El psicólogo de Dios
Jotaele Andrade
Buenos Aires
Kintsugi Editora (edición ampliada)
2018
Por Juan Rapacioli
Texto leído en la presentación del libro en Buenos Aires el 5 de abril de 2018
La noción de poeta que se aleja de la idea de escritor siempre me generó cierta incomodidad. Como si la poesía fuera un lugar que la literatura desconoce o, en todo caso, al que no puede acceder. Entiendo que es una larga discusión con posiciones firmes, rupturas, lecturas posibles. El periodismo cultural me hizo desconfiar de las categorías que proponen la división del trabajo entre narradores, ensayistas, cronistas y poetas. Me interesa, cada vez más, pensar desde la escritura. La poesía, en mi entender, no pertenece a un género literario sino a un modo de trabajar sobre el lenguaje. Por eso el cine de Tarkovski, por eso las novelas de Saer, por eso el hip hop de Kendrick Lamar.
Hay, sin embargo, algo que se relaciona intrínsecamente con la figura del poeta y creo que tiene que ver con el misterio. Con esto no estoy diciendo que no exista el misterio en novelas, películas, series o teatro. Me refiero a lo inasible, a lo que se escapa, a lo que desborda, a lo que se puede encontrar en un sótano de una casa de la calle Garay. Me refiero al efecto que producen los nombres de Artaud, Vallejo o Lorca, por mencionar algunos. El poeta, entonces, no es quien escribe poemas. Eso, de alguna manera, lo hacemos todos y todas. Poeta es el que mira, escucha, vive en estado de poesía. Y cuando digo esto no me refiero a la imagen romántica, saturada de lugares comunes, que aparece cuando pensamos relaciones entre poesía y vida. Me refiero a vivir en la intensidad de la decodificación, en la dificultad de la observación, en la lenta digestión del que busca oro y lo encuentra en los pliegues de cualquier latir. Ese es el camino de Jotaele Andrade. El camino de alguien que respira poesía porque, en definitiva, no puede hacer otra cosa.
Los que conocemos a Jotaele sabemos de sus discusiones, sus intervenciones, sus indignaciones, su humor y su ternura. Pero, ante todo, de lo que sabemos es de su compromiso con la poesía. Compromiso que no ofrece ninguna concesión. Parodia, revelaciones, devoción, reflexiones críticas y contemplación extrema son algunos de los elementos que se pueden ver en El psicólogo de Dios. Como dice Valeria Pariso en el prólogo: “Un engranaje, una pieza de relojería, entre la belleza y el espanto”.
Cuando nos juntamos con Jotaele, además de compartir vino, lecturas y debates, siempre reincidimos en nuestra fascinación por la poética de ciertos artistas. Específicamente dos: David Bowie y el Indio Solari. Yo le hablo del Alien y el me habla del Míster. En esas charlas, alimentadas por el entusiasmo, no es difícil trazar paralelismos entre los dos músicos poetas: escenarios apocalípticos, estética de la distopía, cruces entre filosofía occidental y oriental, la presencia de la literatura en el lenguaje musical y, volviendo a lo anterior, el trabajo con el misterio. En el tema homónimo de Blackstar, disco que Bowie lanzó dos días antes de su muerte, se escucha: “Algo sucedió el día que él murió, el espíritu se elevó un metro y se hizo a un costado, alguien más ocupó su lugar y valientemente exclamó: soy una estrella negra”. En uno de los temas de El perfume de la tempestad, disco solista de Solari, se oye: “Paraísos, infiernos de otros, siempre en la cruel tradición. Cronofármacos para tus juegos y el pescado aún sin vender. Dormís en blanco un sueño que da miedo. Dormís en blanco y tu sueño me da miedo”. Cito estos ejemplos –podrían ser otros– para dar cuenta del trabajo con las dimensiones del misterio. Este libro que presentamos y los otros que conforman la obra de Andrade son la representación misma de lo que podríamos llamar la ética del misterio. Ética que viaja a contramano de una época que reacciona ante el misterio con las armas de este tiempo: la sobreexposición de la personalidad, la confesión cotidiana, la exhibición de la intimidad y los efectos de un lenguaje concebido en la fugacidad del presente. Aunque estos temas le importen al autor, no parecen preocuparle a su obra, que está mirando al futuro. Futuro que, como vemos, llegó hace rato. Todo está dicho hacia el final del libro: “El misterio se alienta por sí mismo”.
Poemas de El psicólogo de Dios
Inauguración de mundo con pájaro
I
hube un sueño de una voz sola que era un coro
cuyo tañido arrancaba árboles
y piedras
y golpeaba como truenos en el aire
hube ese sueño y lo perdí
con su forma de pájaro tajante
en cuyo aleteo cimbreaban universos
y constelaciones
y cuyo grito llevaba el huevo de la música
todavía cerrado
apenas hube de sostenerlo con la memoria
que es un ave
sin vuelo
¿cómo se sostiene un mundo que se inaugura
con un grito que se rompe en millones de lenguajes
cómo
el polvo que da a la piedra
el vuelo al ala
la flor a sus pistilos
estambres
pétalos?
aun así glorifico aquellas visiones
aquel coro poderoso que retumbó desde sí mismo
como si el mismo silencio implosionara
agobiado por su peso y forma
y enhebro a mi voz
aquellas voces desdichadas
que gritaronsé para decirse
acaso para perderse todavía más
en la quietud luego acontecida
II
sucedía un paisaje de formas todavía simples
un tenue pespunteo de animales y seres
que a la razón y a la vigilia escapan
y aún al ojo somnoliento
un silencio sofocado
o trémulo
como cuando vemos el jardín detrás de una ventana
y yo mismo bajaba en esas praderas
sustanciado a las raíces de árboles y yerbas
enredado a la larga cabellera de nubes y de vientos
calmos todavía
ah si pudiera cantar en mi canto
el modo en que aquel sitio se deslizaba mudo y denso
y se aglutinaba sordamente
como lo oscuro de las caracolas
donde jamás ha posado una oreja su rumor de sangre
circulante
y cuanto allí había flameaba en su pureza de materias
iniciales
hube de ver grandes ejércitos de palabras
por las colinas de un horizonte interminable
hormigas silenciosas que se entrecruzaban y daban en ser
el largo abecedario de las partículas
la historia infinita de cuánto ha sucedido a través de los
tiempos
de cuanto sucederá
mientras siguen su rotación y caen astros y constelaciones
y por el oriente nuevas palabras
extraños caracteres
irrumpían ya dorados
ya encendidos de un color de crepúsculo nuevo
todavía
y por occidente miles y miles de símbolos se desprendían
nacidos de sus sombras
unos
de una combustión instantánea
otros
y todo se decía y desdecía por la totalidad de aquel mundo
donde todos los mundos
se conjuraban
III
y fue que al principio un rumor nació
de aquellos movimientos
un temblor
de huevo que imperceptiblemente se raja
y de pronto la realidad fue un solo alarido
y aquellos símbolos lanzabansé a toda carrera
a través del aire y de la tierra
haciendo retumbar tierra y aire
y se entrechocaban y más poderoso era ese grito
que hasta el cielo retumbaba y se abría en grietas
y fue así que hubo un viento que arrancó
árboles
piedras
y redujo montañas a escombros
escombros a polvo
y dio con el polvo la única
virtud del tiempo
y arrancó de la tierra misma sus mismas entrañas
que son de fuego
y aire trueno piedra y fuego
se conjugaban con otros elementos
misteriosos y primordiales
para dar la substancia de aquel lenguaje que se escalaba a
sí mismo
y que así se destruía
y así se construía
en notable mixtura
y fue que aquellas voces
aquellas vivas palabras
de tanto fundirse
entrechocarse
se comprimieron hasta formar un solo símbolo
un perfecto símbolo que reunía en sí
todo el mecanismo del movimiento que producen los sonidos
un verbo que a sí mismo se dijo
y era ese símbolo total
semejante a un pájaro
que se erguía majestuoso
y único
conjurando en él
al trueno y su sombra
los ruidos y su silencio
lo posible y lo imposible
y hubo de quedarse un instante
o una eternidad
suspendido
-como un astro que llega al punto culminante de su existenciaaquella
concentración de energía en sí misma concentrada
y fue que aquel pájaro
comenzaba a descender
y al tratar de sostenerse en ese mismo punto dio en aletear
en moverse
en dar un grito como si una
saeta
presta hubiera
atravesado su carne
y fue ese aliento
que implosionaba
y explosionaba
y arrancando árboles
y piedras de su sitio
arrastrando nubes y yerbas
y aguas revueltas y fieras
mezclando agua y fuego
cielos y tierra
materias y polvos
lo dicho y su representación fuera de lo dicho
y aquella voz se ablandaba
en rumores de agua
de raíces
de piedras que caen
de lluvia
de mínimos bisbiseos que ocurren en la corteza de los árboles
y en todos los sonidos
que son las venas rumorosas del universo
y de aquello sólo ha quedado la forma del pájaro
en mí
porque este idioma ni siquiera es un eco
de aquellos grandes sonidos que acontecieron
y donde se dio en inaugurar cosas que sólo atañen al asombro
y que no pueden ser comprendidas
La sustancia de lo total
I
y de pronto
en la palma de mi mano
estremeciéndose
no translúcido
no opaco
y hecho de unas materias
que nunca antes
mis ojos habían visto
un ente
que parecía vivo
y no pertenecía a animal
ni cosa alguna
algo que sólo
se puede nombrar de modo indefinido
como se nombra al humo y se lo encierra
o al polvo
o al oscilar de los astros
en la bóveda infinita
y digo vivo
como si ese objeto
tuviera en sí
no respiración
ni fatigados organismos
sino una forma de existencia
cuyas convenciones escapaban de la lógica
como si un sentido
o una emoción
tomaran conciencia
y peso
y su esencia fuese palpable
y revelada
y fuera
de los embustes químicos
de las informaciones
que procesan
las células nerviosas
¿y por qué en mi mano
aquella cosa?
¿y cómo
de qué modo?
me preguntaba
y no era frío
ni portaba la llama
ni la blanda arquitectura del aliento
y sin embargo
sentía su hondura
y de algún extraño modo
sabía
que ambas cosas
eran
como el calor al fuego
indivisibles
II
pero cómo
repetía
me formulaba
por qué en mi mano
que ahora se construía
en esa hondura
y por esa hondura
era traspasada
como si ella pesara
el peso inmortal de la existencia
y el peso que se desvanece
con mi propia existencia
y divagué
por ciertas cuestiones
que alguna vez
dieron en mí
la materia de la sed
y las materias volubles del insomnio:
la luz y sus pequeños animales
voraces
el agua apresada
por los dedos
la ternura y sus delgadas
hiladuras
yo mismo temblando en las hojas
de mi existencia
III
yo venía de algún sitio
dije
-me dije
conminándome a recordar
esforzándome
forzándome
a
y aquellas cuestiones
eran de sustancias
dentro de una lógica
no signada por razón alguna
una lógica compuesta
no por pesos y medidas
ni por la rígidas cuestiones
a que todo argumento
es sometido
IV
sin embargo
sé
hay cosas que como hombre
me están vedadas
y aunque como hombre
insista
apenas alcanzó a vislumbrar
el aleteo en sombras de lo que huye
el rumor del trote borrándose
en su propia huella
pues hay en esta lógica
menudencias
chirridos
texturas
mecanismos que se deslizan
acaso
sin moverse
y cambian su sentido
olores que se cristalizan con la blandura de la nieve
intensidades que al tacto
varían
y a la vista varían
y la emoción está compuesta
por un movimiento
oscilatorio
que a su vez altera
la textura emocional
variada también por la palabra
en su flecha cardinal
y decir sed
es decir el infinito
y ese infinito desborda
en el rumor del agua
V
pero aprendo
que esa lógica
no puede ser expresada
sino a través de los sentidos
de un idioma que comprende
oscilaciones
ecos
densidades
olores
rumbos con sus simultáneas elipsis
con sus atajos
con su ubicación a tientas
en cualquier sentido cardinal
y comprobar
las cosas
no es situarse en lo contrario
ni fuera
ni dentro
sino en el todo
estar suspendido entre las nervaduras
de lo que existe
y se piensa
aun sin saber que existe fuera de sí mismo
¿acaso los pétalos saben que conforman la flor?
VI
y como poeta aprendo
que la suposición
es el estado transitorio de todo
y cada supuesto es la parte divisible y visible de ese total
que la suma de suposiciones
da esta lógica
en que las cosas
se aprehenden a sí mismas
a un estado de permanencia en equilibrio
a un equilibrio cuya fragilidad es la esencia de las partes
deslizándose en el todo
a un desordenamiento del caos
donde la duda no afirma a su contrario
sino a su propio planteo indivisible
VII
esas cosas
pensaba
mientras la materia
en mi mano
brillaba
con una luz que podía tocarse
que manchaba mis dedos
que era honda
como un grito
aterrado entre los día
VIII
y recordé
que venía de un sueño
con caballos blancos
de blancura nunca antes
por mí soñada
y ese blancor
contenía honduras
y el movimiento en que lo hondo
se ahonda
y había ventanas abiertas en el aire
por las que se intercambiaban
fantásticos elementos
y cruzaban cosas de uno a otro lado
letras que corrían envueltas en llamas
y así nombraban el fuego
sonidos que se estrellaban contra el suelo
y daban las piedras y los insectos que bajo ellas
desovan
y los verbos de los árboles
que son raíces violentas
y la música
el trueno
y cuánto había de ser
y cuánto podía ser nombrado
y las palabras nacían desnudas
como todo aquello que el silencio viste
y había en cuanto era
esa esencia primigenia
de las cosas
una sustancia común
que
supe
yo conocía a medias
y mientras la vigilia
iba cerrando
aquella tierra
avanzando como una espada
que cortara el cielo en dos
y desde donde
otra vez
se rehacen los territorios
de aquello que llamamos realidad
mi mano
en un movimiento
cuya lógica como hombre me está vedada
se hundió en esa esencia
desapareciendo
tomando quizás conciencia
antes que yo mismo
despertándose
IX
y definir esa cosa
esa sustancia
como el sueño en la realidad
podría ser como escarbar
en la textura de un grito
y dar
solamente
con el débil aliento de lo que permanece
en el terror de su existencia
con el chispazo del cerillo en la tiniebla
apenas decir rayo
y caer atravesado
X
quizás la realidad y el sueño
no fueren contrarios en sí
ni complementos que a sí mismos
se denuncian
acaso entre las capas vibratorias
de sus propias hechuras
tiende sus puentes lo que llamamos
eternidad
digo una misma construcción
perfecta
una totalidad
vedada
a los hombres
cuya lógica está compuesta
de cálculos matemáticos
y taxativas costumbres
quizás lo más palpable en la realidad
sea la sustancia del sueño
una suma de suposiciones en equilibrio
o una sola suposición
que a sí misma se divide
hasta aprehenderse
es decir
hasta ser lo otro
de sí mismo
Links
- Reseñas. «La importancia del largo aliento», por Gustavo Yuste, en La Primera Piedra, / «El psicólogo…», por P. Pineiro, en Leedor / «El costado metafísico», por Vivi Vallejos, en Solo Tempestad