Tundra: Gabriela Clara Pignataro

f_g_c_pignataroPresentamos Tundra, de Gabriela Clara Pignataro, recientemente publicado por Añosluz. A los poemas del volumen, seleccionados por Damián Lamanna, agregamos un comentario de la autora acerca de la obra.*

Gabriela Clara Pignataro (Floresta, Buenos Aires, 1985) es poeta, actriz y fotógrafa. En 2013 estrenó su ópera prima de experimentación teatral biodramática en el  C.C. Matienzo “Archivo Emocional Desclasificado”. Publicó La última oleada se llevó todo menos esto (Buenos Aires, Editorial Subpoesía, 2013), Eso que no se parte es una respuesta (Buenos Aires, Difusión Alterna, 2014), Muta (Buenos Aires, Nulu Bonsai, 2014), Floresta (Buenos Aires, LFS, 2015), Esto pasa: Poesía en Buenos Aires. Antología (Córdoba, Llanto de Mudo, 2015). Lleva adelante, con la directora de teatro Daniela Tuvo, el proyecto documental-audiovisual BORDER/IN, sobre procesos de migración forzada. Su poesía fue traducida al francés y al portugués. Cursa la Lic. en Artes Combinadas en FFyL y en la Tecnicatura en Pedagogía y Educación Social en ISTLyR. Es integrante del grupo de investigación Figuras de lo Invisible (PRIG, FFyL, UBA) en torno a visualidades contemporáneas y representaciones estético-políticas. En 2017, fue seleccionada en la convocatoria de Escritores de Bienal Arte Joven Buenos Aires con su poema «El lapacho es la imagen de la furia».

 

Juana de la Tundra

I
No estoy orando
ni me entrego
si mi frente toca el suelo:
espero la señal.

A mí sí que me verán
de rodillas
ante la corte
en el estrado
frente a los jueces.

El fuego crece desde abajo
las llamas alcanzarán
la altura de los altares
de los corruptos.

Arriba
no tendrán dónde escapar
que griten
que pidan
que el eco sea
su última palabra.

Las cenizas en el viento
una idea de la nieve
un invierno sin frío
para nosotros,
los desterrados.

 

II
Tenés que cruzar,
tenés que ir
donde la montaña no existe
donde la bruma es infinita
y las estrellas fallan
donde los árboles
olvidaron su raíz
para siempre
no hay brújulas ni referencias
sos un caballo plateado
sobre la tundra
tu cara es el relámpago
vas a perderte
vas ser tu propio mapa.

Nadie va a encontrarte
a menos que vos lo quieras
a menos que sepan
tu verdadero nombre
y en el medio de la mañana
lo griten con una mariposa
en el paladar.

Caballo plateado
relámpago

Vas a relinchar
herirte los talones
vas a comerte un corazón
como ofrenda
vas a ser tu mapa
una espada suspendida en el aire
el filo sobre la cabeza
de quien corresponda.

 

Alud

Dueña
de un rito propio
particular,
tamizo los ojos
a lo lejos
en un vidrio oscuro
a las 19.23
en el meridiano
de este invierno

pienso

en mis cenizas algún día
la fundación
de dónde, viento ser
entonces venir bosque
que antes de mí
y después de todos
es
fuego dormido
en rama seca
escama húmeda
hoja de hueso
musgo que late
en un pararrayos

Qué dinosaurio
llevará mi nombre
qué alud profanado
será mi casa
quién doblará
las sábanas de la cama
cuando todos
se hayan ido
y el final de la fiesta
el eco de un satélite
estrellándose
en el agua:

un sonido
todavía sin nombre
la invención
de toda posibilidad
que para siempre
nunca nos pertenece.

 

Drácula en el tercer mundo

Cuando estás frente a la ventana
los hombros se alinean
con el filo de las chimeneas apagadas
todo el caserío se desprende de vos
y un puma se te escapa
en el gesto de tirar las cenizas
mirar las publicidades despintadas
a lo lejos,
entonces existe una suspensión
en los océanos del tiempo
(Cuánto más para cruzarlos
en cuál furia, con qué huesos)
todos los accidentes ocurren
congelados:
puedo ver los cristales goteando
en finos colmillos
la tarde pierde su lógica y espanto
de ser el hacha en la perla
de cualquier promesa.

No es acaso el amor
un movimiento fatal
como detenerse para respirar,
y después seguir
y seguir
y seguir
con la hermosa farsa
de llevar el mentón al pecho
hacer envejecer los archivos
cambiar los zapatos de lugar
empujar las hamacas del verano
doblar la ropa
acomodarla en estantes vacíos
no es acaso una fe infiel,
sin templos
toda intemperie
una sala de máquinas destruida
brillante por las esquirlas,
un refucilo
tajeando la negrura.

Así,
como escribir.

 

* De las flores violentas que crecen en el desierto polar

Tundra, Gabriela Clara Pignataro, Buenos Aires, Añosluz, 2018

-Diciembre. Con una alumna buscamos en manuales de geografía y enciclopedias toda entrada sobre la tundra y sus características.
Llanura sin árboles. Tierra infértil. Páramo elevado. Glacial. Ártica, antártica, alpina. Animales de largo pelaje y gruesas capas de grasa bajo la piel. Hogar de osos, lobos, zorros, caribúes, cuervos, cabras y halcones. 400 especies de flores. Tallos tiernos creciendo en la noche que extrema sus temperaturas, llanuras florecidas a los rayos de un sol que parece ficticio, un ornamento estelar radiante que inyecta luz en los pétalos de las milicianas del hielo: así las pienso. Esa imagen se clava en la antesala de los ojos y no la puedo quitar, las flores de la tundra, violencia insurgente del desierto. ¿De dónde viene un poema? ¿Hacia dónde se dirige? Me muevo en una suerte de penumbra ante las formas que llegan sin nombre, la sensación de tocar con la punta de los dedos una piedra áspera y adivinar su procedencia. Siempre me gustó lo inhóspito, la atmósfera entre los influjos de algo que existió y sólo quedan residuos, el intersticio inasible del el tiempo entre  un centelleo que viene, punza, se ausenta, retorna, perfora  y muestra un ápice de tentáculo: ahí escribo. El poema es violento, se precipita al mundo conocido, traduciendo algo que no existía antes de él, haciendo surco entre las cosas con el filo del lenguaje donde las palabras son intento de configurar el diagrama de algo, bordar esa latencia con el hilo frágil de su condición semántica. Traducción imperfecta, incompleta y porosa, ahí su potencia orgánica. El poema está vivo y es violento, cae, impacta sobre el hielo del mundo, su gravedad compacta donde poco sobrevive. Cae y astilla, ínfimos cristales se desplazan. La superficie ya nunca va a ser la misma. La tundra y el tiempo cuando escribo se parecen bastante. El tiempo pasa lentificado, las bestias salvajes duermen bajo las salientes, es un paisaje entregado a la profundidad de campo. Pequeñas cosas pasan, casi imperceptibles. Cuatrocientas especies de flores y poemas que se llaman unos a otros y conforman su propia cartografía: desde los bosques, hasta Rusia, las Juanas con sus espadas y su corceles, los féretros, los camposantos, las madrigueras. Una fuerza primitiva que desconoce todo Dios, un altar de elementos precarios.
-Dos años después, otro diciembre. Bloc de notas.
Las cosas con las que sueño:
anguilas gatos en medianeras cabezas estrellándose en la vereda.
Encontré en la calle un fascículo sobre la Siberia. Tenía fallas de edición y una sobreimpresión que rezaba “lobo”, en la foto, una mujer cubierta de pieles. De fondo un paisaje nevado. Blanco. Todo blanco.


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