El perfume imaginario
(Selección de Valeria Cervero)
La noche crece como un río solitario
Voy a acomodarme
en el exacto espacio que separa
tu palabra de la mía.
La noche crece como un río solitario
y me pregunto:
¿Quién podría asegurar si no es tu ojo
o el mío
el pez valiente saltando
al otro lado del insomnio?
Caminar
Pisar un pozo
un declive imprevisible.
Mezclar el pie con el hueco.
No saber si es el pozo o el pie
lo que nos hunde.
El perfume imaginario de la lluvia
Una pregunta, como una gota
cae y se desliza
en el centro indescifrable de tu mano:
¿No es éste el modo en que un milagro
reverdece?
No hay señales ni signos
y si los hay
es porque tu olfato se adelanta
y dibuja en el aire
el perfume imaginario de la lluvia.
Una paz insostenible
Hemos caminado y hemos visto el movimiento del lago
en la quietud de las piedras,
y en las antiguas cenizas que cubrían la tierra
en medio del bosque,
sentimos el olor de los senderos oscuros.
No sé si lo recordarás, pero esa tarde te miré,
mientras el sol estallaba en nuestras manos,
como si deseara la aparición de un animal feroz.
Todavía me pregunto entre la inmensa sombra del alerce
y el polvo que dejan los caminos en el aire:
¿Quién no ha deseado un aullido,
algo que erice la piel del agua,
un viento desordenando la claridad del paisaje?
Porque en el fondo sabemos, que detrás de toda calma,
hay una paz insostenible.
Ni siquiera la muerte
Nunca antes como ahora
la noche fue tan larga.
Cierro los ojos
y el dormir se abre hasta llegar a la ventana de mi cuarto.
Estás parado junto a mí,
vemos el río que jamás hicimos
la orilla se levanta y como una sirena
entra en tu boca;
pero no hay silencio,
el mar se entrega ya muerto a tu lenguaje
ni una cicatriz, ni un signo rojo
que diga que hay vida
en el planeta de tu lengua.
Ni siquiera la muerte debe ser así de inconmovible
como para no sacudirse ante un temblor inesperado,
hasta la misma muerte viene y rompe los cristales del tiempo,
o las rocas en sus pasos quietos
se dejan tocar por las aves.
Sólo dios podrá vivir en la no existencia
y aun así permanecer
como si todas las cosas del mundo
lo esperaran
en un perfecto silencio.
Un hombre desconocido me acaricia
Un hombre desconocido me acaricia.
Sus manos hipnotizan. No consigo huir.
Huelo a flores recién cortadas
de un jardín que nunca tuve.
Canto una melodía que ignoro.
Ni siquiera el suelo que ahora piso
es el suelo que alguna vez pisé.
Tanta suavidad me lastima.
¿Cuánto tarda en separarse un cuerpo
de otro cuerpo?
¿Cuántos temblores hacen falta
para expulsar la ternura de unas manos
que se han ido?
Mis piernas desobedecen.
No camino. Doy saltos prematuros
como si la permanencia en la tierra me quemara.
Usamos diferentes máscaras para llegar a lo desnudo
¿Existe un río, en algún lugar del mundo,
al que sea posible llegar
sin haber cruzado antes
un camino de tierra?
Usamos diferentes máscaras
para llegar a lo desnudo
sin embargo,
hay acercamientos vacíos:
una palabra fracasa
y lo dice todo,
como si el deseo no fuera, acaso,
un pez que salta en lo oscuro
cuando todos duermen.
* Nota de la autora.
Estos poemas pertenecen a La noche crece como un río solitario, mi primer libro de poesía. Nació en un taller de escritura que hice durante todo el año 2014 con el poeta Diego Muzzio. No sabría muy bien qué decir de mi escritura. Lo que puedo decir es que en ese año dormía poco y estaba fascinada descubriendo nuevos autores. Viví ese año en un estado de trance constante, conectada con sensaciones, con voces de mi infancia, con recuerdos que venían de un modo tal que, de no haber sido por ese insomnio, quizás, los hubiese dejado escapar. Todo el libro atraviesa temas que van desde la incertidumbre que implica tener un nombre propio hasta temas que tienen que ver con amores imposibles, con la intensidad de la pérdida y el encuentro, la infancia también, la necesidad de fotografiar con la escritura detalles como en el poema escrito a mi madre, a partir de una foto. También hay un pensamiento constante acerca de la soledad, que no es la soledad de quien no está en pareja, sino la soledad del desamparo. Creo que en esa metáfora de la noche creciendo como un río solitario pude jugar con todas estas sensaciones, porque, como dice Fernando Pessoa, en un fragmento del Libro del desasosiego: “Por más alto que subamos y por más bajo que lleguemos, nunca salimos de nuestras sensaciones”. Hay ahogo, momentos de desesperación, de no saber qué hacer con lo inexplicable, momentos en los que observo también un árbol y la relación de ese árbol con las hojas y raíces, el contacto con situaciones límites de plenitud y de desasosiego, y también, las cosas que suceden en lo cotidiano, desde mirar a un niño que dibuja hasta la experiencia de viajar en avión.
Eugenia Simionato (Mendoza, 1987)
Es Licenciada en Psicología por la Universidad del Aconcagua. Cursó talleres de escritura poética con Diego Muzzio.
Poesía
La noche crece como un río solitario, Chaco, Editorial Ananga ranga, 2015
Links
Poemas. En Mordiscos / La Biblioteca de Marcelo Leites