José Edgardo Díaz

El algarrobo ya no cumple años

 

1

Un algarrobo duerme
su siesta al sol,
lo cortaron hace meses
pero aún está verde:
lanza brotes
como saltos de langostas;
agoniza en su noche
y avanza en su sueño,
hacia esa otra mudanza
donde tiene alas en lugar de raíces.

/

Según Félix,
el algarrobo ya no cumple años:
cincuenta y cuatro al ser talado.
La edad de mi padre.
Bajo el sol de la mañana,
Félix habla del paso del tiempo,
como si fuera un cuerpo espinoso
y se hamacara al frente nuestro.
Su padre vino del norte
y estuvo en muchas partes
antes de llegar a esta manzana,
donde ahora vive con sus nietos,
bajo chapas de zinc que prometen ser barriletes.
Me traje a casa un brazo del árbol.

 

2

¿Por qué le tiran piedras?
No es de nadie,
dice con puntería Rodri;
uno de los chicos de la plaza,
vive en lo de su abuelo,
desde donde a veces aúlla,
como un lobo,
para llamar a los suyos.
Cuando me voy
el perro se desenrosca y
me sigue hasta la puerta de casa.
Buenos pibes,
hacen jueguitos con una botella de coca,
mientras la tarde estira
los resortes de la panza.
La plaza no es el enemigo.

 

19

Durante el almuerzo
una hamaca sin aceite
se hace lugar en la casa.
Una niña se columpia sola
¿Y sus padres?
¿Ella tampoco tiene amigos?
Se ve que no los necesita,
y aunque esto es triste
en la realidad no lo es.
La niña es hermosa,
desde su columpio solitario,
me instruye.

 

20

Tamborileo los dedos en la mesa,
el motor de la heladera ronronea,
un bebé en su cochecito con su ópera
fulminante, desgarra el mediodía.
De más lejos vienen
los ladridos
y una alarma de auto.
Todo sobre una cortina gruesa de catarro de loras,
siempre con asistencia perfecta,
vigilantes de los higos,
ajenas del aloe vera
en su traje seco,
bordado de espinas,
que crece para cuidar
su carne transparente:
la baba del silencio.

 

21

En el baldío
hay tres pibes
que fuman prensado;
uno se escapa de la casa
para no pelear con su viejo,
otro sale de un internado
con nuevos trucos,
el tercero habla poco
pero tiene planes:
cavó un pozo
y plantó semillas.
Además del humo
los une la región:
viven a pocas cuadras
y nacieron en fechas parecidas.
Al astrólogo que llevo dentro
le gustan estas coincidencias.

 

22

Por debajo del jumper del colegio,
una mancha rosa llega a las rodillas.
Qué te pasó.
Me mordió un aguaviva.
Quería decirle algo
pero no sabía elegir.
Pensaba en las nubes
y la lluvia ácida,
en la pava para el mate
y su mordisco de vapor,
en las aguas tóxicas
del río Suquía,
o en el intercambio de saliva
de un beso largo.
¿Sabes lo que son?
Sí, claro.

 

2

La destrucción fue veloz:
no dieron tiempo de quejarse,
todavía con asombro
por las fauces metálicas
y sus sombras largas,
como ataúdes.
De niño mi juguete favorito
era una excavadora.
Terminó desintegrada
por la mandíbula celosa
del perro salchicha.
La tierra se abrió en tajos
y dejó salir un humo oscuro,
como si tosiera un dragón.
De veintiséis árboles sólo dejaron dos:
el paraíso y la jacarandá.

 


José Edgardo Díaz (Córdoba, 1992)

En el año 2016 obtuvo la Licenciatura en Periodismo y emprendió un viaje por Japón y el sudeste asiático. Trabajó como freelancer para medios gráficos y digitales. Todavía no tiene libros publicados.