Elder Silva

Inéditos  + artículo de Luis Pereira Severo

(Textos de Lo que demora en secarse un par de medias. Selección de Luis Pereira Severo)

No meio do caminho

Encontré un carro de un papelero
en medio de la cuadra.
Un muchacho negro,
con la camiseta del Botafogo en medio
de la cuadra.
Tirando de un carro, en medio de la cuadra.
Yo venía en bicicleta por el barrio
y el muchacho subía el repecho con papeles.

Encontré un carro de papelero
en medio de la cuadra.
Con colores del Botafogo
y esperando mejores noticias entre casas
derruidas, en medio de la cuadra.

Carlos Drumond de Andrade en la cantina,
vio al muchacho negro de Uruguay,
en medio de la cuadra,
empujando su carrito con papeles viejos.
Y vi en sus ojos,
una película antigua que solo vio Drumond
en medio de la cuadra.

 

Las mujeres de los boxeadores

Sentadas frente al boxing club,
mirando la vereda con sus niños,
las mujeres de los boxeadores
aprovechan las hilachas del sol
que aún lamen las baldosas.

Las novias y amantes de los boxeadores
juegan con sus niños flacos
y sueñan con un combate en Las Vegas,
sus maridos en andas,
y espían entre el nokaut técnico,
una corona ganada por puntos,
las mejillas rotas de un negro jamaiquino.

Las novias y amantes de los boxeadores
de este barrio,
poco saben de upercaps,
de la pera loca,
de la bolsa de arena
ni del salto a la cuerda:
ese regreso disimulado a juegos de la infancia,
que desentona bastante con la musculatura
de sus rudos amantes.

 

El “Pata”

Ha muerto el “Pata”,
un negro grande con la pierna de palo
que vivía en el tercero.
Sus hermanos lo han llorado hasta la madrugada.
Han traído cerveza por dos veces
y ha venido el repartidor de pizzas a ayudar al estómago
de los deudos.

Los bomberos salieron tres veces en la noche,
sin apuros,
siempre con el coro al bardo de los perros.

El “Pata” estaba lleno de deudas
y lo asediaban a diario los cobradores sin ventura,
primos hermanos de Shopenhauer.

Anoche, es posible que en el viaje de ida y sin retorno,
mi vecino haya recorrido todos los cajeros automáticos
sin recordar el número de su caja de ahorros.
Y en todas partes el mismo letrero imperativo:
“insert coin”, “insert coin”.

 

Agenda

Tocan el timbre.
Es el delivery que trae pizza y cerveza
para el apartamento 311.

Me llaman de una radio para preguntarme
qué opino sobre la obra de Benedetti,
que acaba de morir.
No les digo nada
que parezca interesante para la prensa
carroñera.

A las dos de la mañana un poeta colombiano
me manda un archivo con la última canción de Gabo Ferro.

Han sonado balazos para el lado del bosque,
los perros respondieron.

Mañana compraré jugo de tomates, arvejas, habas.
(Lo anoto en la libreta)

Cosas que suceden fuera del tiempo,
más allá de la cronología del barrio y del planeta.

 

Súper Machado

Voy al market
y me salteo la zona de cosméticos
y de cremas para el pelo.
Paso de largo por la fila de jabones,
evito la pelea de los detergentes
y me voy donde están la escarolas y radichas.

No sé para qué entro a los supermercados
si lo único que compro es el vino
y algunas hortalizas que me alivian.

Sueño encontrarme con Antonio Machado
en estas grandes superficies:
saco raído,
ojos lastimados por el amor,
la desventura y su huella intacta
y con un pan francés
pasando el código de barras por la caja uno.

 

Tareas dominicales

Atender a los evangelistas.
Sintonizar una radio donde pasen canciones de Joao Do Vale.
Juntar los vasos y las copas. Limpiar los vasos y las copas.
Atender a los evangelistas y hablarles de Trosky y de Lenin
para que no vuelvan.

Tomar mate solo.

Esperar a que despiertes para llamarte
mientras miro a la reina de la primavera en jogging.

Seguir con la mirada a los mormones.

Ver cómo cambia el bosque en las mañanas.
Ver cómo el sol se lleva las mejores flores
y prepara un día sofocante.

Comprar cebollas y pimientos rojos.
Almorzar sin los niños y esperar
a que empiece a rodar la pelota
en la cancha de Rampla Juniors.

 

Crónica ligera

Desordeno tus cabellos en mi almohada
y agrego a esa acción algo de poesía.
(Innecesaria, como se sabe).
Pero desordeno tus cabellos en mi almohada
y le agrego algo de poesía.

El amanecer aún está lejos.
Ha pasado el último 113 a los tumbos
y tus cabellos en mi almohada
son pasos en la vereda,
el viento que no podremos descifrar nunca,
el maullido de ese gato en la terraza.

Cosas que suceden sin aliento
mientras te miro dormir a mi lado.

 

Diario de Salto

Para Atilio Duncan Pérez (Macunaíma)

09.02.- Hay demasiadas nubes sobre la parda espalda
del río, anoto.
Escribo “espalda” y me sorprendo.
En este hotel estuviste hace un año,
anoto melancólico.
Cuando no tenías auto nuevo, ni las uñas rojas.

Nunca había visto la ciudad desde el cuarto piso.
Qué raras las barrancas del lado argentino,
anoto también.
(Remember Concordia y una poeta de ojos verdes.)

09.45.- Stoicovic, el golero serbio le ataja un penal
al cotizado Podolski.
Fiesta.
Me llaman de una radio
y hablo de poesía con el periodista
y de cómo se pone el sol en esta parte de la patria.

10.05.- Intentos alemanes como en ráfagas.
Frangollos en los puros centros al área.

10.10.- Día perfecto para los primos de Kusturika:
Serbia 1 – Alemania 0.
Me declaro serbio por un rato y salgo al supermercado
A comprar una botella de vodka.
Salú.

 

Visto desde mi ventana

Los empleados de la plaza de deportes
nivelan la cancha de fútbol con una caterpillar,
preparando el terreno para el buen rodaje del balón.

Un hombre lleva su niño al kínder.
Y dos muchachos se besan contra un árbol.

Del jardín de infantes cercano
viene un aroma a sopa Knnor, a cebollitas recocidas.

Los bomberos se aburren.

El Leonardo Di Caprio del barrio
juega con su perro en la otra esquina.

 

Almuerzo a solas

Para Pino, para Maguerita

Enrollo spaguettis en el tenedor,
como si tratara de capturar alguna idea perdurable,
un boleto para volver a Itaca.

Pero Pueblo Lavalleja aún está demasiado distante,
pienso en los siguientes bocados.
Y que casi todo va quedando lejos.

La receta de salsa putanesca que me dio Pino
es más gustosa en pequeñas cantidades,
especialmente cuando uno almuerza solo
y es domingo
y ya todos los amores se han marchado.

 

*

La poesía es un pájaro que tiembla

Por Luis Pereira Severo1

La ruta 4 luce asfaltada y señalizada en la imagen del Street View. Por ella, y desde la 31 que viene de Salto, se llega al municipio de Colonia Lavalleja. Es el litoral norte del país, entre los ríos Arapey Grande y Arapey Chico. Colonia Lavalleja, a 150 quilómetros de la capital departamental, era en los cincuenta un pueblo de no más de seiscientos habitantes en medio de grandes extensiones de campo dedicadas a la agricultura y la ganadería. Por ese entonces Demensio “Coco” Silva –de profesión domador– era el propietario de El Progreso, almacén de ramos generales frecuentado por “guitarreros, payadores, acordeonistas y algunos integrantes de circos que llegaban al pueblo”.2 Del matrimonio de don Demensio con doña Rosa Rivero –la “Pocha”, costurera– nació en 1955 el poeta Elder Silva.

“Cuando salíamos de la escuela con mi hermano, atendíamos el almacén que tenía papá”. Los parroquianos traían con ellos cuentos, leyendas de destreza y valentía, historias de gente sencilla. Si algo llamado destino poético existe, comenzó a dibujarse tras el mostrador de ese almacén.
Salto, la aristocrática capital del departamento a 500 quilómetros de Montevideo. Naranjales, poetas y novelistas. En esta ciudad Elder estudió magisterio. Allí publicó sus primeros textos y un libro con el grupo La Tregua.3 William Carlos Williams, Robert Frost, Carl Sandburg son parte del menú iniciático del poeta.4 En diciembre de 1974 obtuvo su título de maestro. Nunca pudo ejercer. En enero de 1975 fue detenido por la Brigada de Infantería. Cuando recuperó la libertad, le prohibieron el ingreso a las aulas. En 1978 se radicó en Montevideo.
Líneas de fuego (1982) es su primer libro en solitario: todos los elementos que luego, a lo largo de su obra, desarrollará ya están acá. Los pájaros que habitaron la infancia del poeta, las regiones populares convertidas en material de la escritura: asuntos de poco prestigio literario, como una sobremesa, “el higo mordido por mi boca”, “un gato junto al florero”, las seis letras de una marca de aceite, el paisaje rural visitado por la memoria, la ciudad y sus usos y costumbres, los dos territorios que convivirán para siempre en la obra de Elder Silva.
La poesía es siempre una frondosa conversación. Habitan en ella voces porosas, fronteras endebles, inciertas, que interrogan. No hay manera de entender la obra de ningún escritor sino husmeando en su biblioteca, averiguando con quién comparte una cerveza o qué música se encierra a oír. Pound, Lee Masters, William C. Williams, Carver son algunos de sus parientes de carretera. Gullar, Dalton, Cardenal, Tellier, Juan L., Óscar Hann, Enrique Lihn, Boccanera, Cisneros, entre los latinoamericanos. Juan Carlos Macedo, Salvador Puig, su amiga Martha Peralta, su coterránea Marosa di Giorgio, Rolando Faget, Víctor Cunha, Enrique Estrázulas, entre los que habitan la Banda Oriental. Y Juan Cunha: “Lo admiraba al punto que se fue unos días a vivir en una carpa en los lugares que inspiraron a Juan”, recuerda Cecilia.5
La geografía original de la frontera, del horizonte que no se alcanza a simple vista, es completada por lecturas: el maestro Macedonio; Respiración artificial, de Piglia; los paisajes de Tizón, “un narrador del norte argentino ahora algo olvidado, que nos mandó un texto para Granaldea, que describía paisajes similares a los suyos”. Leo un apunte de Elder de 1982: “Todo es nuevo en nuestra vida”. “Las líneas de fuego son rayas en/ nuestros papeles, separan un verso de otro verso/ por ejemplo/ o un enemigo de otro/ hay una línea que encierra la pala-/ bra ‘Ana’/ con un círculo”. Puedo recrear el temblor que me produjo el poema cuando lo leí por primera vez.
Poner en evidencia lo no dicho. Hacer visible lo que las ventanas cerradas apartan de la vista. Años en los que la entrelínea era forma de dar testimonio, de asegurarnos en nuestra condición de humanidad. “Una línea roja aparta este poema/ de la muerte.”

Páramo era, mas páramo habitado
En el principio era 1980. Barrio Sur montevideano: una casa en Durazno y Yaguarón. Allí vivía el poeta Francisco Lussich. En ese sitio se reunía Cuadernos de Granaldea.6 Seguramente nos conocimos en invierno. La mesa larga del fondo del Mincho de la calle Yí. Convocados por el poeta Alejandro Michelena para fundar la revista: Adolfo Bertoni, Yahro Sosa, Raúl Ferreiro, Cecilia Ríos, Enrique Martínez Larrechea, Pancho Lussich, entre otros. Los gallegos que, como nosotros, tomaban grapa con limón. El mundo apenas poblado por tertulias colmadas de fragilidad. Años de intemperie, de señales en la ruta, de palabras apenas pronunciadas. ¿Generación del silencio? ¿No es que para algunos este país se tornó un páramo cuando los militares y sus aliados apagaron las luces en 1973? ¿Cuántas formas hay de nombrar a una generación que se las arregló para sobrevivir en medio de la quema de libros?
La voz del Darno y de Los que iban…,7 los casetes que traían las voces del exilio, Julio Calcagno y sus memorables protagónicos del Circular, la Cinemateca y la persistencia de Manolo, la feria de Nancy.8 Benavides, Percovich, Schinca, Germán en la 30.9 ¿Generación invisible? Generación del Mincho.

“Quien ahora llora/ Debe estudiar de cerca/ La biografía de un árbol.”10

En el principio era la calle Eduardo Acevedo. Piazzolla había estado tocando una noche en la sede de Joventango. Juro que tomé abundante cerveza con Frieda, el personaje de Dejemos hablar al viento, de Onetti. Los cuentos de Galmés,11 una sobreviviente colección de Crisis, un aparato de radio destinado a traer a las mañanas la voz de Gardel. Encerrábamos la radio en una jaula: nunca pregunté el porqué del rito. Vendíamos libros viejos en la feria de Tristán Narvaja para obtener a cambio algo de pescado o arroz. Allí escuchamos por primera vez, una noche, con la puerta y las ventanas de la habitación cerradas, “Guitarra negra”, de Zitarrosa.
En el principio era Villa Española. Y Goes, paisaje de antiguos tranvías y tiendas sin elegancia. Y Avenida Italia, una especie de altillo desde donde espiar a las enfermeras de la mutualista…
Mi memoria resulta siempre borrosa, de todos los acontecimientos. Tiende al trazo grueso, al fogonazo del flash de las antiguas cámaras fotográficas.
Es deliberada en la poesía de Elder la intención de conectar con el público. Lejos está su obra de cualquier artefacto críptico o para iniciados, tan presente en el Río de la Plata posdictaduras. No hay necesidad de parricidio en su literatura, pero sí conciencia de la obligación de toda poesía de reescribirse. Visita entonces los antiguos templos pero desde otro bucle del río: “las moscas en el borde del vaso/ corrompen la transparencia del poema”.12
En paralelo, es uno de sus rasgos característicos el cuidado trabajo de puesta en escena de lecturas y recitales: “Me parece importante la recuperación del sentido trovadoresco de la poesía, ese ir por ahí, llevando las ‘noticias’, el lente de la poesía a través del cual miro la vida cotidiana”.13 Asistir a una de sus lecturas es apreciar una puesta en escena sobria, alejada de lo performático, de la parafernalia o de la experimentación que desatiende el texto, una fiesta de la oralidad, rítmica y trovadoresca.
Cuadernos agrarios (1985) profundiza la presencia del universo rural en su literatura. Una experiencia de campo no bucólica, ajena a los paisajes de confort ofrecidos por el tradicionalismo, a la construcción de “lo gaucho” como espacio inmóvil. El campo en Elder no es la celebración maravillada del paisaje, el mero recuento de cerros, montes y arroyos, sino el registro de las marcas de lo humano en ese escenario. Novedad rotunda en una reciente poesía rioplatense de temáticas casi excluyentemente urbanas, quizás con la sola excepción próxima de Juan L. Ortiz.
El paisaje habitado de Elder nombra, y al nombrar recupera. Imposible no advertir en esta operación, que continuará el poeta luego a lo largo de su obra, una forma de resistencia a la “pasteurización” homogeneizadora. Mientras ésta borra localías, y sitúa como único set la Quinta Avenida de Nueva York, Elder le otorga palabra al perdido norte uruguayo, tan distante de la 5th Av como de Montevideo, Buenos Aires o Madrid. Sequeira, Guaviyú, Pueblo Belén, Yacaré: el norte uruguayo nombrado desde su pasado guaraní, el mismo que persiste y puebla hasta hoy esos territorios.
A partir de Cuadernos… es borrosa la frontera que el poeta establece entre los géneros literarios. En una misma “pieza” puede transitar de la escritura en versos a la prosa poética, y en ésta al lenguaje epistolar o al registro conversacional o de periódico.
Camino Corrales en 1981: barrio obrero, las leyendas urbanas de la fábrica de neumáticos, el viejo sindicalismo clasista uruguayo, leyendas de minúsculos heroísmos. Apenas puedo recordar el jolgorio fabriquero, la parada del 79 al Centro, la música de Darnauchans sonando interminable. “El humo a través de los vidrios de la/ lechería/ la única chimenea pintada/ en rojo y blanco”.
Partidario de Rampla Juniors, hijo adoptivo del Cerro, Montevideo es otra vez el ambiente en Un viejo asunto con el sol (1987). Las prácticas urbanas: el fútbol, los boliches, el transporte público, y la presencia del cine y sus historias y personajes son parte del elenco y lo serán en adelante. El poeta, quizás descreyendo de toda lírica, de toda visión celebratoria o litúrgica, es radical en su operación de borronear las fronteras del poema, y en su acción de incorporar escenas de la vida cotidiana al texto.
Es 1988 y estamos leyendo poesía en Tristán Narvaja. La poesía va a la feria de los domingos, de eso se trata. Es Fabla, grupo de acción poética. Elder, “Macu” (Atilio Duncan Pérez), Víctor Cunha, Aldo Mazzucchelli y Rafael Courtoisie. Darnauchans participaba leyendo poesía y al frente de la microfracción Humberto Megget.14 Clemente Padín filmaba las acciones y sumaba sus intervenciones. Lecturas, performances, acciones en reuniones sindicales, políticas, en la calle, en la universidad, en solidaridad con conflictos obreros o barriales.
1989: en noviembre cae el muro de Berlín. En Fotonovela, canción de perdedores (1996), la escritura de Elder toma nota: no deja de lado el compromiso, pero ya no es aquella mirada ineluctable, confiada. “Los tiempos se ponen duros/ y uno no tiene dónde caerse un miércoles de noche./ Te sentás frente al televisor/ y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin”.
Persiste la voluntad desacralizadora, y el humor, una de las características siempre presentes en su escritura: “el 2,4 por ciento de las mujeres que leen libros/ prefieren libros de poesía”; “Siempre pensé que Bobby Moore era un ministro inglés”…
“Un avión carreteando por la pista/ 
(…)/ nosotros con una fe ciega en el vuelo/ (…) /en esta fotografía no tengo planes respecto/ a la carretera de regreso”: rasgo procedimental propio de los epigramas cardenalianos, la carga significativa del poema se concentra en los últimos versos. El libro incluye un texto que puede ser leído en clave de ajuste de cuentas con uno de sus antecesores y modélico respecto de las letras nacionales: el Benedetti de la poesía urbana de los sesenta: “Montevideanos & Montevideanas se precipitan/ en medio de la lluvia./ No se quedan en un bar bebiendo café./ Ya no esperan a dios en las esquinas./ Ya no leen poemas en la oficina gris”.

La poética impura
En Mal de ausencias (2002) coexisten los ambientes de provincia y ciudad. La escritura pone en evidencia la materialidad del poema: “Me resisto a la idea de suprimir otras imágenes:/ huyen patos/ un muchacho a caballo arreando unos terneros/ por campos de laureles”. La nostalgia asedia en estos versos: “Hay cartas que nadie ha contestado/ caseríos de adobe, tardes de amor/ campos de girasol, una avioneta Cessna./ (…)/ Casi todo lo perdido”. Han caído las certezas y los relatos seguros de sí mismos, pero la razón de ser de la poesía sigue siendo la misma: “Latas herrumbradas,/ cartones sucios/ gente calentando su almuerzo en/ envases de mermelada./ Los hijos de los desocupados/ jugando a la bolita en las calles”. “La poesía es un gorrión/ bailando en un cable de 220/ y eso es todo/ ¡no insistan!/ la poesía es un pájaro que tiembla”.
La poesía de Elder celebra el paisaje, pero ya no el paisaje inmutable de los poetas de otras generaciones. La frontera es a la vez metáfora de la contemporaneidad: escenario de pérdida y regreso, donde acontece la épica del siglo que llega. Una épica que ya no tiene héroes, o al menos no héroes infalibles. En La frontera será como un tenue campo de manzanillas (2003) vuelve el poeta a otorgarle estatus poético a mundos que hasta ahora han sido injustamente desplazados de lo poético. Una Caterpillar, un limpiaparabrisas en una carretera del oeste y un grafiti montevideano comparten un mismo escenario. “Anoche me decías que para ser feliz/ hay que cruzar el puente./ Hay que ir más allá del Arapey Grande,/ a la hora en que se van los pájaros/ sin mirar nunca para atrás,/ porque los huesos de los parientes/ pueden pedirte que regreses”.
El acto de nombrar restituye identidades y otorga existencia. Pueblos olvidados por la mano de Dios, ajetreos fuera de toda geografía, historias de hombres y mujeres invisibles aparecen acá en roles protagónicos. Consciente de su papel restaurador, por momentos esta poética sólo adhiere a aquello de “nombrar alcanza”,15 composiciones casi familiares, de artefactos que han estado desde siempre acá. “Hay chapas herrumbradas,/ plásticos sucios/ y una estiba enorme/ (y caótica)/ de botellas vacías/ con etiquetas de caña Marumbí o Planalto,/ algunas de Bacaxirí”. Hay en la poesía de Elder una aguda percepción del universo fonético de frontera, con sus cruces idiomáticos y la penetración quilómetros adentro del portugués. “El tema del libro es esa zona impalpable que es la frontera, las fronteras. Esa distancia entre el sueño y la realidad, entre una lengua y otra, entre el amor y el desamor.”16
La ciudad es un paisaje de remeras aurinegras17 y bicis remendadas. Cerca de acá los esqueletos de las antiguas textiles. Hubo un tiempo –lejano– en el que París era una referencia para la intelectualidad de este país. Tiempos en los que sólo algunos parecían merecer la poesía. En este barrio las calles tienen nombre de personajes de segunda: Ildefonso García, jurisconsulto; Pascual Paladino y Juan José Raissignier, calificados vecinos de la Villa; José Antonio Cabrera, un patriota cordobés.  Acá París es nombre de boliche. Pizzería y cafetería, anuncia el cartel. Barrio popular, de asalariados con dificultades para llegar a fin de mes, vecinas vocingleras, desorden. Un antiguo club de box, mobiliario urbano en estado de abandono, las marcas de la desigualdad donde quiera que uno mire. “A esta altura,/ sé que no escribiré ningún poema memorable.”18

El apartamento está en el primer piso, por escalera, frente al verde descuidado de la plaza de deportes. Una de las paredes casi enteramente dedicada al Darno. Fotos en riguroso blanco y negro. Un poema de Juan Cunha, un afiche de Jorge Carrozzino,19 foto de Marosa con una carta para el poeta en el reverso; otra foto, esta vez de Jorge Teillier, un dibujo de Osvaldo Paz. En las paredes, las bibliotecas, en todos los ambientes los rastros de una vida celebrada.
La poesía de Elder acontece ahora mismo. No es la del poeta empeñado en la elucubración neobarroca, no es la inocuidad autosatisfecha: (…) las mariposas que se destrozan/ entre el parabrisas a la altura de pueblo Celeste,/ me distraen,/ como una tela encendida,/ una bandera a cuadros”.
“La frontera…” es en cierto modo el fin de un largo viaje: el del poeta hacia su origen. “Conheço meu lugar”, escribe: “Dejo por un momento la lectura de Edgar Lee Masters/ y saludo al conductor/ (…) Por las ventanillas asoman cabezas conocidas,/ (…) que se extrañan de verme en/ casa de mi madre./ Como si hubiera perdido el derecho a estar allí,/ como si no me correspondiera más ese lugar,/ ese diminuto regazo en el planeta”.
Reviso mi bandeja de entrada: correo del invierno de 2013: “Queridos compañeros, para sobrellevar un día helado como este les mando unos poemas inéditos escritos en este último tiempo. Casi todos van a integrar un libro grande que se va a llamar Lo que demora en secarse un par de medias: ‘Al lado del perfume Dolce Gabanna/ a medio usar,/ y delante de un jarro de plástico/ donde guardamos los cepillos de dientes/ de todos,/ tu rímel/ (…)/ parece un gusanito peludo/ con cabeza blanca/ apuntando al centro mismo de mi cuarto,/ donde se enredan todos los deseos/ y destiñen las miradas”.20
Para Rosario Peyrou el libro definitivo de Elder es Sachet (2009), “donde Silva parece haber llevado hasta el límite los rasgos que marcan hasta hoy su poesía: una cualidad comunicativa asociada a una sofisticación compositiva”.21 En este libro el amor y su contraparte adquieren un tono trágico, terminal, desamparado, con aires de tango montevideano: “Recuerdos de vos:/ No son muchos/ (…) / una foto en Tiatucura / entre el verde del Salsipuedes/ y tus ganas de retorcerle/ el cuello al mundo./ Y esas medias caladas/ que te quedaban sex/ pero que arrolladitas entre/ mis medias/ son poca cosa/ y dan un poco de lástima”.
Para Niall Binns, Elder es un poeta con pie en dos mundos. El de Colonia Lavalleja, sitio al que siempre regresa, y el de ciudades queridas, Montevideo, Rosario, Madrid o cualquier otra. El viaje como locación principal, y las tomas de lo efímero tras las ventanas de los autobuses.
Trece de noviembre. Hoy es el aniversario del poeta. Macu cuelga en Facebook un poema: “¿no tuviste un ataque/ sorpresivo como Pearl Harbor/ que asoló tus palabras/ como un tropel de espanto? (…)/ ¿no cayó la desgracia/ con las piernas en plancha/ sobre el puntero ventilador/ que fuiste alguna vez? / (…)/ «no»/ replica el poeta agrario/ «cuando uno anda tropeando/ decía el Coco Soria/ mi padre/ no hay lugar para mariconadas».
“La construcción de un mundo poético propio no es un fenómeno frecuente en la poesía uruguaya contemporánea”
, anota Gerardo Ciancio en el prólogo a Agua enjabonada, el volumen que reúne la poesía de Elder hasta 2012. “Su cosmos poético (…) se erige como un verdadero programa estético”.
El reloj mide las horas donde tu boca falta (2014) es su último libro publicado. Poetas vietnamitas, Michael Jackson, un vehículo azul de “Inteligencia” de la dictadura, todo se imbrica una vez más. Y la poesía como máquina de seducir. “En tu boca/ siguen ardiendo los mismos deseos fúlmines/ de acabar con este mundo”. La presencia de los maestros revisitada: “Alimento para polillas y ratones/ serán estos versos/ si es que los olvidas”.
La de Elder es una poética impura, de imbricaciones y contaminaciones mutuas. Acabada bitácora de una época de escasos héroes, poblada en exceso por personajes de pantalla, los géneros, los literarios y los otros se borronean, se multiplican hasta el paroxismo. El poeta persiste en una operación de paleta multicolor, donde vemos trascendidos de su universo original desde un aviso de Wellapon hasta un golero temblando en la cancha de River Plate, y en off una canción de Zitarrosa o un negativo de Norma Jean. La frontera es en sí misma una suerte de ars poetica, también una historia del desamparo, de la desnudez e incertezas de los tiempos que corren.

 

Referencias

1. Poeta y gestor cultural, ha sido editor de Elder Silva. Juntos formaron parte del grupo Fabla. Es director editor de la editorial Civiles Iletrados. Una primera versión de este perfil de Elder Silva fue publicada en Brecha, el 12 de mayo de 2017.
2. Aníbal Barrios Pintos, De tierra adentro, Planeta, 2011.
3. Cuatro poetas jóvenes, junto a Juancho Martínez, Martha Peralta y Víctor Silveira, 1977.
4. Tranvías.uy
5. Cecilia Ríos, narradora y poeta, primera esposa de Elder Silva.
6. Una de las revistas literarias del período de la resistencia, 1980-1981.
7. Eduardo Darnauchans (1953-2007) y Los que iban cantando (1977-1989), cantautor y grupo musical respectivamente, ambos referenciales de la resistencia cultural.
8. Manuel Martínez Carril, fundador de Cinemateca Uruguaya; Nancy Bacelo, poeta y directora de la Feria de Libros y Grabados.
9. CX30 Radio Nacional, luego La Radio, principal voz opositora.
10. Salvador Puig, Apalabrar, 1980.
11. Héctor Galmés, narrador.
12. “Robert Lowell y las moscas”, en Líneas de fuego.
13. “Las cosas que mueven el mundo”, poemas y entrevista, en El País Cultural, 9-I-04.
14. Humberto Megget, poeta uruguayo (1926-1951).
15. Idea Vilariño.
16. “Las cosas que mueven el mundo”, ibídem.
17. De Peñarol.
18. Elder Silva, inédito, fragmento.
19.   Artista plástico, 1938-1986.
20. “No olvides más el rímel en casa”, inédito, fragmento.
21. El País Cultural, 21-V-10, pág. 10.


Elder Silva (Colonia Lavalleja, Uruguay, 1955)

Poeta, periodista, docente, entre 1986 y 1989 fue director del suplemento cultural del diario La Hora. De 1997 a 2015, director del Teatro Florencio Sánchez de Montevideo. Fue incluido en La poesía del siglo XX en Uruguay. Antología esencial, Visor, 2011. En 2017 fue uno de los poetas incluidos en 25 antenas, poesía hispanoamericana, edición homenaje a los 25 años del Festival Internacional de Poesía de Rosario.

Poesía
El reloj mide las horas donde tu boca falta, Mallorca, España,Ediciones Karakartón,  2014
Agua enjabonada. Poesía reunida, 1982-2012, Montevideo, Rumbo Editorial, 2013
Bar Bukowski, Zaragoza, España, Cartonerita Niñabonita, 2012
Sachet, Montevideo, La Propia Cartonera, 2009
La frontera será como un tenue campo de manzanillas, Tenerife-Canarias, España, 2003 – Montevideo, Civiles Iletrados, 2007 – Buenos Aires, Eloísa Cartonera, 2011
Mal de ausencias, Montevideo, Civiles Iletrados, 2002
La Cajera del Oxford y otros Poemas de Amor, Abrelabios, 1999
Fotonovela, canción de perdedores, Montevideo, Civiles Iletrados, 1996
Un viejo asunto con el sol, Arca, 1987
Cuadernos agrarios, Feria Nacional de Libros y Grabados, 1985
Líneas de fuego, Banda Oriental, 1982

Links
Poemas. En Alpialdelapalabra / La Palabra Unica / El poeta Ocasional / Otra Iglesia es Imposible
Entrevista. «Las cosas que mueven el mundo», en Espacio Latino
Video. Lectura, en el Centro de Arte Moderno de Madrid, 2014