Mariano Dupont

Más que versos, difusiones*

(Inéditos)

En tránsito

Así, en el auto, en los semáforos,
cuando avanzar no puedo, no me dejan,
gano tiempo, entonces, lo uso, al tiempo,
robo. Minutos, horas. Aprovecho.
No me duermo. Y, como quien sacude,
contento, la manguera ante la blanca taza
(de un Ferrum, un Roca, o un clásico
Pescadas), al alba, inestable, digo,
tambaleándose, hacia atrás,
hacia delante, izquierda, derecha,
en círculos, etc., por los litros
del fermento color ámbar, que horas antes
se ha bebido.

Así, en el auto, entonces, como quien
anhela escurrir, en ese acto,
distraído, las últimas gotas de la orina
que el cuerpo, sabio, ha acumulado
en la vejiga: así me saco, entonces. ¿Qué?
Un verso. Y después otro y otro y otro.
Así me los voy sacando
a los versos.

El poema solo se va armando, sin mí,
con cada sacudida.

Sacudimientos.

Así, también (estoy lleno de metáforas),
como el arquero que, después de años,
muchísimos, ha aprendido a desplazarse,
a no estar, y ya no es él, sino Dios,
el que dispara sus flechas: igual, así, yo,
voy largando los versos.

Bueno.

La cosa es que, acá en el auto,
andando. No, andando no.
En el semáforo, o cuando algo
me lo impide (circular): escribo.
Espero y espero, y en la espera,
desenrollo, desato: ¡me entretengo!
Un verso y otro y otro, sí:
como quien sacude la manguera,
entonces, ante la blanca taza,
de un Ferrum, un Roca, o un viejísimo
Pescadas, bueno, así.

Más que versos, difusiones,
un poema con mucho que desear,
ritmo, sobretodo, un poema sin ritmo,
roto. Escribo, así, a distancia del poema,
escribo. Pruebo la lira, canto, desafino,
voy y vengo voy y vengo
por mis bajas cualidades.

No me importa.

Me saco el poema, o lo que sea,
entonces: frío, escribo, hace un frío
terrible, de cagarse, invierno, mucho,
mucho frío, y por ejemplo:
oscuro, muy oscuro, día subiendo
y no, que se resiste a subir, 8 am,
nubes, feas nubes que embadurnan el cielo,
lo amortajan, aguanieve, escribamos,
el limpiaparabrisas abanica, barre,
va y viene viene y va en este día,
¡qué día!: pero acá no, no, no tengo frío,
voy calentito.

Bueno, decía, entonces: acá, en el auto,
como quien sacude, contento, etc.,
abandono el prolegómeno,
lo abandono de un vez, y arranco, ¡al fin!,
este poema seudobeckettiano:

para que no sea/
sí o sí /
una palabra y más /
sin más /
gratis: las regalo/
ebrio /
o drogado /

………………………………

versos amputados /
faltos /
de ritmo y de todo /
llenos de todo /
lo que no sea poesía /
y no decir y no decir y así se dice /
escribir cansa /
y así /
algo muy poco queda /
casi nada nada /
una línea y otra /
sic transit! /
esto es todo por ahora: nada.

 

Petunia

En la cocina fría preparo mi alimento.

Corto verduras, chac, chac, dispongo en platos.

Es domingo, otro domingo, y pesa, empozándose,
el mal humor, el fastidio,
la tristeza larga y resignada
de los últimos meses.

Amontono palabras, imágenes, rechazos. Enumero
las mujeres que me dieron
(inocentes, como un obsequio)
su desdén –o su silencio,
las que optaron por ponerme,
sin demasiada claridad,
un cero en sus vidas.
Repaso, así, en la humedad,
las ilusiones cercenadas,
los amores no iniciados,
las patéticas y cómicas manchas
que fueron adosadas
…………–puntillosa, invisible, femeninamente,
al tigre viejo.

La perra, intensa, corre y juega,
arrastra de acá para allá, con alharaca,
su juventud, su fetiche favorito. Cada tanto
suelta y se acerca
a la mesada,
pega un salto y avanza,
con su hocico puntiagudo,
para ver si puede hurtar, lobuna,
alguna cosa, lo que sea: no discierne –o sí.

A intervalos regulares, al grito de “¡basta, carajo!”
una mano, mi mano,
la castiga, la baja, le impone una frontera,
un límite que ella, lejana y terca,
se obstina en traspasar: una y otra vez
emprende el asalto.

En un momento, la ladrona algo captura,
e intenta, acto seguido, acometer una fuga.
No alcanza, sin embargo,
a ir muy lejos sin llevarse, también,
…………–junto con su botín, merecidamente,
un pequeño escarmiento:
enojado me doy vuelta y logro propinarle,
con algo de violencia,
un certero puntapié que la sacude
desde atrás, justo en el culo: plaf.
Se eleva y cae, tambaleándose
…………–pero sin queja,
y huye, enseguida, veloz, y se protege
debajo del sillón escandinavo.
Desde esa improvisada trinchera me lanza,
como un dardo,
su mirada sumisa, inocente, temerosa.
Sus ojos brillan,
trasuntan una culpa
casi humana, semejante a la mía,
a la que me nace en el acto
por la desmedida reprimenda.

La culpa, claro, libera el desconsuelo,
desata las lágrimas. Llorando, me acerco,
me agacho y digo, con la voz hendida, lastimosa:
“Petunia, Petunia. Perdón, chiquita, perdón”.
Al verme así, rendido y desarmado,
la perra viene. Bambolea la cola, olvida,
se instala, una vez más, en el presente.
La abrazo con vergüenza, la acaricio.
Abro, luego, el freezer y saco, disimuladamente,
inventando la felicidad,
un hueso congelado,
gentileza de Mario, mi amigo el carnicero.
Lo arrojo al aire. Salta, ella, y lo captura
como si fuera una libélula,
y desaparece con su presa hacia el fondo del jardín.

 

Nicolás

Al frente, la casa, y al fondo, después
del jardín, la habitación de Nicolás.

Llueve, chispea, cae,
lenta e inestable, como una indecisión,
un agua finita, disgregada, que,
mojando el mundo,
viste al mismo tiempo la tarde
………………………………–y la muerte.

Ahí vamos, los tres, en fila,
por el camino de piedra

…………–“laja Zapala”, pienso: y dibujo, enseguida,
…………………..la escena,
…………………..escucho, incluso, las palabras de Perico,
…………………..el día en que, dos años antes,
…………………..me regaló, piadosamente,
…………………………….el nombre de esas piedras.

Vamos, decía, los tres,
por el camino que serpea, enmohecido,
a tramos roto,
comido en partes
por las matas de paspalum (o cynodon).

Soy yo el que entro primero. Es cruzar
la puerta y ver, ahí arriba, en el techo,
colgando, a caballo, de una de las vigas,
el pulóver grueso, beige,
la astucia de la que, infiero enseguida,
se ha servido Nicolás para
anular el imprevisto: el posible corte
de la soga,
causado por el peso.

Ya han pasado dos días (¿o tres?)
desde que recibimos la noticia,
el cuerpo, claro, ya no está, ha sido retirado.
Sin embargo, en el aire, en las paredes,
en las telas, en los papeles,
la estupidez irreal de la tragedia,
como un perfume, o un quiste,
todavía permanece.
La macabra intimidad, los vívidos detalles,
un mapa de Colombia,
los dibujos coloridos del niño, de Tai, en la pared
………..(un sol, un dinosaurio, una familia),
un montón de ropa sucia,
un altarcito con un Buda y un cuenco
con ceniza para ofrendar los inciensos.
En un estante, libros, publicaciones
esotéricas, literatura new age,
y, debajo, en el piso, al lado de la cama,
un cenicero vacío que aplasta,
en una metáfora,
el magro capital que Nicolás,
con la venta perezosa de sus panes,
ha acumulado en los últimos días:
15 pesos.

Hacemos, entonces, lo que hemos ido a hacer:
limpiar, separar, guardar en cajas.
En menos de dos horas, concentrados,
hablando casi nada, cruzando
solamente, alguna pregunta,
dos o tres palabras anodinas,
concluimos la tarea.
Ya en la vereda, nos abrazamos,
nos despedimos. La lluvia, al parecer,
de momento ha concluido:
aquí y allá, en el cielo, trozos de azul,
nubes desgarradas. Antes
de subir al auto constato que,
en los viejos paraísos de la calle,
algunos pájaros han empezado a gorjear.

 

Los empeños

Y ahora en Florida, 7.30 am, me levanto y escucho:

chirridos.

Las chicharras que con su—

wic…. wic….. wic…… wic…
wic… wic…. wic…..

wic……. wic…….wic……
wic….. wic……….. wic…. wic….
wic…. wic… wic…… wic…..

¡¡wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiieeeeieeieieieiei
siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiieeeeieeieieieiei!!

cantando al sol, rompiendo las orejas
son como ocho los bichos:

wic….. wic…. wic…..

muy hinchapelotas

wic….. wic…. wic…..

que vienen de la guerra

wic….. wic…. wic…..

como sobrevivientes igual
después de un año de frío
de cagarse:

wic……. wic…….wic……wic…..
wic…. wic… wic…… wic…..

¡¡wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiieeeeieeieieieiei
Wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiieeeeieeieieieiei!!

(—)

Odiando a las chicharras desde chico,

me gustaba, sin embargo, encontrarlas,

secas, la piel, como en las víboras,
culebras, yararás,
pura cáscara, mudas, brillantes,

pegadas a una rama, o a una hoja,
y armar, armar, volver armando,
colecciones,
mi insectario:

de arañas jardineras,
cucarachas, bichos torito,
bolita, grillos topo,
abejorros, polillas,
mariposas,

todos clavados, en hilera,
al sucio telgopor.

Y la lupa, también, a no olvidarse,

ya que nunca faltarle debería,
nunca,
una lupa a un niño,
para que pueda quemar,
asistido por los rayos
del sol que en la lente se refractan:
incendiar hormigas y ver
cómo se retuercen, las hormigas,
en pleno sufrimiento: qué crueldad,
carajo,
porque a pesar de ser insecto
también sufre, eh, la hormiga,
y olor,
olor a linfa chamuscada:
horrores, sí,
a baja escala,
que después, de adulto,
perfeccioné, sobre todo conmigo,
a saber: una lista interminable.

(—)

Pero sigo: espirales que doy, que doy

para llegar al blanco
de la cosa, al meollo.

Ese niño y su lupa, veo,
con que abrasa,
fruitivo, a los bichitos
es la viva imagen,
de las futuras transacciones
que el adulto (yo)
realizará, realizará,
con la llamada realidad,

porque la realidad,
eso llamado realidad,
será construida por
una serie
de encadenamientos, digamos
surgidos de la lupa,
de la lupa y de la hormiga,

Siento y puedo ver,
todavía, el placer de la tortura:
horrísono, sí.
Veo a la hormiga agrandada por la lupa
y el haz que se adelgaza, se precisa,
y de círculo grande y borroneado
pasar a uno chiquito,
pura concentración óptica
de rayos asesinos:
y que alcanzan al insecto, móvil,
y que la hormiga se desplaza, lenta o no,
dependiendo de sus genes.
Y al alcanzarla, en el acto, el bicho,
tocado por esa lanza de fuego,
se empieza a retorcer, epiléptico,
al tiempo que partes enteras de su cuerpo,
miembros o extensiones
(patas, antenas, aguijones, mandíbulas)
se cuecen al fuego,
transformando su color, su textura,
vale decir: sus moléculas.

Ya no hay vida.

Queda algo, ahí, en la piedra, irreconocible:
carbonizados restos
de algo que nos ha dejado
para siempre.
Y el humo, una columnita de humo
que a medida que asciende
va perdiendo su blancura
un poco sucia,
pero no sus propiedades olfativas:
una variante, de las tantas,
del “olor a quemado”.

Eso es lo que llega.

Y una vez que eso no está,
nada queda:
el viento desparrama los restos
y la hormiga no es, ya,
otra cosa que recuerdo.
Todo en menos de quince segundos.
El deseo sin embargo no ha sido saciado.
Hay que seguir haciendo el mal:
continuar exterminando.
Decir que hormigas hay miles, millones,
por todos lados,
y diez o veinte que matemos
no medrará,
en gran medida,
la población de su hormiguero.

(—)

Ahora estoy en otro lado, y veo, mientras paso:

una monja no muy vieja,
agachada, levantándose la ropa
con la que suele practicar.

–Disculpame, me estoy meando –dice.

Y hace, nomás, ahí, a la vista,
su pis con un chorrito,
ligero,
que llena una celeste
palangana:

–Alivio, ay –dice–. ¡No aguantaba más!

 

A la noche, apurado, linterna en frente,

un cíclope de la noche, yo,
medio en pelotas,
salí también, yo, salgo a evacuar mi cuerpo,
de caca esta vez, yo.

Camino en la noche, voy oscuro.
Llego.

Y me costó salir, me cuesta ahora,
de la sorpresa,
cuando levanté la tapa
de esa letrina inmunda, “sustentable”,
un baño seco, de un olor que te volteaba,

y vi, ¿qué?:

gusanos, muchos gusanos, miles,
cientos de miles de gusanos
retorciéndose en la noche,
que hasta ruido hacían:
la carroña de Baudelaire
pero diez veces peor,
porque no comían carne, no,
sino caca, caca humana.

 

* Nota del autor.
«Los empeños» es un poema extenso, ambicioso, hiperabarcativo y sobre todo deshilachado dividido en 5 cantos largos de aproximadamente 30 páginas cada uno. Un poema que no sé si algún día voy a terminar. El modelo es el «Paterson» de W.C.W. Este fragmento pertenece a la segunda parte. El yo es un hombre en zazen. El poema (el motivo): sus devaneos, el universo.
«Petunia», «Nicolás» y «En tránsito» son poemas sueltos que forman parte de una serie de sesgo seudoobjetivista. Nunca escribí series. Esta es la primera. El hilván: pequeños recortes (narrativos) de la vida de todos los días. Escritos, es decir, ninguna fidelidad a la vida de todos los días.

 


Mariano Dupont (Buenos Aires, 1965)

Poeta, narrador y traductor, coordina talleres literarios. Fue editor de la revista Inrockuptibles. Entre los autores que ha traducido se encuentran Louis-Ferdinand Céline, Honoré de Balzac, William S. Burroughs, Arthur Cravan, entre otros.

Poesía
Bobby Fischer VS. Bobby Fischer, Ediciones Cada Tanto, 2018
Marcola
, Buenos Aires, Ediciones Cada Tanto, 2011
Nanook, Buenos Aires, Ediciones Cada Tanto, 2010
Pampa trunca, Buenos Aires, Ediciones Cada Tanto, 2004
Quique, Buenos Aires, Ediciones Cada Tanto, 2003

Narrativa
Arno Schmidt, Buenos Aires, Seix Barral, 2014
Ruidos, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2008
Aún (Premio Emecé, Buenos Aires, Emecé. 2003

Links
Mariano Dupont. Página del autor
Poemas. En Música Rara: Marcola / Bobby Fischer VS Bobby Fischer
Entrevistas. «Narrar a contracorriente», por Augusto Munaro, en Indiehoy / “Me interesan los escritores que no terminan de encajar”, Silvina Friera, en P/12