María Florencia Rua

La coma*

Santiago de Chile, Elefante, 2019
Fragmento. Selección de Valeria Cervero


Yo todo lo que aprendí lo estoy aprendiendo ahora, en La coma.

Papi y su distraimiento no sé qué pensaba ese día, venía pensando en basuras de pensamientos, discutiendo con mamá basuras en la ruta, mamá le dijo estoy harta de sentirme sola y se produjo un silencio que cuando entramos a Carhue al señor, ese pelado, mi papá, se le ocurrió dar un volantazo que puso al auto de mi infancia al revés, que lo volcó como se vuelcan las vacas cuando se las llevan, las agarran, les hacen daño, lo descubrí en este viaje y es un descubrimiento que serviría que se sepa, vacas amigas, cercanas, el paseo en el auto de papá se murió y yo fui una vaca por sentimiento. Unos segundos al menos, sobre el cartelito de Bienvenidos, después volví a ser yo, Azul, humana por naturaleza.

A mí las imágenes se me aparecieron todas desparramadas pero fue de una película donde soy la protagonista. Es decir que si una película hablase de mi vida, La vida de Azul se llamase, de mi viaje por La pampa, se me vería en la pantalla tirada ahí sin poder sacarme del auto y a mamá desesperada llorando y a papá desesperado también llorando y haciendo fuerzas los dos y la culpa que tiene papá y la ambulancia que tardó en llegar, que entre la sangre y la falta de aire y la fuerza del auto a mí se me hizo todo blanco y una entrada de angelitos y de preciosuras me trajo a este lugar que me gusta pensar que yo elegí. O inventé, que es casi lo mismo. La coma, le dicen afuera, o En coma. Cuando salga de aquí daré muchas patadas a quienes corresponda.

(…)
A ver: no es que esté enferma nada más que mi cuerpo está quieto como una cosa. No te quiere responder y punto. Si vos le hablás a una heladera no te esperes que te conteste. Soy lo más parecida a una heladera. O a una decoración de comuniones. Por lo quieto no porque nadie me lleve. Aunque mamá me lleva pero en su alma, soy su souvenir y me reza. Como una estampita voy con mamá a su paso. […]

(…)
Dormir en La coma no es como dormir en La realidad. Distinto a suspenderte y olvidar. Es sostener. Sostengo La coma en mí como una guerrera sostiene su espada: atenta al peligro que se viene por una convicción ciega en mi cuerpo.

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La enfermedad no es mi problema, son estos que la vienen a retar y ganan plata. Hicieron su supermercado en el barrio de mi mente, monedita tras monedita.

(…)
Comerme el sanguche de la mesita de luz y consolar a mamá: dos cosas que no podré hacer en La coma. Lo que no puedo hacer define quién soy. A primera vista una niña atada a una máquina, incapaz, pero esa máquina es mi amiga por un tiempo y como las amigas vamos juntas corriendo sin parar por un paisaje que nos parece increíble y le decimos al paisaje: no nos importa quién es quién, nos perderemos como se pierden las batallas, con fuerza y valentía.

(…)
Estoy triste. Triste como cuando llueve en la casa del barrio de las papas fritas y papá prepara la cena y me dice hoy es noche de películas, y mamá salta en el colchón como una nena pero a mí igualmente me invade la tristeza. De tanta perfección es que me invade. No perfección, no sé cómo se dice, ¿comodidad? Vinieron a visitarme mis amigas: Las amantes del apocalipsis, así nos pusimos de nombre para un trabajo de Lengua. ¡Las amantes del apocalipsis! Jéssica, Ágatha y Myriam, las tres quietas mirándome como si fuese una estatua. Las trajo a las tres la mamá de Jéssica, hizo contacto con la mía, primero de miradas y después piel con piel, mamá apenas la tocó se largó a llorar de nuevo. Está así mi madre: tienen su angustia en la superficie. Todo lo que toca, llora, hasta las cosas, como si las cosas le hablaran en el tacto y le dijeran algo que no está dispuesta a escuchar. La lastima lo vivo que hay alrededor. Ya va a salir, dijo la mamá de Jéssica por mí, te prometo que ya va a salir. Y a mí me entró una bronca, qué sabe esta señora de mis tiempos, qué promete. Mamá se fue a la puerta con ella, a hablar en voz bajita. Secretitos. Mis amigas, las amantes de mi apocalipsis, se sentaron en el sillón. Yo me impacté de pensar: fui una niña de un colegio de monjas, tuve un uniforme, hice tareas y en mis tiempos libres miré programas y dibujitos animados, perros voladores, personas estalladas de felicidad y bronca, tomé la chocolatada, a la noche corría para que la oscuridad no me atrape, tuve una conexión con el dolor y pensé en amores. También chateé y busqué consejos a Google, gifs de dulzuras insostenibles.
Ágatha se mete la mano en la boca, chorreando baba, como una bebé. Myriam que es la más superficial dice que bajé de peso. Lo dice como si fuese algo bueno, un beneficio de estar acá en La coma. Jéssica pregunta si las estaré escuchando, agarra el control remoto, me apunta y toda el botoncito que dice Play. Lo hace en chiste y aunque es un poco de mal gusto me dan muchas ganas de reírme. Pero no puedo. La risa  se queda detenida en mi cabeza y se expande como en unas ondas sonoras falsas, que no atraviesan ni mi cuerpo, parezco una egoísta. Chicas de mi vida, las quiero muchísimo y gracias por venir a verme, ¿pero nadie va a hablar de lo maravilloso que es ver el ritmo de mi corazón en una pantalla?


* Nota de la autora.

Empecé a escribir esta novela cuando Eugenia Pérez Tomas me invitó a su taller y no sabía qué material trabajar. Me acordé de que tenía una obra encajonada con unos monólogos de una familia en la ruta. La leí y me encariñé con una de las voces. Seguí escribiéndola de a partes, separándola con puntos suspensivos, de forma accidentada. Metía poemas y otras cosas, canciones, no sabía qué hacer, pero algo de ahí me daba alegría y libertad para escribir. El taller no plantaba bandera sobre ningún género y si bien Eugenia echaba sus luces sobre el material, no coartaba posibilidades. Se fue armando la trama con el correr de los lunes y sobre esa trama desaté un corazón de cosas que venía pensando y sintiendo. Me volví una amiga fantasma de la narrativa y me obsesioné con los dispositivos que de pronto me ofrecía para trabajar otros géneros. Envié unas páginas que tenía a la convocatoria de una editorial chilena, elefante, y el entusiasmo de la respuesta potenció la fluidez y la escritura. Fue un proceso lleno de alianzas, en el medio migré a Santiago y terminé de escribir La coma en un nuevo cielo. Todo eso aparece un poco en la novela, donde me escondí y me eché a descansar.



María Florencia Rua (Buenos Aires, 1992)

 Escribió y dirigió La noche quieta. Luces mal usadas fue publicado en Celofán, antología de poetas jóvenes (Buenos Aires, La Carretilla Roja, 2018), luego reeditado junto a La conducta del fantasma por la editorial Liliputienses (España). La coma es su primera novela.

Reseña. En Biblioteca Viva, por Celso Iturra Avendaño
Entrevista. En Uchile Cultura