Especial. Colectivo poético involuntario: dos proyectos en torno a poetas nacidos entre 1955 y 1965

Hilos Editora acaba de publicar hierba sobre el mundo castigado, un libro que incluye un texto preliminar y un poema colectivo involuntario que reúne las voces de 56 poetas nacidos entre 1955 y 1965, cuya composición estuvo a cargo de María Mascheroni y Teresa Arijón. Este volumen es además la presentación de 55.65, una serie de antologías breves de esos poetas, cuatro de las cuales fueron recién editadas también por el mismo sello editorial. La presente serie consiste en notas y textos acerca de estos formidables trabajos de investigación y experimentación.

Coordinación: Valeria Cervero / Edición: José Villa

t_hierbasmundocas_t_arijon«Levantar las piedras, ver qué hay debajo»
Entrevista con Teresa Arijón y María Mascheroni sobre hierba sobre el mundo castigado
Por Valeria Cervero
Presentación de hierba sobre el mundo castigado, 28 de junio de 2017
Por Bárbara Belloc
Fragmentos sobre una imposibilidad
Sobre hierba sobre el mundo castigado, Colectivo poético involuntario, Buenos Aires, Hilos Editora, 2017
Por Damián Lamanna Guiñazú

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•  Textos de las antologías realizadas a partir de hierba sobre el mundo castigado
55.65 Lila Zemborain; 55.65 Alejandro Carrizo; 55.65 Anahí Lazzaroni; 55.65 Gustavo Caso Rosendi

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«Levantar las piedras, ver qué hay debajo»
Entrevista con Teresa Arijón y María Mascheroni sobre hierba sobre el mundo castigado

–hierba sobre el mundo castigado es el resultado de un proyecto que las involucró durante varios años. ¿Cómo surgió y en qué consistió?

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Teresa Arijón

Teresa Arijón –Surgió como surgen todas las cosas; de a poco, como la tierra espera; en resplandores; por intermitencias. Surgió de golpe, como un rayo cruza el cielo en la tormenta, como la gran ola que devora la tempestad. Surgió de una idea que una amiga pronunció al pasar acerca de los que veníamos después de los desaparecidos en la Argentina: ella los/nos llamaba “desaparecidos en vida” y detectaba cierto silencio aplastante en eso, pero yo no: yo encontraba vida entre las piedras, los rescoldos, los olvidos, los silencios… Nuestra vida vive de la vida: dicen que ese era el sentido de los antiguos misterios. Surgió como el regalo que Eolo hace a Odiseo: una bolsa de cuero repleta de vientos. “Aquí hay vientos suficientes para que puedas regresar a Ítaca”, le dice el dios       generoso a Odiseo. “Pero no la abras de golpe. Debes ser paciente”. Así surgió: como un regreso a lo propio, a lo que estaba allí y vibraba, bajo continuo, en el silencio. También podríamos decir que surgió por incandescencia: como un metal enrojecido, o llevado a lo más blanco de lo blanco, un blanco cegador, por la acción del calor. Y surgió por esa curiosidad que teníamos, y ese deseo (palabra que, dicen, lleva a la pérdida), de conocer lo que estaba ahí, pero no estaba del todo a la vista. A partir de ese deseo y de esa curiosidad, empezamos a reunirnos. A leer: en el sentido de descubrir. Descubrimos lo que estábamos buscando. A veces redescubrimos.

María –El proyecto inicial no contemplaba ni imaginaba un texto colectivo, o sea, no imaginaba hierba sobre el mundo castigado. El comienzo fue así: yo sabía que Teresa tenía una idea desde hacía tiempo: investigar y hacer una antología abarcadora sobre los poetas nacidos en esos años, a los que ya pensábamos con un perfil bajo. Un día la vi y le dije: “sé que tenés esa idea”, y agregué que me parecía bueno investigar. Y ella me dijo: “¿querés que lo hagamos juntas?”. Y así empezamos a trabajar, a leer a poetas y más poetas, y a buscar libros y a marcar los poetas que nos gustaban.

Teresa –Trabajamos específicamente sobre los poetas nacidos entre 1955 y 1965, poetas que en la época de la última dictadura militar en la Argentina entraban en la adolescencia o en la primera juventud. Algunos ya habían empezado a escribir en los años de la dictadura, otros no. A nosotras nos interesaba ver cómo había operado la marca, la opresión de la dictadura 1976-1983 en los poetas nacidos en ese hiato que va del 55 al 65. Una marca que podría ser uno de los factores que originaran este “perfil bajo”, y cierto silencio,  cierta discreción.

María –Y al mismo tiempo éramos poetas que veníamos de una tradición donde la visibilidad no era un valor, donde se prefería no publicar de inmediato un libro terminado, dejarlo madurar… Una época en la que se quería una vida “poética”, un poco de bohemia… esa palabra tan pasada de moda, tan desjerarquizada. Modos estos que también originaron la poca preocupación  o el escaso interés por publicar de inmediato lo que se iba escribiendo.

Teresa En fin, ciertos rasgos que advertimos en esa generación de poetas. Una generación a la que definimos como “forzada” porque cubre un decenio trazado, quebrado, desgajado, no habitual: va de 1955 a 1965. Los que salimos al mundo —como adolescentes, como niños en el último tramo de la infancia— en la época de la dictadura en nuestro país.

María La primera etapa del trabajo fue buscar en blogs, en revistas, en nuestras bibliotecas, en bibliotecas de poetas amigos. Ahí decidimos armar una página de facebook –poetas argentinos nacidos entre 1955 y 1965– que continúa activa, y cuya misión, literalmente, era “levantar las piedras, ver qué hay debajo”. Y ahí empezamos a postear poemas de los poetas que íbamos leyendo, a veces fragmentos de poemas. En algún sentido, este fue el  germen del poema colectivo hierba sobre el mundo castigado. Simultáneamente decidimos pedir un subsidio al FNA, porque vimos que eran muchísimos poetas y eso nos obligó a pensar de otra manera lo que estábamos haciendo, a darle una cierta fundamentación, a dibujar mejor el recorte que estábamos inventando, a ponerle razones o intuiciones, a aceptar que estábamos “forzando” un recorte generacional. Entonces armamos una estrategia. Además de pedirle apoyo al FNA para esta investigación, este relevo, esta difusión, esta antología, necesitábamos otra pata. Le propusimos el proyecto a Hilos Editora, y les interesó. Esto nos ayudó a seguir adelante: había una editorial comprometida.
Con el tiempo nos dimos cuenta de que no teníamos ganas de hacer una antología en el sentido más convencional, que en este caso habría sido un libro muy gordo con sólo tres o cuatro poemas de cada autor. Cada vez que pensábamos en eso el proyecto empezaba a decaer, y así poco a poco fue surgiendo la idea de un texto colectivo: un montaje collage tren… Y la posibilidad de armar una composición colectiva, algo que nosotras pudiéramos crear y disfrutar. Y también apareció la idea de lo anónimo, de que las voces empezaran a funcionar juntas sin un “autor” que las sostuviera. Empezamos a escribir las palabras preliminares, lo que nos llevó bastante tiempo porque eran una pieza más de ese poema colectivo. El texto que da comienzo a hierba… es indisociable del poema colectivo; no es un prólogo: es como la ventana desde donde se ve un paisaje que surge de la ventana. Y todo hierba… –las palabras preliminares y el poema colectivo–  es una ventana a .55.65: la serie de antologías breves que ya comenzamos a armar y publicar. Como si fuera un preludio a/de una partitura. Porque mientras hacíamos hierba… empezamos a pensar que tenía que haber antologías breves, una por cada poeta de esta forzada “generación”. Nosotras formamos parte de esta generación, lo cual nos da autoridad en la materia. Las dos somos poetas. Y tenemos muchos amigos de esta generación, que cuando les contábamos lo que estábamos haciendo se sentían involucrados, inmediatamente.

–En el prólogo dicen: “Generar un territorio liso y nuevo, donde el autor no esté en primer plano, donde estilos y voces sean disímiles y aun así se reúnan en un texto único, en un continuo diferenciado”. ¿Por qué esa decisión y cómo toma forma en el libro?

Teresa Porque jugamos con la idea —¿propia, ajena, como cien pájaros volando?— de ese borramiento casi voluntario, de esa poca voluntad de destacar en el mundillo literario, de esa pasión por “la vida de poeta” antes que por la publicación y la consagración (si es que esta fantasía existe). Toma forma así como se ve: como un constructo, un poema involuntariamente compartido, un continuo, un coro, una línea de pólvora que arde –y explota–  en cada lectura.

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María Mascheroni

María ¿A qué llamamos territorio liso? Tomamos ese concepto de Deleuze-Guattari. Nuestro hincapié en el territorio liso tenía que ver con que no hubiera caminos marcados, huellas, direcciones predeterminadas que orientaran la lectura y la interpretación de los textos o su catalogación. Después apareció el problema de los nombres, de los nombres propios.  La palabra “propio” no es menor en este asunto. Era difícil decidir porque suponíamos el capricho o el pataleo posible, es algo bastante habitual en nosotros, cuando somos autores. En el territorio liso no hay nombres propios. Los nombres propios ya tienen un valor agregado positivo o negativo o de pertenencia.  Como nosotras queríamos que no hubiera una orientación de lectura, no tenía que haber nombres propios. No queríamos que el lector se entretuviera en pensamientos tipo  “a este no lo conoce nadie, si es conocido debe ser bueno…”. Esa clase de cosas. ¿Qué provocaría el nombre propio y esa clase de pensamientos? Interrumpir la lectura del texto. Del texto que estamos componiendo. Estamos componiendo un texto que tiene un valor de voz colectiva, no porque yo diga que es colectivo, sino porque lo leemos y produce un impacto de pensamiento y de emoción. Que las voces fueran disímiles no era un propósito a conseguir: las voces son disímiles. Y al mismo tiempo había un sol negro que se volvía uno de nosotros. Hay un olor, hay un rumor, hay una melodía base; no, melodía no: un ritmo base.  Si nosotras quisiéramos recomponer el camino que recorrimos en la composición de hierba… quedaríamos en la misma posición del lector.

–¿Cómo fue el proceso de selección de los 56 poetas cuyos poemas o fragmentos conforman el texto colectivo?

María Son 56 pero podrían ser 207 o 41. Yo creo que nuestra inmersión emocional y de pensamiento tenía un límite. El tiempo que nos llevaba y los poetas que iban apareciendo en forma lenta y persistente tenían un límite. En algún momento hubo que decir hasta aquí y empezar a componer. Marcamos poemas que nos parecían pertinentes para ser hilvanados con otros en esta composición. Vamos a seguir hablando en términos musicales: hay algo musical más que temático, algo rítmico más que de contenido. Algo cercenado o algo gris también aparecía de repente, y sin embargo hay una belleza que brilla en el texto. Hay un poeta que recibió los libros y publicó en Facebook  “Gracias por tanta belleza involuntaria” y me pareció hermoso.

Teresa –Fue como todo (pienso yo) proceso de selección: arbitrario en cierto sentido, y en muchos otros sentidos sujeto a la razón. ¿Cuál razón fue esa? La de encontrar poemas, o fragmentos de poemas, que reflejaran un estado de las cosas. En la selección pasamos por encima del gusto propio (lo que quiera que esto signifique). Nos uncimos voluntariamente al carro que, atravesando galaxias, nos condujo a encontrar aquellos poemas, aquellos poetas, que mejor reflejaban esa atmósfera que queríamos retratar, o desentrañar.

–En el prólogo también dicen: “No nos interesa particularmente lo que se escribió en la época de la dictadura. Ni tampoco el clima de la escritura de esa época […] sino qué relación se armó con la escritura, con la poesía y con lo público, durante todo este tiempo, desde entonces hasta hoy”. ¿Cómo definirían esa relación a partir de las lecturas que realizaron?

Teresa –La relación de la que hablamos es la de esos poetas –algunos más prolíficos, otros secretos, otros de un solo poema, otros magnánimos como fuegos de artificio en noche de fiesta, otros caballos veloces en la meseta, otros y otros y otros más– con la escritura, con el hecho de publicar. En aquellos tiempos, y en estos poetas, detectamos cierta insumisión al “berretín de figurar”, cierto desinterés por la pantalla y el pantallazo, cierto momento secreto de calles empedradas, por así decirlo. Una errancia en la escritura, una manera de vivir que era escribir, una manera de escribir que era vivir. Y ahora: ahora llamamos al gallo de Esculapio para preguntarle…

María –Yo creo que de nuestra investigación y de nuestras lecturas obtuvimos la idea a la que hacen referencia en la pregunta. No es una idea preexistente, aunque era una sensación que preexistía; lo sé porque eso sucede cuando lo cuento: no era una idea que ya estaba en nosotros, era una sensación que estaba y alguien nombró. Como si alguien se hubiera dado cuenta de que yo tenía un dedo atrapado en una trampa para ratones… y yo lo sentía pero aún no había nombrado ese estado de cosas. Y una sensación del cuerpo, de la respiración, la molestia de la luz del mediodía, una necesidad de sombra tal vez mayor. Un tiempo demorado. El prólogo es posterior a la investigación, esto de algún modo contesta la pregunta.
Nosotras somos poetas de esa generación y tenemos muchos amigos de esa generación y esta sensación de… no sé cómo llamarla… de que hay algo ahí, una especie de sobriedad que tiene una parte de apuesta por un valor, por el trabajo del lenguaje, por la vida que se llevaba con eso, por el hecho de saber que si dejabas un texto descansar un año, cuando volvías a mirarlo pasaba otra cosa… Y otra parte…. una parte de aplastamiento.

–hierba sobre el mundo castigado presenta a su vez una serie de antologías breves de poetas nacidos entre 1955 y 1965. Las primeras cuatro corresponden a Gustavo Caso Rosendi, Anahí Lazzaroni, Alejandro Carrizo y Lila Zemborain, ¿cómo continúa esta propuesta de edición?

Teresa –Continúa ad infinitum. La idea es, precisamente, luego de ese magma colectivo donde ardieron todas las voces como si fueran una, publicar antologías breves –inspiradas en su formato y su espíritu en los libros de cordel brasileños– de los poetas de la generación. Poco a poco, como el animal o el ermitaño que sube la cuesta, como el andinista que anhela la cumbre, como la nieve que corona los himalayas y todas las cúspides imantadas. Los próximos, los inmediatamente próximos serán: Patricio Torne, María del Rosario Sola, Alejandro Schmidt, Susana Villalba. Y luego vendrán otros: mientras las velas ardan.

María –Continúa en la zozobra de un país donde cuesta tanto llevar adelante estos proyectos. Continúa con este propósito de dar a conocer, de difundir; con el propósito de que el proyecto sea federal. Esperamos que continúe por mucho tiempo.

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Presentación de hierba sobre el mundo castigado
28 de junio de 2017

Lo que contienen las páginas de este libro ya está debida, cuidadosa y exquisitamente explicado en sus palabras preliminares: −cuál es el recorte generacional (el de los nacidos entre 1955 y 1965), − cuáles son las razones de la reunión y recopilación de su escritura, −el por qué y el cómo del arriesgado y feliz, productivo e incitante método compositivo que para ello adoptaron Teresa y María, −el componente (que es un valor) político de esta clase de lectura (que es una intervención) sobre este corpus particular, y −el espacio que busca recuperar este acto dentro del mapa, el planisferio estratégico o el catastro de la poesía argentina que es, aunque haya a quienes les resulte remota por desconocerla, por la dificultad de dar con los libros, contemporánea: actual y vivita y coleando. De modo que a lo bienaventuradamente escrito allí, en las preliminares, por María y Teresa, yo lo resumiría diciendo que se trata de un rescate emotivo. Además de una reparación histórica, el soplo que recupera el fuego latente en los rescoldos. Además de un gesto de justicia y audacia poética. El propio hierba sobre el mundo castigado es una palabra preliminar, un preludio: a 55.65, la serie de cordeles que irá publicando rítmicamente la obra individual de los poetas redescubiertos y tramados, como dicen las compositoras, en el “colectivo poético involuntario” que figura como autor del libro que esta noche se lanza como una luz de bengala. Así que hay mucho y bueno por venir. Y hay qué leer ya mismo: hierba sobre el mundo castigado es pasto fresco. Fresco, verde y cargado de futuro. Quiero llamar la atención sobre algo que me resulta, por así decirlo, un poco inquietante: pareciera que para encontrarnos con la poesía de esta generación “desleída” por el contexto histórico y social en que le tocó y le toca escribir debiéramos internarnos en sucesivos túneles, como quien dice preliminares a preliminares a preliminares, o como cifraba mi amado Pier Paolo (Pasolini), “descripciones de descripciones”. Pero ¿por qué? ¿Por qué esta generación necesitaría, a diferencia de otras, el oficio de los intermediarios? ¿Y por qué para volver a entrar en el anillo 55.65 del túnel del tiempo tuvimos que esperar hasta hoy? ¿Cuál sería la amenaza allí escondida por la cual deberíamos tomar cuidados o aceptar, incluso procurar, postergaciones? Todo llega. Al fin, la lectura es contundente. En poesía el contacto es directo. Y el poema es un antropófago. hierba sobre el mundo castigado, este extenso poema coral que confabula contra y así contraviene la monología del “libro de poeta” en la puesta en continuidad de las entonaciones y las sensibilidades personales, viene a decir lo suyo. Podemos abrirlo, y por magia de la palabra de la poesía, que incluso escrita recobra siempre la potencia de la oralidad, escuchar su voz. Un canto que puede conectar la sintonía fina de la lírica con el verso más sucio de un poema sucio. Voz que no falla en recobrar y religar todas las voces, como un tambor es tambor de todos los ritmos. Y entonces la poesía es una cámara acusmática, una recámara de ecos del espaciotiempo próximo y prójimo que no supimos (cómo) escuchar en su momento. hierba sobre el mundo castigado es una rosa es una rosa es una rosa, es una voz es una voz es una voz, es una emoción es una emoción es una emoción según quién lea, pero lo que verdaderamente importa es que la emoción nos une. La poesía es la llave que abre todas las puertas y las no puertas. Por eso: gracias a Teresa Arijón y María Mascheroni y a todos los poetas seminales de este libro.

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Fragmentos sobre una imposibilidad

Primero es lo que el impacto genera, unos segundos de distancia decisivos mientras los pasajeros levantamos la cabeza. La puerta central del 117 abierta, un pibe que se pone de pie y duda. Tiene lentes y una mochila emparchada con un águila que agarra un bate de béisbol. De sus auriculares cuelga un péndulo cobrizo. Por la ventana opuesta a mi asiento, fila izquierda al fondo, se alcanza a ver a otro pibe, misma edad o unos años menos, que a toda velocidad salta el vallado que bordea la General Paz y empieza a bajar por el pasto rasante. Podría estereotiparlo, inventar que lleva capucha para reemplazar lo que el recuerdo ya dejó caer. El impacto sirve para ganar unos segundos de distancia y ahora el pibe de la primera fila también baja del colectivo a toda velocidad. Está decidido y salta la valla pero con mayor esfuerzo porque aunque desesperado y tomado por la furia y el miedo, lleva una carga. Mientras el colectivo se mantiene detenido podemos verlos a los dos –y a un tercero que se suma a la persecución, no sabemos a favor de quién– correr bajo la llovizna por un descampado color wimbledon que se deprime y vuelve a subir. Si el alcance existiera, ellos dos rodarían por el pasto húmedo y el tercero evitaría que alguno matara, solo. Hacia el fondo, los puentes y las sonrisas de los candidatos para las elecciones de medio término iluminados por los relámpagos y los autos, la imaginación del futuro, una interrupción que le da nitidez a un viaje que tanto para ellos como para mí se hubiera perdido en el automatismo. Pero el colectivo se pone en marcha y un árbol apenas brotado impide que la escena continúe hasta que atravesemos la curva. Metros después, el final del cortometraje. El pibe más joven trepa a uno de los puentes. Emerge. Está solo y ya no hay perseguidores: levanta una luz azul al cielo. Camina y recupera el aire, la paz. Entonces sí, controlo que mi celular esté en la mochila, lo palpo hasta que la sangre se equilibra, y vuelvo al libro que leo y releo desde hace al menos dos meses en busca de una reseña que no aparece. Me pregunto cuánto de estas páginas hace efecto en la mirada, en lo que nunca llegaremos a ver. En el entendimiento y el goce que se expanden hacia un alrededor que nos interpela, percibido como cadena fotográfica o sistema escénico: dispositivo. Cuando levanto la cabeza, las puertas se abren y nace la niebla.

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Es posible ensayar una toma cerrada –buscar lo estático– sobre una imagen cuya naturaleza es el movimiento y tolerar el fracaso. Cada vez que el ojo se entrega, pierde frente a esas estelas y se deja invadir por los fantasmas, por el pliegue y el recorrido de un cuerpo que se resiste a ser aprehendido de una sola vez. Para el crítico hacer que todas las piezas encajen, que la lectura se revele como una extensión de sus anhelos de control es construir su zona de falla, su territorio para la imaginación ilimitada: su imposibilidad. Hierba sobre el mundo castigado, del Colectivo poético involuntario (hilos editora, 2017), hace pie en este movimiento. En primer lugar, un texto que exhibe sus costuras, la revelación de un procedimiento que viene a instalarse en mentes y corazones colonizados por la palabra interesante y la deconstrucción analítica; entonces una reseña breve: el libro está compuesto por trece poemas, ensamblados con un método de collage, estrofa por estrofa, a partir de textos publicados por poetas nacidxs entre 1955 y 1965 como Leonor García Hernando, Horacio Fiebelkorn, Martín Prieto y Macky Corbalán, entre otrxs: subjetivadxs como niñxs/adolescentes y jóvenes durante la dictadura. Las responsables de darle forma a este mecanismo, a esta obsesión, son Teresa Arijón y María Mascheroni (ambas poetas nacidas en ese mismo período). Un fundamento posible, la reconstrucción de la voz de una época, una atmósfera o estado de la lengua. También una pregunta por la naturaleza del yo y un contraste temporal. En pleno auge de las redes sociales y los ciclos de lectura, de los y las poetas cayendo desde lo alto de su omnipresencia como suicidas pop, banderas con su nombre propio flameando en el subsuelo, en hierba sobre el mundo castigado se privilegia la supresión de la voz autoral en pos de una voz colectiva. Una generación que habla aquí como si de las piedras de un río se tratara. Una generación que ya ha sido y es estudiada con fruición –el autor de estas líneas camina por esa zona–, “los y las poetas de los ochenta y noventa”. A su vez un nuevo modo de antologar frente a trabajos históricos como Poesía en la fisura (1995) o Monstruos (2001), compilados por Daniel Freidemberg y Arturo Carrera respectivamente; una pregunta: ¿qué busca una antología en realidad? Por último, el puntapié para una nueva colección de libros/plaquetas de poemas que ya comenzó a editarse y quizá siga su cauce.

En segundo lugar, a pesar de que las compositoras/compiladoras (inserte aquí una palabra o rol) del texto sugieren no atravesarlo como una sumatoria de autores reconocibles sino leerlo como un poema coral único, hierba… puede funcionar como un juego de erudición e identificación (¿qué hay detrás de cierto modo instalado de acercarse al conocimiento sino el afán de hacer de cada percepción una resonancia, un descanso?). ¿Cuántos fragmentos puede reconocer un lector ávido y qué tipo de placer estalla en ese reconocimiento, en hacer de la experiencia de lectura un recuerdo? Y allí un juego que contiene su reverso, la esterilización de la crítica como método automatizado. La búsqueda de intertextualidades como camino posible es ahora tierra baldía frente a un texto formulado como palimpsesto, como conjunto de escrituras (incluso, si el lector lo deseara, el libro ofrece al final un listado de poetas por orden de aparición). En síntesis, hierba es también una exigencia por un nuevo modo de hacer crítica, un llamado no sólo a no caer en el biografismo y la figura del autor consagrado, sino también a evitar leer (apenas) desde la historia de la literatura. Ir más allá de lo obvio del procedimiento y volver al lenguaje, a sus ruinas y edificaciones presentes.

En el medio, agudizar la escucha frente a lo que no termina de resonar con nitidez pero igual pide paciencia para ser escalado. Entregarse a las palabras, a la potencia de las imágenes, una vez más.

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Como los mayas, una ciudad tal cual quedó, en funcionamiento y vacía. En las paredes, poemas, estrofas, versos sin firma. Una ciudad verbal a la vera del agua. Sobre la orilla otra vez el ángel de Klee observa las marcas rosadas que los flamencos dejaron en el cielo. O fueron los aviones, quienes arrojaron una generación al río. El horror llueve como si habitáramos un poema de Raúl Zurita. Las marcas rosadas anochecen y se vuelven cruces negras sobre las estructuras.

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Podría pensarse a una generación como un pasado común, una derrota de la cual sentirse parte. Derrota que funciona junto a los ausentes, los asesinados vueltos roca donde tallar el nombre de la comunidad, su secreto edificado desde la falta o la deuda (Espósito, 1999). Dicho de otro modo, es el sentido que se carga sobre la desaparición lo que posibilita construir una pertenencia. La fractura de una sociedad está en la negación de los desaparecidos; darles otro nombre –subversivos o demonios, por ejemplo– es disolverla, erigir un tótem para que la violencia haga su ronda a contrarreloj de la ronda de los jueves. Allí las y los sujetos, como marcas individuales sometidas al aislamiento, se retiran de la política.

Bajo esta premisa, puede trazarse (pensarse) en estos poemas un recorrido que comienza en una ciudad en ruinas, y acaba en un refugio poético, en la reivindicación de la belleza como un don generacional: los desaparecidos y los muertos por un lado, la belleza del mundo para sobre-vivirlos de ese mismo lado pero como representación. La hierba que crece sobre esas ruinas redime como un lenguaje: el lenguaje ausencia de la cosa. Entonces, es a través de la imagen que estas voces logran ponerse de pie, arroparse como fantasmas para indagar en el pasado. Voces que oscilan entre la interpretación, la búsqueda de las correspondencias –esa óptica simbolista mediante la cual D. G. Helder y Oscar Taborda discuten el sentido de los animales muertos– y la poesía como evasión, ominosidad o humor sobre la derrota: un caballo espectral que deja su espuma en los alambres y se esconde en una catedral, un choclito que crece para que los andantes lo miren, la revolución que ha “kaputiado” para volverse “revoluta”, caricatura de sí.

Asimismo, la idea de una generación también puede remitir a un estilo o una estética determinadas. Señala Octavio Paz en El arco y la lira (1956): “El estilo es el punto de partida de todo intento creador; y por eso mismo, todo artista aspira a trascender ese estilo comunal o histórico. Cuando un poeta adquiere un estilo, una manera,  deja de ser poeta y se convierte en constructor de artefactos literarios. (…) El poeta utiliza, adapta o imita el fondo común de su época –esto es, el estilo de su tiempo– pero transmuta todos esos materiales y realiza una obra única”. Si a cada época le corresponde un estilo que abarca todas sus expresiones artísticas, el poeta deberá trazar allí su diferencia para volverse único: su voz como una flor marchitándose en el medio del campo. En el caso de hierba… el camino funciona de modo inverso: la búsqueda reside en darle forma a un estilo de época pero no a partir de lo que las voces tienen en común sino a partir de la diferencia de registros, metros, tonos y lenguajes: una mosaico que combina luces anómalas, parece decir. Un estado de la lengua es a partir de sus variaciones, del flujo que le da forma a “la narración que no termina/ sin maestros en esta historia de hijos cansados”. Desde ese agotamiento toma forma qué voz.

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Fue en una “triste noche de noviembre” a principios del siglo XVIII, cuando, en un laboratorio de la universidad de Ingolstadt, Víctor Frankenstein dio vida a su proyecto máximo. Obsesión que le había quitado el sueño y sujetado el deseo durante su juventud. Sin embargo, apenas vio a la criatura abrir los ojos, no supo qué hacer y huyó. Todas las imágenes del horror se concentraron de repente en las puntas de sus dedos, en la sangre hinchando las venas. Hasta dónde había llegado su brillantez, cuánto se había acercado a Dios. Cómo lo hizo. Allí la historia se abre, deja un túnel para que el silencio y la inconsistencia pasen y aunque cada una de las versiones que sucedieron al relato original se encargó de darle a la electricidad el rol fundamental en lo que a generar vida respecta, la “chispa de la vida” resulta apenas un modo de llamar lo indecible, el descubrimiento prohibido y peligroso.

Años después la criatura, abandonada por su creador, aprendió el lenguaje de los hombres, estudió e imitó los porvenires de una familia en el medio del bosque y pudo hablar. Pero cómo sonó esa voz. ¿Acaso cada una de sus cuerdas vocales habían pertenecido a la misma persona o, por el contrario, siguiendo la lógica del collage, su creador había generado una nueva composición, un sistema de sonidos disonantes y nuevo, una cruza de pianos muertos? ¿Quiénes hablan cuando el monstruo habla? Tal vez siempre que la criatura hace vibrar sus cuerdas se escucha el mundo. Una voz arcaica puesta en movimiento, un corazón acompasado.

¿Cómo darles vida entonces, después de aquel invento que acabó por salirse de control, a los fragmentos que conforman hierba sobre el mundo castigado? Sobre qué voz se plegaron las científicas para que el texto se pusiera en movimiento. Tal vez la chispa de la vida siempre tuvo que ver con el ritmo, con esa emisión inicial de la voz, ese primer trazo donde el pulso y la velocidad se concentran (Alicia Genovese, 2011). Con una voz que en este caso nunca acaba de oírse nítida y deja al lector desnudo, con la necesidad de nuevas herramientas, con cualquier pensamiento binario abandonado a la intemperie.

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Yo la escuché. En la televisión una voz acentuada nos habla de la guerra mientras por los ojos le crece un río colorado, así mira a cámara. Enardece. Hay unos versos de hierba… que le dan la razón: “estamos en guerra/ estábamos en guerra/ estaremos” en medio de un poema que se pregunta por la distancia entre la foto del desaparecido y el cuerpo que no está. El nombre de Santiago Maldonado insiste, tira leña al fuego de un enfrentamiento que no cesa. Los señores y las señoras de la guerra televisada le tienen miedo al rostro del enemigo, a su barba tupida, ni siquiera un nombre. Solamente la nada, una silueta vacía y luminosa como una señal dicroica que dice “acción”.

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Tomar distancia. Que el tiempo vuelva a entrar en juego para pensar un libro inclasificable que seguro se volverá objeto de estudio. Un libro que hace la diferencia a la hora de abordar uno de los periodos más sobreinterpretados. Después volver a esos poetas, lejos de su nombre propio. Que detrás de la fachada vuelva a florecer un poema y ya no una marca, un estatus. Que la imagen reviva y sea. Un pibe que vuelve a la General Paz con la cara mojada y no sabe que su corrida nos sirve para interpretar cómo percibimos nuestra propia época. El legado de una generación grabado en la retina.

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Textos de las antologías realizadas a partir de hierba sobre el mundo castigado

Lila Zemborain

[Toda acción…]

Toda acción es una reacción, dice Santo Tomás, y viceversa; si se respira es porque hay aire, si se tiene sed es porque hay agua, si hablo es porque alguien puede escucharme, si tengo miedo es porque la naturaleza humana tiene la capacidad del odio; pero entonces, ¿por qué esta generalización provoca la sospecha de perderse en el sentido de lo último, de lo mínimo, en la disolución sin alegría? Buscar esa fracción que haga romper este ciclo de evidencias, esa gama de exclamaciones internas que hacen que uno quiera inmediatamente levantarse.

si los órganos parecen flores, por qué no
pensar en las glándulas del amor como
gladiolos, caléndulas, orquídeas, caliolos,
campánulas, una flor desconocida que necesita
de la sangre humana para nutrirse; crece en la
oscuridad más absoluta y una vez que ha
alcanzado completo desarrollo se estabiliza
para siempre; a veces, cuando cae uno de sus
pétalos, el viento lleva su perfume y por un
complejo intercambio de fluidos que se realiza
en niveles que la glándula no puede
comprender, ya sea por azar o por milagro, en
la superficie cavernosa en la que crece,
aparece una pequeñísima glándula que llegado
el momento propicio se desprenderá del campo
de influencia; de esta manera, las glándulas
se perpetúan; aunque nadie nunca ha visto un
ramo de glándulas, su perfume ha llegado a
enloquecer a quienes intuyen su existencia;
como aquellos seres de formas oníricas que se
mueven pesadamente en las gélidas
profundidades del mar y de repente son
iluminados por un laboratorio submarino, así
las glándulas se sorprenderán ante la llegada
del aparato sub-humano que busque encontrarlas
glándula tras glándula tras glándula, formarán
con la especie ignota de las medusas, un nuevo
tipo de flora y de fauna que no se percibe a
través de los sentidos sino por la azarosa
coincidencia entre lo que le fue y lo que será

 

 Alejandro Carrizo

8.

no va bajar    no va bajar    no va bajar
el tren entra en un túnel y ahora es una víbora ciega
los pasos de esa mujer van hacia una plaza
en la mano lleva un libro   (no está mojada pero
adentro del libro hay un hombre que se arrima a
un muelle a esperar un barco. Las olas llevan
y traen un mono muerto   (el barco no está
allí sino en la cabeza del otro hombre que
escribió la historia de ese que no tiene
barco ni mujer ni plaza ni mano que lo lleve
a subir a un tren agarrar la lapicera y
de un solo tachón borrar a todos los viajeros
total
si van hacia el ocaso

 

[no me canto ni me celebro]

no me canto ni me celebro
todo lo contrario
me pincho las yemas
en el edificio
(revoque grueso
vieja costumbre
de leer mensajes en las botellas
arriar los antas de los desperdicios
(la basura es inevitable
aguas escritas hambres
arenas movedizas donde trabajar
para lo que aún no acontece

(bach
………nadie
………cerrará esto

 

Anahí Lazzaroni

[Anotaciones sobre la ciudad (dos)]

Anotaciones sobre la ciudad (dos)

Alguien tiene que sentarse a mirar lo que sucede
en esta ciudad presumida.

El poder ciego permite el avance de estatuas desgraciadas.

Los pájaros regresan del invierno como hatos de luz.

El décimo día de noviembre
gauchos amanecidos fuera de las pampas
hacen retumbar galopes por los suburbios.

En menos de lo que canta el gallo
la codicia que habita las fronteras
produce una traición.

Y ya se aguarda a los viajeros de todos los veranos
que llegan atravesando los cielos o el mar.

Como un río la vida sigue su propio curso.

Nieva en primavera.

 

La ciudad y el poema

Observás cómo enseña a hacer tempura
una cocinera japonesa en un documental,
sentís la ciudad colapsada.
Mirar una cosa y pensar en otra,
quizás en eso consista la escritura o el poema que comienza a escribirse
a espaldas del mundo al mejor estilo de un buen ladrón de gallinero.
Es de noche y no llueve, no llueve por una vez en esta ciudad.
Ya hubo alerta amarilla por vientos huracanados.
Eso pasó como pasa todo y nadie lo recuerda.

 

Gustavo Caso Rosendi

[Ese día…]

Ese día el soldado Aguilera traía el sol
Como un ciprés harapiento
bajo la rama verde de su brazo
el soldado Aguilera traía el sol
No venía con la mirada caída de otros días no
Se recortaba triunfante en la colina
apretando al sol-rehén bajo su axila
contagiado por la luz
Se acercaba como el amanecer
agigantándose a cada paso
Ya entre nosotros lo sujetó contra el suelo
clavó su bayoneta en el ojo dorado
y rápidamente nos llenamos manos
y bocas con esa carne de cíclope
que sabía a dulce de batata

 

[El jacarandá…]

El jacarandá que un día me diste
ya tiene más de seis metros de alto.
¿Te acordás que era una plantita
de no más de diez centímetros?
No recuerdo muy bien cuántos años
hace de ese día en que vos, sonriendo.
lo pusiste en mis manos. Pero me
acuerdo de que esa fue tu última sonrisa.
Un día voy a llevarte a casa
para que lo veas. Quizá en noviembre,
o diciembre, cuando se pone más lindo.
Vamos a mirar hacia arriba, los dos juntos.
Yo te voy a ayudar a mirar hacia arriba.
Y vas a verlo, acunándose como un niño
en el regazo de una pollera celeste.
Porque por algo fue que me diste
aquel jacarandá aquella vez. Algo que aún
no alcanzo a comprender del todo.
Solamente he aprendido que la belleza,
algún día, cae. Se va. Y que la flor fecundada
en esta especie, se torna dura; muy dura.
Como una boca semiabierta, reseca;
que no sabe muy bien qué decir.
Pero un día de estos, voy a traerte, mamá,
para que veas la inmensidad de lo que hiciste,
Casi sin querer.

Allá arriba, buscando el sol.
Está tu árbol, ahora.