Inés Lagarreta: Un abanico que apenas se abre

Textos de la narradora y poeta Inés Legarreta, pertenecientes a su libro Un abanico que apenas se abre / Una luz que no daña ni enceguece (nouvelles) (Buenos Aires, Ediciones Ruinas Circulares, 2020).


¿Por qué escribir la historia de un ángel en el siglo XXI o la de una cortesana japonesa del siglo IX? ¿Por qué la prosa y no el verso? ¿Por qué no ambos? ¿Por qué algunos textos vienen desde el inicio con la contundencia del golpe seco contra el vidrio y otros se anuncian con la levedad del azaroso vuelo de las mariposas? ¿Por qué algunos textos se arrastran por el barro y se hunden en las profundidades de lo desconocido, del imposible deseo y otros vienen claros y limpios, casi iguales a un cielo despejado? No lo sé. Pero quizás, vivir en estado de abierta disposición, sin prejuicios, y en permanente búsqueda de la palabra que por fin me satisfaga, me lleven a escribir cuanto escribo.

I. L.


Una tarde en el salón

Mirábamos el jardín y hablábamos en voz baja cuando la Emperatriz quiso que recitáramos versos como si estuviéramos jugando a las cartas, aunque sin ellas.  Recordé el vuelo del colibrí y su persistencia ante las flores, la Dama que llamamos “Delgada como un junco” se movió entre nosotras con gracia y habló del aire y su caricia de amante, luego fue el turno de la Dama Keiko quien recurrió a la seguridad de los cerezos en flor, lo cual motivó un pensamiento agudo de mi parte que no llegué a expresar porque algo ocurrió: nuestra gentil Señora movió apenas una mano y alcancé a ver una grulla solitaria.


Con la conversación y el viento

No siempre la primavera es amable: hay días en que el viento molesta más que en pleno invierno. Escuchamos los golpeteos constantes, incluso de objetos que caen y vuelan por los pasillos o se estrellan contra las paredes. De niña creía que eran fantasmas los que agitaban los tatamis y los pliegos de las mantas; escondida esperaba la aparición de esos monstruos con fauces azules y rojas de los sueños. Tampoco ahora me gusta el viento.

El viento confunde y da dolor de cabeza.

El viento hace lo que algunos hombres y mujeres: desordena. Pero hay a quienes les gusta esta confusión de gritos, polvo y aire.

[…]


Un amor

Con mi padre recorrí el imperio y fui partícipe de fiestas y celebraciones hasta el punto de que llegaron a cansarme. Pocos artistas llegan a despertarnos porque, aunque parezca odioso, miles de colores estallando en el cielo se repiten en figuras que, de alguna manera, ya conocemos: lo mismo sucede en los escenarios donde se presentan los bailarines y músicos. Expresaba esto en la intimidad y recibía reproches y hasta posibilidad de castigo si persistía en la malsana idea del aburrimiento. El aburrimiento: algo tan común en la corte como el cuchicheo de secretos.

Pero en cierta oportunidad, en una celebración modesta por el lugar en donde estábamos, se presentó un bailarín que produjo algo nunca visto. No fue la riqueza de su vestido ni la contextura: un cuerpo estrecho que ocupaba el tercer lugar en la fila a partir del bailarín principal, mucho más alto y vigoroso. No. Fue un vértigo preciso: con la energía del relámpago y luego el rayo cayendo sobre el sembradío; una acción desmedida que, sin embargo, avanzó con la mayor perfección imaginable con que un hombre puede dotar a sus músculos. Llegué a pensar que un dios o fantasma lo habitaban. Y rogué, a medida que caía absolutamente rendida a la belleza de su arte, que pudiera advertir a tiempo la malsana corriente de envidia que siempre lo acompañaría, que algún poderoso o alguna Dama de alta alcurnia lo protegiera con su manto, que tuviera años de gloria y felicidad aunque no llegara a viejo.


Cosas que nos apasionan pero aborrecemos

I

El relato detallado de una traición. Nuestros pensamientos oscilan, como las olas se sobreponen y se mezclan.

II

El fuego quemando aldeas y poblados.

III

Un gato ha cazado una laucha, la cola sobresale de su boca.
Verlo cazar: el salto justo, el manotazo, la lucha, la somnolencia y quietud debajo del alero.

IV

El sonido de serpientes encerradas en un cesto. La piel brillante, los colores fuertes, la idea de que se deslicen por los salones en la corte. Suponer que alguien abrirá la tapa.

V

En una posada una enorme araña salta entre los tatamis y va a parar al brasero.

VI

Las piernas se hunden en nubes blandas de ciénaga. El grito queda atorado en la garganta: abrimos los ojos.

VII

El Primer Secretario de Control se aleja: si se da vuelta nos paralizamos. Aletea un murciélago cerca de nosotros, luego desaparece entre los pinos. 


Poemas para olvidar

I

Como la luna
los amantes jóvenes
ya se ocultan
remolino de risas
en la noche cálida

II

Mi sombra miro
en el estanque quieto
es movediza
por el viento ligero
que arrastra guijarros

III

Taparon el sol
las bandadas de grullas
nubes de papel
abanicos reales
abiertos en la tarde

IV

Las mariposas
juegan en la veranda
aire de color
persigue a los niños
serenos en el sueño

V

Brillo de luna
en la noche oscura
se aparecen
lustrosos cortesanos
guardianes en las nubes

[…]


La Emperatriz nos pide que elijamos un recuerdo

Una tarde mientras algunas de nosotras bordábamos sashiko y otras tocaban el laúd, a la Emperatriz se le ocurrió un juego: que eligiéramos el mejor de todos los recuerdos de nuestra vida, como si al momento de morir quisiéramos volver a ese momento. Nos quedamos en silencio.  Era demasiado importante decidir ese único recuerdo en donde nos preservaríamos   junto a nuestros ancestros, de manera que nadie quería equivocarse. Miré para atrás y también el presente de mis días: de todos ellos recordé la primera nieve, la mano de mi padre mientras recorríamos el jardín, los cerezos en flor y otros muchos que me habían sumido en el asombro y la plenitud, pero no me decidía a hablar. Lo mismo le sucedía a las demás que se mantuvieron calladas, con las manos caídas a los costados y la vista perdida. Pasaron unos minutos y el silencio se transformó en una desobediencia imperdonable: se hubiese escuchado el trazo de una pluma en el papel. Con su voz prístina la Emperatriz dijo entonces que no éramos dignas de acompañarla y ordenó que la dejáramos; una Dama de la Alta Corte se atrevió con el principio de una frase pero la mano en alto de la Emperatriz, transparente y perentoria, se lo impidió. 

Fuimos castigadas de diversas maneras. La Emperatriz Primera Consorte era fina y original: debido a la alta sabiduría de los miembros de su familia tenía siempre un abanico nuevo de posibilidades que todas agradecíamos. En mi caso, ordenó que bordara durante días y días, lo hizo sabiendo que, de todas las artes, el del sashico, me ponía nerviosa y distraída. Con el tiempo, Su Majestad fue cruelmente reemplazada por la Segunda Consorte y todo cambió: los castigos eran previsibles.

Pero yo seguí pensando en ese único momento y llegué a descubrirlo.

[…]


Lo que nos trajo la peste

I

Miedo. Desconfianza. Egoísmo.

II

Dolor. Llanto. Muerte más allá de lo comprensible. Encierro.

III

Una hija acaba de morir: su madre no lo sabe.
Una madre acaba de morir: sus hijos no lo saben.
Padre y madre acaban de morir: los hijos morirán pronto.
Todos arderán en la noche.

IV

Chamanes, monjes, fantasmas, monstruos nos acechan con palabras, pero la enfermedad avanza. Dicen que cercarán el palacio.
Afuera, en los pueblos, la gente se muere encimada en barracas.

V

Prendo incienso y perfumes para ahuyentar el  mal. No me visto como antes, tampoco canto ni pretendo brillar en las conversaciones: sólo hacemos bulla para que la Emperatriz no sufra tanto por su Primogénito enfermo.

VI

Abandonaremos al palacio. En las montañas el aire sigue puro.

VII

Me he quedado sin palabras ni versos.

VIII

El médico más joven de la Corte prueba combinaciones y pócimas que los Consejeros Imperiales  no autorizan: desoímos los consejos.

IX

Anteayer murió uno de mis amantes: conservaba de él poemas y cartas que ahora serán tesoros. Una sensación de dolor apaciguado por la lejanía, muy distinto a la confusión que nos quedaba después de que nos enemistábamos. Desde ahora no habrá entre nosotros más que misterio. 

X

¿Cuáles habrán sido los últimos pensamientos del amante que murió? ¿Hay últimos pensamientos? ¿O vacío? ¿O simplemente otra confusión? Pero la cara de la muerte no es agradable.

XI

Camino por el bosque como nunca lo hice: miro cada insecto, los troncos de los árboles, los hongos entre la hojarasca. Me aterra lo que trae el viento: humaradas y lenguas de fuego.

XII

Una de las cortesanas cayó enferma. La vi transformarse en un pabilo lívido. Airearon los salones, tiraron medicamentos en los pisos, cortinas, tatamis. A todas horas, los rezos de los monjes.

Nota

Mis anotaciones se vuelven frágiles. La presencia mortal de la enfermedad ocupa casi todos los pensamientos. Por lo mismo, no dejo de anotarlos, aunque parezcan fuera de tono y sin importancia. Abrir los ojos, caminar sin sentir dolor, encontrar un lugar limpio, son acontecimientos en los que antes no prestábamos atención. Cuántas cosas parecen ahora agradables y antes nimias o desagradables. Coser las cintas, recoger los frutos de los árboles, arroparse porque corre viento fresco.


En los días de peste

I

Busco pensamientos claros.

II

He vuelto a las láminas que quedaron a medio dibujar. Me pregunto: ¿acaso no es preferible que permanezcan los trazos originales sin que nuevas pinceladas transformen el pasado en presente?

III

Aunque nadie escucha, canto.

IV

Examino con cuidado cuanto he escrito. Muy desagradable romper las páginas, aunque los versos son pobres, no merecen ese maltrato quienes crearon estos maravillosos papeles de seda.

V

Lloro.

VI

Descubro en algunas personas signos de simpatía donde antes había malestar. El segundo jefe de la Guardia mandó un palanquín para mi traslado aunque ya estaba avanzada la noche. Cantó un búho y salió la luna.  Por un momento, nada había cambiado.

VII

Las nubes se acomodan como grandes almohadones.

VIII

Nunca deja de sorprenderme la claridad que la luna desprende en algunas noches. Si sólo viviéramos bajo su luz, ¿de qué color serían nuestras pieles, cabellos, bocas? ¿De qué color pintaríamos las flores del ciruelo, los doce vestidos, las tazas de té? ¿Cómo  se vería mi collar de jade rosa?


Un pozo hondo y oscuro

Los demonios del sueño me despiertan sobresaltada. El estado de confusión es grande, busco en la habitación prender una lámpara que me aleje de la oscuridad. A pesar de que han pasado muchos años, no deja de acosarme y perseguirme su figura: era un príncipe de provincia a cuyo servicio estuvo mi padre durante muchos años. De su rostro, enorme por la cercanía y el asco, conservo indeleble los rasgos; un animal viscoso que se deshacía en quejidos.  Luego lo veía platicar con mi padre, reír y dedicarle lisonjas e inclusive agregar tareas y encomendarle viajes que duraban semanas. ¿Puede una niña matar con su pensamiento? No sabía cómo pero imaginaba su muerte noche y día.

Finalmente, sucedió después de un banquete en honor al Hijo Primogénito  del Emperador, en el aniversario de su nacimiento. Habían llegado bebidas y comidas exóticas de distintas partes del reino y, según los médicos y la comitiva de consejeros, alguno de estos productos poco comunes, pudieron haberle causado asfixia por envenenamiento.

La noticia corrió por los pasillos, los pabellones, las salas; recuerdo haber tenido la sensación de respirar como si saliera de un pozo hondo y oscuro.

[…]


Selección: Valeria Cervero.


Inés Legarreta (Chivilcoy, pcia. de Buenos Aires, 1951)

Es profesora de Castellano, Literatura y Latín. Coordinó talleres de escritura y lectura. Codirigió la revista literaria Fledermaus desde 2005 hasta 2012. Codirigió el ciclo “Narradores argentinos” en la asociación de Artistas Premiados Argentinos. Creó el ciclo Palabra Poética en la Sociedad Francesa de Chivilcoy. Figura en numerosas antologías, entre ellas, la Antología Federal de Poesía de la Provincia de Buenos Aires, auspiciada por el Consejo Federal de Inversiones. Algunos de sus trabajos han sido traducidos al inglés, el italiano y el alemán. Recibió el Segundo Premio de la Fundación Victoria Ocampo en Poesía (2015), el Segundo Premio de la Fundación Argentina para la Poesía (2016) y Mención de Honor del Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares (2016, 2017); además, en dos oportunidades recibió el Premio Nacional de Cuentos de La Granja de Segovia, España. También distinciones como el Premio Iniciación de la Secretaría de Cultura de la Nación, la Faja de Honor de la SADE, la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Único del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Tercer Premio de Literatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Narrativa
Un abanico que apenas se abre / Una luz que no daña ni enceguece, Buenos Aires,
Ediciones Ruinas Circulares, 2020
La imprecisa voz que me sueña, Buenos Aires, GEL Nuevo Hacer, 2014
La turbulencia del aire, Buenos Aires, GEL Nuevo Hacer, 2012
Tristeza de verse lejos, Buenos Aires, GEL Nuevo Hacer, 2010
El abrazo que se va, Buenos Aires, GEL Nuevo Hacer, 2008
La dama habló y otras páginas, Buenos Aires, Sigmur, 2004
Su segundo deseo, Buenos Aires, Emecé Editores, 1997
En el bosque, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1990

Poesía
Un amor doméstico y oscuro, Buenos Aires, Ediciones Ruinas Circulares, 2019
Una gramática para mis sueños, Buenos Aires, Vinciguerra, 2018
El jardín desconocido, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2018
La puntada invisible, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2016

Links
Presentación del libro por YouTube

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