Kim Addonizio: Antología salvaje / Versiones: Marina Kohon

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Debes tener una mente disconforme, sé extraño, siéntete revuelto: por lo que está pasando en el planeta y con él, por la crueldad y por la estupidez de la que la humanidad es capaz; por la insoportable belleza de cierta música y los misterios y fracasos del amor, y la breve, confusa y excitante hora de nuestra propia vida.
Kim Addonizio

Traducir a Kim Addonizio es entrar en una épica de lo cotidiano: poemas muy directos, pero muy elaborados, con un decir preciso, y a pesar de la claridad, encontrar capas de sentido; es  tocar las heridas, dejar de lado el pudor para hablar de sexo, alcoholismo y depresión de una forma despiadada y amorosa a la vez. Algunos críticos han expresado que su poesía se ha inspirado en poetas como Camille Paglia y Edna St. Vincent Millay. Y aunque otros la llaman la Bukowski con vestido, ella identifica sus influencias en Sylvia Plath, Sharon Olds y John Keats. Nacida en Maryland, Estados Unidos en 1954, es autora de seis colecciones de poesía, dos libros de cuentos, dos novelas y dos libros de ensayo, fue finalista del National Book Award y recibió la beca Guggenheim y de la Fundación de las Artes.
Se la ha acusado de ser una poeta “confesional”, a lo que ella responde: “Es una maldición que te llamen así. Además de que no todo lo que escribo es completamente cierto, todo trabajo de un artista es autobiográfico. Todo trabajo de un escritor es un mapa de su psiquis. Puedes ver cuáles son sus preocupaciones, sus obsesiones, y qué les interesa”. Ciertamente,  leer y traducir a Addonizio me sumergió en un diálogo con mis propias experiencias y emociones, fue descubrir un territorio extenso en el que había más lugar del que creía.

Marina Kohon

Antología salvaje, de Kim Addonizio, Córdoba, detodoslosmares, 2022

Física

En la oscuridad de una cabina, tenés que encontrar
la ranura a ciegas e insertar la moneda. La sombra
negra sube. Ahora hay una mujer desnuda

bailando frente a vos y vos estás mirando 
sus rodillas, luego levantás los ojos
hacia la zona de pelos duros que ella amablemente separa

con dos dedos mientras que la otra mano
toca su cuerpo desde el pecho a la cadera
y sos vos el que lo hace, por un segundo

estás tocándola en esa forma y cuando
levantás el rostro hacia ella, no está 
mirando el espacio como esperabas sino

devolviéndote la mirada, a vos, con una expresión
que dice te amo, soy tuya compl-
pero luego la pantalla desciende. Insertás 

otra moneda, pero la cosa debe cerrarse totalmente,
antes de poder abrirse otra vez como una pupila ajustándose
a la ausencia de luz y para cuando lo hace

la perdiste. Ella se movió hacia la ventana
siguiente y está sosteniendo la cara borrosa de alguien,
y otra mujer se aproxima

bajo las luces del escenario y en los espejos
se la ve tan feliz de verte atrapado ahí
como un pobre pez en una bolsa plástica

que finalmente será liberado en un pequeño bowl
con un castillo de cerámica  y unas pocas piedras de colores,
y vos abrís la boca justo como un pez esperando

los copos de comida,  no entendiendo nada
sobre qué los hace llover sobre 
vos. Podés sentir tu hambre que se agudiza

cuando ella se lanza una y otra vez 
en el aire entre los dos. Y ahora, increíblemente
viene a tu mente

no la imagen de cogerla
sino una explicación que escuchaste antes
de las vastas distancias que existen

entre dos electrones cualquiera. Suponé,
el científico dijo, que el átomo tiene la medida
de una naranja, luego imaginá esa naranja tan grande

como la Tierra . Los electrones dentro de ella
serían sólo del tamaño de las cerezas. Cerezas,
pensás, y al insertar tu moneda ves una

sentada en un témpano de hielo en la Antártida, un puntito
de sangre, y otra en una villa en el norte de África
rodando en la lengua de un chico polvoriento

mientras la bailarina agita los pechos frente a vos,
mostrando pezones que sabés que nunca
morderás en tu vida, todo lo que podés hacer

es aferrarte a las últimas monedas inútiles
y repetirte que son sólidas,
que son definitivamente sólidas, que podés definitivamente sentirlas.


¿Qué quieren las mujeres?

Quiero un vestido rojo.
Quiero que sea ligero y barato,
lo quiero demasiado ajustado, quiero usarlo
hasta que alguien me lo rasgue. 
Lo quiero sin mangas y sin espalda,
a este vestido, así nadie tendrá que adivinar
qué hay debajo. Quiero caminar por
la calle, pasar por Thrifty’s y por la cerrajería
con todas esas llaves brillando en la vidriera
pasar por lo del señor y señora Wong que venden
donas del día anterior en su cafetería, por lo de los hermanos Guerra
que descuelgan cerdos de su camión hasta la plataforma
levantando los hocicos resbaladizos sobre sus hombros.
Quiero caminar como si fuera la única 
mujer en la tierra y poder elegir.
Realmente quiero ese vestido.
Lo quiero para confirmar tus peores miedos hacia mí,
para demostrarte lo poco que me importás vos
y cualquier cosa, a excepción de lo 
que deseo. Cuando lo encuentre, sacaré ese vestido
de su percha, como si estuviera eligiendo un cuerpo
para que me lleve por este mundo, a través
de los gritos del parto y los gritos del amor también,
y lo usaré como huesos, como piel,
será el maldito 
vestido con el que me entierren.


La promesa

Cuando mi hija confesó que quería terminar con su vida a los diez-
salió al alféizar de la ventana, se paró ahí, en el borde

de una decisión- prometimos no suicidarnos
nunca abandonar la una a la otra. Y nunca le dije sobre la noche

dos años después, cuando llegué a un punto de mí misma
en el que parecía, por primera vez posible-

la forma en que una puerta de pronto aparece en un cuento de hadas, donde la pared era sólida. Sabía que podía hacerlo. Había bebido

y tenía el corazón roto, tenía suficientes pastillas.
Me senté en mi cama, los brazos alrededor de las rodillas

Y me mecí como cuando era chica.
Entonces creía en Dios; le hablaba

en medio de la noche, a veces sabiendo 
que Él estaba ahí, en el cielo, justo sobre el cielorraso de la habitación de mis padres.

Pero ahora no había nadie. Sólo
una pareja de gatos entrelazados en algún patio o callejón, aullando.

Hasta que alguien subía la persiana gritaba y golpeaba la ventana al cerrarla.
Qué lío que era yo. Cuán ferozmente la amaba.


Cata de vinos

Creo que detecto el cuero cuarteado.
Estoy segura que huelo las cerezas
del Shirley Temple que mi padre me compró

en 1959, en un bar en Orlando, Florida,
y el cloro del gorro de baño de mi madre.
Y los besos del invierno pasado, como sal en hielo negro,

como la luna alejándose de la tierra.
Cuando Li-Po bebía vino, la luna se zambullía
en el río, y él se tambaleaba.

Probablemente él saboreaba la risa.
Cuando mi amiga Susana bebe
llora porque es irlandesa

y no tiene hijos. Me gustaría saborear
una vez más, la lluvia que llegó
una tarde y cayó un poco

donde estaba parada, entonces incliné mi rostro
sintiéndome viva en ambos mundos a la vez,
sabiendo que se terminaría y que no importaba.


El asunto

Algunos hombres rompen tu corazón en dos…
Dorothy Parker, Experiencia.

Algunos hombres te llevan a la cama con las botas puestas.
Algunos hombres dicen tu nombre como un tic- verbal.
Algunos hombres te estampan una sobrecarga emocional por cada encuentro erótico.
Algunos hombres son enfermos mentales leves y están pensando en ir a un gimnasio.
Algunos hombres han dado vuelta la página y no pueden ser seducidos, ni siquiera en los bares de ensueño donde los encontraste.
Algunos hombres que eran jóvenes tienen ahora la edad que tenías entonces.
Algunos hombres no se contentan con un mero daño, tienen que quemarte por completo.
Algunos hombres a los que redujiste a cenizas están finalmente sacudiéndose el polvillo.
Algunos hombres están hechos de fibra de vidrio.
Algunos hombres tienen agujeros profundos perforados por una guerra,  no podés llenarlos.
Algunos hombres son delicados y están rotos.
Algunos hombres te robarán tu brazalete si les permitís  pasar la noche.
Algunos hombres querrán cojerse tus poemas, y en vez de eso,  te encontrarán a vos.
Algunos hombres dirán: “quisiera ver cómo lucís cuando llegás” y luego llamarán a un taxi.
Algunos hombres son una lista de ingredientes sin receta.
Algunos hombres nunca te ven.
Algunos hombres te vendarán los ojos durante el sexo, y luego secretamente se pondrán stilettos.
Algunos hombres se probarán tus medias de red negras en un hotel en Roma, o te atarán con  film plástico a la pata de una cama en Nueva Orleans.
Algunos de estos hombres valdrán la pena.
Algunos  hombres  escribirán reseñas confusas y condescendientes de tu trabajo, recordándote estas líneas de Frank O’Hara:
No puedo pensar en vos/sino como lo que eres: el  asesino/ de mi huerto.
Algunos  hombres, enfrentémoslo, son realmente muy pequeños.
Algunos hombres son muy grandes, pero eso no es usualmente un factor no negociable.
Algunos hombres no tienen uno en absoluto.
Algunos hombres te abofetearán de una forma que te gustará.
Algunos hombres querrán meterse dentro tuyo hasta morirse.
Algunos hombres nunca se hacen cargo del asunto.
Algunos hombres te darán sus corazones como folletos,
y los corazones de algunos hombres parecen dar vueltas por siempre: 
los ves en las noches despejadas, 
puntos brillantes entre las estrellas, y esperás  a que se salgan de órbita para que caigan en la tierra.


Artillería

Usé una flecha para matar a la araña.
Usé una aplanadora para aplastar al gusano.

Para las hormigas organicé un ataque aéreo.
Abeja que encontró su camino atravesando el tejido:

soplete.
Con los mamíferos fue más fácil-

un balde con agua para sumergir al gato,
una palabra envenenada arrojada al perro.

Para el amor sólo un fósforo. Eso y una 
cocina perdiendo gas

y esperar hasta que la cena
estuviera completamente quemada.


Nota de la traductora: Consultada la poeta sobre la frase “good and burned” explicó que significa “very burned” o “completely burned”.


Poema colapsado

La mujer está parada en la entrada, sollozando.

El hombre está justo dentro de la casa,

apoyado contra el marco de la puerta. Es tarde, una

neblina húmeda ha dejado una fina capa sobre las ventanas

de los autos en la calle. La mujer está borracha.

Le ruega al hombre, pero él no la deja entrar.

Digamos que importa lo que ha pasado entre ellos;

digamos que no podés juzgar de quién es la culpa,

dada la falta de contexto, debido a tus propios fracasos

con las personas que más deseabas amar.

O quizá ya no te preocupen.

Quizá necesités una forma

de ponerte en escena, un detalle menor

que los hará parecer tan reales que tratarás de entrar 

en esta página para evitar que se hagan

uno al otro lo que le has hecho a alguien,

en algún lugar: pensás en eso por un momento,

mientras ella sigue llorando, y él habla

con una voz tan medida y calma

que pareciera estar hablándole a un niño atemorizado por algo

totalmente común: la oscuridad, el trueno,

la frialdad del corazón humano.

Pero ella no está escuchando porque ahora

ella le está pegando, golpeando con los puños

el pecho en que apoyó la cabeza tantas noches.

Y ahora, si te sentís conmovida, es porque 

estás pensando con remordimiento en la persona 

          que este poema te ha hecho recordar,

y lo que más querés es lo que quiere el hombre

en el poema: que ella se calle.

Y si solamente pudieras manejar por esa calle 

y emerger de la niebla, quizá podrías 

hacerla callar, pero no puedo,

todo lo que puedo hacer es pararme en esa puerta abierta

empeorando las cosas. Ése es mi talento,

es por eso que este poema no quedará terminado

a menos que me saques de él, lejos de ese hombre;

por el amor de Dios, apurate,  frená y mantené 

el motor encendido y llevame dondequiera que vayas.


Primer poema para vos

Me gusta tocar tus tatuajes en la completa 

oscuridad, cuando no puedo verlos.  Sé

dónde están.  Conozco de memoria las líneas

prolijas del rayo latiendo justo sobre 

tu tetilla,  puedo encontrar, como por instinto, los remolinos

azules del agua en tu hombro donde una serpiente

se retuerce  enfrentando a un  dragón.  Cuando te atraigo

hacia mí,  tomándote hasta que quedamos agotados

y quietos sobre las sábanas, amo besar

las figuras en tu piel. Durarán hasta 

que seas reducido a cenizas; cualquier cosa que persista

o se vuelva dolor entre nosotros, ellas aún 

estarán  ahí. Tal permanencia es aterrorizante.

Por eso las toco en la oscuridad, pero las toco, intentando.


Elegía para Jon

El haz de luz del faro pasa sobre mí.

Nunca confié en el mar, siempre metiéndose 

en las caletas, esparciendo símbolos de sal

sobre los hoteles de los turistas, reduciendo

embarcaciones y botes de remo a palitos. Suelo

encontrarme a su lado, deseando

que se convierta en un lago

con quizá un muelle flotando cerca de la costa.

Si no fuese un lago, entonces un río

entre despeñaderos. Si no fuese un río

entonces un piano iluminado por la luna

provisto de peces. Toca irremediablemente

con la tapa cerrada,

Satie escribió en una de sus partituras

pero nunca descubrí en cuál

o cómo sonaba la música.

Pero ésta es una dirección en la que iría

una playa donde feas algas marinas

y una tecla del piano amarillenta fueran arrojadas

del océano. Desearía que la tierra 

hubiera esperado un poco más

antes de tragarse a mi hermano.

Desearía que el mar dejara

de tragarse su nombre, mientras continúa

besando la arena, dejando 

otra fría corona de flores a mis pies.


Physics

In the darkness of the booth, you have to find
The slot blindly and fumble the quarter in.
The black shade goes up. Now there’s a naked woman

Dancing before you and you’re looking
St her knees, the raising your eyes
To the patch of wiry hair which she obligingly parts

With two fingers while her other hand
Palms her body from breast to hip
And it’s you doing it, for a second

You’re touching her like that and when
you lift your face to hers she’s not
gazing into space as you expected but

looking back, right at you, with an expression
that says I love you, I belong to you compl-
but then the barrier descends. You shove

another quarter in, but the thing has to close down,
before slowly opening again like a pupil adjusting
to the absence of light and by the time it does

you’ve lost her. She’s moved on to the next
low window holding someone’s blurred face,
and another woman is coming nearer

under the stage lights and in the mirrors,
looking so happy to see you trapped there
like some poor fish in a plastic baggie

that will finally be released into a small bowl
with a ceramic castle and a few colored rocks,
and you open your mouth just a little like a fish waiting

for the flakes of food, understanding nothing
of what causes them to rain down
upon you. You can feel your hunger sharpening

as she thrusts herself over and over into
the air between you. And now, unbelievably,
there comes into your mind

not the image of fucking her
but an explanation you heard once
of what vast distances exist

between any two electrons. Suppose,
the scientist said, the atom were the size
of an orange; then imagine that orange as big

as the earth. The electrons inside it
would be only the size of cherries. Cherries,
you think, and inserting your quarter you see one

sitting on and ice floe in the Antarctic, a pinprick
of blood, and another in a village in Northern Africa
being rolled on the tongue of a dusty child

while the dancer shakes her breasts at you,
displaying nipples you know you’ll never
bite into this lifetime; all you can do

is hold tight to the last useless coins
and repeat to yourself that they’re solid,
they’re definitely solid, you can definitely feel them.


What do women want?

I want a red dress.
I want it flimsy and cheap,
I want it too tight, I want to wear it
until someone tears it off me.
I want it sleeveless and backless,
this dress, so no one has to guess
what’s underneath. I want to walk down
the street past Thrifty’s and the hardware store
with all those keys glittering in the window,
past Mr. and Mrs. Wong selling day-old
donuts in their café, past the Guerra brothers
slinging pigs from the truck and onto the dolly,
hoisting the slick snouts over their shoulders.
I want to walk like I’m the only
woman on earth and I can have my pick.
I want that red dress bad.
I want it to confirm
your worst fears about me,
to show you how little I care about you
or anything except what
I want. When I find it, I’ll pull that garment
from its hanger like I’m choosing a body

to carry me into this world, through
the birth-cries and the love-cries too,
and I’ll wear it like bones, like skin,
it’ll be the goddamned
dress they bury me in.


The Promise

When my daughter confessed she’d wanted to end her life at ten—
stepped out on the window ledge and stood there, at the edge

of a decision— we promised never to kill ourselves, never
to abandon each other. And I’ve never told her about the night

two years later when I came to a place in myself
where it seemed, for the first time, possible—

the way a door appears suddenly in a fairy tale, where the wall was solid.
I knew I could do it— I was drinking

and heartsick, I had enough pills.
I sat on my bed, arms around my knees,

and rocked the way I used to as a child.
Then, I’d believed in God; I would talk to Him

half the night sometimes, knowing
He was there, in heaven, just above the ceiling of my parents’ room.

But now there was no one. Only
a couple of cats, locked together in some yard or alley, yowling

until someone raised a window, yelled and slammed it shut.
What a mess I was. How fiercely I loved her.


Wine Tasting

I think I detect cracked leather.
I’m pretty sure I smell the cherries
from a Shirley Temple my father bought me

in 1959, in a bar in Orlando, Florida,
and the chlorine from my mother’s bathing cap.
And last winter’s kisses, like salt on black ice,

like the moon slung away from the earth.
When Li Po drank wine, the moon dove
in the river, and he staggered after.

Probably he tasted laughter.
When my friend Susan drinks
she cries because she’s Irish

and childless. I’d like to taste,
one more time, the rain that arrived
one afternoon and fell just short

of where I stood, so I leaned my face in,
alive in both worlds at once,
knowing it would end and not caring.


The Matter

Some men break your heart in two…
—Dorothy Parker, «Experience»

Some men carry you to bed with your boots on.
Some men say your name like a verbal tic.
Some men slap on an emotional surcharge for every erotic encounter.
Some men are slightly mentally ill, and thinking of joining a gym.
Some men have moved on and can’t be seduced, even in the dream bars you meet them in.
Some men who were younger are now the age you were then.
Some men aren’t content with mere breakage, they’ve got to burn you to the ground.
Some men you’ve reduced to ashes are finally dusting themselves off.
Some men are made of fiberglass.
Some men have deep holes drilled in by war, you can’t fill them.
Some men are delicate and torn.
Some men will steal your bracelet if you let them spend the night.
Some men will want to fuck your poems, and instead they find you.
Some men will say, «I’d like to see how you look when you come,» and then hail a cab.
Some men are a list of ingredients with no recipe.
Some men never see you.
Some men will blindfold you during sex, then secretly put on heels.
Some men will try on your black fishnet stockings in a hotel in Rome, or Saran Wrap you to a bedpost in New Orleans.
Some of these men will be worth trying to keep.
Some men will write smugly condescending reviews of you work, making you remember these lines by Frank O’Hara:
I cannot possibly think of you/other than you: the assassin/of my orchards.
Some men, let’s face it, really are too small.

Some men are too large, but it’s not usually a deal breaker.
Some men don’t have one at all.
Some men will slap you in a way you’ll like.
Some men will want to crawl inside you to die.
Some men never clean up the matter.
Some men hand you their hearts like leaflets
and some men’s hearts seem to circle forever: you catch sight of them on clear nights,
bright dots among the stars, and wait for their orbits to decay, for them to fall to earth.


Weaponry

I used an arrow to kill the spider.
I used a steamroller to flatten the worm.

For the ants I called in an air strike.
Bee that found its way in through the screen:

blowtorch.
The mammals were easier—

a bucket of water for submerging the cat,
a poisoned word thrown to the dog.

For love, only a kitchen match. That
and a stove leaking gas

and waiting until the dinner
was good and burned.


Collapsing poem

The woman stands on the front steps, sobbing.
The man stays just inside the house,.
leaning against the doorjamb. It’s late, a wet
fog has left a sheer film over the windows
of cars along the street. The woman is drunk.
She begs the man, but he won’t let her in.
Say it matters what happened between them;
say you can’t judge whose fault this all is,
given the lack of context, given your own failures
with those you meant most to love.
Or maybe you don’t care about them yet.
Maybe you need some way
to put yourself in the scene, some minor detail
that will make them seem so real you try to enter
this page to keep them from doing
to each other what you’ve done to someone,
somewhere: think about that for a minute,
while she keeps crying, and he speaks
in a voice so measured and calm he might be
talking to a child frightened by something
perfectly usual: darkness, thunder,
the coldness of the human heart.
But she’s not listening, because now
she’s hitting him, beating her fists against the chest
she laid her head on so many nights.
And by now, if you’ve been moved, it’s because
you’re thinking with regret of the person
this poem set out to remind you of,
and what you want more than anything is what
the man in the poem wants: for her to shut up.
And if you could only drive down that street
and emerge from the fog, maybe you
could get her to stop, but I can’t do it.
All I can do is stand at that open door
making things worse. That’s my talent,
that’s why this poem won’t get finished unless
you drag me from it, away from that man;
for Christ’s sake, hurry up, just pull up and keep
the motor running and take me wherever you’re going.


First Poem for You

I like to touch your tattoos in complete
darkness, when I can’t see them. I’m sure of
where they are, know by heart the neat
lines of lightning pulsing just above
your nipple, can find, as if by instinct, the blue
swirls of water on your shoulder where a serpent
twists, facing a dragon. When I pull you

to me, taking you until we’re spent
and quiet on the sheets, I love to kiss
the pictures in your skin. They’ll last until
you’re seared to ashes; whatever persists
or turns to pain between us, they will still
be there. Such permanence is terrifying.
So I touch them in the dark; but touch them, trying.



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