La realidad y su vidrio estallado / Vidrio, de Juan Rapacioli

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Juan Rapacioli
Buenos Aires
Buenos Aires Poetry
2017

 

Por Jotaele Andrade

Texto leído en la presentación del libro.
1 – Una bocanada sobre un vidrio
Alguien, al comentar el libro La alegría, dijo que los poemas que allí escribió Ungaretti son “brevísimos poemas de iluminación súbita”. Sobre el misterio que embarca la poesía, de lo que es inaccesible a la mano física, sucede un espontáneo estallido que lo hace “asible” para la mano cognitiva. Así el poeta traslada hacia el idioma poético lo que ha sido iluminado. De ese doble alumbramiento está hecho el balbuceo de lo escrito: la analogía de extraer una piedrita o polvo de una montaña más alta que el mundo.
La poesía sucede como una luciérnaga que sólo pulsa una vez su cola luminosa; quiero decir: su hálito se estrella con una bocanada en el vidrio para que el poeta con su dedo escriba allí, en eso que se borra, que es fugaz, instantáneo. Ya lo dijo Gelman: magiafantasmaniebla, poesía. El poema es esa parte del misterio que se revela.
Vidrio, este libro de Juan, es tanto el estallido donde sucede esa iluminación –que en sí misma se desvanece o, lo que es igual, se hace triza y da en los pequeños fragmentos que vislumbramos– así como también la reconfiguración de ese vidrio de lo real, es decir, el dedo escribiendo sobre el manchón caliente que se desteje a enorme velocidad.
Lo que estalla irrumpe en su acontecer lo lineal de lo que es –lo que se ve o se oye–, pasa a ser una torsión o rotura en ese otro acto vidrioso que sucede en sí. Hablo de la apropiación de la escena y la reelaboración y posterior interpretación.

2 – La palabra ejerce un oficio refractario
Todo lo que pasa delante del vidrio es reflejado y absorbido; se confunde con el interior y se multiplica en dos vertientes: lo que es y lo que trasluce, lo que sucede entre lo superpuesto. Dejo fuera las condiciones atmosféricas y la noche, estableciendo que hay una analogía entre la palabra y el vidrio.
La palabra es vidrio que traslada lo que ve.
Desde la anécdota contada en el magnífico prólogo de Mario Arteca hasta la definición sobre la escritura del libro de Ungaretti, libro escrito casi en toda su totalidad durante la Primera Guerra Mundial, hay una mediación que es la de la palabra; ella oficia de puente, de soga sobre el abismo, de vidrio, en definitiva; es decir, la materia por donde trasluce el misterio y la resonancia del misterio, y el sentido que se le da al mundo y el sentido propio del mundo que desconocemos. Digo todo eso que limita en la palabra, que se esboza allí como una bocanada, como un reflejo, como las sombras y colores superpuestos de lo que acontece y lo que creemos que acontece.
Reitero, la palabra es vidrio, equipara, distorsiona, magnifica, espejea.
“Encontrar una palabra significa penetrar en la abisal oscuridad de sí sin turbar ni lograr descubrir el secreto”, dice Ungaretti, que bien podría traducirse como interrogar al cauce con la forma del pez, estar en los elementos de la realidad.
Esta mediatización reconfigura lo visto, hace estallar lo que estaba en sí, lo que era plena extranjeridad pasa a ser significado. El vidrio-palabra toma, refleja, estalla en este pasaje de la carga semántica, de la asimilación de la idea, y se rehace, vuelve a configurarse, devuelve la idea particular, poética en este caso, del acontecimiento de las cosas.

3 – El acuario donde pasa lo real
En este libro el vidrio en que pasa la realidad y el pensamiento estalla en la garganta del testigo que para preservar la vida finge su muerte debajo de una mesa. Dije “pasa la realidad” y este pasar sucede a través de las acciones de otro, que se enumeran desde alguien que se aferra a la vida a través de la inmovilidad y dice:

lo vi contra el vidrio
esmerilado deforme.

Este vidrio, que es ahora una especie de acuario de lo real en que simultáneamente sucede la quietud del estar en vilo y el movimiento, estalla, como dije anteriormente, en un vómito que se traga como hielo astillado pero a la vez se expulsa en la enumeración dramática de los actos ajenos:

lo vi partir
lo vi trabar la puerta
levantar las piedras
juntar los cadáveres
cortar los leños
hacer el fuego
y arrojar los cuerpos
lo vi limpiar la casa
esperar la mañana
armar su mochila
afeitarse desnudo
salir a correr y volver
lo vi hacer la lista
comer las sobras
beber en silencio
repetir los nombres
lo vi partir en la noche
mientras me desangraba.

En esta línea final, además de reelaborarse la condición de testigo, pues vuelve a concentrar la atención en sí mismo, se regurgita el hielo astillado hacia la pecera individual de la realidad acontecida y dicha, la llena de agua, de sangre. Esta traslación de actos es lo que acertadamente Mario Arteca dice sobre los poemas de Vidrio: “Rapacioli construye poemas que son vidas cuya velocidad está minada de actos de repetición, de sucesos, de movimiento; todo ocurre a una velocidad controlada por la simultaneidad que parece no frenar a tiempo”. Y cuando lo hace, se rebalsa de sangre. Porque este es un libro sobre una múltiple historia ominosa, llena de miserias, de crímenes, de horror.

4 – Una película que registra un acuario, proyectada sobre el vidrio de lo real
Es un film proyectado sobre un vidrio donde pasan otras cosas, de ahí su carácter múltiple, con un  tono áspero, austero, pero sin embargo no exento de vigor, tono que bien podría emparentarse con un bello verso de Enrique Molinari: “mi pasión tiene la forma de un río apresado por el desierto”; y este film lupeado en un vidrio semeja los films del lituano Jonas Meka, cineasta, poeta, crítico de cine y otras cosas, donde todo lo que pasa una y otra vez es la captura de lo que podríamos llamar lo que es. Mekas filma lo que pasó, lo que pasa en una esquina cualquiera, y esos registros los mezcla con otros registros de esa misma esquina, su cine es un cine que testimonia, a veces obsesivamente, un rostro que se da vuelta, y se da vuelta, y se da vuelta. Eso es lo que hace Juan Capacioli en Vidrio, da testimonio desde una misma situación y la multiplica en los personajes, da constancia de esa misma acción de realidad a través de la reiteración de lo ominoso, de lo que produce lo ominoso y, también, y no menos importante, coloca y descoloca en uno y otro lugar a los protagonistas. ¿Hay diferencias entre el personaje del poema “El traidor” y ese cuyas acciones son registradas por un ojo en vilo del poema “El testigo”? ¿Y ese testigo no es demasiado parecido al que es asediado por los perros? ¿No se confunde aquel que va a la montaña en el poema del mismo nombre y ese otro que se pregunta cómo va a venir aquello que no conoce? En ese poema, justamente, es donde se pueden encontrar claves de lectura para dar con ese mismo rostro múltiple que Juan nos muestra:

cómo va a venir
si está por empezar
con otro nombre
que no es el mío
y el mío no es mío
pensándolo bien
no hay nombre
solo una repetición
entusiasta
que nos apropiamos.

Este fragmento es clave, repito, junto con los títulos de los poemas. Una nos muestra una moneda que tiene dos y tres y más reversos; otra, una de las características del libro que reafirma lo testimonial, lo dado en acto: el ventanal, la montaña, la calle, la escalera, la zona son títulos que aluden a la distancia y al tránsito; decía que son claves para poder situarse de un lado u otro, o sobre el vidrio poético.

5 – En caso de emergencia rompa el vidrio
Vidrio, no tiene signos de puntuación. Cada poema comienza desde un lacónico título, que ya advierte la operatoria pulsional de Juan al escribirlos: evitar los rodeos preciosistas, ir al hueso.
Se podría decir que el modo operacional bien podría ser graficado por el poema que he citado al principio: una enumeración de acciones oscuras dichas por un testigo que intenta un equilibrio pulsional mientras traga la realidad como un hielo astillado, es decir, nos cuenta que se traga la realidad, dice al poema (o es dicho en el poema) de un modo seco y frío y astillado. Aquí también se mezcla la realidad del poeta que bien sabe que aquellos hechos temporales que impregnan todo el libro bien fueron tragados como vidrio, ya astillado en oscuros sótanos, ya como modos negación o de hacerse los distraídos, o alentar la cacería de cualquier disidencia.
En ese sentido este es un poemario que se nos da como un hilo que recoge una misma cuenta, que pasa una y otra vez por esa sola cuenta hasta que caemos en la cuenta (nunca mejor dicho y perdón por este juego de palabras) de que esa esfera es mirada desde todos sus puntos a un mismo tiempo; por eso el traidor semeja tanto al personaje que ve el testigo.
Pero también podría arriesgar que detrás del vidrio hay una alarma que ha sido pulsada a un mismo tiempo por los hechos y que, más que un juego de espejos, aquí sucede el interior de un caleidoscopio, y ese interior es el mantra del poema “Vidrio molido”, donde se repite constantemente el vidrio molido/movido de la realidad. O el libro mismo es un caleidoscopio cuya escritura (es decir, movimiento) forma y deforma a un mismo personaje, mezcla y deforma las acciones, las miradas.

6 – Epílogo
Una vez roto el vidrio de una ventana, la intemperie y la casa pierden el límite, se confunden, se ingresan respectivamente. Una vez abierto el libro, quien lo haga será testigo de un largo día oscuro que no termina de caer, con sus verdugos, sus desaparecidos, sus héroes, sus traidores, su ignominia, un día que da una sombra absoluta. Un tiempo que detrás nuestro estalla y cae y esparce su arena pesada, su asfixia, y que al rehacerse en el presente nos devuelve, como escribió Juan, “la sonrisa de otro que fui en el pasado” y nos lanza “al futuro que ya pasó”. En esta paradoja se resuelve este libro: lo que nos separa de lo pasado es la fragilidad, ya dada como un material, el vidrio por caso, que puede estallar, caerse en cualquier momento, arrastrarnos en su propio reflejo.

 

Vidrio molido

vidrio molido en los pulmones
en las fosas nasales vidrio molido
molido en el estómago de los perros
abajo de la casa abajo de los párpados
vidrio molido para levantar una casa
para estrellar una cabeza una certeza
en las uñas vidrio molido en las manos
cerrados los puños molidos en sangre
molido en la mañana sin aire con sed
molido en la ventana rota con piedras
molido en el fondo de la noche cerrada

sobre los cuerpos inyectados desnudos
arrojados con espuma en los labios
en los dientes molido en las encías rotas
flotando por la corriente sin poder mirar
la ola definitiva que corta la respiración
molido el vidrio en las pupilas dilatadas
ojos rojos de fábrica clausurada
rabia contenida por espera perpetua
grito molido por cena en familia
lágrima congelada en el espejo
vidrio molido por cada orificio
por cada segundo zumbido de vidrio

molido como una lluvia final
como el final de la lluvia molido sin sol

 

La escalera

cómo va a venir
bajo la densidad
de la noche

la pregunta
se repite
hasta el absurdo

cómo va a venir

todas esas puertas
que abriste
sin pensar

cómo va a venir
si está por empezar
con otro nombre
que no es el mío

y el mío no es mío
pensándolo bien
no hay nombre
solo una repetición
entusiasta
que nos apropiamos

estuve pensando
todos estos días

cómo va a venir

cuál es su voz
dónde estuvo
cuando no buscaba
un corazón de oro
en medio de la fuga

sin llamar a nadie
esperando el cambio
atrás de la ventana
que muestra edificios

cómo va a venir

me siento
en la escalera
hasta que no es
más que humo
en el cielo

cuando no sé
dónde estoy parado
vuelvo a la pregunta
que nunca se fue

cómo va a venir
hacia mi calma

desesperada
que busca el rostro
de lo que no conoce

así espero
cada mañana
despertar
y preguntar
cómo va a venir

 


Links

Más poemas de Vidrio. En Vallejo & Co. andcompany
Reseña. En La Primera Piedra
Entrevista. En Télam Cultura