Faro meridional / Rita Kratsman

Faro meridional
Rita Kratsman
Buenos Aires, Ediciones El Jardín de las Delicias, 2021


Un libro-faro para lectores temerarios

Por Luis Bacigalupo

Texto que presentó el libro, el 14 de octubre de 2021

Hay libros que no defraudan, y esos son los que no responden, curiosamente, a nuestras expectativas, los que no vienen a afirmar lo que ya conocemos ni a delinear con abusiva precisión cuanto intuimos, tampoco a someterse a un deseo que es, la más de las veces, un cierto anhelo de lectura al antojo y alcance de nuestra ignorancia. Estos libros jamás se nos entregan al primer contacto, por el contrario, lo resisten, y si apenas se dejan tocar fugan de inmediato en direcciones disímiles ofreciéndonos con indolencia unas espaldas desdeñosas, que parecieran querer invitarnos a abandonar toda esperanza, a renunciar incluso a que palpite –en ese pacto que funda una lectura o el acto o rito de leer– el dolor de una pérdida, el sueño y la ilusión, nunca del todo realizados, de que vuelvan la cabeza y nos sonrían, por un instante, con un guiño de complicidad.

En Faro meridional, Rita Kratsman persiste –según señalé en el texto de presentación de su anterior título: Cuerpos con música de fondo– en el rigor de “un decir fiel a la poética del mirar, del ‘saber’ mirar y padecer la pasión del otro en su caída”. Pensaba entonces en la mirada que participa de esa pasión, una herida que se abre en el cuerpo de la iniquidad y la indiferencia de un mundo que resulta ser, contra toda alegría, ancho y ajeno. Pero en verdad se trata de una herida por el lenguaje, como decía Joseph Brodsky, “estar herido hasta la poesía por el lenguaje”, interpretando el verso de Auden sobre Yeats: “La loca Irlanda te hirió hasta la poesía”.

Si en el hemisferio septentrional (el del señor Bloom y míster Eliot, por cierto) “abril es el mes más cruel, porque hace brotar / lilas en tierra muerta, mezcla / memoria y deseo, remueve / lentas raíces con lluvia primaveral”, agosto lo es, aquí, a la luz de nuestro faro. Tejido poético datado en un vaivén de prolepsis y analepsis que, a lo largo de una trama constructiva por momentos dialógica, por otros monológica, compone en su unidad una profusa polifonía de voces, registros, ritmos, citas y alusiones a las que nuestra autora nos viene habituando desde El cuaderno de Amanda, pasando por Tornasol, hasta el título que nos ocupa, donde ha perfeccionado un sistema de apelaciones e interpelaciones afinando la expresión aun en sus más crudas inflexiones. Afilando, debí decir, ya que hablamos de una herida infligida además en la conciencia del hombre y, lo que debería ser lo mismo, en el corazón de la tierra.

En términos descriptivos el libro consta de partes estilística y semánticamente autónomas pero correlacionadas en virtud de una estructura narrativa dinámica, situacional, cuyas coordenadas temporo-espaciales Kratsman ha sabido trazar con una claridad meridiana.

En la primera de ellas, la voz poética apela a una segunda persona perentoria pero reflexiva en tanto actúa a modo de espejo en el que la figura de la indagación es la propia conciencia y, a su vez, la de una lectora acaso igual, acaso hermana. Nada del paisaje de la arbitrariedad de un sistema político-económico depredador, de un Occidente que insiste en hacer sonar sus trompetas a pesar de las estridencias que deja oír su propia agonía, pareciera escapar a la mirada de esta voz, valga la sinestesia, descentrada del núcleo umbilical que rige gran parte de la poesía hoy menos escrita que ponderada.

Si en Cuerpos con música de fondo las víctimas sobre las que más se ha ensañado el saqueo neoliberal vernáculo tenían a las calles de Buenos Aires como último bastión de una existencia despojada de todo derecho: vivienda, alimento, trabajo, salud, educación, lo que es decir dignidad, un presente y un futuro más o menos plausibles, el escenario se traslada ahora, en este nuevo libro, de la aldea local a la aldea global. El manido apotegma tolstoiano no pareciera ser hoy sino la candorosa pintura de un pasado feliz.

Migrantes, refugiados, asentamientos… “QUE LES PONGAN UN SELLO EN LA FRENTE / Y LOS DEVUELVAN A SU PAÍS”, “¿Qué hace en la orilla un zapato de nene?”, “REFUGIADOS. NO PODEMOS PERMITIR QUE SIGAN LLEGANDO”. El mar, vía de evasión y muerte, topos que se abre, en holocausto, a los condenados de la tierra. A ellos, precisamente, los ajusticia, devora y vomita. Cuenca que es sepultura, profundidad como condición de sumersión. El mar escribe su historia. “Fosa de las Marianas / o la infinita cavidad del fondo humano”. O la cita justa, y en ocasiones culta, que Rita esgrime para condensar y potenciar el sentido, en este caso dramático, cuando trae, verbigracia, la estremecedora escena de “La balsa de la Medusa”, pintada por Géricault.

La presencia del mar es ominosa y voraz, no obstante, canto de una sirena fatídica siempre artera. Transcribo unos versos de Faro meridional alusivos, precipitada, arbitrariamente, sin solución de continuidad, como una tempestad desatada por la paleta de Turner, o cuentas ensartadas en el hilo de un rosario de horror, de cuerpos arrojados a las fauces de una fatalidad, de ese mar de pedernal, de Gerard Manley Hopkins, “que yergue su lomo negro a espasmos regulares”, o palabras al sintagma de vórtices engullidores. Cito: “Cadáveres plantados en un lecho de corales (…) ahora que el mar es visible no solo / por el vapor óseo de su orilla (…) ¿quiénes duermen sobre bancos de arena / bajo los circuitos del agua? (…) El mar esconde su rostro. Fluido de miembros y peces. Pero la vida los junta y el mar amontona su exceso (…) quienes tenían que llorar / esperan en el fondo (…) ahora lo sabés / como podrías saber que la soledad en el agua/ es la caja negra inviolable”.

“¿Qué le da a un instante su apariencia de continuidad?” La belleza que trasunta el interrogante tal vez consista en su suspensión, en que no requiere de una respuesta para ser convalidado.

Una segunda parte nos presenta una selección de seis poemas de Amanda Valverde, bajo el título de “Arritmia”. Hemos sabido de ella en libros anteriores, y ahora, en este, nos es referida al inicio en una prosa fechada en agosto de 2017. Allí la “narradora” –opto operativamente por esta categoría–, tras describir un encuentro casual entre ambas en la intersección de las calles Brandsen y Ramón Carrillo, nos anuncia que Amanda había pasado por el Orletti. En este punto nos enteramos, también, que tuvo un hijo, pero no si seguía escribiendo. Al despedirse, intercambian direcciones. Dos textos más de este estilo se suceden intercalados en el devenir del libro bajo las fechas de agosto 2018 y agosto 2021.

El primero de ellos (agosto 2018) es una prosa poética o “pequeño poema en prosa” (la caracterización es particularmente caprichosa, lo sé). Pienso en Baudelaire, vía Poe, o viceversa, una genealogía sagrada o sacrílega convocada a través de la luctuosa atmósfera “de un día frío, esos que hielan las venas”. “Concentrada en dar término a mi libro no me di cuenta de que se hizo de mañana”. La narradora siente, entre la ensoñación y la somnolencia, como si el tiempo se hubiese detenido a causa de haber pasado toda la noche ocupada en dar término a su libro (la escritura como espacio donde tiene lugar la supresión del tiempo). “El incipiente resplandor interrumpió el sueño en que estaban sumidos los objetos”. No había mirado aún la correspondencia que el encargado había pasado acaso el día anterior por debajo de la puerta. De pronto algo hizo que su “corazón latiera, batido quizás por las ráfagas que golpeaban las ventanas como un fantasma perdido tratando de guarecerse”. “No podría precisar cuánto tiempo pasó hasta que vi ese sobre con título y nombre de la autora”. Nuevamente la alusión a un tiempo suspendido. Y un efecto de inminencia –presente en textos como “El cuervo” y “La carta robada”– nos subsume en la atmósfera que intuimos envolverá el breve corpus de “Arritmia”, datado en agosto de 1983, a cuatro meses de que tocara a su fin la noche más larga de que tengamos memoria. Seis poemas de un decir de intensa sugestión, de un tempo leve, por momentos cansino, como si todo tendiese a desplomarse. La voz de “Arritmia”, o el hilo de voz que sostiene su cadencia, su delicado aliento, es la voz del cautiverio, del tormento, pero también de la infancia.

 En la parte tres (agosto 2020) destaca, precedido por dos poemas, “Diálogo posible en una tarde de invierno”. Un contrapunto, me atrevería a decir, de lacónicos soliloquios, de una sutil tensión entre Amanda y Olga: dos amigas cuyas voces retornan al pasado mientras sus “recuerdos vacilan entre muchos olvidos”. “¿Cómo saber de aquellos que andan todavía por un campo de lechuzas ciegas? ¿Y de la que escribía sentada casi adelante? Porque me dijeron que también pasó por el Orletti”. Allí, hacia el final del diálogo, se remite, ahora desde el punto de vista de Amanda, al encuentro que da inicio al libro: “El mes pasado me encontré con ella por Barracas y quedé casi paralizada, yo iba por medicamentos gratuitos, no lo podía creer. Intercambiamos direcciones y después de un tiempo le mandé mi libro. Siempre nos faltó algo por sentir”.

Esta obra conceptual o programática concluye con una prosa (fechada en agosto de 2021) de una condensación que pareciera autorizarnos a decir, glosando a nuestra autora, que “eleva la rabia hasta el nivel de un poema, si es que acaso se puede narrar el poema”.

Libro-faro que guía el destino de los náufragos, de los barcos ebrios, de esos buques fantasma tripulados por temerarios lectores que, renunciando a toda previsión más o menos provisional, demasiado sensata, acaso feliz, saben que jamás habrán de arribar a tierra firme, pero tampoco, encallar.

Por estas y otras razones que el lector (nunca hipócrita) tendrá el placer de descubrir, Faro meridional es uno de esos libros que no defraudan: cada nueva lectura remoza la constatación de que la tensión que subyace entre poema y lector ya no remeda la de la vida, sino que, por el contrario, la indaga en sus renuncias con los requerimientos de una lengua veraz, vital, ética y política. A estos libros, digo, se vuelve, porque media entre nosotros y ellos, a causa de nosotros y de ellos, una revelación. Los otros, solo están, en el mejor de los casos, para ser leídos. Después de todo, han sido escritos para eso, con ese solo fin.


Poemas de Faro meridional


efusión de un oscuro lineal o algo
más espeso que un elemento compacto
pretendiste arrancar otro mundo del mundo
y cerraste los ojos para soñar con una chispa noble
aunque sujeta al poder del lenguaje
de aquellos tan meticulosos en su trabajo corriente
y que sin haberse enfrentado
a un tribunal presidido por un juez del Infierno
practican sin vacilar una eutanasia forzosa
pensar que el cosmos
inspiraba su oráculo en plazas colmadas
ciudades donde el arte no pactó con el miedo
y perdió, pero vayamos a fondo
¿o todo se dirige hacia una selección absoluta?
que cada lugar se levante con alas en los pies y
con un ritmo que se añada a ese vuelo
cambio, sin que nada se pierda
a lo perfecto del dolor se une la belleza
como en aquel cementerio romano
cerca de la Porta San Paolo junto
a la Pirámide Cayo Cestio donde
se reúnen los poetas que quisieron vivir con dignidad
trina un pájaro
sobre la tumba de Gramsci
¿se oye?

*

hay feudos
y en el tejido necrosado de la tierra
ni siquiera una fracción verde, el resultado
se completa con un color sin futuro
la escritura también es una tarea vegetal
reconocible en el mundo como lechuga o manzanas
o cualquier otra cosa que provoque júbilo
qué podría quedar sino el sueño
de un mecanismo perfecto
viste el mundo en el estruendo
y ciudades extenuadas
para impedir una opresión hacen falta
aptitudes que detengan el impacto
aguas claras
señores, efluvios de poderosos aromas
después del rocío
o tan solo un cielo color glicina que se pareciera
al mar, sin su altísima resaca en
seguimiento de un alma insumisa
también hay luciérnagas detectadas por los perros
seguí brillando
diamante loco en los bosques de la noche

*

Agosto 2020

otra vez una baba infinita
sobre un pedazo de tierra
y después sobre otro y enseguida
sobre otro más que silbaba
con dignidad de pájaro otra vez
el corazón retumba como cuerno de antílope
otra vez donde sea
el encierro en su falsa simplicidad
otra vez el mar y la vegetación en
un solo grito
con nuevas inflexiones verbales y
fronteras que postergan los destierros
otra vez, sostener el planeta
con un hilo de voz
otra vez



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Más datos y textos de la autora y el libro. En La Infancia del Procedimiento