Lo que vendrá/ Van llegando. Premio Poesía Bienal Arte Joven Buenos Aires 2017

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Varios Autores
Buenos Aires
Mansalva
2017
95 páginas

 

 

 

Autores: Josefina Salazar – Gabriela Clara Pignataro – Laura Junowicz – Paula Andrea Galindez –  Rita Chiabo – Fernanda Mugica – Florencia Palacios – Delfina Uriburu – Larisa Cumin – Sofía LeBlanc – Diego de Angeli – Nicolás Ghigonetto – Alex Piperno – Juan Manuel Artero – Micaela Piñero – Triana Leborans – Joaquín María Zuanich – Julián Berenguel – Antonella Romano – Julieta Troielli – Gustavo Yuste

Por Marcelo D. Díaz

Contrario a lo que el lector en una primera impresión puede esperar no hay un hilo que pueda reunir y simplificar los sentidos, las voces y las formas en un mismo espacio de este libro. Laura Wittner problematiza, a modo de instrucciones de lectura, la idea de marcas distintivas al preguntarse qué es lo que tienen en común jóvenes cuyas edades oscilan entre los 18 y los 30 años. La diversidad no sólo estaría dada por las edades, los recorridos de publicaciones, premios, trayectorias personales de cada poeta, sino también por las geografías. La Bienal supuso una convocatoria a jóvenes del interior del país y eso es un aspecto para tener presente. Veintiún textos componen la antología de Van llegando resultado de la convocatoria de los Premios de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires realizada durante el año 2017.  A la pregunta por si hay recurrencias en formas y en sentidos que den cuenta de  una suerte de generación, o de varias generaciones, no encontraríamos una única respuesta.
Quizá lo recurrente sean las referencias a los vínculos familiares y afectivos, de hecho los modos en que nos vinculamos con los otros en el presente funcionan de una manera similar independientemente de las edades y de las procedencias como una síntoma tal vez de la época que atravesamos. En esa dirección la naturaleza en su estado elemental (por momentos salvaje, por momentos bucólica) se despliega en imágenes desde las cuales algunos poetas enuncian su posición en el mundo; es lo que sucede con Josefina Salazar, «Oda al pasto», donde la quietud del interior es el lugar elegido para edificar un hogar sensible e íntimo; Gabriela Clara Pignataro –»El lapacho es la imagen de la furia»–  toma como punto de partida un árbol de flores hermosas  para narrar ciertos modos de la violencia escondidos que se repiten día tras día; Diego de Angeli, en «Palabrar», recupera el universo del litoral y se pregunta por los límites de la lengua poética; Alex Piperno, con «Los estándares de belleza en los pastizales», construye un poema distópico en el que los animales y las plantas de a poco se convierten en seres sórdidos prácticamente sin vida; Juan Manuel Artero trabaja de manera reflexiva las fronteras entre las personas y los animales en «Mirando una liebre desangrándose»; y Micaela Piñero –»En el río»– se detiene en la intensidad de los sentimientos a partir del movimiento del agua y en los círculos concéntricos del amor que van dibujando los animales alrededor del río.
La manera en que se construyen, sostienen y disuelven los vínculos con los demás puede ser la puerta de acceso. La disolución de experiencias compartidas en «demolición», de Laura Junowicz, «Están demoliendo la casa de al lado», de Sofía LeBlanc, y «Las mañanas comienzan», de Tiriana Leborans, el fin de las cosas tal como las conocemos es un punto de partida, una proyección de la experiencia sobre el vacío y una oportunidad para narrarnos desde un lugar completamente diferente desde cero. Y el derrumbe inminente en «Gabriel Leivas, presente…», de Nicolás Ghigonetto, y en «Altar», de Delfina Uriburu, en los que una tormenta o un transformador de un segundo a otro, de improviso, clausuran cualquier representación del futuro que exista.
La memoria de nuestros seres queridos contenida como una postal íntima, las reuniones familiares del pasado, padres, madres, hermanos, abuelos, el aprendizaje desde le urgencia y el pasado que regresa en forma repetitiva en «El núcleo duro», de Fernanda Mugica, «Lelo», de Larisa Cumin, «La memoria», de Florencia Palacios, «Normal uno», de Joaquín María Zuanich, y en «Mater», de Paula Andrea Galindez, para recordarnos tal vez quiénes somos, o quiénes fuimos, en un tiempo que parece transcurrir en forma paralela, y enrarecida, con respecto a nuestro presente. La pregunta sobre cómo construir una casa, una comunidad desde la falta en «La tierra que necesita una familia»de Julieta Troielli, o en «Barrio», de Julián Berenguel, en los que los vínculos familiares parecen estar planificados desde el azar y construidos en espacios baldíos. La imposibilidad para mantener relaciones en el tiempo, en «Expansión», de Antonella Romano y «Olor a sol», Gustavo Yuste, y el amor como pura expectativa, en «Que lo sepa», de  Rita Chiabo, completan la antología.
En fin, son aproximaciones sobre escrituras que encontrarán casi seguro continuidad, porque ya poseen una voz resuelta, en el tiempo, hablamos de textos en los que la marca distintiva es la ausencia de marcas distintivas y la diversidad de poéticas que tensionan las fronteras entre generaciones, edades, procedencias geográficas, registros y sentidos. De un modo análogo encontraremos continuidad en las lecturas que realicemos de los autores en el porvenir y también  rupturas que se irán articulando con diferentes propuestas literarias  más allá de nuestras expectativas como lectores en este momento.

 

Muestra

Nicolás Ghigonetto
Gabriel Leivas, presente

Además de vivir ahí, Gabriel Leivas
trabaja en la dependencia número nueve
acomoda su vida impar a los horarios
del tiempo moderno y visita inmune
a los soldados que cayeron en la propia
contienda, somete a las vacaciones
del cuerpo su enquistada vulgaridad
y roe ciego las inclemencias del tiempo
en su portal de Facebook en la aplicación
del celular. Además de vivir ahí,
lustra el traje en frente del espejo
que no está roto pero sí escueto
lamenta no haber podido ir al cine
pero argumenta que su cita era más
tarde que la función, sacude el paraguas
y moja la alfombra recia sobre los zapatos
y sacude de vuelta de la tierra las orejas
con que a los niños sin dolor curioso
ha jugado. Además de vivir ahí,
adormece el bidet con espasmos níveos
y dobla las hojas con que escribe sobre
el escritorio un sucucho de la mente
en blanco con la voz rojiza del sentido
informa a la central de tránsito los laterales
del ruido bronco, clausura con multas
telepostales los inconvenientes del sistema
y advierte de los radares más cercanos
con interferencias. Además de vivir ahí,
sale los domingos con el perro a manchas
colgado de la corbata semidormida
a suspirar las avenidas céntricas y las
diagonales, compra un sándwich de queso
mientras persigue los dilemas amorfos
proyectados sobre el living del comercio
adherido a la tarjeta master de la
galería del cine donde a las 7.15
perdió la función. Además de vivir ahí,
intriga con entusiasmo la inconsistencia
del objeto que mira por la rendija
hasta hacerlo polvo, retuerce las palabras
y las llama con su sonido ocre tal cual
le enseñaron a pronunciar en la escuelita
cerca del transformador de a la vuelta que
puede explotar y los vecinos en madrugada
salen a la vereda a esperar
el momento.

 

Julieta Troielli
La tierra que necesita una familia

Esta hamaca es una canoa
que trajimos de Paraguay
donde cada vez más
confluyen nuestras pieles. Contra el hambre

mordemos una ciruela en el patio de tus viejos
Está vacío y cuelga

una nostalgia quebrada. Hace un ratito
que miro el árbol en tu brazo
el tatuaje
me habla de otro sostener
la tierra que necesita una familia

para vivir. Me pregunto
dónde buscan los troncos
cuando les falta

 

Fernanda Mugica
El núcleo duro

llegué a casa y mama estaba pegando un plato roto
un plato que yo rompí
ahora estoy sentada  / mirando una grieta en el piso
¿qué define la línea por donde se quiebran las cosas?

Sorry we could no calculate walking directions
from Hashima Island /
porque Hashima island
es  tu versión extrema de algo  que no querés decir
estás  / acorazada / en la misma frecuencia que una isla
abandonada / al sur de Japón / estás / en una base
espacial instalada / en una galaxia distante
en un linfoma de hodking
no sabés /si es un cráter o un cáncer
mirás tu cuerpo desde un telescopio
no ves si es un planeta  o un fondo de pantalla
pero extraés un diagnóstico

así suena alguien que perdió su argumento
y está haciendo como si todo estuviera bien
alguien que ya no busca belleza
o amor /en  su vida con bordes borroneados
estás / demasiado enojada/ en el límite de vos
tenés que soltar algo que no podés soltar
y escribís sobre cosas abstractas
porque si conectás con sensaciones
te caés

este es el núcleo duro del poema:
el verano para siempre  va a ser  este verano
un verano en que tu cuerpo se cae en el baño
y no podés mentir: la nuestra es una lengua
de estados infinitos – this very sleeping child is getting me horny
la nuestra es una lengua de estados infinitos
this very hating moon is getting me hungry –
todo para decir que siempre hay un núcleo
sobre el que se proyectan tus miedos y emociones

muévase cualquier cosa  a cualquier parte
pero no se olvide que la nuestra es una lengua
de estados in finitos
porque el núcleo duro sos vos
el núcleo duro siempre
vas  a ser vos
aunque quieras moverte
de ese lugar/ siempre / vas a ser vos
la vida va a ponerte en trances horrorosos
no-soportables/ pero tu subjetividad  va a seguir firme
y vas a cambiar tu criterio  de soportabilidad / tu ego
aunque te duela va a sostenerte en pie / y sin embargo
la nuestra no va a ser / nunca/  una lengua / de estados infinitos
porque un día
vamos a caernos en el baño
y no vamos a poder
decir nada más

 

Juan Manuel Artero
Mirando una liebre desangrándose

Mirando una liebre desangrándose
junto a otra liebre desangrándose
no me engaño
ni creo ser diferente
a la sangre que cae por la madera
ni a los miembros del jurado que dios los tenga en la gloria mañana

Solo soy en relación a una idea de justicia
y a lo que pasa por sus cabezas en este momento
A la tentación de perdernos en pasillos
buscado por la  luz de un helicóptero
queriendo decir algo, pero diciendo otra cosa
y así hasta cansarme y nunca más
ni siquiera prender la tele

Hoy volví con trofeos, se encuentran desangrándose
limpio el cuchillo con un poco de pan
pruebo el pan en secreto
escucho los ruidos de la calle
escucho el viento que mueve las velas de los haraganes
lo mismo que escucha cualquier vecino
suspendido en la noche incoherente

 

Larisa Cumin
Lelo

Lelo, la lata
de chorizo en grasa
Lelo, ya te los comiste?
ese es tu placer del invierno
–tu placer y tu dolor–
el dedo hinchado, la pierna roja
costrosa
como un salame de tanta carne
tanto ácido úrico.
Lelo, los chorizos
guardaste uno no más
en la lata con grasa blanca
envuelta en un trapo
de camisa vieja
que usaste algún verano arremangada
–muchos veranos usaste–
y cargaste ahí los particulares negros
olorosos
en el bolsillo y fumaste
abollaste el papel
de ese verde amarronado
de trama chiquita
tan parecida al olor y al tapizado
del Renault 19 –que estrolaste una vez
en plena polvareda de camino
donde no pasa nada, pero pasa
contra un camión en el cruce
que no te vio
que no viste
ni mamá, ni la Lela vieron
pero ellas sintieron
dio de su lado, de tu lado no–
guardaste uno en la lata
y ahora lo sacás
pedís un plato
con apuro, con ansia
no tanto por convidar, o sí
más que nada para probar
si éste también está bueno
y es como un gusto rancio
una humedad de grasa en la boca
y una sal, un gusto a campo
a casero, a leña donde seca
a camisa
a pucho colgando en la boca
a pierna hinchada
a ojotas en invierno, a dolor
a agua de suelo y papel metalizado
a mujer que deja la pava al fuego.

 

Micaela Piñero
En el río

Los perros corren salvajes,
se  meten entre los juncos,
abren umbrales con su velocidad.
Nosotras vamos caminando,
siguiendo el sendero
que construyeron los hombres.
Los perros sortean el camino,
dibujan en el aire
círculos infinitos de amor.
La velocidad de sus carreras paraliza el tiempo
paraliza el sol,
paraliza todo.
Yo estoy estática y los miro,
son lo único que se mueve,
atravesando cañas
y juncos llegan al pantano,
donde la vegetación acuática flota
y se moviliza sobre el agua.
Sus raíces perforan la tierra suavemente,
son una caricia al agua.
El sol resplandece sobre el agua,
las mareas cambian,
y los tipos de corrientes se manifiestan
haciendo crecer el río
y dejando la playa cubierta,
y con ella nuestros pies que ya encontraron el agua.
En ese momento los perros ya estaban ahí,
saltaban  y corrían.
Nosotras estábamos coronadas,
porque ellas nos defenderían de todo.
Pero eso fue solo un sentimiento,
saber que estaban con nosotras,
por las caricias y el amor,
porque comprendíamos
que el amor que podíamos dar era enorme,
y que eso nos devolvía más amor.
Estábamos en éxtasis
viendo  a los perros
saltanto entre el agua,
la orilla y los juncos nuestros,
y a nadie más.

 

Delfina Uriburu
Altar

Las alfombras protgen los pisos de madera
la prudencia es la mejor economía
la foto del Papa en el comedor es la mejor prudencia
y no hablar de más
y persignarse frente a las iglesias o cuando todo está oscuro

fumigar una vez por mes ahuyenta los insectos
y hacer cruces de sal las tormentas
¿qué tormenta se llevará estas paredes que no dejan de crecer?

el trabajo dignifica
pero en los días de descanso
hay un silencio que tiembla los campos minados de la casa.

 

Gabriela Clara Pignataro
El lapacho es la imagen de la furia

El color de los perros ahorcados
se confunde
en el perfume del lapacho
desde el tren, el campo parece
santo de frente partida
contra el alambrado
cuántos estigmas puede un cuerpo
cuántos cajones de fruta podrida
protegen los días de los culpables-
de púas que se doblan oxidadas
sobre las pasionarias, esperan
convertirse en lanzas
bajo una lluvia de meteoritos
que se anuncia para el final
del verano;
de noche se apagan
desvían los senderos los ciegos
doscientos gallitos azules
pululan tiran a gracia
el maíz polvoriento sobre las crías
persiguen
la estela federal del tesoro prometido
lavando la sangre con los picos.

Las manos de las chicas
aparecen
entre las flores del lapacho
desplumadas en la tierra,
debajo los ojos ni recuerdan
que las últimas estrellas
se parecían al canto astillado
de las sirenas manchando
las sábanas tendidas en los patios,
lluvia de meteoritos
asteriscos rotos
el miedo es pestañeo del latido
animal,
cruzaré las vías, cruzaré el día
si me tocan
si me tocan
si me queman
no somos corderos
no somos corderos
no seremos res adormecida
en el postre de los asesinos
si me tocan
si me tocan
si me queman
cuento mis costillas
mías,
si me tocan
si me tocan
si me queman
cuento mis costillas:
hay balas para todos.