Linternas/ Gibraltar, de Carina Sedevich

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Gibraltar
Carina Sedevich
Unquillo
Dínamo Poético Editorial
2015
47 páginas

 

 

 

Por Marcelo D. Díaz

Siempre consideré que afirmar que un libro de poesía es lírico es una contradicción. Porque el lirismo es un horizonte, o una propiedad, en la escritura, una forma desde la que se enuncia una voz y Gibraltar es un libro lírico precisamente por la singularidad con la que se construye una voz poética.

El interrogante acerca de cómo es posible hablar de aquello que escapa a los límites de la lengua es una inquietud presente desde el comienzo en este texto:

Unas láminas de sarro se desprenden
y golpean las paredes de mi jarra.

Pienso en brillantes filamentos de mica
ocultos en la arena de los ríos.

Pienso en las mangas mojadas
que los poetas chinos
prefieren nombrar para no hablar
de sus lágrimas
.

La imagen de los ríos bordea la frontera de la lengua en una emoción apenas contenida en una suerte de balbuceo a la hora de hablar acerca de la intensidad de una experiencia que no puede ser narrada o contenida lingüísticamente.

Mencionar la figura de los ríos, o mencionar a los poetas chinos, orienta la lectura, no sé si hacia una tradición pero sí probablemente hacia un lugar que articula un paisaje en pleno movimiento, como un camino de agua, donde los sentidos se dispersan y desdibujan cuando creemos que los hemos encontrado.

¿Y si las lágrimas no son de los poetas chinos? En cada objeto se representa el paisaje a nuestro alrededor y sentimos una conmoción difícil de traducir como si hubiésemos ingresado en un territorio extranjero. ¿Y si las láminas de sarro, la jarra, los filamentos minúsculos de mica y las mangas mojadas no son una excusa para hablar en realidad de otra cosa? Se propone una cartografía de lo desconocido para hablar, a fin de cuentas, sobre nosotros y sobre la manera en que mantenemos, o disolvemos, las relaciones con los seres que más queremos.

En esa dirección lo lejano se nos acerca, y lo cercano es un puente para posicionarnos en otras coordenadas. De hecho, decir Gibraltar sería una forma de ubicar la imaginación en un horizonte más lejano, en una geografía distante: “Mi hijo llama por la madrugada desde Gibraltar/ donde hay mucha bruma sobre el mar, me dice”. Versos enunciados casi en un tono autobiográfico, en un contrapunto con el campo, la llanura y esa otra frontera que delimita el desierto local.

Hay un temor de que el viaje se transforme en pérdida: “Hijo, desde que partiste/ me atrevo pocas veces a quedarme en silencio”. ¿Quién nos garantiza el retorno de un recorrido de miles de kilómetros de nuestro hogar? o ¿quién garantiza que regresemos del mismo modo en que partimos? o ¿quién garantiza que nuestras pertenencias personales cuando retornemos estén conservadas tal cual las dejamos antes de partir?.

En China, por ejemplo, hay un evento que se llama Festival de los faroles, la luz es un círculo que redondea el libro, como la lluvia, se podría trazar una analogía entre la imagen de cientos de lámparas hechas a mano, con mensajes y dibujos, encendidas y arrojadas al cielo todas en simultáneo sin importar si está despejado, o viene tormenta, y los poemas de Gibraltar. Pero prefiero otra analogía, como la fiesta de las linternas, de determinadas regiones de Europa del norte, donde los niños fabrican sus propias lámparas, ingeniosos dispositivos lumínicos, y salen casa por casa buscando una golosina, atraviesan calles, bosques, colinas y luego regresan a sus hogares, como de una aventura cotidiana, donde los esperan sus padres para formar todos juntos, los que estén en definitiva, un mismo cuadro familiar.

 

Poemas de Gibraltar

De Agua Dulce

Voy a nadar y cae la tarde.
Pienso en las lámparas
que penden sobre el agua
y que en la calle, los faros,
platearán los árboles
después.
Todo está lejos
y lo que escriba no será muy bueno.
Pero persisten estas luces
entrañables.
¿Por qué?

*

Me sumerjo en el agua y rezo: “agua”.
Permite, Señor, que sean mis vísceras
aquellas que aprendan a rezar.

 

Cuando salgo de nadar miro hacia el cielo,
que siempre espera afuera, como un perro.

Como un perro de piedras de cantera.

¿Merezco el plomo y el diamante intenso
de este cielo que me espera como un perro?

 

 

De Sal de mar

Cuando supe que mi hijo partiría
me quedé largo rato mirando los árboles.
Vi pasar todas las estaciones.

*

El jardinero de la plaza
descansaba sobre el mango del rastrillo
pensando, a lo mejor, en el almuerzo.
Y fumaba bajo el cielo encapotado
mirando vagamente a los vecinos.

Jardinero, no se distraiga ahora,
que sus hijos lo dejarán un día
y hasta el árbol más fresco será amargo.

La primera mañana del otoño:
¿qué buscan los pájaros
sobre el pasto frío?

*

El vestido de los viejos
va con ellos
como una hoja
que se ha caído al río.

*

La madre mece al bebé
pero musita
un conjuro ancestral
para sí misma.

*

Me dicen que piense en otras cosas.
Como si las cosas de los otros
fueran menos tristes que las mías.

 

 

De Piedra blanca

El olvido es un fruto que requiere trabajo.

Casi siempre tardío, pero rara vez dulce.
No es uva ni es la parra donde pende el racimo.

No es como la sombra que daría la parra
ni como sus raíces contraídas y bruscas.

Se parece a la piedra del cantero y la fuente
que apisona la parra, que la ordena y la ciñe.

*

Hay que hacer saltar el olvido de un golpe
como a una piedra caliza en la cantera.

Que se entibie en la mano que quiera tallarla.
Sea opaca a los ojos. Sea venérea y ajena.

*

Una piedra tan blanca es casi como un niño.
Casi un sacramento para mí.

Inclino mis huesos como panes ácimos
sobre cunas que guardan el amor ajeno.

Qué fue de la ternura que pude sentir.
La siento en la garganta bajar como una hostia.

 


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