Roberto Arlt: Aguafuertes silvestres

Hemisferio Derecho, editorial de Bahía Blanca, publica Aguafuertes silvestres, de Roberto Arlt, un conjunto de crónicas que el muchacho de la literatura argentina envió desde Sierra de la Ventana, a pocos kilómetros de Bahía Blanca. Presentamos un comentario y una muestra de los textos.

En un período de crisis nerviosa y cuidados físicos que sigue a la escritura de Los siete locos, Arlt viaja a Sierra de la Ventana para conjurar los males provocados, en gran medida, por la literatura.  El escritor acepta realizar un desplazamiento desde la ciudad hacia el campo. Pero como ya ha tomado una licencia, debe comprometerse a enviar unas notas desde su lugar de descanso. En circunstancias del viaje El 5 de febrero de 1930, Roberto Arlt publica en el diario El Mundo el aguafuerte “Rumbo al campamento”, en el que cuenta las peripecias, más bien jocosas, del viaje en tren desde Constitución hasta Sierra de la Ventana.

Aguafuertes silvestres. Arlt desde Sierra de la Ventana
Bahía Blanca

Roberto Arlt
Comp.: Lucas Ruppel
Bahía Blanca
Hemisferio Derecho Ediciones
2019


Proceso de edición del libro

Por Lucas Ruppel

Sin asomo de dudas, le debemos a Sylvia Saítta la recuperación de la producción periodística del escritor, hasta fines de los ochenta marginada del centro de atención de los estudios literarios. Desde entonces, los estudios culturales y la sociología de la cultura fueron los marcos que le permitieron a ella explorar las zonas consideradas «menores» de la literatura: en este caso, las crónicas que Arlt publicaba casi a diario. El índice que se incluye al final de la biografía de su autoría, titulada El escritor en el bosque de ladrillos (Sudamericana, 2000), da cuenta del exhaustivo trabajo de investigación que realizó relevando los textos arltianos. Fue precisamente leyendo el texto biográfico que advertí que Arlt había vacacionado en Sierra de la Ventana. Según consignaba la investigadora, el escritor había sido invitado por la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés) a pasar días de ocio en el campamento que la organización tenía en la localidad serrana. Como testimonio de mi sorpresa, todavía pueden verse dos sobresaltados y fascinados signos de exclamación junto al pasaje en que lo narra. Desde allí, a poco más de 100 km de Bahía Blanca, Arlt envió una serie de textos que se publicaron en el periódico El Mundo del 5 a 12 de febrero de 1930 bajo la asimétrica denominación de “Aguafuertes silvestres”. La singularidad de estas aguafuertes no radica solamente en el hecho de que fueran escritas desde Sierra de la Ventana, sino que hayan inaugurado en la literatura arltiana de -digamos- no ficción el desplazamiento fuera de la ciudad de Buenos Aires. Si hasta entonces el escritor parecía girar en círculos por el territorio porteño, como dice Ortiz en la contratapa, la comarca “se constituye en un punto de fuga de la metrópolis moderna”. De hecho, de las ocho crónicas que hoy componen las “Aguafuertes silvestres” (HD Ediciones, 2019), las tres primeras fueron incomprensiblemente seriadas por los editores de El Mundo como “aguafuertes porteñas”, pese a que Arlt en el primero de los textos anuncia el cambio temporal de nombre del espacio que tenía asignado en la página n° 6 del periódico. Recordando a Piglia, que jugando con las palabras en Respiración artificial (Pomaire, 1980) llama “cronista del mundo” a Arlt, podríamos decir que ese mundo, lo otro de Buenos Aires, comienza en Sierra de la Ventana. En marzo Arlt viaja a Uruguay y la sección nuevamente cambia de nombre a “Informaciones de viaje” e, inmediatamente después, “Aguafuertes uruguayas”, dando inicio a la serie de textos escritos fuera de la Argentina.  Junto con Juan José Guerra, investigador de CONICET y docente de la UNS, leímos con desvelo las primeras aguafuertes no porteñas y escribimos un prólogo que, sin pretender agotar el sentido de la serie, la pusiera en relación con otras series de aguafuertes e incluso con el corpus de textos de ficción (sobre todo la novelística) de Arlt.


Aguafuertes

6/02/30
Aguafuertes porteñas
Elogio de la montaña

Muchachos: ustedes saben lo que es trabajar todo el año metido en la ciudad. El tormento del ómnibus y del tranvía, las calles que refractan calor, las fachadas de las casas que parecen paredes de hornos, todo el mundo con el cogote sudado, la “jeta” congestionada; ustedes saben lo que es la oficina, el jefe broncoso, que viene broncoso porque se peleó con la mujer, y la mujer no es su empleado. Ustedes saben lo que es el ir y el venir en esta noria que llamamos trabajo, y a la que todos, más o menos, estamos amarrados como esclavos a una rueda de molino.
Bueno, muchachos, yo quiero llevarles a ustedes que todas las mañanas me leen en el tren, en el tranvía o en el subte, un poquito de este olor de montaña, de esta emoción de montaña violeta, y azul, y rojiza, en el atardecer, mientras todas las copas de los árboles se balancean suavemente, con la suave brisa (Araca, me da por la poesía).


Este campamento

Este campamento de la Yumen (se pagan setenta pesos por cada quince días de veraneo) es una papa. Y es una papa porque demuestra lo que puede la asociación de gente inteligente, de modo que creo que si todos los empleados de la ciudad resolvieran agremiarse y constituir un fondo común… pero, me voy por las ramas. Yo no quiero saber ni medio de cuentas. Ni de sociología ni de nada. Quiero batir mi alegría de burro que ha rajado de la noria y que, casi en cueros, a la sombra de un sauce, con la máquina instalada en un taburete, yuga alegremente frente a la montaña azul.
Esto es un bosque. Por donde se mira no se ve nada más que verde. Ramas que cruzan para todos los costados, como en la City los trolleys de los tranvías. Y, por encima de las ramas más altas, el lomo de las montañas curvadas, un lomo a trechos verde, a trechos violeta, y usted, que siente que un gran descanso le va entrando en el alma, un descanso de superfiacún, un reposo de ultravago, una quietud de archiharagán.
Arriba, hay nubes; el sol corta sus rayos en la espesura silvestre, pasa un auto, pasan unas muchachas; y usted, casi en traje de Adán, le sonríe al “dolce far niente”, como el niño le sonríe a la madre.


Aquí

Aquí no hay bares automáticos, no hay literatos, no hay cafés atorrantes, no hay malandrinos, no hay rateros, no hay mujeres “malas”, ni pesquisas, ni revistas, ni máquinas ni nada. Aquí hay montañas, bultos de piedra altísimos, mucho más altos que pasaje Barolo o Güemes, tres, o cinco, o veinte veces más altos, con valles donde, de un momento a otro, le parece que van a salir bailando la danza del sol o de la luna, o del diablo, indígenas auténticos.

Una deliciosa linuya le entumece los miembros. Yo siento una fiaca terrible de terminar esta nota, pienso en mi público, en mis lectores; pienso que a esta hora, seis de la tarde, en las redacciones de los diarios que salen a la mañana, llegan los compañeros con los ojos hinchados de sueño, diciendo palabras inconvenientes del calor y del clima; pienso que mi director recoge la nota y rezonga entre dientes: “Ya se las arregló este Arlt”. Y lo veo rascándose la nuca, o la nariz, y calándose las gafas para leer las macanas que yo escribo. En tanto, yo la gozo. Pienso que estoy libre; que me he escapado de la ciudad infernal; que esta noche dormiré en una carpa como un discípulo de Robinson Crusoe; pienso que mañana andaré navegando por este río que murmura entre las piedras mojadas… Muchachos, ¡quién hubiera nacido rico!
¿No es una pena esto de no tener un millón de mangos? Yo me conformaba, y estoy seguro que ustedes también, con la mitad.



Links

Reseña del libro. «Cuando Arlt quiso imitar a Thoreau», por S. Budasi 
Video. Ricardo Piglia: clase abierta sobre Arlt, la ficción y el periodismo
Datos del autor. En Cervantes Virtual


Textos aportados por Nicolás Guglielmetti