Los buenos deseos
Eugenia Pérez Tomas
Buenos Aires
Elefante Editorial
Por Larisa Cumin
Pedir un deseo, rezar, tomar la mano de un enfermo para que no se vaya, observar el paisaje, trenzar el pelo, trenzar la lana para continuar la herencia, mirar una foto familiar, acumular chiches como recuerdos o como un pequeño santuario de la vida. Los buenos deseos es un libro hecho de pequeños rituales, y no hay rutina en el ritual. Pura mística del cotidiano, de la intimidad. Todo parece hecho desde siempre y por vez primera. Todo vuelve a empezar y —aunque se parezca— no es lo mismo. Cada acción — la voz poética dice que le cuesta el verbo, que le cuesta hacer— parece estar engendrada en otra parte, en un lugar antiguo, tan ancestral como el amor. Cada acción late. Por eso lanzarse a una pileta y enjuagar el cloro de la malla es una forma de reafirmar que el agua está viva, soplar velitas de cumpleaños es hacer que la voz se encienda en la oscuridad de los afectos. Y escribir es hundir, fundar, perforar la hoja. Los buenos deseos es el primer libro de poemas de la dramaturga y escritora Eugenia Pérez Tomas y está dividido en cuatro apartados: falta de paisaje, la bondad no, lo que puede un cuerpo, las que escriben. Y esa división parece responder, respectivamente, a cierta temática de las escenas de vida: los viajes imaginados desde el encierro, los encuentros con los afectos, el cuerpo y la escritura como acto. Poema tras poema los detalles de escenas mínimas se van apilando como un hojaldre delicado y dulce. Una mirada poética particular que enfoca lo chiquito y lo expande en lo imaginativo con la fuerza de un buen deseo.
Un poema sobre el río
La ciudad me ubica al costado del río
en mi espalda siento los golpes
es la orilla que me persigue como un espía
quiero mirar de frente y la oscuridad
se divide en diagonales plateadas.
Tendré hijos
y un dolor flota sobre la historia
navegamos con el registro cocido a la piel.
El río de mi ciudad no es hermoso.
Santuario
El estante de la pared es un santuario
con fragmentos de tiempo
una acumulación de recortes
que arrastran mis años
como un fardo que rueda en el campo.
Cada objeto tiene una biografía
no puedo simular que la experiencia se retiene:
las florcitas tejidas de la abuela son de la suerte
y la osa que me regaló el abuelo no tiene ojos
una caja con velas diminutas hace perdurar el fuego.
El viento pervierte la condición de la persona solitaria.
La creación de un ritual me ayuda
a no volar como una hoja, me digo
coser un vestido.
Y no perderlo.
Rezos
Mientras tomamos un café
leemos el futuro en el fondo de la taza.
Qué somos cerca
cuando te ponés a mi lado
tu mano arriba de mi frente
me calma, gracias.
El fuego sobre los bordes de la tostada
colma la superficie del pan.
¿Esperamos demasiado o el dibujo de nuestros días
no se puede descifrar?
El arte de sostener
El pulso arrítmico de tu muñeca
se apoyó temblando
sobre la mía.
Las máquinas te ayudaron a respirar.
No pude ver más allá.
Me vestí de astronauta
que se mueve con lentitud
para no romper la habitación.
Tu corazón era un músculo con soplos.
El soplo es una falla que traba la función vital.
Y yo una bola de fuego
que se metió por tu nariz para encenderte.
Estabas como un carbón
a punto de apagarse.
Mi corazón bombeaba con vos
pero no lo puse en tu pecho.
Después tu voz
dijo mi nombre
y me acerqué dos veces
y las dos veces te besé.
Nada
Por las mañanas me siento ágil.
El tiempo no dejó su huella de salitre en las baldosas de mi cuerpo.
Cuando oscurece estoy desnuda y rendida para el resto de la noche.
Me pongo crema en la piel, en el pelo.
Lavo la gorra de silicona y la malla, lucho contra el cloro.
Nadar es el amor por el cuidado de las texturas.
El agua no es un animal, esconde un pulso dormido que acecha.
La pileta vacía se percibe con claridad.
El compendio de agua está vivo.
Buenos deseos
Nunca pido lo mismo
y en el preciso momento
donde miran mi estilo
suelto lo que tenía entre manos
y ansiosa hago el recuento
de lo que me falta.
No me miren así
ni esperemos en ronda
junto al fuego de mis años.
Se apaga la luz
los miro
qué gente linda
acá, haciéndome el aguante.
Me distraigo
son mucho más alegres que yo.
Uso el último suspiro
de la vela y aprieto los ojos.
Pido deseos.
Sé que en la oscuridad mi voz se enciende.
Nuestra fuerza
Me prestó su lapicera.
Escribí con necesidad.
Yo también hundí
la punta hasta lo profundo.