Reynaldo Ros. La huerta azul

La huerta azul
Reynaldo Ros
Paraná, Capital de la Confederación Argentina, Editorial Municipal de ParanáAzogue Libros, 2021


Selección y notas: Fernando Márquez

Libro hermoso y uno de los tesoros guardados de la poesía entrerriana. Con su cruce entre poesía y narrativa, su topos en la infancia, su mundo encantado, La huerta azul (1949) abre un nuevo cauce que se proyectará y encontrará su consolidación en la obra de Arnaldo Calveyra.


La huerta azul

Abuelo Mariano

No conocimos más que de mentas —por boca de las abuelas— a nuestro Abuelo Mariano. Diz que fue gaucho de ley; guapo, cumplido y decidor de coplas, que fue compañero de patriada de José Hernández y que, lancero de la hueste blanca, cayó en Don Gonzalo. Las abuelas también comentaban una leyenda. Era sobre lo que tiempo después del combate, la gente de aquellos pagos decía haber visto y oído, en noches de luna. Que al toque de unos clarines, ante el arroyo enrojecido, aparecían en escuadrón fantasmal, las almas de los últimos montoneros ametrallados al cruzar las aguas.


La huerta azul

A la huerta de mis abuelos, a la huerta en que hubo romeros y otras plantas en flor, le venían bien las coplas más azules.

Si Abuela Balbina recogía en su regazo a aquel chico que ella adormecía en su arrullo,

………….La Virgen lavaba
………….los ricos pañales;
………….José los tendía
………….en los romerales.

No era posible el sueño, sin ver, sin descubrir allí en la huerta azul, la Virgen lavandera entre los romeros en flor. La Virgen, ¿saldría de las estampas, imágenes custodias de la bondad de Abuela? Las manos de la Virgen, parecidas al jazmín de lluvia, ¿lavarían su manto color de cielo y huerta florecida? Y tío José, antes de irse al trabajo, ¿se encargaría de tender en el romeral aquel manto? Prenda tan delicada, rompiéndose en pedacitos, ¿se volvería aquel millón de flores?

Y si en otra hora, alguna de mis tías -Roly o Né- se entregaba a la lectura, acudía a su lado mi niñez toda ojos, buscando láminas en el libro abierto. La tía, mostrándome las páginas, explicaba que las figuras solamente leyendo se veían y se oían. Y entonces, sus palabras me pintaban patente, la huerta florida; hasta con las abejas y la niña que vendría de visita ya que

………….Las flores del romero,
………….niña Isabel,
………….hoy son flores azules,
………….mañana serán miel.

Y esperaba a aquella niña, observando que las abejas ceñían sus patitas de polen parecido a la pulsera de la tía Né. ¿Por qué mi tía no usaba dos pulseras como las abejas?

 Mis preguntas eran respondidas con más besos que palabras.

Y llegando la niña esperada, era para saber juntos que las flores del romero,

………….Hoy son flores azules,
………….mañana serán miel.

Y a la mañana siguiente, tomados de la mano, íbamos a las flores, que eran no más, flores azules. ¿Cuándo serían miel? Convertidas en gotas celestes, acaso las hubiéramos compartido allí en la fiesta de las abejas.


Nuestro team

A nuestro team de football lo integraban un pibe paraguayo que era Gaunita el centre forward y un oriental que era Lucho el arquero.

En la delantera del once, recuerdo a Gaunita, dinámico y entusiasta, repartiendo juego, abrumando a la defensa contraria.

—¡Centro, Pichón! ¡Macanudo! ¡Suya Terito y al arco! ¡Gol! ¡Ticó! —Así celebraba la obtención de un <<pepino>> a base de combinaciones notables.

Una tarde, Gaunita salió de viaje con alguien de su familia, habiéndonos prometido regresar a fin de semana y jugar con nosotros en el partido del domingo.

Días después, al anochecer, estando yo en casa con Lucho el uruguayo, oímos el pregón conocido de un vendedor de diarios. Era Pichón el canillita que nos trajo la noticia. Gaunita, que se fuera tan alegre por unos días a la campaña, había sufrido un accidente al entrar descalzo en un charco. Y con una infección terrible, en un pie, había después perdido la vida.

Los tres compañeros de team quedamos lagrimeando, medio abrazados, en un pase de sentimiento fraternísimo por el forward caído. Así nos halló en el zaguán mi madre que, consternada al saber el motivo de nuestra congoja puso un beso en cada una de nuestras frentes. Y nos encargó que esa noche, como ella lo haría, rogáramos por que el Señor tuviera en su gloria al alma de aquel amigo.

Entonces nosotros deseamos de todo corazón que Tata Dios lo tuviera en su gloria a Gaunita. ¿Acaso no lo merecía quien había sido bueno y limpio en la amistad y en el deporte? Y nos lo imaginábamos allá en un field celestial, con un balón como un sol, entre serafines ágiles que aquí, en la tierra, habrían sido niños futbolistas y buenos camaradas. Sí, allá andaría el alma del amigo, entre un team de ángeles, jugando un partido magnífico en que hiciera de árbitro el mismo Tata Dios.


El potrillo del gaucho Junquito

Esta es la historia del gaucho Junquito y su alazán, un potrillo como chispa.

Quedaba lerdo el Viento atrás del alazán en cuyas patas relumbraban cuatro herraduras hechitas de plata boliviana.

De tener un potrillo de esa laya, nuestros polistas hubieran podido correr tras una bocha en juego, apalearla en el aire y darle de nuevo con el taco.

A caballos parejeros mentados por su ligereza, lo mismo que al Viento los aventajaba el alazán. Por él hubo paisanos que ofertaron bolsas de patacones. Pero Junquito no se deshacía de su tesoro volador, por ninguna plata del mundo.

Junquito era trabajador. Sabía ganarse la vida a orillas de ríos y tajamares, cortando haces de totora y varas de sauce con que fabricaba sillas y juguetes. Eran sillitas y carros en miniatura para los chicos campesinos. Y con su carga de cosas tan lindas, iba por los ranchos donde los paisanos se las compraban.

Un día el alazán perdió una herradura. Pero el gauchito le hizo una maestría, reemplazando con un redondel de sauce verde, a la herradura de metal que faltaba, Otro día el potrillo perdió las tres de plata. Y Junquito sacó de tres varillas tres redondeles de sauce que clavó en las patas del caballito como hiciera con la otra.

Se perdió, otro día, el potrillo dejando en la orilla de un tajamar solo las huellas que iban a perderse entre el agua.

¡Qué pena la del gauchito! Se le caían las lágrimas y decía: —A pie sin el alazán. ¡Señor, qué ruina! Dios quiera que ahorita me hallara aunque fuera una herradura de recuerdo.

Sin su alazán, Junquito, suspirando y tristón, pasó los días entre los sauces, póngale hacha de sol a sol. Aclarando unos sauzales, formaba otros nuevos, plantando gajos en línea junto al agua.

Un día de esos, al pie de unos sauces altos se le afirmaba con el hacha, cuando hoyó un relincho por los aires, que salía de encima del ramaje. Era un relincho inconfundible, un relincho cariñoso que lo llenó de alegría al gauchito. Entonces, alzando la cabeza, dio un vistazo hacia las copas raleadas. Y tuvo suerte de ver a su potrillo plantadito arriba de cuatro sauces machazos. Cuatro sauces, pues habían crecido los trocitos de varas verdes —y no herraduras perdidas— colocados por el gaucho en las patas d su alazán.


Reynaldo Ros nació en 1907 en Paraná, donde murió en 1954, a los 47 años. Llegó hasta el tercer grado de la escuela primaria y su formación intelectual fue autodidacta. Fue una persona muy estimada de la bohemia paranaense durante la década de 1940, además de emplearse como trabajador forestal en el Vivero Experimental del Delta en la zona de islas del sur entrerriano. Cuenta con solo dos libros picados: La huerta azul, un libro de memorias de infancia de 1949, e Islas en la lluvia, una antología de 1990. Parte de su obra poética ha sido incluida en diferentes antologías y publicaciones. Entre ellas se destaca la conferencia que Juan L. Ortiz pronunció hacia 1948 en la sede Buenos Aires de la SADE: «Reinaldo Rosillo, poeta de los niños y del Delta».



Links

Más datos sobre el autor. En Autores de Concordia / En 17 Poetas Paranaenses
Sobre La huerta azul. En Uno Entre Ríos, reseña, por L. Actis