Manuel Álvarez

A ninguna parte*

Buenos Aires, El Guardián Literario, 2019 (novela)


Fragmento. Selección de Nicolás Guglielmetti

Atravesó el cementerio por el camino interno cubierto de restos de nieve reciente, con el camposanto a los costados. A lo lejos, a su derecha, entre la niebla viva, vio algo amarillento que parecía una llama. Zinder limpió los cristales empañados de sus anteojos con la manga de su campera para ver mejor. La oscuridad hizo que se le agudizaran los sentidos para adaptarse a la niebla de la noche, como si fuera un murciélago, un Batman criollo. A sus oídos llegaron los susurros de la noche, el canturreo de los árboles en movimiento y el batir de las alas de los pájaros que cruzaban el cielo; a su nariz el olor de las cosas vencidas que se impregnaba del aire. Se salió del camino y avanzó por el camposanto, ocultándose a través de los árboles de troncos macizos que se distribuían a lo largo de todo el cementerio. Al igual que hace unas horas, la niebla espesa no permitía ver con claridad a distancia. Zinder pensó que se estaba repitiendo el sueño. Se volvió a palmear la mejilla, esta vez con más fuerza. Sintió la mano helada en su rostro y se persuadió de que, realmente, eso estaba pasando.

A medida que avanzaba el fuego se veía cada vez más grande, el humo que salía de la llama se confundía con la bruma y se disipaba en la noche. Zinder se frenó detrás de un árbol grueso a unos cinco metros, el lugar ideal para ver sin ser visto. Alrededor del fuego se podían divisar las sombras de unas siete u ocho personas. Estaban sentados en círculo sobre troncos para evitar helarse al contacto de la nieve y cada uno tenía una vela en sus manos, se distinguían las llamitas en torno a la gran llama.

No se lograba escuchar bien lo que decían, pero por los gestos de uno parecía que ese llevaba la voz cantante. Zinder vio que, efectivamente, era uno el que hablaba y, cuando se callaba, el resto lo acompañaba con un lema que repetían cuando les tocaba. Creyó entender lo que decían: «por el trueno, por el fuego y por los muertos». En un momento, el supuesto líder se puso de pie. Si bien no se escuchaba con claridad lo que decía, se llegaba a ver cómo gesticulaba ampulosamente. Zinder veía la figura, pero no distinguía sus rasgos.

Quiso acercarse un poco más para poder identificar algo en su cuerpo o en su cara. Vio que delante suyo, a unos dos metros de donde estaba, había otro árbol que podía taparlo. Creyó que desde ese lugar podría ver mejor. Notó que las personas alrededor del fuego estaban atentas a lo que decía su líder y pensó que no lo iban a ver si pasaba de un árbol a otro. Entonces la curiosidad pudo más que el miedo y Zinder se descubrió y corrió a toda velocidad hacia el otro árbol. A mitad del trayecto pisó una rama y la partió haciendo un crujido seco que coincidió con un momento de silencio. Zinder no frenó y siguió hasta estar cubierto por el árbol. Puso su espalda contra la corteza y miró para arriba.

No sabía si lo habían escuchado o no. Del otro lado había solo silencio, ya no se oían los murmullos: solo se escuchaba el jadeo de su respiración. Pensó que si salía corriendo estaba perdido, entonces se aferró a la idea de que no lo habían escuchado. Inhaló y exhaló lento y pausado para regular los latidos del corazón que bombeaba a toda velocidad, sintió el aire caliente pasar de la boca del estómago hacia afuera por la nariz. Sentía asfixia e intentó calmarse, que el pánico no lo enloqueciera. Volvió a escuchar algunos murmullos y logró tranquilizarse un poco. Sacó su celular del bolsillo del jean, lo preparó para filmar, asomó la cabeza por fuera del tronco y vio como todas las sombras apuntaban hacia él. Se quedó petrificado viendo como lo empezaron a aplaudir, escuchando el golpeteo de las palmas en la noche. El líder estaba delante del fuego, aplaudía y se reía. Zinder se volvió a esconder. De repente, escuchó como empezaron a cantar a coro:

Sal de ahí, chivita chivita,
sal de ahí, de ese lugar

Cada vez más fuerte:

Vamos a buscar al lobo
para que saque a la chiva,
El lobo no quiere sacar a la chiva
La chiva no quiere salir de ahí

Y de vuelta el estribillo:

Sal de ahí, chivita chivita,
sal de ahí, de ese lugar.

Zinder no tenía escapatoria. Salió y, a cierta distancia, se plantó de frente al fuego, de frente al grupo, que al verlo se calló. Por un segundo pensó en correr, pero se dio cuenta que hubiera sido en vano. El corazón le latía a mil por hora y respiraba con dificultad. Pensó que en su puta vida había hechoalgo heroico y ahora por boludo estaba metido en medio de ese quilombo.

—Vení chivita, acércate que no te vamos a lastimar —dijo el líder entre risas.

Zinder avanzó hacia el fuego como si huyera de sí mismo, los que estaban sentados en su camino se movieron y lo dejaron pasar. Ahí lo esperaba de pie el líder que seguía riéndose y aplaudía alternando con palmadas a sus muslos. Zinder contempló su perfil: el pibe era flaco, de mediana estatura tirando a bajo, tez morena y tenía el pelo corto al ras en los costados y más largo en el medio, como un mohicano. Dos cosas resaltaban al verlo: un tatuaje con forma de rayo que le cubría toda la parte derecha del cuello y los dientes de metal plateado que le brillaban cuando se reía.

—Al final resultó valiente la chivita… ¡qué boludo!

—Tranquilo Coqui, este guacho no vale la pena —dijo uno de los acompañantes a su costado.

Zinder lo reconoció, era el mismo que el día anterior le había mostrado la culata. Coqui giró su cabeza hacia el que había hablado, levantó su dedo índice y lo chistó. Al segundo se dirigió hacia él. El otro quiso hablar y Coqui lo volvió a chistar.

—Lo que vale o no la pena acá lo decido yo, amigo, que sea la última vez que me contradecís, ¿entendiste? —dijo tocando con el índice dos veces la frente del que había hablado.

Después se dio vuelta, irguió su pecho y caminó hacia Zinder con sus brazos balanceando detrás de la espalda.

Volvió a mirarlo fijo. Coqui tenía los ojos rojos y no parecía estar jugando. Se le borró la sonrisa y se puso cara a cara con Zinder, que intentaba inhalar y exhalar con disimulo.

—Soy periodista, ayer te busqué para hablar de lo de Velloso… Conozco a Varela. Podemos hablar con él —dijo Zinder con un hilo de voz.

—¿Qué decís? No escucho bien —respondió Coqui tocándose la oreja.

—Varela te puede explicar…

Coqui volvió a levantar su dedo índice, esta vez lo pegó contra sus labios y negó varias veces con la cabeza. Zinder automáticamente se calló.

Enseguida Coqui extendió su mano derecha y con delicadeza le sacó los anteojos. Zinder permaneció inmóvil. Uno de sus seguidores se levantó rápido y sostuvo los anteojos que el líder ofrecía en la palma de su mano. Zinder, petrificado y medio ciego, sostuvo la mirada.

—¿Qué mirás, gato? —soltó Coqui.

Zinder sintió un golpe fuerte en la cabeza y cayó.


* Nota del autor

A ninguna parte nació de un viaje en subte, a microcentro. Ahí leí en esos diarios que te daban gratis la noticia de la desaparición de cadáveres en un cementerio en Corrientes, si mal no recuerdo. Ese fue el germen, es decir, un hecho delictivo de la realidad. Después lo que quise hacer a partir de esa noticia, que me daba el marco, era jugar con el género policial, que me gusta mucho, y romper el molde, porque el policial en su amplitud te permite eso: valerte de otros géneros. Quería que todo entrara ahí, la novela epistolar, el ensayo, el thriller. La novela es un pastiche de géneros. Y pensé que lo mejor era que el detective que fuera a investigar la desaparición del cadáver del cementerio, en este caso, fuera un escritor, y un escritor fanático de policiales, que por leerlos cree que puede leer también el diario e interpretar el crimen, que toma whisky y se siente Marlowe, pero claro, hay que bancarse ser Marlowe. Entonces Zinder va a buscar una historia para escribir, esa es su finalidad, vivir una experiencia que le permita escribir, y sale en busca de la verdad y la caga. Para eso usé  las herramientas de los policiales modernos, de los escritores de la Black Mask, que me fascinan, es decir, mucho diálogo, prosa coloquial y transparente y que tenga importancia lo social, la sociedad vista desde el crimen. Escribí todo esto y, en realidad, lo que quería, lo que siempre quise, era homenajear a Chandler, traerlo acá, a Zapala, y que su largo adiós no termine nunca.



Manuel Álvarez (Buenos Aires, 1986)

Estudió la carrera de Derecho y, desde hace un tiempo, escribe. Actualmente brinda su taller literario, “Un día en la vida”, y publica diversos textos para revistas literarias, entre ellas, Zona de Obras de España, The Fiction Review de México y Chelsea Hotel Mag de Argentina. Ha participado en antologías de cuentos tanto en Buenos Aires como en Madrid. Su novela A ninguna parte fue publicada en agosto del 2019.