lo que se quiere: aun en el sueño, la visión se trastroca: Walfisch pasa del sueño a la pesadilla. En ese paisaje como velado por una niebla insistente, el sueño también se muestra como aprendizaje.

Dice un poema: “en la imperiosa urgencia por habitarse, confundió refugio con destino y quietud con territorio”. El deseo, que es el motor de la vida, es el motor de la poesía. Pero el deseo sin más traiciona. El poema, entonces, busca una salida: “forzar una idea en la materia que es / siempre: ajustar el mundo”, dice. Ningún destino es refugio, porque ninguna imposición nos abriga; ningún territorio es quietud, porque ninguna posesión nos tranquiliza. Para realizar el deseo hay que transformar la materia: crear el mundo que deseamos.

En ese camino, la poesía se impone y nos abre a la comunión: “en eso de florecer hay un modo de parecerse a otros”, dice el poema. No se florece a solas, se comulga en la polinización. Toda flor merece su abeja. Crear es ser otro, ser en el otro, ser de los otros. Las voces se vuelven coro; dice Walfisch: “los ecos comienzan a repicarse. lengua. materia. nombre. no es lo mismo el silencio que quedar callado”. Y dice más aún: “es probable que en mis voces hubiera otra silenciada”. Toda ausencia es un silencio, y su eco es la propia voz. El nombre vuelve en la poesía, pero vuelve otro. Lengua que se hace materia: en la poesía resucitan los muertos, nacen los que van a venir, viven los otros. Materia hecha de contrastes, la lengua se habita de contrarios que pugnan por la unidad. Son, como dice el poema, “astillas de una luz que atravesaban mi cuerpo hasta incrustarse”. Luz que lastima, heridas que iluminan, astillas de un cuerpo que devienen agujas en el cuerpo textual.

Así, oscuro, el cuerpo también es capaz de amar: la noche ampara el deseo, y el amor deviene deseo de la noche. Noche y cuerpo se unen en una cópula de sombra. Si, como dijo Lezama Lima, “deseoso es aquel que huye de su madre”, en la voz de Walfisch, la oscuridad es la especie que ampara del deseo del padre. Oscuridad y su pareja, el silencio, porque, según el poema, “el silencio es más vasto que el sonido // el silencio es primero”. Si en el principio fue el verbo, el silencio es el verbo que nos nombra. El silencio es el amor que se puede cuando “una nunca sabe dónde va”.

La que vaga sin rumbo duda y le pregunta al padre: “¿moriste, dormiste?”, y se responde: “no hay una sola línea que distraiga de tu muerte”. Pero el poema persiste porque el cuerpo resiste: el poema es la voz que se desgarra en la pregunta y se vuelve herida sin cerrar en la respuesta. Como dice el poema, “una voz neutral no existe, nunca”. Toda voz comprometida encarna una tradición: comprometerse es andar con los otros. Florencia Walfisch se pregunta: “¿dónde rearmar el instante inicial?”. Restañar la herida, retornar del trauma, es un camino posible. Un camino que se anda en la poesía, con la poesía como un Dante para un Virgilio golpeado. Reunir la materia, entonces, para estar entero en el camino.


Selección de textos: Ana Lafferranderie.


Links

Textos de la autora en su sitio web. Florencia Walfisch Textos